¿Es el matrimonio homosexual un concepto erróneo?

Desde que en 2005 se aprobó en España la ley que permitiría casarse a personas del mismo sexo, ha reinado un debate en la sociedad española acerca de la idoneidad del término «matrimonio homosexual». Se han aducido motivos jurídicos, éticos y religiosos tanto a favor como en contra. También los lingüistas han abordado la cuestión desde un punto de vista etimológico. Yo mismo escribí un artículo hace tres años criticando el uso del término matrimonio en este contexto. Vuelvo en el presente artículo sobre mis pasos para puntualizar una serie de aspectos fundamentales y concluir que el concepto de «matrimonio homosexual» no viola ninguna ley de la lengua.

Antes de empezar, quiero dejar claro que aquí se hace un análisis puramente lingüístico del tema. Lo que opine yo en otras esferas de análisis es completamente irrelevante y, por otro lado, de sobra conocido entre quienes me leen y me tratan a diario.

Hecha esta aclaración, vuelvo a destacar los problemas etimológicos en que incurriría el término «matrimonio» aplicado en este contexto. Matrimonio se deriva de los étimos latinos matris, genitivo de mater (madre) y munium (función, cuidado, ya que se consideraba que el mayor esfuerzo de la pareja a la hora del cuidado de los niños recaía en la madre), por lo tanto, la función de la madre inevitablemente descarta una relación de dos hombres, en la que no hay madre, cosa que no funcionaría de la misma forma si se tratase de dos mujeres, relación en la que sí puede haber una madre.

En cuanto a su aplicación en la realidad, el término matrimonio es una figura del derecho romano con la que un hombre podía trasmitir su patrimonio a sus descendientes directos.

La palabra continuó utilizándose en el derecho medieval ya desde una óptica cristiana, en el sentido de la unión eterna de un hombre y una mujer ante Dios. En el siglo XIII, Alfonso X escribió las Siete Partidas, un conjunto de normas con las que intentó darle uniformidad jurídica a todo el reino de Castilla. En una de estas partidas, se encuentra una referencia etimológica bastante interesante:

«Matris y munium son dos palabras del latín de que tomó nombre matrimonio, que quiere tanto decir en romance como oficio de madre. Y la razón de por qué llaman matrimonio al casamiento y no patrimonio es esta: porque la madre sufre mayores trabajos con los hijos que no el padre, pues comoquiera que el padre los engendre, la madre sufre gran embargo con ellos mientras que los trae en el vientre, y sufre muy grandes dolores cuando ha de parir y después que son nacidos, lleva muy grandes trabajos en criarlos ella por sí misma, y además de esto, porque los hijos, mientras que son pequeños, más necesitan la ayuda de la madre que del padre. Y porque todas estas razones sobredichas caen a la madre hacer y no al padre, por ello es llamado matrimonio y no patrimonio«.

Hasta ahora hemos podido ver las objeciones etimológicas e históricas que podría tener el matrimonio homosexual. Sin embargo, la lingüística ha de tener muy presente que, en un buen número de casos, los hablantes no respetan el origen etimológico de los términos que utilizan y las palabras comienzan a abarcar nuevos sentidos que se alejan del inicial. Los ejemplos en nuestra lengua son abundantísimos. Así, la palabra «histeria» significa literalmente «relativo al útero», pues cuando surgió el concepto, las creencias de la época atribuían el comportamiento histérico exclusivamente a las mujeres. Con el tiempo, la evolución de la psicología demostró que la histeria era un fenómeno que bien podía darse igualmente en hombres. Sin embargo, se continúa utilizando la palabra «histérico» para referirse a hombres con dicho trastorno y no ha ocurrido ninguna catástrofe.

Vemos que uno de los significados se ha alejado de su sentido inicial. Pero esa es la naturaleza de la lengua: el dinamismo. Construimos nuestro lenguaje a partir de analogías con el mundo que percibimos; nuestro conocimiento de la realidad se amplía y modifica constantemente y con él la variedad de metáforas y acepciones de cada palabra. Un ratón era hasta hace pocos años un roedor; desde la llegada de los ordenadores, se incorporó la acepción del aparato que mueve el cursor por la pantalla.

