¿Está justificado el complejo de los españoles?

Vivimos en un mundo en el que las culturas cada vez se conocen mejor entre sí. Ya todo el mundo sabe de dónde viene el bretzel, el sushi y la paella. Incluso en algunos casos hay culturas que están adoptando costumbres de otras culturas, sirvan como ejemplo las celebraciones de Halloween. Pero los pueblos, al igual que los individuos, son construcciones determinadas por sus circunstancias y su historia y, así como dos individuos, independientemente de cuánto puedan influirse mutuamente, mantienen su carácter, sus vicios y virtudes y sus lastres, igual ocurre con los pueblos.

Han tenido que pasar dos meses desde qué llegué a Heidelberg para percibir más nítidamente las diferencias de carácter entre los alemanes y mis compatriotas. Claro está que todavía queda mucho camino por recorrer y muchos lugares por explorar. Me arriesgo a que mi opinión cambie con el curso de los años. La vida es fluir.

Con el tiempo se suceden anécdotas y experiencias que le ayudan a uno a configurar su visión sobre el mundo. Hace unas semanas me comentaba un profesor que, en las clases de traducción, los alumnos españoles que vienen de Erasmus, entre los que me encuentro, siempre hacen un comentario antes de leer su traducción, como intentando excusarse ante cualquier posible error. El alumno teutón, por contra, me dijo, lee su traducción primero y luego espera a los comentarios sobre su trabajo. La observación me dio que pensar. ¿Hasta qué punto el país en el que nace un individuo determina su carácter? ¿Qué factores influyen en este proceso?

Las causas de tan dispares comportamientos son muy diversas, a saber, el clima, la religión, la historia, la literatura, etc. Analicemos, pues, qué es lo que lleva a los españoles a ponerse a la defensiva en todo momento. Uno se defiende siempre de un ataque. En nuestro caso, es este ataque un ente ficticio que el español deposita sobre cualquiera de sus acciones. El español  vive acomplejado. Piensa siempre que lo suyo vale menos. Cree que al alemán, o al inglés, o al sueco, se le tienen que dar mejor los idiomas de manera obligatoria. No nos terminamos de creer que alguien de nuestro entorno tenga fama internacional. Y cuando algo en el país no funciona, por mínimo y local que sea, siempre espetamos la frase: esto es España.

Pero, ¿realmente está justificado el complejo de los españoles? Pensamos que tenemos la peor educación, la peor economía, que somos los últimos en todo menos en fútbol. También pensamos que somos más tontos, sobre todo en comparación con el resto de Europa. Cuando vivía en España, e incluso estando aquí, yo también hacía comentarios similares. En cierto modo ignoraba que para establecer una comparación primero hay que conocer en profundidad los dos elementos que se comparan. Y eso es lo que no hacemos en España, por eso las valoraciones que vertimos sobre España los españoles están tan invadidas de prejuicios y autodesprecio.

¿Realmente los alemanes son más eficientes, inteligentes y están más avanzados que nosotros? Siempre he tenido la duda de si los españoles tenemos tan buena opinión del resto de europeos debido al aprecio que hacemos de ellos o al menosprecio que hacemos de nosotros. Sea cual sea la respuesta, en este artículo voy a abordar la cuestión del complejo de los españoles.

En primer lugar, como en casi todo en la vida, no creo que se pueda dar una respuesta absoluta a tal pregunta. Sin embargo, el complejo de los españoles sí que es absoluto, ya que abarca cualquier actividad que emprendemos. Yo creo que existen aspectos en los que ese complejo tiene su razón de ser, aspectos en los que España no funciona. Hablo de tres aspectos en concreto en los que Alemania, y otros países europeos, supera con creces a España. En mi opinión, la eficiencia alemana se basa en tres pilares que los españoles hemos descuidado siempre: educación, economía y política.

Para empezar, el sistema educativo alemán, con todas sus luces y sus sombras, aventaja al español en una serie de asuntos cruciales: se valora mucho más el mérito, existe un mayor respeto hacia el profesor y los estudiantes trabajan de forma mucho más independiente. Pero las bondades del sistema educativo no terminan aquí, sino que se extienden y desarrollan en la universidad y el sistema de educación dual. Llegados a cierta edad, los alumnos pueden elegir entre estudiar una carrera o combinar la formación académica con prácticas en una empresa. De esta forma, las universidades se descargan de cierto número de estudiantes que tienen mayor vocación para las profesiones técnicas. En España, al minusvalorar la FP, hemos provocado que las aulas universitarias estén sobrepobladas y muchos licenciados no puedan terminar accediendo a un trabajo relacionado con lo que han estudiado, ya que la oferta en ese campo ya está cubierta.

Otro de los aspectos – ya mencionado en otras entradas – es el de la libertad que goza el universitario alemán. El clima de las clases es mucho más relajado y distendido, más informal. Este ambiente tan familiar hace que el estudiante se sienta más cómodo, aproveche mejor el privilegio de estudiar una carrera y gane en creatividad. En España, en cambio, hay un intento de convertir a la universidad en una extensión del instituto. Se ignora que tanto profesor como alumno son ya adultos y que hay ciertas jerarquías que deben desaparecer.

Todos estos aspectos posicionan al sistema educativo alemán por encima del español según recoge el informe PISA, que sitúa a Alemania 23 puestos por encima de España en competencia científica, por aportar un ejemplo. Naturalmente, este hecho acaba repercutiendo en la economía y en la política notablemente.

