China en construcción

Jaleo. Tumulto. Cansancio. Me subo en el vagón de metro que me lleva de vuelta. Todo me resulta muy desconocido. La gente me mira con la misma curiosidad con la que yo les miro. De pronto el vagón sale del oscuro túnel y los fuertes destellos que emiten los rascacielos desde el otro lado del río penetran en el vagón. Sin pensarlo me giro para mirar por la ventana el espectáculo y alcanzo a ver una miríada de edificios en construcción acompañados por otros no pocos rascacielos ultramodernos repletos de todo tipo de luces. En ese momento me digo a mí mismo: China está construyéndose. Es domingo. Pasadas las diez de la noche. Caminando desde la parada del metro hasta la habitación, observo un grupo de obreros trabajando realmente apresurados cargando una especie de piedras negras que, supongo, servirán para colocarlas como baldosas en algunos edificios. En ese momento me vuelvo a decir: ¡Y a qué velocidad!

Si tuviese que resumir el país en una palabra –cínica osadía de mi parte– usaría la palabra enorme. China es un país enorme en territorio, enormemente heterogéneo y enorme en población y también cuenta con la historia más larga de todas las civilizaciones. Podría usar también la palabra diferente. Y es que yo como occidental me he dado cuenta que muchos de los esquemas mentales que solemos usar para comprender el mundo, nuestra cosmogonía, en múltiples situaciones no sirven para China. Conceptos como madurez, afecto, inteligencia, tienen un significado diferente. Es por ello por lo que ver China a través de ojos occidentales tiene un importante sesgo, aunque no deja de ser un sesgo interesante, que quiero compartir con todos vosotros.

En lo que concierne a las relaciones sociales, la forma de mostrar interés por el otro entre los chinos no pasa ni por las buenas palabras ni por muestras de afecto físicas, como hacemos los españoles con un apretón de manos, una palmada en la espalda o un abrazo. Nada de eso. Su forma de hacerlo es mediante lo que podríamos denominar las acciones. Así, es posible que un chino te tenga un gran aprecio, pero no te abrace ni te diga nada especial ni tan siquiera te salude o se despida de ti, pero sí te haga la comida, te ofrezca algo suyo, te compre medicina, etc. Existe un proverbio chino (事实胜于雄辩) que dice que las acciones hablan más alto que las palabras. Aunque este proverbio de alguna u otra forma también lo tenemos en nuestra cultura, en China está muchísimo más arraigada esta idea. Por lo general los chinos no hablan demasiado y mucho menos sobre conceptos abstractos, pero sí actúan mucho; digamos que son más prácticos (y también menos teóricos) que los occidentales. Por lo que he podido comprobar no está bien visto el que una persona se pase el tiempo hablando sobre cosas que no tengan un reflejo rápido y directo en la vida práctica. En definitiva, en china un síntoma de madurez es el ser práctico.

Esta forma de ser puede estar condicionada por su historia. China es un país que hace unos treinta años estaba sumido en la pobreza absoluta. Y como todo el mundo sabe, ser pobre te hace ser resultadista, ya que todo el tiempo que se tiene cuando se es pobre se utiliza para intentar mejorar la situación de penuria en lugar de usarlo para especular o divagar con cosas que no tengan un resultado práctico inmediato. Este pragmatismo es el que permitió que China cambiase radicalmente de política económica en 1979 pasando de un férreo comunismo a un capitalismo sorprendente, aunque con matices. A los chinos les da igual el sistema político o económico, las tesis de Marx o de quien sea, lo que quieren es comer bien todos los días y mejorar la calidad de vida. Es por ello por lo que creo que una revolución política en China puede estar lejos.

A medida que uno va pasando tiempo en China se ve cada vez más impregnado por los problemas que tiene el país y por lo tanto cada vez se hace uno más consciente de los mismos. Y puede que la ciudadanía china no se percate de los mismos, pues la gran mayoría no conoce otro modo de vida que el suyo propio, debido al cierto aislamiento que viven con respecto al exterior (aunque cada vez menos), por razones de lenguaje y por razones burocráticas (política exterior del gobierno de China, bloqueo masivo de la red por parte del gobierno, etc.). Una de las numerosas fuertes divisiones que existen entre los ciudadanos (aldeanos versus urbanitas, pobres versus ricos, etc.) es la que se produce entre políticos y ciudadanos normales. Parece como si el país fuese una gran colmena donde las abejas obreras tienen encomendada una tarea determinada mientras que la abeja reina, es decir, el politburó chino, se dedica a las cuestiones políticas. Ni los ciudadanos son informados de estas cuestiones, ni a ellos les parece interesar, ni participan de las mismas. Simplemente son castas diferentes y que no tienen relación la una con la otra: cada una se dedica a lo suyo y ninguna se interesa lo más mínimo por la otra. En este sentido no puedo dejar de citar a Fernando Sánchez Dragó sobre China:

“No hay descontento en China, por más que los medios de información se empeñen en elevar las anécdotas a categorías convirtiendo el ronroneo de cuatro gatos vanidosos en clamor social y en atribuir el estatus de héroe al oscuro don nadie que este año, sin hacer nada por merecerlo, ha recibido (es un decir) el premio Nobel de la Paz. Cierto, hay excepciones, ¡cómo no va a haberlas en semejante gentío!, pero los chinos de a pie están encantados con una clase política que les permitirá, o eso creen, ganar dinero, jugárselo, fundar una empresa, abrir una tienda, montar un negocio, tener concubinas, humillar a Japón, comprar un buen coche, comer a lo bestia, ir de Pequín a Bangkok por una autopista de veinte carriles, visitar las ruinas de Angkor, hollar la gravilla de los templos de Kioto y escupir donde les venga en gana”.

Lo cierto es que China se trata de un país enorme y heterogéneo que engloba gran cantidad de dialectos, costumbres e incluso razas. Es por esto por lo que muchos piensan que si en todo el país se experimentara la libertad que vive Hong Kong, China terminaría disgregándose en numerosos episodios secesionistas, como realmente ha acontecido recurrentemente en la historia de China antes de Mao. Así, es muy común escuchar que Mao levantó el país (porque unió a todos los chinos) y Deng Xiaoping lo echo a andar. Teniendo en cuenta la enorme disparidad y heterogeneidad que se da entre unas regiones y otras de China y teniendo en cuenta los conflictos territoriales que se siguen produciendo tales como en Taiwan, el Tibet y la provincia de Yunnan, es muy difícil que China se mantenga unida territorialmente como ahora.

Además China es todavía un país subdesarrollado, incomparable a los países del primer mundo, cuyo PIB per cápita todavía es 9.944 dólares, ocupando el puesto número 93 del mundo, al nivel de Turkmenistán, Albania o las Maldivas, a pesar de haber experimentado décadas de un crecimiento económico vertiginoso. Fruto de este crecimiento económico tan elevado, China ha acortado camino entre los países desarrollados y subdesarrollados en muy poco tiempo, pero la sociedad todavía debe adaptarse a estos cambios tan rápidos, que en muchos casos sigue anclada en arcaicas costumbres, tales como casar a los hijos por conveniencia, corrupción en las instituciones, un vergonzoso nepotismo enraizado en casi todos los lugares, una desigualdad realmente impactante, etc.

Además, no sólo es importante valorar el crecimiento económico o el PIB per cápita, sino el historial del PIB per cápita que ha tenido el país. Es decir: si dos países A y B tienen el mismo nivel de PIB per cápita eso no quiere decir que los dos son iguales de ricos, sino que los dos producen (gastan e ingresan) lo mismo cada año, pero si A estuvo 30 años produciendo (gastando e ingresando) muy poco mientras que el B estuvo los otros 30 produciendo (gastando e ingresando) mucho, esto quiere decir que el país B es mucho más rico que el A, aunque el PIB per cápita sea idéntico, pues los anteriores niveles de PIB per cápita sufridos por la historia del país repercuten también sobre el presente del país.

Y es que China al ser un país que hace tan sólo 30 años estaba sumido en la miseria, es difícil, por muy veloz que vaya la economía, que se convierta en un país desarrollado en tan poco tiempo. Para ello faltan todavía bastantes años y bastantes retos que afrontar. Pero ello sin embargo es realmente positivo, porque el país, como reza el título del artículo, está en plena construcción y el futuro de la nación asiática va a depender en buena medida de lo bien o mal que se construyan ahora esos cimientos que soportaran el futuro del país. Por ejemplo, China todavía no cuenta con un sistema público de educación ni de sanidad similar al europeo ni por supuesto un sistema de pensiones. Europa tiene ya construidos estos sistemas, que ocasionan enormes problemas a las economías europeas y que ensombrecen el futuro del país, por errores en el diseño de los mismos; pero, una vez construido, derribar el sistema para construir otro nuevo conlleva costes inasumibles. Pero China está en proceso de construcción de todo eso, pudiendo conseguir la construcción de un buen sistema, eludiendo los problemas que otros países están experimentando y que tienen que arrastrar durante bastantes años más.

Uno de los retos más importantes a los que debe hacer frente China es sin duda la desigualdad económica que más que desigualdad yo preferiría definirlo como yuxtaposición de la miseria y la riqueza, pues cuando uno va caminando por la calle puede observar que viven casi en la misma calle personas que se dedican el día completo a vender botellas de plástico por un par de yuanes con jóvenes ricos que van a recoger a la novia todos los días en su nuevo Masseratti. El rápido crecimiento económico claramente no ha sido sentido por toda la población. Esta desigualdad también puede percibirse en la composición de los precios de los artículos: los artículos de baja calidad son extremadamente baratos mientras que los artículos de alta calidad son extremadamente caros, una diferencia mucho más pronunciada de la que puede percibirse en España, que se debe a que los ricos tienen mucho más poder adquisitivo (y por lo tanto demandan muchos más productos de alta calidad, elevando su demanda) que los pobres.