El matrimonio homosexual es una realidad jurídica en cada vez más estados y la flexibilidad semántica del término «matrimonio» ha extendido su significado a una nueva realidad social. Un concepto harto conocido en la lingüística es el de la motivación. Los hablantes creamos palabras porque nuestro entorno nos crea necesidades constantes. De esta forma, los esquimales tienen más de 20 palabras para designar a la nieve porque su entorno se lo exige. O, si no inventamos una nueva palabra, añadimos un nuevo sentido a una palabra ya existente.  El matrimonio homosexual es una nueva realidad y, como tal, ha encontrado su designación en una palabra que ya existía previamente. Nada nuevo bajo el sol.

Los torquemadas y el desprecio por el contexto

Nos guste o no, en todas las sociedades existen colectivos que, por una razón o por otra, viven con más dificultades, son excluidos social y laboralmente y tienen que cargar sobre sus hombros con terribles lacras. Con la llegada de la corrección política, en un intento de acallar las voces de la mala conciencia y de ocultar los problemas, amplios sectores de los grupos sociales imperantes han tratado de sustituir las palabras que designan a estos colectivos por otras que consideran neutrales y, por tanto, no ofenden a quienes designan. Sin embargo, resultan de este intento palabras vacías, carentes de coherencia conceptual y que hilan un discurso inabordable por lo vacuo de su significado.

Sin embargo, estas teorías acerca del lenguaje no han quedado relegadas a los círculos políticos y universitarios de donde surgieron, sino que han conseguido hacerse un hueco en el discurso de muchas personas. Tal es el caso que algunas editoriales están empezando a sustituir palabras que consideran ofensivas por otras aprobadas por la corrección política. Valga como ejemplo la conocida obra de Mark Twain Las aventuras de Huckelberry Finn. En ella, la palabra “nigger” aparece en más de 200 ocasiones. Hace dos años, la editorial Newsouth books decidió volver a publicar el libro sustituyendo “nigger” por “esclavo”.  La razón que se esgrimió fue que el término «nigger» es peyorativo y podía herir las sensibilidades de la población negra.

Sin embargo, las palabras no son las que hieren, sino el contexto en el que se pronuncian. Así, cuando los miembros del ku-klux-klan golpeaban a los negros a grito de “nigger”, podemos hablar de un contexto racista, y por tanto de un uso racista de la palabra. En cambio, cuando dos chavales negros se encuentra en el Bronx y se llaman “nigger” el uno al otro, estamos ante un contexto cordial y amistoso, por lo que la palabra pierde su connotación racista.

Lo mismo ocurre con la palabra “maricón” en español. Si un grupo de skinheads apalea a un travesti a gritos de “maricón”, se hace un uso homófobo. Pero yo he asistido a contextos en los que dos amigos homosexuales se han dicho “¿qué dices, maricón?” con una intención totalmente cariñosa, por lo tanto la palabra “maricón” no es homófoba per se.

Pese a la evidencia de estos hechos, sigue creciendo el número de personas que favorece la censura del lenguaje y toma los conceptos desde la entelequia de una generalidad que no existe. Las palabras no toman vida aisladas, sino unidas a un contexto que las hace válidas, por lo tanto es al caso concreto a lo que tenemos que atender para formarnos una idea de las cosas.

Las razones que llevan a censurar las palabras son esencialmente dos: por un lado, la existencia de ciertas realidades desagradables, como la pobreza, el racismo, la violencia, lleva a muchas personas a escudarse tras la aparente neutralidad de un término para ignorar la realidad. Sin embargo, esto sólo oculta la realidad en el aspecto psicológico, para ahuyentar los sentimientos de culpa, pero no hace desaparecer las realidades incómodas. Así, los nuevos eufemismos adquieren las cualidades negativas que en principio neutralizaban, como ocurrió con asilo de ancianos, que primero se transformó en hogares de la tercera edad y más tarde en centros de mayores.

Por otro lado, estas tendencias provienen, a mi juicio, de dar respuestas equivocadas a preguntas equivocadas. Se pregunta: ¿Qué opina usted de las drogas? ¿Es usted de izquierdas o de derechas? La trampa de estas preguntas radica en su simpleza. Cuando concebimos las palabras de manera aislada, la única información que tenemos de ellas es una imagen mental, estereotipada y centrada en la estética que produce, como toda imagen. Esta realidad incapacita al sujeto a la hora de profundizar en las cuestiones, pues su única herramienta analítica es la emoción que le induce la imagen evocada.