Pero si sólo considerásemos la educación en su significado académico, estaríamos dejando el retrato a medio hacer. Buena parte de nuestra educación se curte en el ámbito familiar y, según lo poco que he podido observar hasta el momento, los padres saben complementar la educación que sus hijos reciben en las aulas. Los padres educan a sus hijos para que, desde muy pequeños, aprendan a ser independientes y a buscarse la vida. No es extraño, por ejemplo, ver a niños de 6 años coger solos el autobús que los lleva a casa después del colegio. Cuando llega la hora de estudiar en la universidad, los hijos se marchan a otra ciudad para hacer allí sus carreras. Muchos de ellos se buscan trabajillos para facilitar su situación financiera durante estos años de derroche. Cuando salen de sus grados, ya son personas totalmente formadas y con experiencia laboral, con lo que no tardan tanto tiempo en encontrar un empleo. Pero la mayor bondad de esta independencia no es la generación de individuos que pueden encontrar un empleo, sino que además están dispuestos a crearlo. La iniciativa empresarial entre los jóvenes alemanes supera con mucho la de los españoles. En España todavía no comprendemos que un país próspero, rico e independiente necesita empresarios e innovación. Sólo con este cambio de mentalidad podemos salir de la crisis. Porque se trata precisamente de eso, de salir de la crisis y no de que nos saquen.

Es cierto que el sistema de enseñanza también tiene sus sombras. Alemania es otra víctima del psicologismo educativo, que lleva a suponer que unos psicólogos pueden pronosticar si un niño de cuatro años tendrá éxito o no. Además, la segregación por niveles quizás se establezca a una edad demasiado prematura – 10 años – como para conocer el potencial de los alumnos. Y lo digo basándome en mi propia experiencia. Si me hubiesen evaluado a los 10 años hubiera acabado trabajando en un taller. En cambio, 10 años más tarde estoy estudiando tercero de Traducción, que no tiene nada que ver con aquello. Aun así, a pesar de este defecto, la educación alemana sigue puntuando muy por encima de la española, por lo que no sería un mal modelo a imitar.

En segundo lugar, Alemania, como es bien sabido, nos aventaja en el tema de moda: la economía. La suya es mucho más próspera, estable, y no está viviendo el drama que sufre la nuestra. Un buen número de indicadores muestra que la economía alemana está atravesando triunfante este pedregoso camino. La tasa de desempleo está en el 6.5%, la inflación es relativamente baja – como en España, gracias al euro -, el déficit se está reduciendo considerablemente y es posible que para 2014 se equilibre el presupuesto, un objetivo que cualquier nación ha de conseguir si no quiere hipotecar a sus jóvenes. Estos grandes resultados se deben, entre otros factores, a una política monetaria hasta cierto punto sana, que no genera una inflación alta, lo que facilita sobremanera la vida de las clases medias. Comparado con España, el mercado laboral es mucho más flexible, las empresas encuentran menos obstáculos para poder abrir y las finanzas públicas están en orden, lo que anima a la inversión. Es este un tema profundo y que lamentablemente no se puede desarrollar aquí, pero qué duda cabe que un sistema económico estable es el principal garante de la paz entre los individuos y los colectivos.

Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, tenemos el sistema político y la vida en sociedad. Y comencemos por el que creo que es el mayor problema de la política española: la corrupción. Y de esta desgracia son tan responsables los políticos, por protagonizarla, como los ciudadanos, por tolerarla y haberla integrado como un elemento más de la vida cotidiana en España. En Alemania, ante el más mínimo caso de corrupción – y estoy hablando de casos que se alejan bastante de los ERE o Gürtel -, el implicado dimite y no se le vuelve a ver el pelo. Los índices de corrupción son muchísimo más bajos y la población no duda en desconfiar de cualquier político al que se le sospeche el más mínimo trapicheo. Naturalmente en el Bundestag se suele ceder a las peticiones de los lobbys y las decisiones políticas siempre obedecen a intereses particulares y maniobras. Nihil novum sub sole.

Eso sí, la tensión y el cainismo de la política española no existen. Aquí hay dos partidos fuertes – la CDU y el SPD – y los Verdes y el FDP, no tan fuertes pero que suelen formar parte de muchos gobiernos . Son habituales las coaliciones y, a diferencia de España, estas pueden estar formadas por los dos grandes partidos, lo que los alemanes llaman la Gran Coalición. Les importa más la estabilidad de la nación que las disputas partidistas. Creo que particularmente este último punto le haría mucho bien a España, pero ya sabemos que el cainismo inunda todos los resquicios de la nación y lo que se refleja en la política no es más que un retrato del ciudadano medio. Schade.



La vida en la sociedad española está marcada por la tirantez, por la mala leche y la asignación de culpas, pero es que además las conversaciones de política están a la orden del día. En Alemania apenas se habla de política. En estos dos meses todavía no he escuchado a nadie poniendo a parir a Angela Merkel en el autobús o sacándole los colores al Gobierno Federal en la cola del supermercado. La política queda siempre en un segundo plano. La gente sigue adelante con su vida sin mirar a los políticos cada dos pasos. Ahora bien, es cierto que en esta conducta hay implícito un cierto borreguismo, pero siempre son más peligrosos unos borregos que embisten.

En este marco general se insertan los aspectos de la vida cotidiana en los que España debería aprender de Alemania. Es verdad que no son pocos, también que son de gran relevancia y habría que corregirlos, pero siguen sin ser suficientes para justificar el complejo general de los españoles. Los alemanes también tienen sus defectos. Hay en ellos cierta tendencia imperialista y se suelen disgustar si las cosas no se hacen a su manera. Podría decirse que el alemán es un ser arrogante porque conoce sus virtudes e ignora sus defectos y el español es un ser acomplejado porque conoce sus defectos e ignora sus virtudes.

