¿Quiénes son las fieras, nosotros o ellos?

Últimamente han reaparecido las famosas noticias sobre los ataques asesinos de los perros, en todos los medios de comunicación. Tantos ataques, tantos muertos, tantos heridos, tantos miedos, tantos perjuicios para la sociedad que el can canis ha causado a la sociedad. En mi opinión, la culpa no es del perro porque no es consciente de lo que hace y, sobre todo, su naturaleza es agresiva. Los humanos que conocemos esto y no hacemos nada para evitarlo merecemos recibir todos los ataques dañinos de todos los perros peligrosos al mismo tiempo; por otro lado, los humanos que no conocemos esto poseemos una ignorancia vencible, somos responsables de nuestra ignorancia y, por encima de todo, de nuestra falta de circunspección.

Un erudito sobre comportamiento animal y experto en perros afirmó que las razas peligrosas han sido creadas por el hombre, para luchar contra animales mucho más grandes que él como podría ser un toro. ¿Cómo puede el hombre entrometerse en la Naturaleza para empeorarla? ¿Cómo pueden crearse animales de pelea? ¿Por qué estos animales, hechos para matar, se venden al público como si fuera algo normal? ¿Por qué el público los compra? Me consta que tener una raza peligrosa en casa aumenta el prestigio del dueño, generalmente, esto es así entre los adolescentes que intentan ahorrar para «presumir de perro». Cabe añadir que hay canciones y chistes populares que reflejan esta actitud en la sociedad. A mí, sencillamente, todo esto me parece absurdo y que hemos llegado al punto de «jugar» con la Naturaleza: ya no sólo se presume de coche o de casa, ahora también lo hacemos con animales, como si fuera un objeto más de nuestra propiedad.

Una fiera en domicilio.

Si ya el hecho de crear una raza agresiva para luchar contra animales es inmoral, aún peor es que tal raza no se solaze en el ambiente para el que fue creado, sino que se tenga por animal «doméstico». Desde aquí quiero contestar a todos los ignorantes vencibles en la cuestión de tenencia de perros peligrosos. He comprobado que la mayoría de los dueños de esos perros creen que el problema está en los que «educan» al perro. Contestación: la mayoría de los animales no tienen educación, nacen con instintos que no pueden modificarse y responden siempre de la misma forma ante el mismo estímulo. La única competencia del dueño es no favorecer los estímulos que inciten al perro al ataque (presencia de infantes, de personas con miedo, …). Para nutrir esta afirmación, sirva este ejemplo: un bebé vomitó encima la comida y el padre estaba alejado; el perro olió a comida e, instintivamente, comenzó a morder al pequeño. Quiero decir con estas palabras que, mientras haya perros peligrosos en los domicilios, continuarán produciéndose este tipo de ataques.

En el momento que una persona posee un perro asesino, por naturaleza, en casa el conjunto de personas que rodean al perro están en peligro (de extinción). Por ejemplo, hace unos días, paseando por la calle, observé la siguiente escena: en primer plano un cartel que decía «perros no»; en segundo plano, al fondo un perro tipo pitbull entre unos setos observando detenidamente a un niño pequeño (de unos 4 años). Escenas como ésta abundan y después, observo en la televisión lamentos y sollozos de personas irresponsables.

Algo deben hacer los legisladores. La libertad está muy bien, pero el anchocastillismo tiene perjuicios irreparables. No sólo en el tema de los perros, asimismo también debe analizarse la tenencia de todos los animales peligrosos (serpientes, tigres, leones, osos, …) que conviven en algunas casas. ¿No es un atentado contra los demás ciudadanos tener un animal peligroso? ¿No es un atentado contra la Naturaleza el crear especies dañinas? ¿No es otro atentado modificar el hábitat vital de cada especie animal? En definitiva: las leyes están obsoletas con respecto a la realidad canina. No basta con la obligatoriedad de poner el bozal, hay que prohibir la venta de esos animales.

Precisamente, ayer tuve la ocasión de ver un reportaje ampliado sobre los animales peligrosos en los hogares titulado «La casa de las fieras». En este espacio televisivo, pude comprobar una convicción que, para mí, ya es una sentencia inscrita en mi ser: el ser humano es mucho más peligroso que cualquier otro sistema biológico.