Ahora los torquemadas del lenguaje apuntan con el dedo a quienes utilizan un lenguaje desnudo y los acusan de racistas, homófobos y machistas, de no cubrir las partes pudendas con el ropaje de la autocensura. ¿Cambiarán la hoguera por un tachón en nuestras producciones? ¿Volverá a causar espanto la desnudez, lo natural y la realidad de las cosas?

Relato-Dibujo (Francisco Gómez y Claudia Repiso)

– Espérate en la puerta, Frasquita.
– ¿Para qué?
– Espera, pronto lo sabrás.
Se escucha un golpe, luego, tres seguidos. Es la seña del cambio de guardia, en ese momento se abren las puertas para que entre el relevo.
Un hombre sale corriendo hacia afuera, se funde en un abrazo y centenares de besos con mujer y su hija, recién nacida, a la que acaba de conocer. Justo detrás de ellos la mirada atónita del resto de los presos y militares encargados de la seguridad de la cárcel. Con el semblante sereno vuelve sobre sus pasos hasta su celda.
No era la hora del cambio de guardia. Aquél hombre había descubierto la clave para abrazar a su hija. Nunca se tomaron represalias por un acto tan humano.

Los días y las noches

Recuerdo que hace unos años, durante mi último curso de la ESO, asistí a una conferencia feminista que versaba sobre las diferencias que la cultura impone a ambos sexos. Aunque el tema central pertenecía al ámbito de la sociología, se abordaron diversas cuestiones relacionadas con la lingüística. Por aquel entonces no reunía el conocimiento necesario para rebatir las teorías que allí se defendían, si bien es cierto que recibí la charla con un elevado grado de escepticismo. Sólo con el paso del tiempo y, tras estudiar a algunos de los principales lingüistas, logré comprender los mecanismos de la lengua y darme cuenta de que mi instinto escéptico se hallaba en lo cierto. En el presente artículo me gustaría poner de relieve algunas de las cuestiones tratadas allí para señalar sus principales defectos teóricos. Toda la conferencia giró en torno a la idea de cómo, a pesar de los avances alcanzados en materia de igualdad, nuestra sociedad continúa siendo profundamente machista. Como ya he apuntado anteriormente, este es un tema que pertenece a la sociología y, por tanto, no forma parte del objetivo de este artículo.
En lo relativo a la lingüística, las ponentes sostenían que:
–    La lengua española, debido a su uso del masculino genérico, discrimina a la mujer y la invisibiliza a los ojos del hablante.
–    La lengua perpetúa esta concepción machista de la realidad dado que es la propia estructura de la lengua la que obliga a los hablantes a tener esa concepción de la realidad.