Y va siendo hora de que conozcamos nuestras virtudes. De España han salido artistas brillantes como Dalí,Velázquez o Goya, nuestra literatura no conoce parangón. Es difícil encontrar en otras culturas a escritores tan inteligentes como Unamuno, Cervantes, Pérez Galdós, Quevedo, García Lorca o Góngora. La lista es interminable. Tenemos músicos que, de haber nacido en Brooklyn, serían de renombre internacional. Nuestro país ha cojeado siempre en las ciencias positivas. Eso nadie lo pone en duda. Pero antes de prejuzgarnos, tenemos que conocer que nuestra historia estuvo marcada durante mucho tiempo por el oscurantismo de la Inquisición, los reyes absolutistas, el hambre, el aislacionismo y el retraso y que hemos de tener paciencia mientras nos deshacemos del yugo del pasado. Sólo si cuidamos y protegemos a nuestros jóvenes, ponemos coto a la fuga de cerebros y creamos un ambiente de amor al conocimiento podremos lograrlo.

Ignoro si una de las consecuencias de la globalización será la supresión de las identidades nacionales, si en el futuro existirá en cada país una fusión de los elementos más significativos de todas las naciones. Me inclino a pensar que siempre hay un sustrato que permanece y que a medida que las influencias mutuas crecen, el mundo no sólo no se hace más homogéneo  sino que acaba por resultar en una serie de híbridos que lo convierten en un lugar más diverso y particular. Puede que dentro de 50 años el español, o lo que quede de él, siga despotricando contra sus compatriotas, pero mientras come sushi y ojea un periódico en inglés.

¿Está la cultura en decadencia?

Tras la lectura del reciente ensayo del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, uno se queda estupefacto, al tiempo que dubitativo. La religión, la política, la literatura, los medios de comunicación y el arte se han ido envileciendo poco a poco, y prácticamente, con diferente evolución, en todos los países desarrollados. ¿Será esto positivo, será negativo o es realmente una apariencia debida a la democratización del saber?

¿Por qué casi todos los periódicos del mundo practican, con mayor o menor intensidad, el amarillismo? ¿Por qué el arte, ya sea pictórico, teatral o musical están viviendo un punto de inflexión donde parece que más que importar el placer estético se busque el divertimento, el regocijo y la captación de grandes masas? ¿Por qué los políticos recurren cada vez más a la mentira, a la demagogia y se intentan ganar el favor de cantantes y celebrities en lugar de científicos e intelectuales? ¿Por qué cada vez se vende más literatura light, best-seller?

Primero debería empezar definiendo lo que yo entiendo por cultura. Para mí cultura es poseer una calidad y cantidad de conocimientos muy variados integrados de forma holística, donde la suma de los conocimientos valga mucho más que los conocimientos por separado, porque se complementan unos con otros, y no se sustituyen. Por ejemplo, entiendo por persona culta alguien que conoce la historia de su país y de otros países, que conoce otros lenguajes a demás del propio, que sabe valorar las cosas en su justa medida, alguien cuya sensibilidad se haya enaltecido a través de la música, el arte, la literatura e incluso de las relaciones interpersonales. Es decir, para mí, una persona culta es una persona que posee un bagaje de información que le permite descifrar el sentido real de los diferentes acontecimientos de la vida. Por ejemplo, la manera de realizar el amor, la delicadeza es una forma de cultura.

En mi humilde opinión, la superficialidad o banalidad de la cultura es un fenómeno que razonablemente debe producirse tras un fenómeno de democratización. En muy pocos años el mundo ha aumentado exponencialmente de población. Se han producido enormes avances en la democracia y en las libertades individuales. Y, sobre todo, el progreso y la evolución de la economía ha permitido que una cantidad ingente de personas –sobre todo en el mundo desarrollado– puedan acceder a multitud de productos e informaciones. Esto último está también íntimamente relacionado con la revolución de las telecomunicaciones.

Otrora, sólo era una minoría la que accedía a un volumen importante de información, aquellos que más la valoraban: los intelectuales, los escritores. Esto explica que la cultura hasta hace unos años estuviese monopolizada por este grupo. Era elevada y distinguida, pero muy reducida o restringida. Sin embargo, como hemos dicho, el progreso y la masificación del mundo ha aumentado las posibilidades de acceder a este círculo cultural, antes vedado a la mayoría. Ahora bien, también el progreso ha posibilitado que este círculo se abra también para aquellas personas que no valoran tanto la cultura como antaño. Obviamente debe de producirse una banalización de la misma, ya pueden acceder a gran cantidad de información (que no calidad) casi todo el mundo, incluso los culturetas y los esnobistas.

Este fenómeno ya lo advirtió nuestro filósofo Ortega y Gasset para otros ámbitos en su obra La rebelión de las masas, cuando afirmaba que un aumento en la cantidad de seres humanos debe producir consecuentemente una reducción en la calidad de las interacciones entre los mismos.

Este proceso se ha acentuado aún más por el tipo de economía que poseen los países desarrollados: la economía de mercado. Una economía donde las cosas valen lo que se paga por ellas; una economía donde la soberanía reside en el consumidor. Es decir, si un determinado periódico decide publicar información muy elaborada, sin amarillismo, en lenguaje ampuloso y de difícil acceso para el ciudadano medio, el periódico verá reducir sus ventas y, tarde o temprano, tendrá que echar el cierre. Si no se demanda, fuera.

No obstante, esta democratización de la cultura, este acceso masivo a la misma –proceso alentado, en parte, por la escuela pública y por el progreso del capitalismo– no sólo ha permitido el acceso a personas que la valoran menos, sino que los autores más distinguidos, el pináculo, ha perdido por tanto el poder que antes tenía en la cultura, lo que ha llevado a numerosos de ellos a retraerse de la actividad cultural, viendo con desdén la creciente delicuescencia actual, mientras que otros muchos se han adocenado al mercado, a los deseos de la mayoría.

