Cuentos chinos

El gobierno chino, con su fuerte intervención en la economía china, a través de su Banco Central, está perjudicando lentamente a una de las economías más emergentes del mundo.

China, al igual que numerosos países asiáticos, como Japón, Singapur, India, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur, decidió, a partir de 1980, abrirse al exterior y olvidar el sueño utópico del comunismo. Si bien, lo hizo más lentamente, y con más reticencias, que el resto de países: la transición de China al capitalismo, aunque fue rápida, se hizo de forma más lenta que la de sus vecinos.

Países sumamente pobres, comparables a los actuales africanos, se decidieron por la libertad económica. Muchos están hoy entre los países más ricos del mundo, como Corea del Sur. Los inversores extranjeros, deseosos de obtener rentabilidades, vieron enormes posibilidades en países tan necesitados como los asiáticos, con tantas necesidades por satisfacer, donde la competencia es mucho menor que en sus países de origen, ya desarrollados. Y así es cómo los inversores extranjeros se enriquecieron enriqueciendo.

El caso de China presentaba además un aliciente adicional, igual que India. Era un país de enorme población, pues una de las políticas de la China imperial era incentivar la natalidad, para tener efecticos militares con los que luchar. En China, donde existe un gran mercado interno, y por tanto las primeras empresas obtendrían grandes volúmenes de ventas, era bastante atractiva para la inversión.

Igual que si Corea del Norte decide mañana romper sus barreras económicas y comerciales, y dar vía libre a los inversores, se originará una avalancha de inversión en el país, que empezarán a abrir hoteles, comercios, negocios, etc. Sería una oportunidad de ganancia sin parangón.

A pesar de todo, lamentablemente China todavía no ha abrazado la plena libertad económica. Hoy día el gobierno chino sigue haciendo “ingeniería social” e interviniendo de manera sutil, pero fuerte, en la economía.

Hoy todavía existen controles de capitales. Hoy todavía se controla y se maneja artificialmente el valor del yuan. Hoy todavía se maneja arbitrariamente el tipo de interés, y el coeficiente de reservas. Hoy todavía existe control sobre la natalidad, para expandir el PIB per cápita de forma artificial. Hoy todavía se impide la salida del país a numerosos funcionarios chinos. Y todo ello con efectos muy perniciosos para la economía, y por tanto para el ciudadano medio.

El “take-off” que experimentan necesariamente todos los países al industrializarse y al abrazar el capitalismo, donde se crece a ritmos vertiginosos, y la calidad de vida crece exponencialmente, está siendo aprovechado por el gobierno chino, para obtener poder, aun afectando a los ciudadanos chinos, y con el peligro de desacelerar el bonancible crecimiento chino, y la calidad de vida.

Veamos con detenimiento varias de las más funestas intervenciones, para la población, del gobierno chino.

I

Yuan: el billete rojo

El gobierno chino mantiene una política de tipo de cambios fijos sobre su moneda, el yuan. Eso no es otra cosa que mantener el valor del yuan fijo, inamovible, sin depreciaciones ni apreciaciones, en el mercado de divisas. Esto tiene enormes implicaciones macroeconómicas, que darían para otro artículo, mucho más largo, explicarlas todas.

Para conseguir que el valor del yuan en el mercado de divisas quede fijo, el gobierno chino hace lo siguiente.

Cuando en el mercado de divisas el valor del yuan está por debajo del valor fijado, o existen presiones a la baja en el valor, el gobierno chino vende los dólares que tiene acumulados, para comprar sus propios yuanes. Esto provoca una subida de la demanda de yuanes y una subida de la oferta de dólares, haciendo subir (de forma artificial porque se debe a la intervención del gobierno, y no de las transacciones entre particulares) el valor del yuan, o el tipo de cambio yuan-dólar.

Cuando el yuan está por encima del valor fijado por el gobierno chino, o existe presiones al alza sobre el valor, se hace lo contrario: el gobierno chino imprime yuanes, y acude con ellos al mercado de divisas a comprar dólares. Esto hace subir la oferta de yuanes, y subir la demanda de dólares, haciendo bajar (de forma artificial) el valor del yuan, o el tipo de cambio yuan-dólar.