A continuación trataré de explicar por qué son falsas estas posturas. En primer lugar, cuando se les pide a los defensores de la primera afirmación una solución al problema del masculino genérico, la respuesta con la que nos solemos encontrar es la de utilizar los dos géneros (ciudadanos y ciudadanas, diputados y diputadas, etc.). Sin embargo, esta solución viola una de las características fundamentales de la lengua, que es la economía.
Existe una tendencia en los hablantes a reducir el número de palabras de una oración con el fin de conseguir expresar el máximo de contenido en el menor tiempo posible. Ejemplos de esta tendencia los encontramos frecuentemente en la lengua: las abreviaturas, las siglas, etc. Por tanto, cualquier mecanismo que no respete el principio de economía será rechazado rápidamente por los hablantes. Prueba de ello es que nadie utiliza estas fórmulas, salvo cuando se siente obligado por la presión social. (No es de extrañar que este uso haya quedado relegado al lenguaje político y periodístico)
La segunda razón que me gustaría argüir parte de una explicación del uso del masculino genérico. Si atendemos a las teorías estructuralistas,  el lenguaje se concibe como un sistema con cuatro principios fundamentales: principio de funcionalidad, principio de oposición, principio de sistematicidad y principio de neutralidad. El que nos interesa aquí, el de oposición, afirma que el sistema de la lengua se sustenta en base a una serie de oposiciones. Inicialmente, esta idea se aplicó en el ámbito de la fonología. Se analizan los diferentes componentes de varios fonemas y, dependiendo del número de rasgos que compartan, se parecerán en mayor o menor grado. Por ejemplo, elijamos los fonemas /b/ y /p/. Ambos son bilabiales, pero lo que los hace ser diferentes es la sonoridad; /b/ es un fonema sonoro, mientras que /p/ es sordo. Sin embargo, existen casos en los que las diferencias de estos fonemas son irrelevantes y se produce lo que en fonología se conoce como “neutralización”, es decir, los rasgos distintivos se neutralizan. Por ejemplo, en la palabra “apto”, la posición de la “p” neutraliza el rasgo de sonoridad, surgiendo así un “archifonema”, esto es, la neutralización de esos rasgos distintivos.
Más tarde, estos mismos conceptos se aplicaron en el ámbito de la semántica. En lugar de analizar fonemas, se analizaban palabras. De ellas se extraían unos rasgos distintivos, pero, de nuevo, en algunos casos ese uso se neutralizaba. Por ejemplo, está claro que existen rasgos distintivos entre las palabras “día” y “noche”. Sin embargo, en determinados contextos, se puede utilizar una de esas dos palabras de forma que abarque también el significado de la otra, verbigracia, “Estuve estudiando todo el día”; la palabra “día” en este contexto bien puede abarcar el significado de “noche”. En este caso, se dice que “día” es un archilexema.
Después de este recorrido por las teorías estructuralistas, llegamos al punto clave del argumento que quería esgrimir. Si aplicamos esta misma teoría a la morfología, llegamos a los morfemas “o” y “a” que, por lo general, se utilizan en español para marcar el masculino y el femenino. Así, llamamos “ciudadanos” a los varones y “ciudadanas” a las féminas. En cambio, existen casos en los que este uso se neutraliza, por ejemplo, cuando nos dirigimos a una audiencia en la que hay representantes de ambos sexos. El español resuelve esta cuestión con el masculino genérico, es decir, un masculino que, desprovisto de sus rasgos de masculinidad, sirve tanto para referirse a hombres como a mujeres. A esto se le llama “archimorfema”. Por lo tanto, se podría decir que el uso de “ciudadanos y ciudadanas” tendría el mismo sentido lingüístico que decir “Estuve estudiando todo el día y toda la noche”. Para los ojos de muchos, entre los que me incluyo, el empleo de cualquiera de estas fórmulas resulta cuanto menos ridículo, pues no es más que una repetición de lo que la lengua ya se ha encargado de matizar.
El segundo punto de este artículo es una contra-argumentación a la teoría que sostiene que la estructura de las lenguas perpetúa las diferencias entre hombres y mujeres. Dicha tesis pertenece a un movimiento antropológico llamado “relativismo lingüístico”. Este afirma que la estructura de las lenguas moldea el pensamiento de los hablantes de modo que dos individuos que hablan dos lenguas distintas se hallan en dos mundos diferentes. De lo cual, las ponentes dedujeron que si una sociedad es machista se debe al uso machista de la lengua.
Esta idea es radicalmente falsa, pues se ha comprobado que en ciertas lenguas indígenas se emplea el “femenino genérico” y, sin embargo, la estructura de la sociedad es completamente patriarcal.
Uno de los razonamientos que empleaban las feministas era el hecho de que existieran tantos términos para un mismo referente: prostituta (meretriz, puta, furcia, zorra, etc.). Esta realidad, según ellas, les proporcionaba a los hablantes esa visión de las mujeres. Un buen argumento que hace cojear esta tesis del relativismo lingüístico es la noción de “fosilización lingüística”. Esta asegura que no existe una correlación directa entre el vocabulario de una lengua y la concepción cultural de las palabras. En cualquier caso, esta motivación únicamente existiría en el mismo momento en que se crea la palabra, pero no necesariamente después. Pongamos varios ejemplos: la palabra “histérico” proviene del griego ὑστερικός, que significa “relativo al útero”. Se le dio este nombre porque se pensaba que la histeria era algo exclusivamente femenino. Con el paso del tiempo, a finales del siglo XIX, el Dr. Freud descubrió que también se daban casos de histeria entre varones, sin embargo, se mantuvo el mismo término que hacía referencia únicamente a la mujer. En la actualidad, pocas personas conservan el prejuicio de que sólo las mujeres pueden sufrir de histeria. Si las tesis del relativismo lingüístico fuesen ciertas, todos los hablantes seguirían manteniendo ese cliché.
Otra palabra que podemos utilizar como ejemplo es “átomo”, que significa “que no se puede dividir”. Este término se acuñó en un tiempo en el que se creía que el átomo no podía dividirse en partes más pequeñas, con lo cual, podemos afirmar que sí había motivación entre el significado y el significante. Más tarde, se descubrió que el átomo sí podía dividirse, sin embargo, el término siguió siendo utilizado por los expertos, los cuales “fosilizaron” ese significado original.
Finalmente, me gustaría añadir la conclusión de que la lengua es un ser vivo que se halla en constante cambio y que los prejuicios, los clichés y la discriminación pertenecen a la sociedad y la cultura y sólo se pueden modificar a través de estos, por lo tanto, de su estudio han de encargarse la sociología y la antropología. La lengua es sólo el instrumento que utilizamos para la comunicación de esas ideas que la cultura nos ha metido en la cabeza. Nada más.