Particularmente, una señora tenía un total de ocho perros peligrosos en su casa, conviviendo con un bebé recién nacido. La señora tuvo la valentía (y yo de escucharla) de espetar que es «totalmente compatible la convivencia de perros peligrosos con infantes». Pero, esto no es todo: «me tuve que cambiar de residencia porque los vecinos no lo entendían. Bueno… no todo el mundo entiende y respeta a los demás» Se pueden hacer muchos análisis, extraer muchas conclusiones y colegir información de esas palabras; pero, más allá de todo eso, es indignante y deplorable que actitudes como las de semejante señora puedan permitirse.

En resolución: la única vía para eliminar los perjuicios del perro es: primero, no crear razas preligrosas y, segundo, no entremezclar la convivencia de animales peligrosos con los humanos que, con su inconsciencia, terminan acrecentando el peligro para todo ser que se acerque.

El «arte» del toreo

He comentado varias veces lo perjudicial que puede ser la cultura específica como la de un país, pueblo o región. No digo que toda cultura específica sea perjudicial sino que puede ser tanto beneficiosa como perjudicial. Hoy les traigo un ejemplo de los estragos que pueden causar determinadas costumbres culturales que conforman la descultura de un país, me refiero al mundo taurino.

La tauromaquia se define como el arte de lidiar todos, a mi me gustaría matizar que todo lo que lleve la palabra arte no es beneficioso. Precisamente el arte se define como la habilidad en un determinado ámbito, a mi modo de ver, se debería de diferenciar el arte perjudicial como el toreo y el arte beneficioso como la poesía o la pintura ya que, al englobarlas todas en una misma palabra, se generalizan dos cosas muy distintas. Es indiscutible que hay que tener una gran preparación tanto física como mental para lidiar toros pero esto no deja de convertir al toreo en una actividad despreciable. De igual modo, hay que ser muy inteligente y tener habilidad para planear un asesinato o convencer a una población del momo en que Adolf Hitler lo hizo, pero esta preparación y/o inteligencia no atenúa las acciones violentas. Es más, desde mi punto de vista debería ser considerado como un agravante.

Científicamente, se ha demostrado que no hay tantas diferencias entre las personas y los animales y, como comenté en mi anterior entrada, la gran diferencia entre el animal y el ser humano es la responsabilidad que este tiene y matar a animales con el único objetivo de divertirse o entretener, ciertamente, es una actividad irresponsable. Vale que podamos matar a animales para comer porque no haya más remedio, es ley de vida, pero matar por diversión es incalificable. Esto me recuerda mucho al coliseo romano cuando la actividad de entretenimiento de la época romana eran las luchas entre gladiadores, la muerte y la sangre. Señores, estamos en el siglo XXI. Para mí, esto es uno de los principales reflejos del retroceso español con respecto a la ideología mundial.

¿Qué forma parte de la idiosincrasia de un pueblo? ¡Pues vaya idiosincrasia y vaya pueblo!

Muchos defensores del llamado arte o lidiar -matar- toros, argumentan que sin esta actividad, el toro desaparecería y que están haciéndole un favor a la especie taurina al matarla por diversión. Dejenme que les conteste: la naturaleza es la que decide que especies deben desaparecer o evolucionar y no así el hombre. La naturaleza por selección natural ha decidido, según los taurinos, que el toro desaparezca ya que no beneficia a la naturaleza y, para evitar su extinción, hay que rentabilizar sus vidas en las plazas de toros. ¿Por qué vamos a tener que entrometernos en la naturaleza? Determinados animales se extinguen o evolucionan como lo hicieron los dinosaurios o el Mamut respectivamente.

¿Por qué determinadas personas se juegan la vida delante de un animal? ¿Este arte está en ver quién puede más?

Si creemos que somos superiores al toro para poder matarlo, ¿Por qué nos ponemos a su altura?, ¿Por que no jugamos en las mismas condiciones y lo matamos sin espada?