El gobierno chino lo que quiere es mantener artificialmente muy bajo el valor del yuan: a unos 6-7 yuanes por dólar. Mientras que el PIB chino, al mismo tiempo, podría superar al estadounidense en poco tiempo.

¿Con qué objetivo? En primer lugar, el gobierno, quiere lograr un abaratamiento generalizado y artificial (más barato de lo que se produciría en un mercado no intervenido) de china, de todos los precios chinos: bienes, servicios, salarios, inversiones, etc. Esto haría aún más atractiva China hacia los inversores extranjeros. Así es como los productos chinos son tan baratos, la mano de obra y las exportaciones son tan enormes.

De modo que “el modelo asiático”, que no es sino chino, de salarios bajísimos, del que tanto se habla en la prensa, no es producto del mercado ni mucho menos (de hecho el mercado presiona para lo contrario), ni de la globalización, sino de la intervención deliberada del gobierno chino. Lo contrario es un “cuento chino”.

De hecho, corre el peligro de que el gobierno chino no pueda con el mercado, y no pueda mantener tan bajo el valor del yuan. Al comprar tantos dólares, sus reservas de dólares son mastodónticas, que están ociosas y no se sabe lo que hacer con ellas. Los propios chinos no se fían del yuan, y están empezando a cambiarlo por moneda extranjera y a ahorrar en otras divisas. Este efecto, provocó el pasado mes de julio que saliese más dinero de China del que entra, por primera vez en mucho tiempo.

Por esto, el gobierno chino ha ido subiendo su objetivo, a regañadientes y renqueando, el objetivo del valor fijo del yuan, del 9 yuanes por dólar en 2002 al objetivo actual de 6,3 yuanes por dólar.

Lo normal en una economía como la china es que su moneda fuese mucho más valiosa y que se apreciara progresivamente, al tiempo que sus habitantes vayan adquiriendo rápidamente un buen nivel de vida, por la mayor capacidad adquisitiva del yuan. Como así ha sucedido en la mayoría de países sin tipo de cambio fijos.

Además, por otra parte, el gobierno chino imprime yuanes a mansalva. La impresora china echa humo. La oferta monetaria del yuan crece a tasas cercanas al 20%, mientras que, por ejemplo, la del euro está entre el 3% y el 5%.

Hay una relación contable en economía que siempre se produce. La cantidad de dinero que hay, dividido entre el número de productos que hay, da lugar al precio medio de un prodcto en esa economía. Si sube el número de productos, baja el precio; si sube la cantidad de dinero, sube el precio. O, dicho de otra forma, si la producción crece al 3% y el dinero al 8%, se produce una inflación del 5%.

En el caso de china la producción (PIB) crece al 10% aproximadamente, mientras que la masa monetaria lo hace al 15%. El resultado es una inflación del 5%. La que tienen actualmente. El gobierno no resta sólo capacidad adquisitiva devaluando el yuan en el mercado de divisas: también lo hace creando inflación.

Esta “política de impresora” también está relacionada con la política del tipo de cambio del yuan, que vimos anteriormente. Veamos por qué.

Existe otra relación contable en economía, que siempre se produce, para el tipo de cambio.  A igualdad de PIB entre dos economías, la economía que tenga una moneda más fuerte será la que tenga menor masa monetaria. Y a igualdad de masa monetaria, la economía que tenga una moneda más fuerte será la que tenga un PIB mayor.

 

Bueno, pues con PIB similares, como los de China y EE.UU., el valor del yuan el mucho más bajo que el del dólar: mayor ritmo de impresora en China que en EE.UU.

II

Simientes de una burbuja

Al igual que en los países occidentales, China padece otra enfermedad derivada de la intervención del gobierno en el sistema financiero: los ciclos económicos.

Los tipos de interés son fijados por el Banco Central Chino, sin tener (porque es imposible) la información necesaria para fijarlos correctamente. Los coeficientes de reservas de los bancos son bajados progresivamente por el gobierno, “para expandir el crédito”, en una economía ya recalentada, donde la inversión supera el 48% del PIB. Y cuando la experiencia demuestra que una inversión más allá del 20% del PIB es peligrosa.

