Una de las necesidades relacionadas con la supervivencia humana es la seguridad. El psicólogo Abraham Maslow la colocó en segunda posición, en la escala de necesidades humanas ordenada de más necesaria a menos, por encima incluso de las necesidades sociales. Es comprensible. El ser humano se distingue de las demás especies porque nace para aprender, sin comportamientos adquiridos. El hecho de que seamos animales culturales implica que tengamos la seguridad de que tales conocimientos son ciertos. Jamás aquiriremos voluntariamente ideas que consideremos falsos o comportamientos que consideremos erróneos.
La naturaleza humana, concretamente el cerebro, obliga, por así decirlo, al hombre a valorar constantemente sus conocimientos por su grado de certeza o, si se prefiere, seguridad. De lo contrario, la humanidad no hubiera progresado hacia el conocimiento científico y filosófico y, por ende, nos hubiéramos quedado estancados en la mitología, religión o magia. Como sabemos, el método científico se caracteriza por la falsación: una afirmación es cierta cuando presenta pruebas fehacientes para ello y, si se demuestra falaz, se rechaza. El método que más hace progresar a la ciencia, sin duda alguna, se trada de la humildad o, dicho de otro modo, la falsación. El mejor ejemplo es la teoría de la relatividad de Einstein que sustituyó al universo explicado por Newton.
Sin embargo, la Naturaleza, en este caso la humana, puede resultar, a veces, paradójica e ir en contra de sí misma. La incansable búsqueda de la seguridad o la verdad desemboca, a menudo, en el descubrimiento de una gran incertidumbre. Verbigracia, el paradigmático caso de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada y, sin embargo, soy el más sabio de los ciudadanos». O, por otro lado, el caso de Popper: «No solamente me percaté de cuán ignorante era, sino de la finitud de mi ignorancia»
La búsqueda de la verdad, para engendrar seguridad es una necesidad biológica, pero que puede, tanto en su exceso como en su defecto, aflorar inseguridad e incertidumbre y, a la postre, dudas hasta en la forma de comportarse. Descartes intentando descubrir una certeza radical, se topó con una incertidumbre quintaesenciada: solipsismo. Y únicamente pudo escapar de la incertidumbre recurriendo a Dios, cuya existencia, con toda probabilidad, nunca podrá demostrarse, pese a los esfuerzos de Hawking.

El número pi
Alguien podrá decir: «Mire usted, es que Descartes puso en duda lo indudable: la matemática». Para nuestro disgusto, las matemáticas fallan; la lógica también. Bertrand Rusell demostró, mediante la paradoja del barbero, que las matemáticas tienen «agujeros». Esto provocó una grave crisis matemática. Y posteriormente, se demostró que todas las ramas matemáticas presentan algunos errores. Sin embargo, a pesar de todo, no hay modo de conocimiento más exacto, aún errando, que las ciencias formales -lógica y matemática. Esto implica que el hombre jamás podrá conocerlo todo, como pretende con ansia, pues así se lo dicta su subconsciente.
Con toda seguridad, el ser humano nunca conocerá el cosmos. Pero, no solamente eso, sino que, aún conociendo un 4% del cosmos, los conocimientos están impregnados del razonamiento humano, tergiversando, inevitablemente, la realidad. Por ejemplo, cuando vamos de excursión al campo nos maravillamos de lo floreciente y colorida que es la primavera. No obstante, el color no existe en sí, tampoco el olor. Por tanto, nos maravillamos, en parte, por nuestras propias sensaciones subjetivas. Cuando vemos el color, el ojo humano detecta una determinada onda que emite el objeto y, dependiento de la frecuencia y amplitud de la onda, el cerebro genera un determinado color. La sensaciones, la mejor forma de observar la Naturaleza, nos dan datos impregnados por nuestra sensibilidad, no aportan datos reales. Además, el 96% del universo (materia y energía oscuras) es totalmente desconocido para los científicos, imperceptible para el hombre.
El principio de incertidumbre, que ya nombré en otra ocasión, de Heisenberg hace referencia también a la cuestión que nos ocupa: es imposible conocer con exactitud la posición y velocidad de una partícula subatómica. ¡Quién lo diría, la física impregnada por la estadística! A todos estos hechos, sumése el de los agujeros negros, el de la variable desconocida o la teoría de caos.
En primer lugar, los agujeros negros absorben tal cantidad de materia y energía que es imposible conocer la totalidad de su naturaleza, porque no dejan pasar la luz.
En segundo lugar, la teoría de la variable desconocida, postula que, de todas las variables que podemos observar o demostrar, sólo podemos trabajar con una fracción de ellas, pues desbordaría la capacidad humana. Por ejemplo, el lanzamiento de un dado, aunque conozcamos todas las variables que intervienen, jamás podríamos utilizarlas. Esta cuestión ya fue tratada en este artículo.
Por último, la teoría del caos está vinculada a la matemática, que hace referencia a que una pequeñísima variación en un dato implica una variación en miríadas en otra variable. Por poner un ejemplo pedestre, imaginemos que nuestro profesor nos califica con un 4,99 y nos dice que estamos suspensos. Por una centésima, no podemos superar el curso; es decir, un pequeño cambio originaría un giro en nuestra vida. Esto tiene todavía más importancia cuando hablamos de números irracionales, pues sabemos que las cifras decimales de un número irracional son infinitas y siempre acumularemos un pequeño error. Este pequeño error, por ejemplo en el número pi, desencadenaría un caos en la meteorología, sistema sensible a minúsculas variaciones. El sistema como el metereológico siempre será inexacto, ya que nunca podremos conocer la totalidad de las cifras decimales de pi o de e. De ahí que sea tan importante hallar la cifra 2 billones del número pi. Como vemos, las predictividad irá en aumento, pero se trata de una búsqueda sin término.