Y es que, como ya decía William Athur Lewis, mientras un país está desarrollándose experimenta un proceso de economía dual, es decir, presentan sectores, lugares y empresas desarrolladas que tiran de la economía del país pero también presentan sectores tradicionales, lugares pobres e industria típica del subdesarrollo. Con el tiempo, con la acumulación de capital, con el ahorro y con el crecimiento económico al final toda la economía termina desarrollándose. China ahora está en este proceso con una clara dualización de la economía entre sectores avanzados y sectores subdesarrollados casi conviviendo prácticamente en la misma calle.

Cuando uno visita un país tiene la suerte de percibir realidades que no pueden reflejar los datos estadísticos y reflejan perfectamente la realidad económica de un país. Personalmente creo que un claro indicador de la riqueza media de un país es la calidad media de los productos. Si en un país la mayoría de los supermercados venden productos de baja calidad, las viviendas se fabrican con materiales más baratos, etc. es un claro indicador de que el país en el que se vive es pobre. Si por el contrario, uno acude a un país y a cada supermercado en el que entra le cuesta encontrar algún artículo de baja calidad o barato, es un sinónimo de que se vive en un país rico. Y es por ello por lo que los países más ricos son también los más caros, porque los ciudadanos de allí viven con productos más caros, de mayor calidad, ya que al disponer de mayores recursos demandan mejores productos. Según la calidad media de los productos, a China la situaría dentro de los países pobres, a España en los países de ingreso medio y al Reino Unido dentro de los países ricos.

Antes hablábamos de que los esquemas mentales occidentales se dan de bruces con la realidad oriental. Así como en Estados Unidos los rascacielos son una prueba de riqueza, de desarrollo y de nivel económico, en China nada más lejos de la realidad. A pesar de que es posible maravillarse con los fastuosos rascacielos en las grandes ciudades, lo cierto es que la una mayoría de la población vive en pueblos hundidos en la miseria que se abastecen del autoconsumo y en algunas ocasiones de lo que consigues pillar de las grandes ciudades. Es decir, las grandes ciudades repletas de rascacielos son la excepción en China, aunque, eso sí, se trata de algo nuevo, naciente. Pero es que además dentro de las grandes ciudades se esconden grandes bolsas de pobreza y la gran parte de los ciudadanos de las grandes ciudades viven peor que los ciudadanos normales, por ejemplo, España. Just poor high buildings.

Otra característica del país es que existen empleos de baja productividad, digamos, inútiles, tales como barrenderos de pistas de aeropuerto, asistentes de párking, enorme cantidad de empleados para una sola tarea, etc. Y es que asegurar a todo el mundo un empleo tiene enormes desventajas en un país: que exista una gran cantidad de empleo improductivo, afectando a la productividad del país y a la capacidad de aprendizaje de los trabajadores; que se generen costes adicionales; que se desincentive el trabajo de buena calidad, etc.

Tras observar que la mayoría de la gente va con enormes fajos de billetes a comprar cualquier cosa –síntoma de inflación y de devaluación de la moneda–, pregunto sorprendido: -¿El billete más grande aquí cuál es? -Este, el de cien yuanes, me responden. ¡Madre mía! ¡Lo compran todo con un billete equivalente a diez euros! Me pregunto a mí mismo: ¿no renuevan los billetes? ¿por qué la imagen de Mao en todos los billetes y no la de Deng Xiaoping en algunos? ¿por qué las autoridades no crean billetes más grandes? Unos días más tarde hallé la respuesta: porque en las grandes ciudades es donde se mueve el dinero en china y cuando uno va de visita a un pueblo se percata que el billete de cien yuanes es prácticamente una fortuna; por lo tanto, los billetes sirven para todos los ciudadanos chinos y dada la enorme desigualdad en China crear billetes más grandes no sería algo acertado.

Los numerosos edificios en construcción y la elevada velocidad a la que se construyen es la metáfora más perfecta para una nación que está desarrollándose a un ritmo vertiginoso pero que todavía le queda mucho camino que recorrer y muchas piedras en ese camino que sortear. Me adhiero plenamente a la tesis de Joe Zhang de que China necesita una recesión económica para incentivar el desarrollo equilibrado de la nación. De hecho, creo que China va encaminada a esa recesión (algunos bancos provinciales ya han dejado de otorgar préstamos a las inmobiliarias) y que podría tener como consecuencias las siguientes: reducción de los niveles contaminación, fuerte presión a la liberalización definitiva de los tipos de interés y del sistema financiero, reducción de la inflación, aumento del desempleo (con el consecuente aumento de la productividad), posible apreciación del yuan, cierta reducción del poder del gobierno sobre la sociedad, entre otros.

China es una civilización con una larga historia de éxito que ahora comienza a renacer de sus cenizas tras varias décadas sombrías de comunismo a una velocidad nunca antes vista en la historia. Pero el camino del subdesarrollo al desarrollo es largo. Y en mi opinión, sin una crisis económica, China no se desarrollará nunca, pues es el único instrumento que puede equilibrar el enorme desequilibrio que vive china en su economía y en su sociedad. Es una cuestión de tiempo. Soy optimista respecto al futuro a largo plazo de China, pues el país cuenta con numerosas ventajas y numerosos potenciales, todo depende de cómo de bien se construyan los cimientos de una nación con mucho futuro por delante.

¿Es el matrimonio homosexual un concepto erróneo?

Desde que en 2005 se aprobó en España la ley que permitiría casarse a personas del mismo sexo, ha reinado un debate en la sociedad española acerca de la idoneidad del término «matrimonio homosexual». Se han aducido motivos jurídicos, éticos y religiosos tanto a favor como en contra. También los lingüistas han abordado la cuestión desde un punto de vista etimológico. Yo mismo escribí un artículo hace tres años criticando el uso del término matrimonio en este contexto. Vuelvo en el presente artículo sobre mis pasos para puntualizar una serie de aspectos fundamentales y concluir que el concepto de «matrimonio homosexual» no viola ninguna ley de la lengua.

Antes de empezar, quiero dejar claro que aquí se hace un análisis puramente lingüístico del tema. Lo que opine yo en otras esferas de análisis es completamente irrelevante y, por otro lado, de sobra conocido entre quienes me leen y me tratan a diario.

Hecha esta aclaración, vuelvo a destacar los problemas etimológicos en que incurriría el término «matrimonio» aplicado en este contexto. Matrimonio se deriva de los étimos latinos matris, genitivo de mater (madre) y munium (función, cuidado, ya que se consideraba que el mayor esfuerzo de la pareja a la hora del cuidado de los niños recaía en la madre), por lo tanto, la función de la madre inevitablemente descarta una relación de dos hombres, en la que no hay madre, cosa que no funcionaría de la misma forma si se tratase de dos mujeres, relación en la que sí puede haber una madre.

En cuanto a su aplicación en la realidad, el término matrimonio es una figura del derecho romano con la que un hombre podía trasmitir su patrimonio a sus descendientes directos.

La palabra continuó utilizándose en el derecho medieval ya desde una óptica cristiana, en el sentido de la unión eterna de un hombre y una mujer ante Dios. En el siglo XIII, Alfonso X escribió las Siete Partidas, un conjunto de normas con las que intentó darle uniformidad jurídica a todo el reino de Castilla. En una de estas partidas, se encuentra una referencia etimológica bastante interesante:

«Matris y munium son dos palabras del latín de que tomó nombre matrimonio, que quiere tanto decir en romance como oficio de madre. Y la razón de por qué llaman matrimonio al casamiento y no patrimonio es esta: porque la madre sufre mayores trabajos con los hijos que no el padre, pues comoquiera que el padre los engendre, la madre sufre gran embargo con ellos mientras que los trae en el vientre, y sufre muy grandes dolores cuando ha de parir y después que son nacidos, lleva muy grandes trabajos en criarlos ella por sí misma, y además de esto, porque los hijos, mientras que son pequeños, más necesitan la ayuda de la madre que del padre. Y porque todas estas razones sobredichas caen a la madre hacer y no al padre, por ello es llamado matrimonio y no patrimonio«.

Hasta ahora hemos podido ver las objeciones etimológicas e históricas que podría tener el matrimonio homosexual. Sin embargo, la lingüística ha de tener muy presente que, en un buen número de casos, los hablantes no respetan el origen etimológico de los términos que utilizan y las palabras comienzan a abarcar nuevos sentidos que se alejan del inicial. Los ejemplos en nuestra lengua son abundantísimos. Así, la palabra «histeria» significa literalmente «relativo al útero», pues cuando surgió el concepto, las creencias de la época atribuían el comportamiento histérico exclusivamente a las mujeres. Con el tiempo, la evolución de la psicología demostró que la histeria era un fenómeno que bien podía darse igualmente en hombres. Sin embargo, se continúa utilizando la palabra «histérico» para referirse a hombres con dicho trastorno y no ha ocurrido ninguna catástrofe.

Vemos que uno de los significados se ha alejado de su sentido inicial. Pero esa es la naturaleza de la lengua: el dinamismo. Construimos nuestro lenguaje a partir de analogías con el mundo que percibimos; nuestro conocimiento de la realidad se amplía y modifica constantemente y con él la variedad de metáforas y acepciones de cada palabra. Un ratón era hasta hace pocos años un roedor; desde la llegada de los ordenadores, se incorporó la acepción del aparato que mueve el cursor por la pantalla.

El matrimonio homosexual es una realidad jurídica en cada vez más estados y la flexibilidad semántica del término «matrimonio» ha extendido su significado a una nueva realidad social. Un concepto harto conocido en la lingüística es el de la motivación. Los hablantes creamos palabras porque nuestro entorno nos crea necesidades constantes. De esta forma, los esquimales tienen más de 20 palabras para designar a la nieve porque su entorno se lo exige. O, si no inventamos una nueva palabra, añadimos un nuevo sentido a una palabra ya existente.  El matrimonio homosexual es una nueva realidad y, como tal, ha encontrado su designación en una palabra que ya existía previamente. Nada nuevo bajo el sol.

El movimiento psicodélico: la década de la paz y el amor (II)

La música psicodélica

Probablemente la mayor manifestación cultural del movimiento psicodélico la encontremos en la música. Fue en conciertos donde se dieron las congregaciones más numerosas de gente y en conciertos donde se exhibió con mayor claridad la estética y los valores del movimiento. Es de justicia, pues, analizar las momentos musicales más importantes del movimiento psicodélico.