Y cada año hay menos distancia entre el ahorro bruto y la inversión bruta, corriendo el riesgo, cada vez más probable, de que la inversión supere al ahorro, provocando inexorablemente una burbuja.

Y numerosas ciudades fantasma en china, construidas, pero sin habitantes, ponen de manifiesto una problemática e inminente burbuja inmobiliaria. Eso y la desaceleración del crecimiento chino, deja en evidencia a un gobierno chino que “hecha más leña al fuego” iniciado por él mismo, engendrando las simientes de una futura burbuja, en pro de acelerar el crecimiento. Espero que, cuando explote la burbuja, no intente apagarla, porque lo hará con un lanzallamas.

En definitiva, China, a pesar de todo, continúa y continuará siendo una economía emergente, desarrollándose, gracias a los millones de chinos disciplinados en su trabajo, a la sociedad civil, que invierte, que trabaja, que produce. Seguirá aumentando su calidad de vida, pese a sus gobernantes. El problema de China es su gobierno, y lo demás son cuentos chinos.

La tragedia del BCE (I): La burbuja mediterránea

Cuando el economista alemán Philip Bagus escribió su formidable ensayo “The Tragedy of the Euro”, el español Jesús Huerta de Soto apostilló que tal libro, lleno de argumentos, demostraciones y ejemplos históricos que explican por qué el euro está condenado al fracaso, debía haberse titulado más felizmente “The Tragedy of ECB”, pues todos los errores citados en el libro tienen su origen en el Banco Central Europeo, y no en la moneda del euro como tal.

Para empezar, la actual situación sombría de los países mediterráneos, periféricos o los PIIGS, tienen un causante muy claro: el Banco Central Europeo. Para comprender esta afirmación hay que entender la Teoría Austríaca del Ciclo Económico, que es la única capaz de explicar los períodos de auge y crisis que experimentan todas las economías. Gracias a esta teoría, gran número de economistas han sido capaces de predecir y explicar un gran número de crisis económicas.

I

Teoría del ciclo

Para ello hay que explicar algunos conceptos básicos de economía, para aquellos lectores que no sean expertos: tipo de interés, ahorro, inversión, etc.

El tipo de interés es el precio del crédito (es decir, lo que cuesta una hipoteca; lo que cuesta un préstamo; lo que cuesta la deuda pública, etc.).

La renta que se percibe sólo se puede ahorrar, para consumir en el futuro; o gastar, para consumir ahora. Lo que ya se ha gastado nunca puede invertirse, pues ya se ha gastado. Por tanto, sólo podrá invertirse, como máximo, aquello que se ha ahorrado, que es lo que podrá consumirse en el futuro. Este es uno de los principios básicos de economía: hay que equilibrar inversión y ahorro; si se quiere invertir más, tendrá igualmente que ahorrarse más.

Si se sobreinvierte, es decir, se invierte más de lo que se ahorra, una parte de los proyectos de inversión no serán rentables (malinvesment), pues no habrá recursos para consumirlos por la gente.

Si en una sociedad el ahorro es muy abundante, lógicamente el tipo de interés será bajo, pues habrá muchos recursos para prestar; en este caso, el tipo de interés bajo atraerá a numerosos inversores a invertir, con la esperanza de lograr altas rentabilidades en el futuro. Y al contrario: si en una sociedad el ahorro es escaso, habrá pocos recursos para prestar, y el precio del crédito en esta sociedad (tipo de interés), será elevado. En este caso, el tipo de interés alto, atraerá a pocos inversores, que sólo invertirán en proyectos de inversión de altas rentabilidades, pues tendrán que devolver el crédito a un alto interés.

El tipo de interés, por tanto, es el precio que regula el ahorro y la inversión. Y la función de los bancos es precisamente la de canalizar todo el ahorro y prestarlo a un tipo de interés.