Demasiadas lágrimas – Claudia Repiso y Daniel Soler (dibujo y minirrelato)

 

Se encontraba cansada, y sin embargo no le pesaban los párpados. Las cataratas de tristeza que fluían por sus brillantes ojos azules solo eran otra gota de agua que se perdía en los mares de la historia. La lluvia, que caía ahora con más fuerza que nunca, parecía reproducir una pequeña alegoría del valle de lágrimas que estaba atravesando. Sentía como si de repente el universo hubiera conseguido conectarse con ella, como si la naturaleza compartiese su dolor, ese que nunca se reparte, sino que se contagia. Y era tal la pureza de su llanto, que la piel que otrora se vestía con el moreno de la arena bañada por el mar, alcanzó una palidez digna del color de los cielos. Ya era tarde. Tras los truenos de odio y los rayos de impotencia lo único que permanece es la calma de la melancolía y el rumor del arrepentimiento. El viento, embravecido por lo vacío del ambiente, hizo que sus cabellos volaran libres, palomas de color caoba que, con la paz como anhelo, regresaban a la raíz de su pelo sin pena ni gloria. El frío calaba hasta los huesos. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Ignoraba si era por el temporal o por los recuerdos, pero lo cierto es que aquel torrente de emociones le congeló las piernas, más tarde el corazón y, por último, la mirada. El resultado fueron los ojos petrificados de una joven madre, que veía marcharse a sus hijos en el último tren hacia Auschwitz.

Idiomas al alcance de la mano


Suelo comentar con mis amigos que fueron los idiomas los que salvaron mi capacidad intelectual allá por el invierno de 2007. Fue entonces cuando pude entrar en contacto con el inglés, pero no el que nos enseñaban en la famélica LOGSE, sino el inglés  de verdad, el que se aprende con todas sus consecuencias neurológicas, el que predispone la mente para la adquisición fluida de nuevas lenguas.

Por aquellas fechas comencé a interesarme más por la etimología, lo que llegó a su cénit mientras cursaba latín y griego. Quedé encantado por la forma en que se formaban las gramáticas al establecer analogías entre el español, mi lengua materna, y un inglés que poco a poco me recibía en su comunidad de hablantes. Si bien es verdad que mientras daba mis primeros pasos, me encontré con los obstáculos habituales, lo cierto es que a los ojos de los demás mi nivel era imparable lo que, para qué ocultarlo, me cosechó a la postre ciertas envidias en la sombra, pero también unas mucho más nobles y valiosas felicitaciones.

El culmen de esta fase se dio cuando hace unos meses me matriculé en Traducción e Interpretación, carrera con la que me siento realmente cómodo y que tiene la benevolencia de dejarme tiempo para mi amada escritura.

Como sé que existen grandes prejuicios contra las lenguas, especialmente entre mis compatriotas, me he decidido a explicar en este artículo las bases que considero hay que tener en cuenta para no rendirse con los idiomas.