La música psicodélica encontró en EE.UU y Gran Bretaña sus dos bastiones principales. Prácticamente la mayoría de grupos de renombre provienen de estos dos países. Como el resto del movimiento, introdujo algunas innovaciones que rompían con la tradición musical del momento, si bien conservaba algunos de sus elementos. Las características fundamentales son:

– Introducción de instrumentos orientales como el sitar y la tabla.

– Incorporación de la guitarra eléctrica, nacida en los años 50.

– Letras esotéricas y surrealistas.

– Referencias a drogas en las letras.

– Uso de sintetizadores e instrumentos con teclado.

– Énfasis en solos instrumentales e improvisaciones.

El ambiente artístico de la San Francisco de los años 60 atrajo a librepensadores y artistas de todo el país, que se iniciaron en el consumo del peyote, LSD y marihuana, ya fuera por curiosidad o para llamar a las musas. Ellos no fueron los primeros músicos en consumir drogas para inspirarse. Ya antes era habitual el consumo de droga en los ambientes del blues y el jazz. La música psicodélica trataba de llevar a la melodía las experiencias alteradores de la conciencia que producían estas drogas.

El sitar, instrumento originario de la India.

Las primeras manifestaciones de música psicodélica corrieron a cargo de Bob Dylan con Mr. tambourine man y Subterranean homesick blues en 1965, canciones en las que se hacía referencias a drogas. Justo en este mismo año, los Beatles se iniciaron en el consumo de LSD y fruto de ello surgieron temas como Day tripper. Un año antes, grabaron I feel fine, donde introducen el acople de guitarra, que tendría una gran influencia en los posteriores grupos psicodélicos. Con Norwegian wood en 1965 introdujeron también el uso del sitar indio. Sin ninguna duda, los Beatles fueron quienes más  contribuyeron a la popularidad de este género. Sin embargo, el primer grupo en autodenominarse como psicodélico fueron los tejanos de 13th Floor Elevators con su album de 1966 The Psychedelic Sounds of the 13th Floor Elevators. También es importante mencionar a los Grateful Dead, grupo fundado en 1965 y que participó en los primeros conciertos psicodélicos californianos.

En los meses sucesivos el movimiento comenzó a expandirse y surgieron bandas de gran envergadura como The Doors, H.P. Lovecraft, Country Joe and the Fish, The Jimi Hendrix Experience y, en Reino Unido, los Cream, Pink Floyd y un largo etcétera.

Los años de apogeo de esta música se suceden entre 1967 y 1969. En el verano del 67 tuvo lugar lo que acabó llamándose The summer of love, cuando más de 100 mil personas se dieron cita en el barrio de  Haight-Ashbury, en San Francisco. Más tarde tendremos tiempo de hablar de él. La música psicodélica llegaría a su cénit en 1969 con el festival de Woodstock, en el estado de Nueva York. Allí, durante tres días, se dieron cita más de medio millón de personas, con conciertos de artistas como Santana, Grateful Dead, The Who, Jimi Hendrix, entre otros.

A principios de los años 70, el movimiento psicodélico fue decayendo, debido, en parte, a las muertes de iconos como Jimi Hendrix.

Jimi Hendrix durante su actuación en Woodstock

El movimiento hippie

Hasta ahora hemos visto el desarrollo musical y literario que tomó el movimiento, pero sin duda la psicodelia fue algo más que producción  artística. Fue también un estilo de vida, una estética, una forma de pensar y es esto lo que voy a tratar de exponer a continuación, haciendo referencia a lugares comunes mostrados anteriormente.

Podemos buscar el origen del movimiento hippie en los años 40. Es cuando nace el término hipster, que denominaba a una tribu urbana aficionada al jazz y que imitaba algunos  comportamientos de las grandes estrellas, como el consumo de marihuana, flexibilidad ante la sexualidad y una pobreza autoimpuesta. También manifestaban una moral apartada de la predominante.

Durante los años 50, como hemos indicado, aparece la Generación Beat, que recoge parte de esta tradición de vida alternativa, si bien no todos patrocinaban drogas psicodélicas. Kerouac era entusiasta del alcohol, Burroughs, de los opiáceos y Ginsberg, de la LSD.

Imagen estereotipada del beatnik.

A finales de los 50, Timothy Leary y Aldous Huxley colaboran junto a otros investigadores en el Psylocibin Project. El éxito de este proyecto atrajo a un buen número de artistas e interesados en el tema. Ante tal aluvión de demanda, hubo algunas posturas encontradas entre Leary y Huxley. El primero defendía democratizar el uso de LSD y peyote; era algo que todo el mundo debía probar para conseguir liberarse. Huxley, en cambio, se mostraba prudente. Había observado la cautela y preparación con la que los pueblos indígenas tomaban las drogas visionarias y creía que había tratar la droga con respeto; debía ser tomada en su contexto para evitar problemas mayores. Aun así tampoco se mostraba elitista al respecto, únicamente defendía un uso responsable.

En 1964 surgieron en California los Merry Pranksters, comandados por el escritor Ken Kesey, que llevaron la psicodelia por todo el país en su bus escolar decorado con colores llamativos. En sus sucesivos viajes por todo el país, realizaron lo que se llamaron Acid tests, fiestas en las que se consumían drogas psicodélicas y se escuchaba música de los Grateful Dead. Kesey quería expandir el uso de LSD para lograr un cambio de mentalidad en la sociedad.

Obra del periodista Tom Wolfe que recogió las experiencias de los Merry Pranksters

Importante fue también el papel que el movimiento hippie jugó en las protestas contra el Vietnam. Acompañados del lema Peace and Love, los hippies protestaban contra una guerra que consideraban de agresión e iba en contra de su lucha por un mundo de fraternidad y amor. Muchos de los sindicatos estudiantiles que participaron en estas manifestaciones afirmaban haber consumido LSD y defendían unos valores similares a los profesados por los hippies. Son conocidos los episodios de quema de tarjetas de reclutamiento para el ejército, que tuvieron lugar en las principales ciudades del país. A pesar del papel de un sector del movimiento en las protestas contra la guerra y la defensa de los derechos civiles, una gran mayoría de hippies permaneció ajena a la política.

Episodio de quema de tarjetas de reclutamiento.

Como se dijo antes, durante el Summer of love, se dieron cita más de 100 mil hippies en Haight-Ashbury. Durante este tiempo se exhibió el estilo de vida alternativo que aportaron: Música, libertad sexual, consumo de drogas, vida en comunidad. Todos estos lugares comunes del movimiento hippie tuvieron lugar en un ambiente de lo más heterodoxo; los había de sesgo más político, otros que preferían la vida comunal y que el gobierno no interviniese en sus vidas, etc.

La cumbre del movimiento llegó en Woodstock en 1969, que marcaría el principio del fin de la psicodelia. Bajo el lema «3 días de música y paz» el paisaje se tiñó de una realidad policromática, tiendas de campaña, hombres barbudos y de pelo largo, mujeres desnudas y música psicodélica.

Influencias

Si bien el movimiento supuso un soplo original e innovador, algunas de las ideas centrales hunden sus raíces en el siglo XIX y principios del XX. Es notable la influencia del filósofo de Massachusetts Henry Thoreau, que vivía en una cabaña fabricada por él mismo apartado de la gran ciudad. En su obra Walden defendía la autosuficiencia del ser humano y criticaba a aquellos que vivían con más allá de lo estrictamente necesario, ideas que más tarde tendrían eco en la crítica al consumismo lanzada por los hippies.

Cabaña del filósofo Henry Thoreau.

También de notable importancia es la influencia de Walt Whitman, poeta considerado el padre del verso libre y que expresó en sus obras una sexualidad abierta, a veces calificada de obscena, y amor por la naturaleza. Allen Ginsberg lo tenía como su mayor referencia y no faltan las menciones a su figura a lo largo de toda su obra.

No podemos olvidar en este punto al movimiento alemán Wandervogel. Este fue un movimiento de estudiantes de clase media que surgió en Berlín en 1896. En un momento de fuerte industrialización, influidos por el romanticismo alemán, defendían volver a formas de vida más cercanas a la naturaleza. Tras la Gran guerra, terminaría transformándose en el movimiento boy scout.

Símbolo de los Wandervogel.

Por último, otro alemán, Hermann Hesse, comenzó a introducir la filosofía oriental en obras como Siddharta, en las que se defendía el abandono de las ciudades y el regreso a la naturaleza.

Es verdad que el movimiento hippie desapareció prácticamente a principios de los 70, pero no puede decirse que su existencia resultara vana. El rock psicodélico supuso el puente entre el blues rock y el hard rock y el heavy metal. El legado musical y literario ha influido notablemente en la cultura de las décadas posteriores. Aunque ya apenas hay hippies en el sentido original, algo de ellos ha pervivido en nuestras actitudes contemporáneas, canalizadas politico-socialmente a través del movimiento ecologista.

El movimiento psicodélico: la década de la paz y el amor (I)

Los años 60 nos dejaron momentos de enorme relevancia: la crisis de los misiles, las muertes de Kennedy y Marilyn Monroe, el movimiento por los derechos civiles, etc. Sin embargo, desde el punto de vista cultural es difícil discutir el protagonismo del festival de Woodstock en 1969: 500 mil personas disfrutando de la música, bajo los efectos de las drogas, hablando de paz y amor y sin producir un solo altercado por violencia. Fue el culmen de una década de rebeldía, resistencia pasiva, LSD, rock psicodélico y literatura original e innovadora. Por supuesto, lo que ocurrió en Woodstock no fue algo espontáneo, sino curtido a través de dos décadas de contestación.

El telón de fondo

Es necesario hacer un esbozo de la situación político-económica que existía en EE.UU desde mediados de los años 40 hasta finales de los 60.