El problema es que los bancos centrales manipulan estas relaciones económicas, que acabamos de explicar. Cuando se invierte poco en una sociedad, porque se ha ahorrado poco, el Banco Central establece un tipo de interés artificialmente bajo, con el fin de incentivar la inversión. Para ello, el Banco Central imprimirá dinero (lo que provocará cierta inflación) y se lo dará a los bancos para que lo presten a los inversores. Se pedirán más créditos a un tipo de interés bajo, se abrirán más empresas, se contratarán a más trabajadores, aumentará el PIB y habrá crecimiento económico.

Pero lo que también ocurrirá es que, a un tipo de interés artificialmente bajo, habrá menos incentivos al  ahorro, y existirá un desajuste cada vez mayor entre ahorro e inversión. El ahorro cada vez será más escaso, al mismo tiempo que se invierten y se prestan grandes cantidades, emitidas por el BCE.

Como el ahorro también puede definirse como el consumo futuro; si el ahorro es escaso, el consumo futuro también lo será. Si se ha invertido mucho más de lo que se ha ahorrado, tales proyectos de inversión no podrán ser consumidos por insuficiencia de ahorro: la gente no podrá pagar por ello porque sus ahorros no alcanzan.

Es el momento en el que explota la burbuja, las empresas cierran al no encontrar consumidores, se despiden a los trabajadores anteriormente contratados, los bancos se encuentran al borde de la quiebra, pues gran parte del dinero prestado no se le es devuelto al quebrar un gran número de empresas, etc. La sociedad, tras años de exuberancia irracional, se percata que lo único que ha conseguido es perder el tiempo, pues su economía ha sido ilusoria y especulativa, nada productiva. El Banco Central manipuló las leyes de la economía.

II

El caso europeo

En el caso de Europa, el BCE empezó a bajar los tipos de interés del 4,75% a finales del año 2001 hasta dejarlos en el 2% a finales de 2003, situación que continuó hasta el año 2006. Lo que el BCE perseguía con esta política era impedir la explosión de la burbuja tecnológica del año 2001, también llamada burbuja de las puntocom. Seguramente, esta burbuja fue creada antaño por tipos de interés artificialmente bajos, en EE.UU, por parte de la Reserva Federal.

Lo único que consiguió el BCE fue aplazar la tormenta financiera hasta el año 2008, eso sí, con el coste de haberla convertido en un huracán financiero, alimentado de nuevas dosis de bajos tipos de interés, durante seis años.

Las naciones que más se vieron afectadas por la política del BCE de borrachera crediticia fueron, naturalmente, aquellas naciones menos ahorradoras, que suelen ser normalmente las menos productivas, ya que disponen de menor renta, lo que les reduce sus posibilidades de ahorro.

Estas naciones, que más desajuste sufrieron entre ahorro e inversión, ya sea porque no ahorraron lo suficiente o porque el tipo de interés del BCE no era el adecuado para su nivel de ahorro, fueron los países mediterráneos, los de la periferia. Grecia vivió su burbuja del sector público: las prestaciones sociales no paraban de crecer hasta el mismo año 2009, los empleados públicos, las pensiones, la edad de jubilación permanecía irrisoriamente baja, etc. Irlanda vivió una perfecta burbuja bancaria, que ya todos conocemos, de la que se va recuperando poco a poco. España vivió una fuerte burbuja inmobiliaria de la que todos los españoles hemos sido perfectos testigos durante bastantes años.

Hasta el propio Zapatero, adalid del keynesianismo con sus famosos planes de estímulo, hizo un giño a la teoría económica y afirmó que España no estaría en este atolladero actual si hubiésemos ahorrado más.

Y es que no se puede unificar  la política financiera de países tan dispares en productividad y ahorro, como Alemania, Holanda, Bélgica, por un lado, y Grecia, España, Portugal e Irlanda, por otro.

Aquí observamos en el siguiente mapa las naciones más ahorradoras en el año 2008, las sombreadas en azul, con una tasa de ahorro superior al 40% de su renta; y las naciones menos ahorradoras, con una tasa de ahorro inferior al 40% de su renta, y en especial España, con una tasa de ahorro de tan sólo el 27%.