Es vox populi el bajo nivel que tenemos los españoles en idiomas. En mi opinión esto se debe fundamentalmente a dos razones:

En primer lugar, a la falta de tradición. Si le realizamos una radiografía lingüística al pueblo español, podemos detectar una historia prácticamente monolingüe, si exceptuamos Cataluña, Euskadi y Galicia. Esto no quiere decir que en España no hayan existido otros idiomas. Por supuesto que no. Hemos tenido lenguas germánicas, el árabe tuvo una gran importancia. Pero el pueblo español sólo habló una de las lenguas existentes.

Durante siglos los españoles vivimos con escasas conexiones al exterior y se nos cerró el acceso a las ideas europeas y con ellas también a las lenguas que las portaban. Sólo el francés penetró ligeramente la frontera y aun así su influencia se tradujo en meros galicismos.

Y en segundo lugar, el espíritu del «que inventen ellos», que se deriva del aislamiento fruto de cientos de años. Esta vagancia intelectual y este paternalismo nos privan de ser emprendedores y de buscarnos el futuro en tierras lejanas. Tan sólo en los últimos años se está registrando una emigración española de forma voluntaria, lo del franquismo fue, a todas luces, una emigración a la desesperada.

La razón de ser de esta aclaración es la de demostrar que no existen ningún pueblo físicamente incapacitado para los idiomas. El cerebro está preparado para aprender varias lenguas desde que desarrollamos nuestra capacidad lingüística. Para ilustrar esta idea me voy a valer de un sencillo ejemplo. Imaginemos que una mujer alemana y un hombre español tienen un hijo y lo educan en el Reino Unido y los padres le hablan en su respectiva lengua materna. Cuando el niño alcance cierta edad podrá hablar fluidamente alemán, español e inglés. Al principio se dará un periodo en el que mezclará los idiomas, pero una vez transcurrida esta crisis dominará los tres idiomas sin complicación.

A continuación, voy a hablar de los principales obstáculos que encuentra el hablante monolingüe al enfrentar una lengua extranjera.

En primer lugar, me gustaría manifestar mi preocupación por el dominio de la lengua base. En casi la totalidad de las ocasiones, se presupone un control firme de la lengua materna, y es éste el primer obstáculo con el que se encuentra el estudiante. Cuando no se tiene un profundo conocimiento de la lengua base, es decir, del sentido de lo que es una lengua, nuestro cerebro se topa con un buen número de dificultades porque sería como tratar de aprender a hablar a una edad ya tardía y de forma artificial.

El actual sistema de enseñanza de inglés presenta la misma patología que el resto de asignaturas.  Y es que se trata de enseñar a través de un atracón de hechos y fechas que se acaban vomitando en el examen, para después olvidarlo todo. Así no funcionan las lenguas. Al igual que en las matemáticas, en las gramáticas se va partiendo de axiomas para llegar a estructuras cada vez más complejas, de modo que si se olvida la base, no se puede seguir avanzando.

Los siguientes obstáculos guardan estrecha relación con el individuo:

Existe una especie de complejo de inferioridad cuando aprendemos una lengua. Esto se debe a que nos sentimos extranjeros ya que no pronunciamos bien, no entendemos a nuestros interlocutores y las lenguas se convierten en la antípodas de los cigarrillos; unas fáciles de dejar y otros de los que es difícil desprenderse. Sirva, pues, este artículo de nicotina lingüística. A los emprendedores les digo que actualmente hablo tres lenguas y sé lo que es atravesar ese barrizal.

Muchas veces alcanzamos cierto nivel en un idioma y nos estancamos durante un tiempo. Entonces caemos en el grave error de pensar que en esa posición se ha establecido nuestro límite. Pero nada más lejos de la realidad. Estas crisis precisamente nos indican que se ha alcanzado el nivel medio, a partir del cual se avanza por saltos; de repente un día nos levantamos y vemos que hemos mejorado.

El mayor fantasma para los idiomas es la timidez. El miedo a que los demás se rían de nuestro acento. Debemos comprender que el cerebro tiene que acostumbrarse a ciertos movimientos. ¿Acaso no somos torpes la primera vez que practicamos un deporte? Pues el sistema fonador funciona del mismo modo. Los nuevos movimientos tienen que llegar al cerebelo para ser naturalizados. Por eso es de suma importancia exagerar los sonidos al principio, por muy ridículos que nos sintamos.

