Mi visión y experiencia de la universidad española

Desde que inicié mis estudios en la universidad española hasta el día de hoy, no he dejado de acumular datos, noticias y experiencias poco halagüeñas para el que desee una sociedad formada y plenamente educada. Hace una semana mismo, el diario El Mundo publicaba que un conjunto de expertos internacionales recomendaban a los dirigentes políticos españoles que hicieran una reforma profunda del ámbito universitario, si no querían ver peligrar aún más su economía. Entre las sugerencias, se encontraba la de aumentar los lazos entre las universidades, de forma que haya más movilidad entre las mismas, y más trabajos conjuntos, aumentando así las sinergias. Lo cierto es que no me extraña nada lo que estos expertos internacionales dicen. Les cuento por qué.

Antes de entrar en la carrera, cursé el bachillerato en un instituto en el que el 100% de los que se presentaban a selectividad en junio la aprobaban. Había grandes profesores, que, lejos de incentivar el empollaje (estudiar algo de memoria el día antes, sin digerirlo, para vomitarlo en el examen), favorecían la reflexión y la introspección, acercando a los alumnos al conocimiento. Tampoco era un centro educativo excelso, como esos centros privados bilingües donde los ricos llevan allí a sus hijos, sino que era un centro, bastante aceptable si tenemos en cuenta la mediocridad reinante en el sistema educativo.

Así pues, yo, lógicamente, pensé, me hice una idea, de que la universidad sería algo más compleja, dificultosa y laboriosa que el bachillerato. Me imaginaba que en la universidad ya iba a aprender cosas de verdad, donde iba a haber mayor competencia por las buenas notas, mayor nivel de profesorado. También llegué a pensar -inocente de mí- que, aquellos que no alcanzase en el nivel exigido por los requerimientos del título al que se aspira, no iban a superar el desafío. Eso de hacer varias recuperaciones,  cada vez más fácil, al mismo alumno hasta que por fin conseguía aprobar la asignatura creía que ya se acababa en un ámbito tan cercano al profesional. En definitiva, creía que la universidad iba a ser algo serio.

Sin embargo, me llevé un chasco. Empecé a percatarme de que no hacía falta estudiar tanto como pensaba para conseguir buenas notas y que, si realmente quería aprender, mi sitio no era la universidad: podrían ser los libros. Llegaban a mis oídos frases como la siguiente, emblemática: «Pues yo no he hecho ni el huevo, y sólo me han quedado dos». No conozco en primera persona como era la universidad antes del nuevo Plan Bolonia, que reduce un año la carrera y sus horas teóricas, al mismo tiempo que obliga al alumnado a asistir a clase para poder aprobar, pero sí sé que el nuevo Plan es insoportable. Jóvenes que sólo quieren pasar el examen y no aprender antes podían obtener los apuntes, no ir a clase, estudiar la semana antes y más o menos conseguirlo; ahora, se ven aherrojados en el aula, tal como en la ESO, intentando pasar el tiempo, enviando mensajes, dando toques con el móvil al compañero de más allá, etc. Ni ellos quieres estar allí, ni el profesor quiere que estén.

La primera semana me apunté a un ciclo de conferencias que me parecían interesantes. Asistí a la primera y quedé sorprendido. El ponente se dedicó a resumir las consignas de la extrema izquierda, sin siquiera contrastar sus afirmaciones. El ponente llegó a afirmar que el libre mercado conduce al totalitarismo, e incluso recomendó el libro «Holocausto y modernidad». Yo, acostumbrado a la objetividad de mis anteriores profesores, no sabía cómo encajar aquello: un mitin político en una universidad de económicas. Pensé que sería algo pasajero, un ponente más. Con el tiempo me di cuenta que, al menos mi propia facultad, sigue una tendencia política. Profesores que espetan: «Para aprobar la asignatura hay que leerse el siguiente libro («Algo va mal»)» De nuevo, recomiendan lecturas de panfletos políticos en una clase de Ciencias Económicas. Para más inri, un profesional de la educación (y supuestamente científica) espetó: «Todo es ideología».  Bueno, y sin olvidar que no escasean los periódicos gratuitos exclusivamente de una tendencia política: de la otra ni rastro.

Pero lo que ya me dejó patidifuso fue la existencia de nepotismo en una universidad pública. Tengo conocimiento de que el decano ha colocado como docentes a dos familiares suyas (ambas hermanas entre sí), que han recibido numerosas protestas entre los estudiantes, por su apatía profesional y aún siguen en el mismo puesto (aunque cambiadas de carrera).

Con lo anteriormente expuesto, ahora entiendo los episodios bochornosos universitarios que yo veía por la tele antes de entrar en la universidad, como, por ejemplo, el linchamiento que sufrió Rosa Díez en la Complutense. Como tampoco me extrañan las previsiones del INE, que afirman que España perderá en la próxima década al 30% de sus jóvenes.

Anteriormente la universidad era un centro de excelencia, donde no se podía acceder tan fácilmente, donde los titulados tenían puestos de trabajo asegurados. Ahora, se ha convertido en un coladero, pues es vox populi el nivel tan reducido que se exigen en las pruebas de selectividad. Actualmente se puede obtener una puntuación de cero a catorce, donde el aprobado es cuatro y medio y donde la mayoría de las notas de corte rondan el cinco. Es decir, ya no se entra con la mitad de los puntos, sino con menos. Y no es sólo cuestión de cantidad, la calidad también se ha menoscabado. Todo docente sabe que el listón se ha bajado.