¿Por qué pudiendo cortar los pitones del toro para evitar cornadas y posibles muertes no lo hacemos? Quizá sea porque determinadas personas no disfruten sin el riesgo y, en último término, sin la sangre. De este modo se podrían, al menos, evitar las cuarenta y dos cornadas que ha sufrido el famoso torero Puerta.

Cornada a Antonio Hernández en Fallas

Estas actividades, desde mi punto de vista, no retrógradas ni ultraconservadores sino medievales, ponen en entredicho la cultura de un pueblo con respecto a la cultura del planeta, y no digo esto por «antipatriotismo» sino que lo digo por todo lo contrario y porque el toreo es, ciertamente, un antentado contra la propia dignidad humana y contra el propio animal.

La estupidez humana.

Hola a todos. En primer lugar, debo pediros disculpas ya que llevo un cierto tiempo sin publicar ningún artículo.

Los cánones de belleza por da Vinci.

A todos los individuos humanos nos gusta  compa-rarnos con el resto de animales y, de esta forma, salir beneficiados de dicha comparación. Pero los científicos han buscado la diferencia entre el hombre y el animal, algo que solo tenga el ser humano. Primero, esa diferencia parecía estar en la inteligencia pero, al poco tiempo, se descubrió en mamíferos como el delfín y el mono. En segundo lugar, la diferencia parecía estar en algo muy relacionado con lo anterior: el raciocinio, un proceso cognitivo muy complejo. Pues bien, la razón también es propia de los animales. Por último, cuando ya casi todos pensaban que la diferencia estaba en el empatía, la ciencia demostró de nuevo que todos los mamíferos no solamente son empáticos sino que están sincronizados entre ellos. Si un mono bosteza, los que están al lado también lo harán.

En conclusión, no hay nada distinto entre los animales y las personas. La diferencia no es cualitativa sinocuantitativa. No tenemos nada especia pero sí somos más inteligentes, más racionales y más empáticos aunque para ser malo necesariamente hay que ser inteligente. La combinación de estos tres aspectos nos aporta el libre albedrío, la libertad. El ser humano es, por naturaleza, el ser más libre que existe, podemos hacer lo que queramos pero, sin embargo, un animal está sometido a sus instintos.

La libertad conlleva a la responsabilidad, no es igual de responsable un ser humano que mata a un animal que mata instintivamente porque el hombre conocía las consecuencias de sus actos y tenía libertad para elegir matar o no. Como vemos, la libertad nos hace más responsables y, en consecuencia, tenemos que actuar –muchas veces no lo hacemos– con responsabilidad. A mi modo de ver, esta es la gran diferencia entre nosotros y los animales.

Esta diferencia es la que genera la estupidez humana. Cuando realizamos un determinado acto como, por ejemplo, un incendio somos libres de elegir encender el fuego o no y, además, conocemos las consecuencias de nuestros actos y, aun así, actuamos con estupidez.

Hay un determinado caso que puede ser un arma de doble filo: la ignorancia. Cuando ignoramos las consecuencias de nuestros actos no somos responsables y, por tanto, no somos estúpidos sino ignorantes –ser ignorante es preferible a ser estúpido–. Pero el otro filo del arma está en la doble ignorancia, el ser humano es el único que ignora por dos veces. Demasiadas veces creemos que sabemos cuando no sabemos o, dicho de otra forma, ignoramos nuestra propia ignorancia –cosa que no ocurre en el reino animal–, es decir, somos ignorantes al cuadrado.

Pero, y por si todo esto fuera poco, otro motivo para autocalificarnos de estúpidos es el empecinamiento que proviene directamente de la hipocresía. Aunque nos demuestren algo seguimos creyendo lo contrario. Además, tropezamos más de una vez con la misma piedra.

Para mí, el origen de la estupidez humana está en un tipo de hipocresía que abunda entre nosotros: en tener un doble rasero que cambiamos cuando nos conviene. Por un lado, nos creemos superiores, más inteligentes pero, cuando nos conviene, nos quitamos la responsabilidad alegando razones que atenúan lo anterior.

¿Podrá lo que nos ha llevado a la estupidez –la libertad– sacarnos de ella?

Saludos digitales, Antonio Vegas.