Mi breve experiencia en este mundillo me ha dado ciertas lecciones que les ofrezco aquí a modo de consejo.

Como las lenguas se estudian desde varios aspectos, voy a dividirlos en tres: Fonética, léxico y gramática.

La fonética: para aprender a pronunciar y entender las palabras la clave está en la repetición. La grabadora se nos revela como una herramienta bastante util para esta tarea ya que nos permite observar los fallos y la mejora. Escuchar música y ver películas en versión original son hasta ahora las mejores ideas para agudizar nuestra audición. Por un lado nos abre la mente a nuevos sonidos; por otro, ¿quién no prefiere escuchar la auténtica voz de Marlon Brando?

La piedra angular de una lengua es su léxico. Su aprendizaje debe partir de aquí, pues el vocabulario es la base de todo. Con conceptos aislados se puede expresar más información de la que creemos. Una de las mejores técnicas de memorización léxica es la que introdujo en España el mentalista Ramón Campayo y se basa en la asociación inverosimil, esto es, observamos una palabra extranjera y rápidamente la relacionamos con una palabra de nuestra lengua materna que suene igual. Nuestra tarea ahora será asociar esas palabras a traves de un pequeño juego de imaginación. Hagamos la prueba. Vamos a elegir la palabra alemana Liebe, que significa amor. Lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿qué palabras españolas me sugiere Liebe? A mí por ejemplo se me ocurren dos: lavar y leve. Podemos imaginar a una pareja en la que el chico se ha hecho unas heridas leves y su novia lo lava para cuidarlo. Et voilà, ya hemos memorizado una palabra más. De este modo no hay palabra que se nos pueda olvidar, ¡por muy alemana que sea!

Por último tenemos la gramática. El método más eficaz que hasta ahora he encontrado ha sido estudiar una teoría y practicarla hasta que el cerebro se acomode a tal estructura. No obstante, cada individuo debe conocer sus técnicas de estudio más eficientes y adaptarlas a la materia estudiada.

Como ven, aprender un idioma no supone una empresa tan pedregosa como la pintan. A partir de la segunda lengua extranjera aprendida, el cerebro se expande, por tanto, la próxima lengua se convertirá en un paseo de lo más sugestivo.

La vida no se ve

Darío Alba era ledo, soñador y estaba lleno de vida hasta que un maldito día fuimos todos los amigos juntos  a ver la película “American Graffity” sobre el paso del tiempo, desde ese día, ya no fue el mismo, su carácter se afligió, escuchaba con profunda atención -antes apenas nos oía- y su inteligencia se había acentuado gravemente, parecía como si el tiempo lo erosionase con más rapidez que a nadie. ¿Te pasa algo, Darío? -pregunté- Pero no supo qué decir, estaba seguro que él sabía exactamente la respuesta, aunque me temía que no iba a comprender su situación. Pero ahora que he descubierto sus últimas palabras…

Desde aquel día, conocí el dolor más traicionero, la verdad. Viajaba cada vez más desaforadamente desde mi cama a los lugares más recónditos y oscuros que cada vez se hacían más dolorosos, más reales. Mi abulia se incrementaba con cada oscuridad iluminada, con cada vistazo a la mentirosa vida la que, a cambio de vivir, nos ofrecía unas suculentas mentiras.

Este periplo me despojó de lo más preciado: las viejas amistades, me distanció de los mortales y me acercó a la muerte. En uno de mis últimos viajes, toqué fondo: me vi reflejado en el agua de aquella cueva abrupta de la psique, me descubrí. Aquí fue cuando sentí la autodestrucción, el corazón me dio el vuelco más grande que logro recordar y el pánico invadió ansiosamente mis venas. Intenté salir de aquella cueva, volver al punto de partida y destruir lo que me llevó hasta allí. Pero ya era demasiado tarde…, verme realmente era como mirar a la Gorgona Medusa a los ojos: quedé petrificado, muerto en vida. Al menos, tengo la esperanza de que la conciencia me deje llevarme el secreto a la tumba…