Tras el crack del 29, que llevó a millones de estadounidenses al paro, y la Segunda Guerra Mundial, que supuso el racionamiento de comida y pérdida de calidad de vida, la economía comenzaba a estabilizarse. Poco a poco, los millones de soldados que regresaban del frente se iban recolocando en otros puestos de trabajo. El PIB volvía a crecer con fuerza y la sociedad estadounidense vivía un momento de opulencia y progreso tecnológico. Por poner un ejemplo, durante los años 50 se vendieron en EE.UU más de seis millones y medio de coches. La mayoría de estadounidenses tenía ahora las necesidades básicas cubiertas, por lo que ahora reorientaban su interés hacia productos más prescindibles. Es el comienzo de la era del consumismo y la abundancia.

En cuanto a la política exterior, EE.UU se había consolidado como superpotencia mundial junto a la URSS. De este choque de titanes nació la Guerra Fría, que mantuvo en conflicto político y cultural a ambos países hasta principios de los años 90. En EE.UU, la Guerra Fría llevó a una persecución del comunismo en casa que desató cazas de brujas y restricción de algunas libertades, así como una política exterior decididamente expansiva.

El fantasma de la esclavitud todavía se posaba sobre los EE.UU: había colegios públicos donde se segregaba a niños blancos y negros, en algunos estados no se permitía votar a los negros y se seguían sucediendo episodios de linchamiento contra estos. En respuesta a esta realidad surge el movimiento por los derechos civiles, que durante los años 50 y 60 buscan eliminar las barreras raciales a través de la influencia política y la resistencia pasiva. Poco a poco, el racismo fue cediendo. En 1954, el Tribunal Supremo declaraba inconstitucional la segregación en los colegios públicos, pero la mayor victoria del movimiento llegó en 1964 con la Civil Rights Act, que ponía fin a la segregación en las escuelas públicas y hacía cumplir el derecho al voto de todos los ciudadanos, sin importar su color de piel.

En muchos estados, había fuentes públicas para blancos y fuentes para negros.

Tras la Guerra de Corea (1950-53) , que daba el pistoletazo de salida al imperialismo de la Guerra Fría, EE.UU se embarcó en 1959 en la Guerra del Vietnam, larga guerra que se prolongó hasta 1975 y dejó en las filas estadounidenses más de 50 mil muertos y 300 mil heridos. Durante los años 60 provocó un movimiento de protesta de origen claramente psicodélico.

Durante los años 60, más de 70 millones de niños nacidos tras la Segunda Guerra Mundial se estaban haciendo adolescentes o adultos jóvenes. Eran los llamados baby-boomers. EE.UU era un país joven, con las energías renovadas y un  buen número de estos jóvenes tenían ganas de cambio, de dejar a un lado la América tradicional y reinventar la música, la literatura y el arte. Es aquí donde cobra fuerza el movimiento psicodélico.

La LSD, fundamento de la psicodelia:

En el año 1938, el químico suizo Albert Hofmann sintetizó la dietilamida del ácido lisérgico (LSD) en los laboratorios de Sandoz mientras estudiaba los derivados del ácido lisérgico para tratar los dolores del parto. La droga permaneció en los cajones de su laboratorio hasta 1943, cuando volvió a trabajar con ella y accidentalmente absorbió una pequeña cantidad a través de los dedos de las manos y su estado de percepción comenzó a cambiar a la media hora. Hofmann señaló que sintió inquietud y un ligero mareo y experimentó un aumento de la capacidad sensorial, con una imaginación fuertemente estimulada. La LSD, como se fue descubriendo con su experimentación, sumerge al tripper en un estado alterado de la conciencia, en el que los colores ganan intensidad, las formas cambian y y el exceso de información funde al ego con el ambiente, logrando un nivel pleno de empatía.

Albert Hoffman

Una droga de tales características no tardó en llamar la atención de científicos, literatos, artistas y hasta de la CIA. En el terreno de la psiquiatría, muchos profesionales emplearon la droga para mejorar sus técnicas terapéuticas. La capacidad de la LSD para hacer aflorar el subconsciente se presentaba como una oportunidad de oro y distintas escuelas de psicología trataron de adaptarla a sus métodos. En psicoterapia  general, el uso de la LSD, en dosis medias y bajas, buscaba mejorar la comunicación entre el paciente y el terapeuta ya que, en el caso de las psicosis, por ejemplo, se prefería que ambos estuviesen al mismo nivel de percepción. La terapia psicodélica, que utilizaba dosis más altas, trataba de producir un cambio brusco en la personalidad para estimular un cambio en el mismo.

En 1959, el psicólogo Timothy Leary inició en Harvard el Harvard Psylocibin Project, una serie de experimentos con psilocibina, mescalina y LSD que trataba de demostrar la utilidad de este tipo de drogas . El éxito de estas prácticas le creó fama en un mundillo alternativo que no paraba de crecer y pronto se convertiría en el mesías de un sector importante del movimiento psicodélico.

A la CIA le interesó la potencialidad que podría tener la LSD a la hora de anular la voluntad. A través del proyecto MKUltra, iniciado a principios de los 50, la CIA llevó a cabo experimentos con el fin de encontrar una droga útil para los interrogatorios, que obligasen al enemigo a revelar la verdad. Las investigaciones se abandonaron en los años 60 porque no se pudieron lograr los objetivos pretendidos.

La generación Beat

Como consecuencia de lo esbozado anteriormente, desde finales de la Segunda Guerra Mundial reinaba el conformismo en diversas esferas de la sociedad. La literatura no era una excepción. El joven ideal era aquel que iba a la universidad, acababa con un empleo de white collar y los únicos vicios que se permitía eran unas cervezas y unos cigarrillos.

Ante tal ambiente nace una nueva generación de escritores que busca romper el orden establecido. Entre sus características podemos destacar el rechazo del materialismo y los valores predominantes unido a la influencia de la filosofía oriental, de corte budista o hindú, la sexualidad alternativa y la experimentación con drogas visionarias como el LSD, el peyote o la marihuana. En el terreno formal, destaca la introducción de nuevos estilos, como, por ejemplo, la técnica cut-up, popularizada en los años 50 por William Burroughs. Ésta consistía en cortar segmentos de un texto y crear a partir de este uno nuevo.

De entre los autores más importantes podemos destacar al poeta Allen Ginsberg, que publicó Howl (Aullido) en 1956, un poema escrito en verso libre y que narra las experiencias de esta generación. El acercamiento que hace a la homosexualidad le valió posteriormente varios juicios por obscenidad. Jack Kerouac editó On the road (En el camino) en 1957, libro que se convertiría en la hoja de ruta del movimiento hippie. Describe viajes con sus amigos recorriendo los Estados Unidos hasta llegar a California, todo con el jazz como telón de fondo. El último de los grandes de la Generación Beat fue William Burroughs y su Naked Lunch (El almuerzo desnudo) de 1959. Con marcada obscenidad, narra la miserable vida de los yonkies enganchados al opio y la heroína. Burroughs, que fue también adicto a los opiáceos, tuvo que enfrentarse con la censura por esta novela, pero tras su victoria consiguió acabar de una vez por todas con la censura en los EE.UU.

Edición inglesa del On the road de Kerouac

Estos tres escritores se dieron cita en Nueva York y más tarde se trasladaron a San Francisco, excepto Burroughs. El nombre de Beat Generation surge en 1948 en una conversación entre Jack Kerouac y el escritor John Clellon Holmes. La palabra beat significaba entre la comunidad negra de los años 40 «cansado, desanimado». Años más tarde, en 1952, John Clellon Holmes escribe en un artículo:

«The origins of the word ‘beat’ are obscure, but the meaning is only too clear to most Americans. More than mere weariness, it implies the feeling of having been used, of being raw. It involves a sort of nakedness of mind, and, ultimately, of soul; a feeling of being reduced to the bedrock of consciousness. In short, it means being undramatically pushed up against the wall of oneself. A man is beat whenever he goes for broke and wagers the sum of his resources on a single number; and the young generation has done that continually from early youth.»

«El origen de la palabra beat es oscuro, pero su significado está muy claro para la mayoría de estadounidenses. Más que mero agotamiento, implica la sensación de haber sido utilizado, de estar resentido. Supone una especie de desnudez de la mente, y,  en última instancia, del alma; una sensación de ser reducido a la base de la conciencia. En pocas palabras, significa ser empujado de forma no drástica contra la pared de uno mismo. Un hombre es beat cuando elige arriesgarse y jugarse todos sus recursos a una sola carta; y esta joven generación ha hecho eso continuamente desde su juventud temprana.»

Pero Kerouac más tarde quiso añadirle el matiz de upbeat (animado) y beatific (beatífico). El influjo de este movimiento generó el cliché periodístico beatnik, que reunía los elementos más superficiales de la Generación beat. La escritora estadounidense Joyce Johnson describiría así la imagen estereotipada que de este movimiento absorbió la cultura popular:

«Beat Generation’ sold books, sold black turtleneck sweaters and bongos, berets and dark glasses, sold a way of life that seemed like dangerous fun—thus to be either condemned or imitated. Suburban couples could have beatnik parties on Saturday nights and drink too much and fondle each other’s wives.»

«La Generación beat vendió libros, vendió jerseys negros de cuello alto y bongos, boinas y gafas negras, vendió un estilo de vida que parecía un entretenimiento peligroso – que debía ser o condenado o imitado. Las parejas de las afueras podían celebrar fiestas beatnik el sábado por la noche, beber en exceso y sobar a las esposas de otros.»

Por último, y aunque no tan comúnmente asociado a la Generación Beat, es importante nombrar a Ken Kesey, que se consideraba a sí mismo la conexión entre la Generación Beat y el movimiento hippie. Una de sus obras más famosas, One flew over the cockoo’s nest (Alguien voló sobre el nido del cuco) fue escrita, en parte, bajo los efectos del LSD. En 1964 comandó los Merry Pranksters, que vivían en comunas y recorrían EE.UU en un bus escolar e iban repartiendo LSD.

 

Bus escolar de los Merry Pranksters.

Algunas consideraciones sobre las drogas

La idea de droga provoca en nuestra sociedad rechazo y atracción de la misma manera. Las campañas antidroga, la prohibición y el estigma social conviven con la existencia de un importante segmento de la población que la consume.