El «mercado» de trabajo español: La ciudadela del empleo.

Tras la puesta de manifiesto, en el año 2008, de que la economía española estaba enferma, el pinchazo de la burbuja financiera y la consiguiente crisis económica que actualmente, en el año 2012, nos sigue asolando, el sistema bancario mundial dio un giro de ciento ochenta grados: se pasó de conceder créditos sin límite a restringir el crédito de manera desmesurada. Es lo que suele conocerse con el nombre «efecto acordeón».

En consecuencia, las empresas, además de ver reducidas estrepitosamente sus ventas, la financiación que provenía del sistema bancario también se desplomó. Esto llevó a que muchas empresas cerraran (la mayoría en el caso del sector de la construcción) y otras tantas tuvieran que reducir su dimensión para ajustarse a la nueva coyuntura, lo que implicaba reducir costes: reducir la producción, reducir los salarios, cerrar filiales, reducir plantilla, etcétera. Como todos sabemos, uno de los factores más importantes de la empresa y que mayores costes genera son los trabajadores, por lo que todas las empresas tuvieron que ajustar ahí.

Normalmente, en un mercado flexible y competitivo, el ajuste se realizaría en forma de precios. Es decir, al desplomarse la demanda de trabajadores por la crisis, el precio de contratar a un trabajador (salario) bajaría en proporción a esa bajada de la demanda. Dicho de otro modo, mayores índices de desempleo tirarían hacia la baja de los salarios. Esto permitiría a las empresas ajustarse mediante los salarios (vía precios) y no despidiendo a trabajadores (vía cantidades) y, además, reduciría el número de personas en paro. Es decir, se llegaría a un nuevo equilibrio en el mercado, para trabajadores y empresarios, más acorde con la situación actual.

No obstante, en España esto no fue así. El mercado laboral español era profundamente rígido, pues los salarios estaban fijados mediante un convenio firmado por los sindicatos y la patronal o, en su defecto, el gobierno. Es decir, miles de empresas, con sus trabajadores y empresarios, tendrían que cumplir los salarios que estipulase ese convenio. Esto provocó que, durante los años de la crisis, según la Comisión Europea, el coste laboral aumentase más de un 2,5%, mientras que en Europa lo hizo sólo un 0,5%. En definitiva, que si una empresa no puede reducir los sueldos, porque se lo prohíbe la legislación, para ajustarse a la crisis, quedan dos opciones: despedir o cerrar. Y esto fue lo que pasó: muchas empresas tuvieron que cerrar y otras muchas despidieron a una gran cantidad de empleados (lo que les ocasionaría también importantes costes por despido), llevando al país a unas cifras de paro disparatadas (actualmente cerca del 23%).

Y la gran pregunta en España es: ¿por qué no se han reducido los salarios?

Bill Gates

Mientras en Austria, por ejemplo, un 16% de las empresas se ajustaron reduciendo salarios y un 21% reduciendo plantilla, en España sólo un 6% pudo reducir el salario y un 68% lo hizo despidiendo. Ahora, mientras allí tienen un paro en torno al 5%, aquí lo tenemos del 23%. E, incluso, la OCDE afirma que España posee una cifra de desempleo estructural del 13%; es decir, que nunca podrá bajar de esa cifra.

Como consecuencia de todo lo anterior, casi el 75% de todos los despidos se corresponden con trabajadores temporales y jóvenes, ya que sus costes de despido son menores. Y en este punto se puede observar una cierta contradicción entre instituciones como los sindicatos. Por un lado, abogan por la igualdad de oportunidades, y, por otro, elaboran políticas que desigualan enormemente a los ciudadanos. Por ejemplo, se protege enormemente a los trabajadores fijos: dificultad máxima para despedirlos e imposibilidad de reducirles el sueldo. Esto no solamente tendrá como consecuencia una menor contratación de trabajadores fijos, sino que los trabajadores fijos tendrán mucho más poder sobre el resto (lo que se conoce como insiders) y que esta condición pase a ser un privilegio. En definitiva, mayor paro, menor contración, a cambio de mantener a una cantidad de trabajadores fijos con buen sueldo. 