El autor Vargas Llosa defiende la tesis de que no todo el mundo tiene derecho a acceder a la actividad cultural elevada, pues sólo corresponde esto a un grupo minoritario. El argumento principal que sostiene esta idea es que, mientras que la gran mayoría de las personas dan sentido a su vida mediante la religión, el resto, la minoría, suplanta esta actividad religiosa por la cultural, encontrando el sentido de la vida a través de la actividad cultural elevada, seria, buscadora de certezas y placeres eternos, buscando una obra literaria que trascienda en el tiempo, y no que produzca un placer efímero, pasajero, perecedero y sujeto a los vaivenes de la moda. Veamos en qué términos se expresa el Nobel: “Sólo pequeñas minorías se emancipan de la religión remplazando con la cultura el vacía que ella deja en sus vidas: la filosofía, la ciencia, la literatura y las artes”.

Es pues la razón principal que Mario esgrime para defender que la cultura o, mejor dicho, la alta cultura no puede pertenecer a toda la población, sino a aquellas minorías que verdaderamente la aprecian. Los autores de libros como Crepúsculo, cantantes como Don Omar, filmes chik-fick, artistas performance que ingieren sus propias heces en el escenario para captar público no pueden, por tanto, ser equiparados a obras intempestivas como El Quijote, La República de Platón o El anticristo de Nietzsche.

Por otra parte, otro aspecto que, si bien ha hecho avanzar el progreso, ha perjudicado como contrapartida a la cultura, en los términos en la que la definimos anteriormente. El método científico se caracteriza por el elevado grado de especialización en una parcela del saber: el físico sabe horrores de física, pero nada de literatura; el literato realiza análisis exhaustivos de las obras.  Esta especialización, que económicamente es eficiente, pues permite que cada uno se especialice en aquello que es mejor y logre una productividad elevadísima, y logrará aumentar la producción de la sociedad y reducir los costes, ha perjudicado, por otra parte, a la cultura. Porque ha perdido consideración, valía, el saber holístico, filosófico, integrador. El saber de muchos temas, el tener una visión global, de conjunto, sin profundizar sobremanera en ningún ámbito.

Otro hecho que clarifica en gran medida la posible decadencia del fenómeno cultural en todo el mundo es la política. Es cierto que la política, siempre sujeta a presiones gregarias, aunque nunca ha gozado de un gran prestigio, se ha estragado, aún más si cabe, en los últimos tiempos. El político ya no busca la foto con el científico, el escritor o el intelectual, como sí antaño. Esto indica que antes las figuras del pensamiento eran más valoradas que ahora (quizá porque eran los únicos que actuaban en el campo del saber y de la cultura, no como ahora). Todos tenemos en el recuerdo a Einstein que gozó de un gran prestigio social internacional gracias a sus descubrimientos y a su trabajo intelectual, incluso rozó, si bien tangencialmente, la política; incluso tuvo la posibilidad de convertirse en presidente de Israel. Hoy en día tal cosa es bastante improbable. El político, si quiere ganar, debe de buscarse la aceptación de los cómicos, de los cantantes y de las celebrities.

De todas formas, en mi opinión, las minorías intelectuales que busquen la satisfacción personal a través del saber siempre seguirán existiendo con la misma regularidad, a pesar de que éstas puedan estar más o menos valoradas en los diferentes estadios de la historia.

Contradicciones y contrariedades

Una cantidad nada despreciable de autores, entre los que abundan los vitalistas, ha defendido con ahínco cualquier forma de contradicción, asegurando que la vida es puramente contradictoria y que nuestro ser, la conciencia, o el espíritu que nos gobierna son esencialmente contradictorios. Nietzsche, por ejemplo, fue gran defensor de la contradicción e incluso, llegando más allá, de la irracionalidad.

Sin embargo, numerosos autores, frecuentemente los racionalistas, entre otros, niegan categóricamente la existencia de la contradicción. Incluso, seguidores de Aristóteles, llegaron a decir irónicamente que quien defendiese la contradicción se le apalease, por si pensaba que estaba siendo y no siendo apaleado al mismo tiempo.

En mi opinión, sin duda, nos encontramos ante dos conceptos diferentes de contradicción y me temo que el conflicto entre ambas corrientes se estaría produciendo debido a una indefición de los conceptos. Por ello, es necesario discernir entre la contradictio in terminis del aspecto contrapuesto que pueda presentarse en cualquier situación.

La contradictio in terminis se trata de la contradicción meramente lógica, donde un enunciado o concatenación de argumentos incluye premisas o argumentos incompatibles o que se excluyen entre sí. No creo que nadie se atreva a defender la certeza de afirmaciones literales como la siguiente: “Soy un hombre y no soy un hombre”. No es otra cosa que sostener como ciertas simultáneamente dos cosas excluyentes entre sí.

Representación de una "contradictio in terminis"

Por el contrario, la contradicción de opuestos tales como la razón y la emoción, la vida y la muerte, el bien y el mal, la razón y la locura, la alegría y la tristeza, no son más que la lucha de contrarios que se produce en aquella amalgama llamada ser humano, llamada por algunos filósofos antigüos como ápeiron. Esta contraposición de opuestos es real, y no socava en absoluto la afirmación que hacíamos antes sobre la contradictio in terminis. Quizá una buena forma de distinguir entre ambos conceptos, sea llamando a la contradicción de opuestos dialécticos como contrariedad.

Representación de una lucha de opuestos

Que la vida es un cúmulo de experiencias tristes y alegres es una contrariedad perfectamente lógica; sin embargo, si afirmase que estoy triste y alegre simultáneamente, estoy cometiendo una contradictio in terminis, que impide si quiera la comunicación y el conocimiento, pues se emiten mensajes mutuamente excluyentes, y contraría las leyes de la lógica, que no son otras que las que utiliza el cerebro para funcionar.