Pero, ¿Qué entendemos por droga? Los conceptos, al igual que los organismos, están vivos y su dinamismo hace que dar una definición certera en todos los contextos sea una labor muy difícil de llevar a cabo. Por eso me parece correcto hacer un brevísimo repaso histórico del concepto para poder apreciar con más detalle lo que ha sido, única forma de conocer lo que es.

Desde que el hombre se hizo sedentario y creó la agricultura, ha utilizado las drogas con diversos fines, a saber, terapéuticos, recreativos, religiosos, etc. En algunas tablillas sumerias que datan del siglo XXII a.C. se recomendaba la cerveza a mujeres en periodo de lactancia. De los escritos egipcios se han extraído más de 700 nombres de fármacos. Así, por ejemplo, el opio se utilizaba como analgésico. Si algunas drogas se aplicaban de forma irresponsable, podían producirse envenenamientos, y existían penas para los médicos que no hicieran un uso adecuado de las sustancias.

Dicha dualidad queda cristalizada con el término griego φάρμακον, que dio lugar a nuestro «fármaco»  y que albergaba dos significados indisociables: el de veneno y el de cura. El uso terapéutico de las drogas no queda relegado al mundo antiguo, sino que en nuestra sociedad también se utilizan, como vemos en los tratamientos de marihuana para frenar esclerosis múltiple o en el de diazepam para tratar la ansiedad.

El diazepam es una de las drogas legales más vendidas.

No ha faltado el acompañamiento de drogas en las ceremonias religiosas. En la misa católica, el sacerdote bebe vino, que representa la sangre de Cristo. Los mayas empleaban algunos enteógenos para comunicar el mundo físico con el espiritual, y así con un ingente número de religiones.

Los usos recreativos tampoco han hecho caso omiso a la llamada de las drogas y, así, vemos que los griegos acompañaban muchos de sus banquetes con vino y, en épocas más recientes, el movimiento psicodélico creó toda una nueva ola cultural en torno a drogas como el peyote o el LSD.

Todo el mundo psicodélico gira en torno a los efectos del LSD.

Sin embargo, a pesar de su utilidad y sus innegables beneficios, la palabra droga sigue produciendo recelos en nuestra mentalidad y el número de sustancias prohibidas se cuenta ya por miles. ¿Serán los abundantes casos de «sobredosis» que vemos en las noticias? ¿Habrán hecho mella las campañas antidroga?

Lo cierto es que la historia de la crítica a las drogas es muy dilatada. Ya en el siglo XX a.C. el vino recibía reproches en Egipto por convertir a los individuos en bestias que vagaban por las calles sin hacer nada de provecho. Aun así, estas críticas nunca salían de la esfera de la moral.

Los primeros intentos por controlar las drogas los vemos en la China del siglo VIII a.C. donde el gobierno trató  de prohibir el alcohol mediante sucesivas reformas. En la Roma del s. II a.C. los organizadores de las Bacanales, fiestas en las que se bebía de forma desenfrenada, fueron ejecutados por «crímenes contra la salud pública». Pero realmente la prohibición de esta celebración provenía del miedo que tenía el Senado a las posibles conjuras políticas que pudieran salir de esta y el origen extranjero de la misma.

Con la llegada del cristianismo, se da un giro de 180º en la tolerancia hacia las drogas y comienza su persecución, a excepción del alcohol y algunas sustancias de uso médico.  Sin embargo, esta persecución no se debe estrictamente a criterios farmacológicos, sino al interés del cristianismo por barrer de Europa los últimos ritos paganos que existían, los cuales utilizaban en su mayoría distintas drogas enteogénicas, pomadas de opio, cáñamo, etc. Por otro lado, también se perseguía el efecto que obraban en el ánimo de quienes las consumían, pues se atribuye la acción de las plantas a una naturaleza maléfica que busca pervertir el alma de los hombres. Se genera una serie de supersticiones alrededor de vendedores y consumidores, quienes acabarán en la hoguera unos siglos más tarde a manos de la Inquisición. La irrupción del renacimiento y la Ilustración comienzan a disipar muchas de las fobias y prejuicios que recaían sobre algunas drogas y el siglo XIX traerá un ambiente de libertad, experimentación y luz respecto al tema. Es entonces cuando se aíslan alcaloides como la heroína, la morfina, la cocaína, etc.

Muchas pócimas que empleaban las brujas en la Edad Media contenían distintas drogas.

Mientras a Europa llega la Ilustración, en China, por ejemplo, aunque el opio no provocaba ofensas morales (De hecho, era una de las drogas más consumidas en el país), el emperador Yung-Cheng decidió prohibirlo en 1729 como maniobra para frenar las actividades comerciales lusas. El opio servía en China como moneda de cambio y Portugal estaba logrando un fluido comercio con China a cambio de té y especias. Con esta medida, se trataba de frenar el avance económico lusitano.

Hasta ahora hemos visto que ha reinado un clima de tolerancia hacia las drogas y los únicos casos en que se ha prohibido se ha debido a razones políticas, económicas y religiosas. Además, estos fenómenos ocurrían sólo a nivel local. Es a comienzos del siglo XX cuando va a emerger en EE.UU un clima de condena a las sustancias que se extiende después al resto del mundo y que afectará a un buen número de drogas.  Este cambio no ocurre de forma repentina, sino que se va gestando gradualmente.  A principios de siglo se empiezan a aprobar leyes que exigen a las farmacias y herboristerías indicar de qué se componían sus productos, para así evitar el fraude o la adulteración. Es en 1914, con la ley Harrison, cuando se regula y grava la producción, importación y distribución de opiáceos y las hojas de coca. Esta corriente reguladora irá un paso más allá en la ley Volstead de 1920, que pondrá fuera de la ley la venta de alcohol.

Al Capone, símbolo de la venta de alcohol durante la Prohibición.

¿Cuáles fueron los motivos de esta tendencia a la penalización? Antonio Escohotado recoge en su Historia general de las drogas varios aspectos que confluyeron en la prohibición de muchas drogas. Uno de ellos fue la creciente tensión social que se llevaba gestando desde el final de la Guerra de Secesión. Al abolirse la esclavitud, la industria sureña necesitaba mano de obra barata y dispuesta a tener largas jornadas laborales, por lo que el gobierno favoreció la inmigración china, y con ella la entrada de los barrios chinos, con sus fumaderos donde se consumía opio. La entrada de inmigrantes de tal índole produjo un rechazo frontal en los sindicatos hacia la población china, y, en consecuencia, recayó sobre el opio todos los estigmas que se depositaban sobre los chinos. El alcohol, por su parte, se asociaba a irlandeses e italianos, de tradición católica. Entre los negros era muy popular la cocaína y desde la caída de la esclavitud llevaban luchando por los derechos civiles, algo visto con miedo por los protestantes blancos. Por último, durante los felices años 20, la prosperidad económica hizo que el país necesitara mano de obra mejicana. Con el crack del 29, aumentaron las cifras de desempleo y los mejicanos se convirtieron en un problema. A ellos iba aparejado el consumo de marihuana, que quedó igualmente estigmatizada hasta que la Marihuana Tax Act de 1937 introdujo un impuesto sobre la sustancia. Así, cada sustancia fue ligada a un grupo social determinado que era visto como una amenaza por el gran público. Otros factores fueron la desaparición del Estado mínimo y la presión del movimiento prohibicionista.

Historia general de las drogas, de Antonio Escohotado, ayudó a arrojar luz sobre el tema en 1989.

A través del tratado de Versalles y los diversos tratados internacionales que siguieron, EE.UU logró imponer la política antidroga en el resto del mundo, particularmente en Asia y Latinoamérica, donde drogas como el opio y la coca respectivamente tenían un fuerte arraigo en la población. No deja de llamar la atención que es precisamente en estos países donde el tráfico tiene las penas más altas, llegando a castigarse incluso con la muerte.

Aunque en 1932 se legalizó el alcohol y desde 1971 los derivados del cáñamo son legales en Holanda, la guerra contra las drogas ha dejado – y sigue dejando –  una serie de consecuencias que a continuación paso a detallar.

Consecuencias de la prohibición

Cuando un bien exigido por la sociedad es imposible de adquirir por la vía legal, siempre aparecerán grupos que lo suministren por la ilegal. Las drogas no son una excepción. Tras prohibirse el alcohol, surgió un gran número de mafias que proveían tal servicio. Estas mafias son encarnadas en la imagen de Al Capone. En la actualidad se calcula que el volumen económico del narcotráfico equivale al del turismo global.

En segundo lugar, y como consecuencia del narcotráfico, los ambientes en los que se mueven los consumidores de drogas son peligrosos, rodeados de inseguridades y violencia.

La heroína adulterada se cobró numerosas víctimas durante los años 80 y 90 en España.

La ilegalización también hace que adquirir los principios activos sea más difícil y obliga a una adulteración de las sustancias que complica la necesaria medición de las dosis a los consumidores. De hecho, la mayoría de casos que aparecen bajo el rótulo «sobredosis» suelen ser casos de adulteraciones. Durante la Prohibición, por ejemplo, el número de muertes por intoxicación de alcohol metílico se elevó a 30.000.

El aumento de los precios arruina a los consumidores, que viven por y para la dosis, haciendo que su vida gire exclusivamente en torno a la droga.

Por último, el propósito inicial de la prohibición – el de que se reduzcan los consumidores – se ve frustrado por la capacidad de atracción que tiene lo prohibido. En la actualidad se calcula que 4 millones de europeos consumen cocaína habitualmente, por aportar un ejemplo. El de la marihuana llega a los 25 millones. Existe la creencia de que si se legalizase, el número de consumidores se dispararía, pero en Holanda, por ejemplo, su consumo cayó tras la legalización en los 70.

La prohibición genera focos de atracción hacia los diversos estigmas que recaen sobre sus usuarios. Hay muchos individuos que puede tener problemas afrontando sus vidas y deciden refugiarse bajo el victimismo del yonqui para eludir responsabilidades.