En definitiva, la búsqueda de la verdad, como necesidad biológica, también necesita un término medio, pues indagando en exceso llegamos a una conclusión aún más escéptica que la del propio Descartes: sólo sé que no se nada. Por tanto, hay que diferenciar la búsqueda de la verdad como necesidad biológica de la búsqueda de la verdad en sí misma. Como individuos de la especie humana, necesitamos atenernos a cosas que, siendo irracionales o, en su defecto, inciertas, nos aporten la seguridad necesaria para subsistir. No obstante, si alguien pretende conocer la verdad, por muy triste que sea, está en su pleno derecho: El que pretende buscar la verdad, tiene el riesgo de encontrarla. Por otra parte, como investigadores, científicos o revolucionarios tenemos que buscar la verdad, por encima de las necesidades subjetivas.
Estoy totalmente de acuerdo contigo Antonio, pero como tu ya sabes y como decía Ortega y Gasset, cada hombre siempre ve las cosas con unas gafas diferentes al resto de la humanidad, por lo que aunque tengamos la verdad clara y notoria delante de los ojos nunca llegaremos al conocimiento real sino a un conocimiento que nos puede valer para desenvolvernos en este indescifrable mundo. Lo que digo se explica muy bien con uno de los ejemplos que ponía Einstein a sus amigos y en conferencias científicas, el decía imagínense una vía de tren y una persona en el andén correspondiente a ese tren, también a una persona que se encuentre dentro del tren y, de repente, que cayesen dos rayos y atravesasen el tren a la vez y a la misma distancia de la persona que se encuentra dentro del tren. Como el tren se mueve hacia un lado la persona que esta dentro creera que el rayo hacia el que él se aproxima cayó certeramente antes que el rayo del cual se aleja, viendo la misma escena la persona del andén pero con los rayos cayendo a la vez. La reflexión es que nosotros no podemos estar seguros de lo que ocurre antes o despues sin tener en cuenta un marco de referencia de tiempo, NOSOTROS MISMOS
Totalmente de acuerdo. Muy buen ejemplo el de los rayos. Parece que los seres humanos nos movemos en NUESTRA realidad y jamás, aunque queramos, en LA realidad. Muchas gracias por tu magnífico comentario.
Gran artículo, sí señor. Me parece un tema espectacular.
Creo que es muy acertada esa comparación de la visión del mundo que tenemos los humanos. El olor, al igual que el color o el sonido forman parte de unos complejos sistemas de recepción sensorial evolucionados a lo largo de millones de años que forman parte de nuestros órganos de los sentidos. Por supuesto que es luego el cerebro el que otorga el sentido y genera nuestra realidad. Pero es muy interesante en este punto, reflexionar sobre las diferentes patologías relacionadas con este tipo de órganos, porque al fin y al cabo, los ojos, la nariz y el oído desmontan y montan nuestro mundo mucho más a menudo que la física o la matemática. Un ciego reflexiona sobre el Universo a través de su piel, al igual que todos nosotros, aunque nos jactemos de ver bien. Y es que la palabra y su significado, la de sentido, ha sido un constante comecocos para la filosofía y los filósofos y para los biólogos. Porque el mundo se hace nuestro desde que abrimos los ojos y las orejas.
Yo soy optimista, y espero con ansia el día en que podamos decir que la especie humana ha encontrado la verdad «»»absoluta»»», la verdad humilde de que somos esto y nada más, que hemos llegado a tanto de pura chiripa y que sólo somos otra pequeña fracción de segundo en la longevidad inhumana de la Tierra y aún más del Universo. Porque después del ser humano, habrá más y hubo más antes.
Nos sobrevaloramos sin conocer siquiera que somos en realidad ¿somos nuestro cerebro, tenemos alma mística o somos simplemente una malla neuronal sináptica? Esa es para mí, la auténtica y más terrorífica de las incertidumbres a las que hemos de enfrentarnos.
Descartes llegó a quedarse sólo buscando la verdad ¿hasta dónde nos llevará tal búsqueda al resto de la humanidad? Los esfuerzos humanos por entender el mundo son una titánica tarea, pero al menos, nos ofrece un motivo, un objetivo por el que crecer y seguir desarrollando lo que sabemos. No es malo, en absoluto, pero no podemos prescindir de nuestros ojos que ven lo que pueden. La ciencia, aún al servicio de la humanidad, no necesita a esta última estrictamente; pero no podemos desvincularnos porque entonces sólo seríamos genes que controlan a las personas para generar más genes en un ciclo vital recíproco. Puede que así sea el mundo, pero como dije antes, no podemos prescindir de nuestros ojos que ven la inocencia reflejada en unos ojos y la maldad en otros.
Un saludo. Sigo atento a las publicaciones ^^
«Nos sobrevaloramos sin conocer siquiera que somos en realidad ¿somos nuestro cerebro, tenemos alma mística o somos simplemente una malla neuronal sináptica?»
Totalmente de acuerdo. Yo dividiría el mundo entre los que se plantean buscar la verdad mediante este tipo de preguntas o los que son plena inconsciencia, que viven instalados en su caverna.
En estas cuestiones, como dices, se percata uno de que la ciencia no transgrede tantos campos del conocimiento, como ocurre con la filosofía.
Un saludo, gracias por comentar ^^