Demasiadas lágrimas – Claudia Repiso y Daniel Soler (dibujo y minirrelato)

 

Se encontraba cansada, y sin embargo no le pesaban los párpados. Las cataratas de tristeza que fluían por sus brillantes ojos azules solo eran otra gota de agua que se perdía en los mares de la historia. La lluvia, que caía ahora con más fuerza que nunca, parecía reproducir una pequeña alegoría del valle de lágrimas que estaba atravesando. Sentía como si de repente el universo hubiera conseguido conectarse con ella, como si la naturaleza compartiese su dolor, ese que nunca se reparte, sino que se contagia. Y era tal la pureza de su llanto, que la piel que otrora se vestía con el moreno de la arena bañada por el mar, alcanzó una palidez digna del color de los cielos. Ya era tarde. Tras los truenos de odio y los rayos de impotencia lo único que permanece es la calma de la melancolía y el rumor del arrepentimiento. El viento, embravecido por lo vacío del ambiente, hizo que sus cabellos volaran libres, palomas de color caoba que, con la paz como anhelo, regresaban a la raíz de su pelo sin pena ni gloria. El frío calaba hasta los huesos. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Ignoraba si era por el temporal o por los recuerdos, pero lo cierto es que aquel torrente de emociones le congeló las piernas, más tarde el corazón y, por último, la mirada. El resultado fueron los ojos petrificados de una joven madre, que veía marcharse a sus hijos en el último tren hacia Auschwitz.

Los directores de la cultura

Cuando a uno le entra la vena cartesiana, se ve ante situaciones realmente grotescas, al no poder evitar cuestionarse los conceptos que se utilizan a su alrededor.

Me encontraba el otro día yo ojeando el periódico cuando me topé con una noticia en la que aparecía uno de los indignants afirmando, muy convencido él, que los tres derechos fundamentales de cualquier ciudadano eran la sanidad, la educación y la cultura.

Como el hábito es la llave que encierra los males, pues no hay mal que 100 años dure, pasé por alto el abuso del concepto «derecho», así como hice con el de las palabras sanidad y educación, cuyo maridaje con el término «derecho» se ha proclamado ya oficial.

Sin embargo, tuve que fruncir el ceño ante el supuesto derecho a la cultura. En primer lugar, me gustaría saber qué entendía ese muchacho por cultura. Como presumo que su ideario pertenecía al mainstream, concluyo que podría referirse a lo que popularmente se conoce como cultura, es decir, al connjnto de conocimientos científicos e históricos de los que se nutre la humanidad. Algo de cierto hay en esta definición, pero la verdad es que cultura, por etimología, es todo aquello que se cultiva, desde el conjunto de conocimientos que necesita el carpintero para realizar su profesión hasta los Pilares de la Tierra, pasando por el fútbol y la telebasura. Así, se habla de cultura española, cultura punk o cultura literaria.

Ciertamente, cuando se habla de derecho a la cultura, la pregunta que se extrae de lo anteriormente explicado es ¿a qué campo de la cultura? ¿A los partidos del Madrid, a los libros de Reverte o a las patadas al diccionario de Belén Esteban?

Como ven, cultura es todo lo que se aprende y por tanto está en el aire, de modo que si con derecho, el muchacho se refería a capacidad de acceso, estaba pidiendo algo que siempre ha existido, ya que el ser humano, por el mero hecho  de existir, cultiva, es decir, recibe la cultura. Para que me entiendan, sería como reclamar el derecho a respirar.

Me resulta inquietante, entonces, la idea de que alguien pueda determinar lo que es cultura y lo que no. En base a la falsa creencia de que debe existir un mecanismo que dicte la cultura y la distribuya, se creó el Ministerio de Cultura, que nos dice qué peliculas tenemos que ver, qué libros leer o qué directores subvencionar con el dinero de todos, o con el dinero de nadie, como diría una antigua titular de este entramado. Es una idea peligrosa, máxime cuando sus acciones suelen estar orientadas a la corrección política, la censura o el adoctrinamiento de la población. Todos los esfuerzos por destruir racionalmente está idea serán fácilmente rechazados, pues el estado siempre se inventará un derecho para justificar su presencia en cada resquicio de la sociedad. Si no me creen, pregúntense por qué no puedieron votar la ley Sinde o por qué la película Saw VI fue calificada de película X para que no pudiera entrar en los cines convencionales.

En defensa de la propiedad privada

El concepto de propiedad es inherente al ser humano desde el momento en que éste  es consciente de sí mismo, no ya como objeto, sino como sujeto, como elemento que necesita de otros para su subsistencia. Cuando el ser humano percibe los objetos de la realidad como medios para alcanzar sus objetivos, podemos hablar del inicio de la propiedad. Uno de los instrumentos que nos permite certificar esta realidad es el hecho de que todas las lenguas contienen la idea de propiedad y el pronombre posesivo. Como ven, hay algo que no se puede cuestionar y esto es el concepto de propiedad. El ser va unido estrechamente al tener, ya que, como expresión paralela a «Él es», podríamos utilizar «Él tiene el ser». La adjetivización en la lengua indica que los objetos tienen propiedades, por lo tanto, resulta inútil contradecir la evidencia ontológica de la propiedad.

Si bien es cierto que todos los pueblos han tenido cierto concepto de propiedad, éste se ha manifestado en múltiples formas:

Por ejemplo, en algunas tribus amerindias se compartían ciertos bienes entre toda la tribu de forma comunal, pero aun en estos casos existía el concepto de propiedad privada si consideramos a las tribus como individuos. Esos bienes pertenecían a una tribu en concreto y se la repartían entre ellos. Lo mismo ocurría con la tierra. Las diferentes tribus se repartían las tierras para organizar la caza adecuadamente. Por lo tanto, existía la propiedad como objeto exclusivo de un grupo.