El caso de la adicción

Uno de los mayores argumentos que se suelen esgrimir a favor de la ilegalización es la adicción que generan muchas drogas. En efecto, existen sustancias ilegales, como los opiáceos o la cocaína, que provocan adicción, pero también lo hacen algunas de las drogas legales  como el tabaco o la cafeína e incluso el alcohol. Pero más allá de este doble rasero sobre ciertas drogas, en muchas ocasiones no se esclarecen algunos asuntos ligados a la adicción. Por ejemplo, que los estudios actuales ignoran que la cantidad de heroína o cocaína que contienen las dosis vendidas en la calle es muy reducida. Sería como evaluar los efectos del alcohol considerando sustancias con el equivalente a lo que cabe en un dedal.

Asimismo, se suele ignorar que mucha gente acude a las drogas como vía de escape a situaciones de desgracia y, mientras no cambie esta situación, seguirán acudiendo a ellas. En cambio, si se produjera un cambio en sus vidas, podría echarle la voluntad suficiente para aguantar el síndrome abstinencial, que puede ser terrible en el caso del alcohol o la heroína.

Por último, el ser humano es un animal de costumbres. Nos sentimos cómodos con la rutina, lo que alimenta determinados hábitos. Al igual que cogemos siempre el mismo camino para ir al trabajo, algunas personas deciden generar hábitos de café, opio o marihuana. Además, hay ocasiones en las que el síndrome abstinencial es más perjudicial que el consumo de dicha droga a largo plazo. En la antigua China, se conocen casos de ancianos que fumaban opio hasta el final de sus vidas sin grandes problemas de salud y librándose de los debilitadores catarros que el opio evita.

Las drogas y el desprecio por el contexto

Una de las maldades de los conceptos vacíos es encerrar imágenes mentales que apenas si tocan la superficie del asunto, pero que al mismo tiempo están profundamente arraigados en nuestra mente. Es lo que llamamos prejuicios. Sobre la droga se posan unos prejuicios negativos que me gustaría abordar para concluir este artículo. Se suele obviar que la vida es un juego de contextos y variables y que las verdades absolutas son muy escasas. Se ignora que no todas las drogas producen el mismo efecto en todos las personalidades; existen drogas estimulantes, como la coca o el café, drogas relajantes, como los opiáceos o el diazepam, y drogas visionarias, como el LSD o la marihuana. Ni todas son altamente tóxicas, ni todas generan dependencia, ni todas tienen rápida tolerancia. Hay personas de temperamento activo, otras de carácter apático y las que tienden a la neurosis o la paranoia. En determinadas personalidades, el uso de ciertas drogas equivocadas para ellos puede llegar a destruir sus vidas o sumirlos en terribles desgracias. En otros, puede provocar placer, alivio, descubrimiento de nuevos estados de percepción o aumentar la creatividad. El factor humano es una variable de tremenda relevancia. La dosificación es también muy importante, pues ayuda a equilibrar la cantidad necesaria para hallar placer, sin poner la vida en peligro. Y para terminar, el contexto social también es determinante. Si se consume una droga que potencia los sentidos en un contexto de estrés y desconfianza, es muy probable que el resultado sea paranoia o incluso psicosis. Si se toma con gente de confianza y experta, la situación cambiará notablemente.

Es un tema muy extenso el de las drogas y lo que se ha expresado en este artículo es sólo la punta del iceberg. La droga es, como internet o el amor, una de esas armas de doble filo que, atendiendo a los contextos, puede a la vez y de forma indisociable sumir al ser humano en la más oscura de las penurias o iluminarlo con la luz de la más brillante satisfacción.

Las drogas son esencialmente neutras. Su uso es el que decanta la balanza.

Los torquemadas y el desprecio por el contexto

Nos guste o no, en todas las sociedades existen colectivos que, por una razón o por otra, viven con más dificultades, son excluidos social y laboralmente y tienen que cargar sobre sus hombros con terribles lacras. Con la llegada de la corrección política, en un intento de acallar las voces de la mala conciencia y de ocultar los problemas, amplios sectores de los grupos sociales imperantes han tratado de sustituir las palabras que designan a estos colectivos por otras que consideran neutrales y, por tanto, no ofenden a quienes designan. Sin embargo, resultan de este intento palabras vacías, carentes de coherencia conceptual y que hilan un discurso inabordable por lo vacuo de su significado.

Sin embargo, estas teorías acerca del lenguaje no han quedado relegadas a los círculos políticos y universitarios de donde surgieron, sino que han conseguido hacerse un hueco en el discurso de muchas personas. Tal es el caso que algunas editoriales están empezando a sustituir palabras que consideran ofensivas por otras aprobadas por la corrección política. Valga como ejemplo la conocida obra de Mark Twain Las aventuras de Huckelberry Finn. En ella, la palabra “nigger” aparece en más de 200 ocasiones. Hace dos años, la editorial Newsouth books decidió volver a publicar el libro sustituyendo “nigger” por “esclavo”.  La razón que se esgrimió fue que el término «nigger» es peyorativo y podía herir las sensibilidades de la población negra.

Sin embargo, las palabras no son las que hieren, sino el contexto en el que se pronuncian. Así, cuando los miembros del ku-klux-klan golpeaban a los negros a grito de “nigger”, podemos hablar de un contexto racista, y por tanto de un uso racista de la palabra. En cambio, cuando dos chavales negros se encuentra en el Bronx y se llaman “nigger” el uno al otro, estamos ante un contexto cordial y amistoso, por lo que la palabra pierde su connotación racista.

Lo mismo ocurre con la palabra “maricón” en español. Si un grupo de skinheads apalea a un travesti a gritos de “maricón”, se hace un uso homófobo. Pero yo he asistido a contextos en los que dos amigos homosexuales se han dicho “¿qué dices, maricón?” con una intención totalmente cariñosa, por lo tanto la palabra “maricón” no es homófoba per se.

Pese a la evidencia de estos hechos, sigue creciendo el número de personas que favorece la censura del lenguaje y toma los conceptos desde la entelequia de una generalidad que no existe. Las palabras no toman vida aisladas, sino unidas a un contexto que las hace válidas, por lo tanto es al caso concreto a lo que tenemos que atender para formarnos una idea de las cosas.

Las razones que llevan a censurar las palabras son esencialmente dos: por un lado, la existencia de ciertas realidades desagradables, como la pobreza, el racismo, la violencia, lleva a muchas personas a escudarse tras la aparente neutralidad de un término para ignorar la realidad. Sin embargo, esto sólo oculta la realidad en el aspecto psicológico, para ahuyentar los sentimientos de culpa, pero no hace desaparecer las realidades incómodas. Así, los nuevos eufemismos adquieren las cualidades negativas que en principio neutralizaban, como ocurrió con asilo de ancianos, que primero se transformó en hogares de la tercera edad y más tarde en centros de mayores.

Por otro lado, estas tendencias provienen, a mi juicio, de dar respuestas equivocadas a preguntas equivocadas. Se pregunta: ¿Qué opina usted de las drogas? ¿Es usted de izquierdas o de derechas? La trampa de estas preguntas radica en su simpleza. Cuando concebimos las palabras de manera aislada, la única información que tenemos de ellas es una imagen mental, estereotipada y centrada en la estética que produce, como toda imagen. Esta realidad incapacita al sujeto a la hora de profundizar en las cuestiones, pues su única herramienta analítica es la emoción que le induce la imagen evocada.

Ahora los torquemadas del lenguaje apuntan con el dedo a quienes utilizan un lenguaje desnudo y los acusan de racistas, homófobos y machistas, de no cubrir las partes pudendas con el ropaje de la autocensura. ¿Cambiarán la hoguera por un tachón en nuestras producciones? ¿Volverá a causar espanto la desnudez, lo natural y la realidad de las cosas?

¿Por quién replican las campanas?

“Un manifiesto de los que no pintan nada”

 

“Por eso hemos cerrado la Sala Kayro, porque sabemos que os gusta más la biblioteca”. Así rezaba el epitafio de la discoteca del ilustrísimo señor Alvarito Pinto en su cuenta de Twitter. Pues, a pesar de su dolor, para otros una buena noticia. Sí, aunque tal vez al autor de “Maibuk” le parezca increíble, otros preferimos la biblioteca; lugar donde, entre otras cosas, no hay que aguantar que famosillos exhiban -con orgullo, por encima- sus encefalogramas planos, o cuando menos, sus escasas facultades intelectuales ante un público, además de poco exigente, abotargado de alcohol, que no quiere -ni necesita- aprovechar otras posibilidades de ocio que posee Antequera (algunos dicen que hay más actividad cultural aquí que en Málaga).

Respecto al señor Pinto, a quien no negamos el derecho a sentirse escritor, nos gustaría recomendarle, ante todo, que reflexione sobre si reúne los requisitos imprescindibles para una carrera literaria: por ejemplo, talento o conocimiento de la lengua -al menos-. Algunos aspectos del primer capítulo, que ofreció recientemente al público, muestran las siguientes perlas: “replique de campanas”. Señor Pinto, las campanas no replican, sino que repican, o doblan -para no olvidarnos de nuestro queridísimo Hemingway-. En cuanto al “gritaban espantados ante lo que estaba a punto de ocurrir”. A ver, no se puede gritar espantado por lo que va a ocurrir, sino por lo que ocurre ya, salvo que sean todos personajes omniscientes. Sentimos no poder inteligir lo que ocurrirá en el futuro como sus personajes omniscientes –nuevo punto de vista literario del pintismo-. Pero ya se sabe, los grandes pensadores se anticipan un siglo al pensamiento. Nos cabe, entonces, sugerir al señor Pinto, que si se mantiene firme ante su postura, dé al libro el título de “Maibuk y veinte cagadas mías”, pues se ajusta mejor al estilo literario pintista,

Dejando de lado la complejidad metafórica del capítulo (esperamos ansiosos el resto de las entregas), huelga decir que su autor no sólo se contenta con imaginar campanas replicantes y defender sus ideales sobre lo que tendría que ser una discoteca, sino que también se ha presentado a los casting s de Gran Hermano -esperamos que con el fin de ampliar su perspectiva como periodista, escritor, diplomado en magisterio (que no maestro) y ciudadano ejemplar-. Aunque él mismo se define como “Actor y realizador de vídeos para Youtube, profesor, bloguero, colaborador de El Sol de Antequera y Relaciones Públicas”, nosotros preferimos definirle como un especialista en el corrector de Word. Pensará él cuando lea estas líneas que se trata de un ataque gratuito e injustificado hacia su persona –quizá lo único en lo que tenga razón-, pero como jóvenes antequeranos que somos, nos vemos en el deber de dejar claro aquello que no nos representa y que, lejos de ello, nos resulta penoso, en el mejor de los casos. Y en el peor, digno de sufrir las iras de algún replicante (de los de verdad) de “Blade Runner”.