De ahí que la universidad esté perdiendo tanto prestigio, y lo esté ganando el posgrado. A las empresas les interesa hoy día más el máster (aunque sea de un año) que la carrera. Si una institución no satisface una necesidad, aflora otra que sí lo hace. Pura oferta y demanda.

Pienso que la atmósfera de la no exigencia, de la facilidad, de la falta de esfuerzo es lo más pernicioso que puede haber para la enseñanza (no así para la expedición de títulos). Pues, como sabe todo deportista, se progresa mediante las agujetas, el cansancio y el sudor; si en un entrenamiento no se acaba cansado, debe de aumentarse el nivel. El reducir el nivel para exonerar a los alumnos y tener mayor número de titulados no es más una medida de maquillaje, que lo que provoca es justo lo contrario de lo que persigue: que la universidad valga menos y que la educación se desprestigie.

Mucha suerte a España y a todos sus estudiantes.

6 comentarios el “Mi visión y experiencia de la universidad española

  1. Nacho dice:

    En mi opinión esto no ocurre en todas las carreras, puesto que medicina sea aumentado el ratio de aprobados este año con respecto a los alumnos de licenciatura. Y esto viene como consecuencia hacer estudiar al alumno diariamente con mas prácticas y mas evaluaciones a corto plazo evitando así el empollamiento de última hora. aunque también puede ocurrir que esto solamente se de medicina porque la nota de corte es muy superior al de
    la mayoria de las carreras

    • anveger dice:

      Sí es cierto, depende de la carrera y la facultad. Al menos hay lugares que se salvan. Pero, en general, la universidad española se ha depreciado. Incluso en medicina, en otras facultades, no exigen ni de lejos lo que exigen en otros lugares. No es de extrañar que ninguna universidad española esté entre las 150 mejores del mundo.

  2. Cliente X dice:

    Y que lo digas…

    Yo soy alumno de la fac de Ciencias Políticas y sociología de la Complutense, ya que mencionas el vergonzoso incidente de Rosa Díez (bueno, fueron dos… y a Piqué también, y no olvides lo de la capilla…) Aquí hay una «verdad oficial», y unos «buenos de la película» que son los que pueden hacer y deshacer a su antojo. No es que sean muchos, pero se lo tienen muy creído y hacen mucho ruido. Mi esperanza e ilusión es que, según se va avanzando de curso, ves cada vez menos progres. Yo mismo cuando entré en la facultad era de izquierdas, pero afortunadamente con lo que uno va viendo, viviendo y leyendo acaba «curándose».

    Jamás pensé que les tendría un asco a los progres como el que les profeso ahora.

    Por cierto, es curioso que con los profesores de izdas sea con los que es más fácil pasar, que prácticamente regalan el aprobado. En cambio los de derechas son más bien exigentes, y ahí se produce una criba porque se les va conociendo y los alumnos nos matriculamos en unos u otros grupos según nuestros intereses: ¿que te gusta fumar petas y pasarte el día en la cafeta? Pues con un profe rojo. ¿Que quieres esforzarte y aprender? Alaaaa, con menudo facha te has metido. Ahora con Bolonia los grupos están cerrados y no hay esa posibilidad, a ver cómo les va a las nuevas promociones.

  3. Luis A Chandeck.A dice:

    Jamás opino de lo que no sé,mucho de lo que no me consta. Necesitaría de más elementos de juicios para emitir algunas opiniones.
    Gracias.

  4. Anuncia Blog dice:

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  5. universitario indignado dice:

    A mí me pasa exactamente lo mismo. Tengo una profesora, a la cual la voy a tener hasta en la sopa durante toda la carrera, que apenas da una visión acertada de historia (estudio un grado de historia). Solo se dedica ha dar un pequeño repaso de verdadera historia y después lanza su meollo de desigualdades políticas. Esta, por cierta, no es la peor. Tengo una «doctora» dándome una asignatura. Pues bien, solo se dedica a dar manifiestos feministas de como era la mujer en la prehistoria (esta «doctora» «enseña» prehistoria en la P. Ibérica). Tuve un contratiempo durante un seminario solo porque di una visión acertada y contraria a sus ideas sobre el tema. La mujer se puso hecha una fiera y me tachó de demagogo. El resto de profesores no dan ese tipo de mítines, pero son como profesores de instituto: van, dan la charla y hasta mañana. Solo ha habido una profesora, a la cual todo el mundo odiaba, que nos apretaba las clavijas, nos enseñaba muchas ilustraciones y nos ha llevado por distintos monumentos de nuestra localidad. Para mí esa fue de las mejores docentes de nuestro curso, y nos daba historia del arte. Aunque debo acabar con un personaje que nos daba, atentos al dato, ciudadanía del mundo contemporáneo. Vino a dar clase unas 8-10 horas repartidas en 4-5 días. Durante ese tiempo aprendí que si eres de pueblo se puede decir me se y que cuando era pequeño se orinaba en las manos para quitarse el frío, a parte de más mítines políticos en los que decía que si una mora llevaba 5 días en una ciudad española ya era ciudadana y merecía el oro y el moro, nunca mejor dicho. Y que decir que aunque parezca broma lo de este señor, es doctorado en antropología social. Y que decir que todos estos «docentes» nefastos eran de izquierdas. Otros también se les notaban que lo eran, pero nos respetaban y no usaban sus clases para intentar «comer las cabezas» ni usaban la demagogia, mientras los cuestionados en este texto sí, se inventaban la historia a su antojo.

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