En la edad contemporánea, el comunismo basó su idea principal en que la propiedad era común y el Estado se encargaba de velar por este orden. Aunque también podemos remontarnos a tiempos de Platón, donde el susodicho planteó en su obra La República un comunismo parecido al de Karl Marx. En ambos casos, al igual que en el amerindio, la propiedad pertenecía a algo, aunque fuera a un conjunto.

El tercer concepto es el que mantiene que pertenece a un solo individuo, a un particular y es la propiedad privada. Podríamos considerar la propiedad privada como la piedra angular de la sociedad occidental contemporánea. Desde muchos lugares se la ha cuestionado duramente porque se argumenta que el goce de una propiedad privada priva a los demás de tener acceso a ella. Pero la realidad es que la inteligencia y el conocimiento pueden lograr que todo el mundo disponga de los recursos básicos y la competencia entre las empresas hace que si por nuestra renta no podemos acceder a los productos más preciados, podamos acceder a unos de más baja calidad.

La propiedad privada, con todas sus luces y sus sombras, ha hecho funcionar de forma más eficiente a las sociedades que lo han aplicado y constituye el pilar de la civilización.

¿Cuál es la función que desempeña la propiedad privada en una sociedad libre? La propiedad privada es el principio de libertad individual, pues la libertad de elegir es la libertad de organizar nuestra propia vida y nadie negará que la mejor forma de organización social es aquella que parte  con mayor número de datos; la posesión o no de algo es un dato fundamental. Por ejemplo, si yo tengo dos vacas y un ternero para las próximas dos semanas, puedo organizar mi vida y mis decisiones en torno a esa realidad, mientras que si tengo que esperar a que los burócratas me informen de cuándo estará disponible mi ganado, no tendré una capacidad de maniobra fiable. La propiedad común es, pues, incertidumbre y desorganización. Para demostrar esto basta con mirar las listas de espera de la Seguridad Social o las largas colas para obtener comida en los países comunistas.

Además, la propiedad privada suele representar los logros individuales, tanto positivos, esto es, el trabajo, el esfuerzo, como los negativos, es decir, el latrocinio, la corrupción etc. Estos méritos no tienen por qué estar representados por el dinero, ya que los bienes materiales también son riqueza.

La envidia y el odio hacia el dinero nos han ofuscado la vista. En una buena proporción, el dinero y los bienes materiales que poseemos representan nuestro mérito personal, pues simbolizan el valor material que la sociedad ha ofrecido por nosotros. También los ladrones ven representadas en su riqueza sus malas obras.

Algunas cosas sobre la especulación

En sus inicios la filosofía se trataba de una especie de especulación científica para explicar el mundo. Los babilonios pensaban que la Tierra flotaba sobre el agua. Muchos griegos formulaban diversas teorías para explicar el mundo. Anaximandro dice que el principio de los entes es la «Physis», que no se explica fácilmente. Heráclito hablaba en cambio de un ser desconocido, «porque la naturaleza ama ocultarse». Sólo por citar algunos ejemplos. Desde hace algún tiempo la ciencia y  filosofía se han parecido un poco. Desde Aristóteles y su lógica, que después se usó y se transformó para ocuparse en la creación de computadores (lógica simbólica). El caso de Stephen Hawking es ejemplar porque el ya especuló sobre ciertas cosas que pasarían en el futuro por ejemplo en el supuesto de una nave con mucha velocidad viajara de vuelta a la Tierra (viajaría al futuro). Las distintas teorías de la física especulan por ejemplo sobre distintas dimensiones, en cierta forma no han probado nada porque desde el punto de vista empírico nadie la

s puede observar. Es la tecnología la que debería llegar a demostrar que existan mediante el método experimental. Finalmente quiero decir que algunas teorías matemáticas nisiquiera tienen aplicación en la realidad… y a como no tienen error en lo absoluto se sabe que estas teorías podrían tener aplicación en el futuro (así como la lógica deA.). Si bien es cierto que algunas de estas teorías no tienen aplicación en ningún campo humano, y tampoco se sabe bien como se relacionan estas con la realidad (independiente que sean ciertas) se dice que entran en el terreno de la especulación.

Homo religiosus

Religión deriva de la palabra latina religare, que ha dado lugar a la palabra española religar, cuya definición, proporcionada por la RAE, es la siguiente: «volver a atar; ceñir más estrechamente». Lo cual significa que, desde un punto de vista íntegro, sin anteojeras, la religión no es más que la adscripción de una persona a un determinado sentimiento, modo de proceder, forma de pensar o movimiento, de forma -quizá- no racional.

En este sentido, la religión es indispensable en el ser humano, para que éste se sienta vivo. Es decir, cualquier persona necesita estar «atada» a algo, ya sea al amor, al conocimiento, al consumismo, a la familia o a una combinación de ellos; en definitiva, una forma de generar razones para permanecer. Y es que, desde que el hombre es hombre, han existido los comportamientos religiosos, como no podía ser de otra forma. ¿Se imaginan ustedes, lectores, una vida sin sentido, sin sentirse adscrito a algo?

Lo que sí ha cambiado a lo largo de la historia es la forma en que la religión se ha manifestado. En la prehistoria, eran frecuentes las adoraciones a los muertos, dejando patente el trabazón entre los que perecieron y los que aún respiraban, y el dolor, la pérdida de una parte de sí mismos, la que los unía.