En esta réplica, no de campanas, sino de jóvenes descontentos con la anestesia cultural en la que están sumidos algunos jóvenes, sólo pretendemos manifestar que la única opción no es el pintismo, y aquellos que se opongan a él desde la crítica objetiva y la reivindicación de una verdadera cultura, han de saber que no están solos.

 

Colectivo Estraperlistas.

¿Está justificado el complejo de los españoles?

Vivimos en un mundo en el que las culturas cada vez se conocen mejor entre sí. Ya todo el mundo sabe de dónde viene el bretzel, el sushi y la paella. Incluso en algunos casos hay culturas que están adoptando costumbres de otras culturas, sirvan como ejemplo las celebraciones de Halloween. Pero los pueblos, al igual que los individuos, son construcciones determinadas por sus circunstancias y su historia y, así como dos individuos, independientemente de cuánto puedan influirse mutuamente, mantienen su carácter, sus vicios y virtudes y sus lastres, igual ocurre con los pueblos.

Han tenido que pasar dos meses desde qué llegué a Heidelberg para percibir más nítidamente las diferencias de carácter entre los alemanes y mis compatriotas. Claro está que todavía queda mucho camino por recorrer y muchos lugares por explorar. Me arriesgo a que mi opinión cambie con el curso de los años. La vida es fluir.

Con el tiempo se suceden anécdotas y experiencias que le ayudan a uno a configurar su visión sobre el mundo. Hace unas semanas me comentaba un profesor que, en las clases de traducción, los alumnos españoles que vienen de Erasmus, entre los que me encuentro, siempre hacen un comentario antes de leer su traducción, como intentando excusarse ante cualquier posible error. El alumno teutón, por contra, me dijo, lee su traducción primero y luego espera a los comentarios sobre su trabajo. La observación me dio que pensar. ¿Hasta qué punto el país en el que nace un individuo determina su carácter? ¿Qué factores influyen en este proceso?

Las causas de tan dispares comportamientos son muy diversas, a saber, el clima, la religión, la historia, la literatura, etc. Analicemos, pues, qué es lo que lleva a los españoles a ponerse a la defensiva en todo momento. Uno se defiende siempre de un ataque. En nuestro caso, es este ataque un ente ficticio que el español deposita sobre cualquiera de sus acciones. El español  vive acomplejado. Piensa siempre que lo suyo vale menos. Cree que al alemán, o al inglés, o al sueco, se le tienen que dar mejor los idiomas de manera obligatoria. No nos terminamos de creer que alguien de nuestro entorno tenga fama internacional. Y cuando algo en el país no funciona, por mínimo y local que sea, siempre espetamos la frase: esto es España.

Pero, ¿realmente está justificado el complejo de los españoles? Pensamos que tenemos la peor educación, la peor economía, que somos los últimos en todo menos en fútbol. También pensamos que somos más tontos, sobre todo en comparación con el resto de Europa. Cuando vivía en España, e incluso estando aquí, yo también hacía comentarios similares. En cierto modo ignoraba que para establecer una comparación primero hay que conocer en profundidad los dos elementos que se comparan. Y eso es lo que no hacemos en España, por eso las valoraciones que vertimos sobre España los españoles están tan invadidas de prejuicios y autodesprecio.

¿Realmente los alemanes son más eficientes, inteligentes y están más avanzados que nosotros? Siempre he tenido la duda de si los españoles tenemos tan buena opinión del resto de europeos debido al aprecio que hacemos de ellos o al menosprecio que hacemos de nosotros. Sea cual sea la respuesta, en este artículo voy a abordar la cuestión del complejo de los españoles.

En primer lugar, como en casi todo en la vida, no creo que se pueda dar una respuesta absoluta a tal pregunta. Sin embargo, el complejo de los españoles sí que es absoluto, ya que abarca cualquier actividad que emprendemos. Yo creo que existen aspectos en los que ese complejo tiene su razón de ser, aspectos en los que España no funciona. Hablo de tres aspectos en concreto en los que Alemania, y otros países europeos, supera con creces a España. En mi opinión, la eficiencia alemana se basa en tres pilares que los españoles hemos descuidado siempre: educación, economía y política.

Para empezar, el sistema educativo alemán, con todas sus luces y sus sombras, aventaja al español en una serie de asuntos cruciales: se valora mucho más el mérito, existe un mayor respeto hacia el profesor y los estudiantes trabajan de forma mucho más independiente. Pero las bondades del sistema educativo no terminan aquí, sino que se extienden y desarrollan en la universidad y el sistema de educación dual. Llegados a cierta edad, los alumnos pueden elegir entre estudiar una carrera o combinar la formación académica con prácticas en una empresa. De esta forma, las universidades se descargan de cierto número de estudiantes que tienen mayor vocación para las profesiones técnicas. En España, al minusvalorar la FP, hemos provocado que las aulas universitarias estén sobrepobladas y muchos licenciados no puedan terminar accediendo a un trabajo relacionado con lo que han estudiado, ya que la oferta en ese campo ya está cubierta.

Otro de los aspectos – ya mencionado en otras entradas – es el de la libertad que goza el universitario alemán. El clima de las clases es mucho más relajado y distendido, más informal. Este ambiente tan familiar hace que el estudiante se sienta más cómodo, aproveche mejor el privilegio de estudiar una carrera y gane en creatividad. En España, en cambio, hay un intento de convertir a la universidad en una extensión del instituto. Se ignora que tanto profesor como alumno son ya adultos y que hay ciertas jerarquías que deben desaparecer.

Todos estos aspectos posicionan al sistema educativo alemán por encima del español según recoge el informe PISA, que sitúa a Alemania 23 puestos por encima de España en competencia científica, por aportar un ejemplo. Naturalmente, este hecho acaba repercutiendo en la economía y en la política notablemente.

Pero si sólo considerásemos la educación en su significado académico, estaríamos dejando el retrato a medio hacer. Buena parte de nuestra educación se curte en el ámbito familiar y, según lo poco que he podido observar hasta el momento, los padres saben complementar la educación que sus hijos reciben en las aulas. Los padres educan a sus hijos para que, desde muy pequeños, aprendan a ser independientes y a buscarse la vida. No es extraño, por ejemplo, ver a niños de 6 años coger solos el autobús que los lleva a casa después del colegio. Cuando llega la hora de estudiar en la universidad, los hijos se marchan a otra ciudad para hacer allí sus carreras. Muchos de ellos se buscan trabajillos para facilitar su situación financiera durante estos años de derroche. Cuando salen de sus grados, ya son personas totalmente formadas y con experiencia laboral, con lo que no tardan tanto tiempo en encontrar un empleo. Pero la mayor bondad de esta independencia no es la generación de individuos que pueden encontrar un empleo, sino que además están dispuestos a crearlo. La iniciativa empresarial entre los jóvenes alemanes supera con mucho la de los españoles. En España todavía no comprendemos que un país próspero, rico e independiente necesita empresarios e innovación. Sólo con este cambio de mentalidad podemos salir de la crisis. Porque se trata precisamente de eso, de salir de la crisis y no de que nos saquen.

Es cierto que el sistema de enseñanza también tiene sus sombras. Alemania es otra víctima del psicologismo educativo, que lleva a suponer que unos psicólogos pueden pronosticar si un niño de cuatro años tendrá éxito o no. Además, la segregación por niveles quizás se establezca a una edad demasiado prematura – 10 años – como para conocer el potencial de los alumnos. Y lo digo basándome en mi propia experiencia. Si me hubiesen evaluado a los 10 años hubiera acabado trabajando en un taller. En cambio, 10 años más tarde estoy estudiando tercero de Traducción, que no tiene nada que ver con aquello. Aun así, a pesar de este defecto, la educación alemana sigue puntuando muy por encima de la española, por lo que no sería un mal modelo a imitar.

En segundo lugar, Alemania, como es bien sabido, nos aventaja en el tema de moda: la economía. La suya es mucho más próspera, estable, y no está viviendo el drama que sufre la nuestra. Un buen número de indicadores muestra que la economía alemana está atravesando triunfante este pedregoso camino. La tasa de desempleo está en el 6.5%, la inflación es relativamente baja – como en España, gracias al euro -, el déficit se está reduciendo considerablemente y es posible que para 2014 se equilibre el presupuesto, un objetivo que cualquier nación ha de conseguir si no quiere hipotecar a sus jóvenes. Estos grandes resultados se deben, entre otros factores, a una política monetaria hasta cierto punto sana, que no genera una inflación alta, lo que facilita sobremanera la vida de las clases medias. Comparado con España, el mercado laboral es mucho más flexible, las empresas encuentran menos obstáculos para poder abrir y las finanzas públicas están en orden, lo que anima a la inversión. Es este un tema profundo y que lamentablemente no se puede desarrollar aquí, pero qué duda cabe que un sistema económico estable es el principal garante de la paz entre los individuos y los colectivos.

Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, tenemos el sistema político y la vida en sociedad. Y comencemos por el que creo que es el mayor problema de la política española: la corrupción. Y de esta desgracia son tan responsables los políticos, por protagonizarla, como los ciudadanos, por tolerarla y haberla integrado como un elemento más de la vida cotidiana en España. En Alemania, ante el más mínimo caso de corrupción – y estoy hablando de casos que se alejan bastante de los ERE o Gürtel -, el implicado dimite y no se le vuelve a ver el pelo. Los índices de corrupción son muchísimo más bajos y la población no duda en desconfiar de cualquier político al que se le sospeche el más mínimo trapicheo. Naturalmente en el Bundestag se suele ceder a las peticiones de los lobbys y las decisiones políticas siempre obedecen a intereses particulares y maniobras. Nihil novum sub sole.