En el apogeo del cristianismo, se extendió la creencia en un Dios con inteligencia infinita que, tras la muerte, recompensaría al hombre según sus hazañas. Ya no hacía falta buscar la felicidad en este mundo, pues la dicha vendrá en el mundo ultraterreno; no merecía la pena reclamar por la justicia de uno mismo, pues pecadores serán castigados y justos serán pagados; no hacía falta intervenir, sino esperar, pues Dios cumplirá nuestros deseos.

Actualmente, el sentimiento religioso se ha trasladado a otros intersticios, donde el más representativo es el materialismo. Se trata de representar los valores espirituales en objetos. Comprar una determinada línea de ropa, para demostrar lo que soy o dejo de ser; utilizar tal o cual producto para satisfacer una necesidad efímera infinitas veces; acudir al médico, aumentando la calidad y cantidad de vida, con el objetivo de postergar la muerte un poco más.

No obstante, dado que podemos modificar la focalización de nuestra tendencia religiosa, lo más inteligente -desde mi punto de vista-, es utilizar la religión para el progreso o para nuestro beneficio. Por ejemplo, una buena forma de dar respuesta a la pregunta «¿por qué vivo?», será la de para ayudar a los demás y para aportar algo a la sociedad, mientras que, al mismo tiempo, cruzo el río de los recuerdos.

El ‘Big Bang’ social

Desde el origen de la vida, hace 5.000 millones de años, la evolución no ha interrumpido su ritmo, al igual que la voluntad de poder nietzscheana, ha ido contínuamente haciéndose más compleja, para subsistir. A pesar de que, a escala microscópica, todo es átomo, idéntico, en la escala en la que se encuentran nuestros sentidos, los átomos se organizan de tal forma que recrean variedad: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono, etc. A su vez, estos elementos químicos se vuelven a recombinar -al igual que los átomos- para formar moléculas: agua, glucosa, acidos nucleicos, aminoácidos, etc. Éstas, de la misma forma, producen macromoléculas como las proteínas o el DNA, el elemento constitutivo de todo ser vivo. Todos estos elementos forman una simbiosis perfecta, constituyendo el principal ladrillo de la vida: la célula. Ésta se une conjuntamente a otras células, formando órganos y conformando la biodiversidad del planeta Tierra. «Somos una comunidad andante de células», se atreve a repetir el conspicuo Eduardo Punset.

Pero la cosa no queda ahí. Extendiendo el mismo proceso de organización de la materia, este ser vivo o «comunidad andante de células» se une, asimismo, con sus iguales, estableciendo una red de relaciones sociales, que se da en numerosas especies. Por ejemplo, las hormigas son el mejor ejemplo que podemos tomar. Más de diez billones de insectos comunicados perfectamente entre sí, poseyendo incluso hasta un «estómago social», capacitándolos para ofrecer comida regurgitada a su igual.

Este proceso encuentra su cénit en el hombre. Los ladrillos del siguiente escalafón, el hombre, se unen, estableciendo complejísimas redes e instituciones (lenguaje, derecho, etc.). Se ocasiona así el último escalón conocido en la organización de la materia: sociedad. Como dije en las primeras líneas del post, la vida ha ido aumentando su complejidad exponencialmente, extendiéndose sin límite -de momento- por el planeta Tierra. Desde que se creó el primer aminoácido hace 2.700 millones de años ahora, la vida se ha multiplicado y complicado, así como la sociedad. El número de habitantes de hoy representa el 999 por mil del que contaba el mundo en el año 1700. Y todo apunta a que ese ritmo de crecimiento acelerado siga su curso. Pero no sólo importa el número, sino la implicación que la cantidad tiene sobre la calidad. En primer lugar, el aumento sin parangón de la población origina que más personas y mentes aportarán conocimientos, trabajo, opinión, puntos de vista a la sociedad; es decir, como sabemos que cada persona es única, a más población, más sociodiversidad.

Surgen nuevas disciplinas (biotecnología, biomimética, neuroeconomía, etc.), las existentes se perfeccionan, como el derecho o la economía. Como es lógico, a más litigios, más problemas jurisprudenciales se descubren, más se perfecciona el derecho. También, el lenguaje, se enrriquece con el uso del mismo o número de hablantes. Asimismo, en economía, a más población más complejo es el cuerpo social, y surgen nuevos fenómenos (estanflación, ciclos económicos, etc.) que, de otra suerte, no se darían. Además de la revolución en el conocimiento, emana de la sociodiversidad una mejora en la cantidad y calidad de vida. La esperanza de vida tampoco ha parado de crecer, pasando de los 30 años antes de la Primera Revolución Industrial, a los casi 90 en el presente. Como consecuencia del perfeccionamiento en el conocimiento y del aporte de más trabajo, aumenta la oferta de recursos, superando incluso a la demanda de los mismos, que dicho sea de paso, tampoco para de crecer. En definitiva, la sociodiversidad permite más y mejor vida (más y mejores recursos y precios más baratos), y allana el camino a futuras revoluciones que, tarde o temprano, se producirán.

Concluyo, por tanto, que la autoperfectiva vida avanza mediante la creación de mecanismos cada vez más complejos posibilitando la extensión de la misma por lugares cada vez más vastos. Por consiguiente, la cuestión de si se producirá o no tal expansión y complejidad, tanto de la vida como de la sociedad -que es una escala de la vida-, ya está dilucidada. Ahora nos queda preguntarnos: ¿Hacia qué dirección se dirige la evolución? ¿Cuál es el siguiente escalón? ¿Cuándo se producirá?

Teoría del involucionismo

Según Darwin, en el origen de las especies, «El resultado final es que todo ser tiende a perfeccionarse cada vez más en relación a sus condiciones. Este perfeccionamiento conduce inevitablemente al progreso». Es decir, la Selección Natural se encarga de adaptar a todos los seres vivos a las condiciones en las que se encuentran. Pero, esto no implica necesariamente -como Darwin afirmó- que este perfeccionamiento relativo a las circunstancias conduzca al progreso, sobre todo en el ser humano. Veamos por qué.