Eso sí, la tensión y el cainismo de la política española no existen. Aquí hay dos partidos fuertes – la CDU y el SPD – y los Verdes y el FDP, no tan fuertes pero que suelen formar parte de muchos gobiernos . Son habituales las coaliciones y, a diferencia de España, estas pueden estar formadas por los dos grandes partidos, lo que los alemanes llaman la Gran Coalición. Les importa más la estabilidad de la nación que las disputas partidistas. Creo que particularmente este último punto le haría mucho bien a España, pero ya sabemos que el cainismo inunda todos los resquicios de la nación y lo que se refleja en la política no es más que un retrato del ciudadano medio. Schade.



La vida en la sociedad española está marcada por la tirantez, por la mala leche y la asignación de culpas, pero es que además las conversaciones de política están a la orden del día. En Alemania apenas se habla de política. En estos dos meses todavía no he escuchado a nadie poniendo a parir a Angela Merkel en el autobús o sacándole los colores al Gobierno Federal en la cola del supermercado. La política queda siempre en un segundo plano. La gente sigue adelante con su vida sin mirar a los políticos cada dos pasos. Ahora bien, es cierto que en esta conducta hay implícito un cierto borreguismo, pero siempre son más peligrosos unos borregos que embisten.

En este marco general se insertan los aspectos de la vida cotidiana en los que España debería aprender de Alemania. Es verdad que no son pocos, también que son de gran relevancia y habría que corregirlos, pero siguen sin ser suficientes para justificar el complejo general de los españoles. Los alemanes también tienen sus defectos. Hay en ellos cierta tendencia imperialista y se suelen disgustar si las cosas no se hacen a su manera. Podría decirse que el alemán es un ser arrogante porque conoce sus virtudes e ignora sus defectos y el español es un ser acomplejado porque conoce sus defectos e ignora sus virtudes.

Y va siendo hora de que conozcamos nuestras virtudes. De España han salido artistas brillantes como Dalí,Velázquez o Goya, nuestra literatura no conoce parangón. Es difícil encontrar en otras culturas a escritores tan inteligentes como Unamuno, Cervantes, Pérez Galdós, Quevedo, García Lorca o Góngora. La lista es interminable. Tenemos músicos que, de haber nacido en Brooklyn, serían de renombre internacional. Nuestro país ha cojeado siempre en las ciencias positivas. Eso nadie lo pone en duda. Pero antes de prejuzgarnos, tenemos que conocer que nuestra historia estuvo marcada durante mucho tiempo por el oscurantismo de la Inquisición, los reyes absolutistas, el hambre, el aislacionismo y el retraso y que hemos de tener paciencia mientras nos deshacemos del yugo del pasado. Sólo si cuidamos y protegemos a nuestros jóvenes, ponemos coto a la fuga de cerebros y creamos un ambiente de amor al conocimiento podremos lograrlo.

Ignoro si una de las consecuencias de la globalización será la supresión de las identidades nacionales, si en el futuro existirá en cada país una fusión de los elementos más significativos de todas las naciones. Me inclino a pensar que siempre hay un sustrato que permanece y que a medida que las influencias mutuas crecen, el mundo no sólo no se hace más homogéneo  sino que acaba por resultar en una serie de híbridos que lo convierten en un lugar más diverso y particular. Puede que dentro de 50 años el español, o lo que quede de él, siga despotricando contra sus compatriotas, pero mientras come sushi y ojea un periódico en inglés.

Delirios matutinos (Relato-Dibujo Claudia Repiso y Daniel Soler)

 

Alfonso se despertó pasado el canto de los pájaros con la sensación de no haber dormido lo suficiente. Como todas las mañanas, la sintética melodía de su teléfono móvil lo despertaba puntualmente dejándole la habitual sensación de odio melódico en el cuerpo. Una vez de pie, miró por la ventana y se deleitó con la tétrica belleza del hermoso paisaje invernal malagueño. En el cristal de la ventana dos gotas de agua corrían como en una competición para juntarse en un punto concreto y volver a ser una. Aquel día no tenía clase, así que podía disfrutar plácidamente de los instantes posteriores al despertar, cuando todo es más bonito y el tiempo pasa más lento. Fue a la cocina para prepararse el desayuno con la torpeza de quien se ve abrumado por el sueño.
Sumido en un estado de subconsciencia podía sentir cómo su mente volaba dándole rienda suelta a la imaginación.
Mientras se calentaba la leche en el microondas volvió por un instante a su habitación para hacer la cama, pero justo antes de coger las sábanas, se percató de que la ventana estaba abierta. No recordaba haberla abierto al levantarse, sólo que la noche anterior estaba cerrada a cal y canto.

Mitos sobre el capitalismo – Vivimos en un sistema capitalista

Una de las mentiras más difundidas en los últimos años sobre el capitalismo es la de que realmente vivimos en él, hasta tal punto que algunos incluso lo llaman salvaje. Con la llegada de la crisis financiera muchas han sido las voces que no han dudado en señalar al libre mercado como principal causante de esta. Desde ciertos sectores se ha matizado esta afirmación y se ha defendido que fue a partir de los años 80, con los mandatos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, cuando se reanudó la era del capitalismo descontrolado bajo la doctrina del neoliberalismo. En el presente artículo trataré de explicar por qué no vivimos en un sistema capitalista, cuáles han sido las causas de la crisis y por qué Reagan y Thatcher no supusieron un regreso a la libre empresa.

La definición más general de capitalismo que se maneja es la de un sistema económico en el que los medios de producción se encuentran en manos de particulares, en contraposición al intervencionismo, en el que los medios de producción están controlados parcial o totalmente por el estado. Ciertamente, no se puede negar que nuestro sistema económico contenga grandes elementos capitalistas, pero eso no implica que la intervención del estado no anule una buena parte de estos.

Los problemas a la hora de clasificar una determinada realidad dentro de un concepto no son nuevos. La semántica se topó con este obstáculo desde su nacimiento como disciplina. A finales del siglo XX la semántica cognitiva nos enseñó, a grandes rasgos, que clasificamos los conceptos en función de su grado de semejanza con un prototipo ideal, es decir, que los significados son desplegados en una escala según su parecido con una idea que se encuentra en nuestra mente. Así, un gorrión se acerca más a nuestra concepción de ave que, por ejemplo, un pingüino, a pesar de que los dos se encuentran bajo el mismo paraguas léxico. De igual manera, nuestro sistema económico actual guarda un buen número de semejanzas con el prototipo ideal de capitalismo que definí antes, pero también comparte una serie de características con el ideal de intervencionismo.

Ahora bien, ¿qué aspectos de nuestro sistema económico demuestran que nos encontramos muy alejados del ideal de capitalismo? Son varios los factores que contribuyen a esta realidad. Para empezar, muchos de los servicios que se ofrecen en las naciones llamadas capitalistas (Europa, Norteamérica, Japón…) corren a cargo del Estado, es decir, algunos medios de producción se encuentran en manos públicas, como es el caso de la sanidad, la educación, parcialmente la vivienda, prestaciones por desempleo, pensiones etc. Para poder financiar todos estos servicios el Estado se ve en la necesidad de cobrar impuestos que oscilan entre el 35 y el 50 por ciento de la renta de cada ciudadano. Es cierto que muchas de estos servicios incluyen la participación privada en algunos casos, pero el margen de maniobra que tienen los particulares es muy reducido. ¿Qué aspectos acercan nuestro sistema económico al ideal de capitalismo? Como decía antes, nuestra sociedad incluye grandes elementos del capitalismo, a saber, la comida, le tecnología, la ropa, televisión, y un largo etcétera. También es verdad que, salvo excepciones, en todos estos países el sector privado es, en general, mayor que el público. Según se incline la balanza entre lo público y lo privado, podremos decir que un país está más cerca o más lejos del capitalismo.

¿Qué ocurre con el sector financiero? La mayoría de los bancos son privados, lo que lleva a mucha gente a engañarse respecto a la naturaleza de su funcionamiento. Según las tesis intervencionistas la crisis financiera se ha debido a la falta de regulación de los bancos y por lo tanto la solución es establecer más controles. El problema de este argumento es que ignora que los bancos ya estaban regulados antes de la crisis y que, además, son precisamente estas regulaciones las que han generado la creación y explosión de la burbuja inmobiliaria. Dichas regulaciones consisten básicamente en que los tipos de interés, que dieron lugar a la expansión crediticia y a la burbuja, son fijados por decreto por los Bancos Centrales, que además tienen el monopolio de la emisión de papel-moneda. ¿Si hubiera una empresa que tuviese un monopolio legal para producir patatas, diríamos que el sector de la patata es capitalista? ¿O lo llamaríamos intervencionista ya que se sustenta sobre la coacción estatal que, a través de la legislación, le asegura el monopolio a un sector?

Otra de las regulaciones que ayudaron a generar esta crisis económica fue la Community Reinvestment Act, aprobada en 1977 y que básicamente obligaba a los bancos a ofrecer préstamos a personas que no pudieran permitírselo. Esta ley se fundamentaba en el principio socialista de que todo el mundo debería tener acceso a los créditos bancarios, pudiera devolverlos o no.

Como se ha demostrado, los bancos no sólo estaban regulados antes de la crisis, sino que son estas regulaciones las que nos han llevado al desastre económico.

Por último, los detractores del libre mercado nos han vendido la idea de que, con los gobiernos de Reagan y Thatcher se produjo un retorno al capitalismo desregulado, dando lugar a la crisis actual. Es cierto que estos dos gobernantes lucharon encarnizadamente contra el comunismo y durante sus mandatos se privatizaron cientos de empresas, pero no es menos cierto que ambos subieron los impuestos y, en el caso de Reagan, el gasto público se disparó. Asimismo, los impuestos que paga el contribuyente medio no han parado de aumentar en los últimos 50 años.