Antes, debo recordar que el trabajo de Charles Darwin se ha ido perfeccionando con el paso del tiempo (paréntesis darwiniano se le ha llamado a este perfeccionamiento). Hoy en día, en el ser humano, se consideran dos tipos de evolución: una, la que se produce en la especie, a lo largo de millones de años (evolución vertical); otra, la que se produce a lo largo de la vida de un individuo (evolución horizontal). La última (la que se produce durante la vida) es muy reciente, debido a que está sustentada en los últimos descubrimientos genéticos (epigenética), que ponen de manifiesto que el individuo tiene el poder de apagar o activar parte de su genética, a lo largo de su experiencia. Dicho eso, veámos porque la evolución no implica necesariamente el progreso absoluto.

En primer lugar, en un mundo globalizado, ya no importan tanto las circunstancias particulares. La revolución de los transportes y las comunicaciones han provocado que los aspectos incondicionados, libres de toda circunstancia, sean preponderantes. Actualmente, tenemos al alcance de la mano una radiografía de casi todos los pueblos del mundo, un análisis detallado de sus constumbres y de su manera de proceder. Y, como es natural, tendemos a compararnos continuamente con el mundo. Esto implica que tenemos un referente global con el que comparar un aspecto particular; es decir, podemos tomar un individuo cualquiera y ver el grado de adecuación con la humanidad.

En segundo lugar, la historiografía ha avanzado tanto que poseemos un espectro de conocimientos lo suficientemente amplio como para determinar las características esenciales del hombre. La historia nos proporciona un gran número de circunstancias particulares en las que el hombre ha vivido. Grecia, Roma, Egipto, Edad Media, Renacimiento, etc. Este hecho también nos proporciona un certero metrónomo con el que comparar a cualquier individuo. Así, sabremos si, en general, hemos superado a las civilizaciones antigüas o, en particular, si un individuo cualquiera, como Belén Esteban, es inferior a Leonardo Da Vinci.

Evolucionamos con respecto a nuestra experiencia, a nuestras circunstancias particulares; esto es, nos perfeccionamos con respecto a nuestro entorno. Ahora bien, ¿qué significado tiene en la evolución que el hombre tenga un concepto bien formado sobre sí mismo? Esto quiere decir que, aunque seamos pefectos relativamente a nuestro entorno, podemos tener una ligera idea si somos tan (o no tan) perfectos con respecto a la idea general del ser humano. Dicho de otra forma: siempre evolucionamos atendiendo a nuestras condiciones, como descubrió Darwin; pero no siempre evolucionamos atendiendo a lo general. Por tanto, la involución, al menos en el hombre, es posible.

Así, es posible que, en un período concreto de nuestra historia o en un lugar específico de nuestra geografía, se generen unas condiciones tan negativas, que respecto a las cuales el individuo tenga que adaptarse, al mismo tiempo que involuciona a en términos absolutos. O, de lo contrario, será imperfecto en sus circunstancias, pero no tan imperfecto con respecto al mundo.

Es importante aclarar que la evolución vertical y horizontal, la evolución de la especie y la del sujeto, son, a priori, independientes. Es decir, la evolución del individuo no está relacionada con la de la especie. Por tanto, la responsabilidad de la involución del hombre como especie no recae sobre nadie, ya que el único factor que influye en la misma es la condición a la que nuestra naturaleza debe de adaptarse. Por otra parte, la evolución del sujeto, durante su vida, es responsabilidad suya, ya que tiene la capacidad de elegir entre diferentes tipos de circunstancias. En última instancia, lo que afirmamos es que evolución horizontal y vertical no se solapan, ya que la evolución que se produce durante la vida se transfiere muy difícilmente a los descendientes (se resetea casi toda la información genética en los gametos).

Veámos unos cuantos ejemplos. En la evolución de la especie (vertical), puede provocarse un cambio radical en las condiciones ambientales que oblige a la genética de los seres a involucionar como especie, perfeccionándose en relación a esas condiciones. Por ejemplo, sabemos que un caso de involución como especie es la que se produjo en la extinción de los dinosaurios. Se cree que impactó un meteorito de grandes dimensiones y llenó la atmósfera varios años de polvo, impidiendo que la luz del Sol llegase a la superficie terrestre. En consecuencia, la vida tuvo que adaptarse a esas nuevas condiciones, involucionando. En la evolución del individuo, puede también producirse una involución. Imaginémonos el caso hipotético de que nace un bebé con capacidades intelectuales enormes, en un país africano y sus padres mueren al poco tiempo. El bebé no es estimulado lo suficiente y su cerebro, por adaptación, elimina aquellas neuronas que no son estimuladas. En consecuencia, el niño terminará siendo inteligentemente inferior a la media mundial.

Es evidente que nos adaptamos a las circunstancias, pero ésto no ha conducido inevitablemente al progreso.

Muchas veces, como individuos, podemos modificar, conscientemente, nuestra evolución como personas, al tomar decisiones. Estudiar o no estudiar, ingerir alcohol o no hacerlo, mantener «amigos» que me perjudican o no mantenerlos, hacer caso de los consejos de los expertos o no, comer sano o no, hacer deporte o no, etc. Esta es otra de las disyuntivas que se produce en la vida: «¿debo de adaptarme a tal circunstancia, aunque ello me reporte una involución de mi persona?».

Como fenómeno para que penséis sobre esto, os diré que el cerebro está reduciéndose cada vez más en el homo sapiens actual. ¿Es esto una evolución o una involución? Agradezco vuestras reflexiones.