No en vano, numerosos autores, consideran el mercado de trabajo español como «la ciudadela del empleo«, un lugar fortificado y seguro, pero pequeño, donde sólo unos pocos pueden acceder, mientras el resto permanece inaccesible.

Además, y por si todo lo anterior fuera poco, sabemos, por teoría económica, que el crecimiento económico se puede producir por dos mecanismos: por el aumento de la productividad (que los trabajadores trabajen más y mejor) o por el aumento del empleo. Y, si por legislación se impide la creación de empleo, también se está impidiendo el crecimiento económico y, en consecuencia, el desarrollo y el bienestar de la población.

Por otra parte, también existen otros problemas en el mercado de trabajo, que aunque no tan importantes como la rigidez comentada anteriormente, también son dignos de corregir. Son los denominados desajustes entre la oferta de empleo y la demanda del mismo o, dicho en el argot económico, mismatch. Es evidente que hay una demanda de trabajadores muy cualificados que, en nuestro país, pocos pueden acceder a tales puestos de trabajo, por el reducido nivel de nuestro sistema educativo. Y, por el contrario, existe una «masificación» en las universidades españolas, en tanto el nivel de licenciados supera con mucho a las ofertas de empleo. Este desajuste es muy negativo porque incentiva a que personas que no obtendrán trabajo de una determinada carrera a que la estudien, impidiendo acceder  puestos de trabajo más idóneos, y provocando una pérdida de tiempo y dinero irrecuperable.

La nueva Reforma Laboral recientemente introducida por el gobierno de Rajoy ha cambiado por completo este panorama, reduciendo rigideces que siempre han estado presentes en nuestro sistema laboral, incluso desde el régimen franquista. Por ejemplo, el convenio realizado a nivel de empresa prevalecerá sobre el firmado por los sindicatos a nivel nacional. Como vemos, es un buen instrumento para que las empresas adapten su situación de la mejor forma posible, evitando quiebras, despidos, ineficiencias e injusticias. También se facilita la flexibilidad en la entrada y salida de empleo, con la reducción del coste de despido y que, a partir de ahora, el despido se considerará procedente (en vez de improcedente), salvo prueba en contra.

Además, se incluye un contrato, que sólo podrán utilizar las PYMES, que no tendrá costes de despido e incluso estará exento de cotizaciones, a parte de incentivos fiscales a la contratación. En definitiva, una verdadera revolución en nuestro mercado de trabajo, si tenemos en cuenta que, desde 1984, no hay en España ninguna Reforma Laboral sustancial.

Aunque, no obstante, también, desde mi perspectiva, tiene algunos puntos negativos. Como, por ejemplo, la prohibición de encadenar varios contratos temporales. Esto provocará que se contraten a menos trabajadores, porque existen muchas empresas que contratan a gente sólo cuando la necesita y aún más en un mundo tan dinámico y globalizado como el actual.

¿Qué es una economía sana y una enferma?

Hay un paradigma predominante en el pensamiento económico actual que consiste en suponer que el objetivo de la economía no es otro que el de lograr aumentar la actividad económica, lograr el crecimiento económico, mejorar los índices de empleo, inflación y renta per cápita. En definitiva, desde muchos lugares, se nos inculca que hay que lograr una «expansión económica» para el bienestar de «todos». Sin embargo, como veremos, la expansión económica artificial no es “sana” para una economía y, con el tiempo, provocará el estallido de una burbuja económica con la consiguiente crisis.

Para entender lo dicho antes, conviene que tengamos dos conceptos claros. Una cosa es una economía «boyante» y otra bien distinta es una economía «sana». Efectivamente, una economía puede presentar unos índices de crecimiento económico, inflación y empleo estupendos, pero, sin embargo, estar enferma, con la simiente de una crisis financiera germinando en su interior. Ya sea porque el «boom» económico ocasiona graves perjuicios medioambientales y de consumo desmesurado de recursos no renovables, que pondrían en entredicho el desarrollo -como bien saben los ecologistas- o ya sea porque la actividad económica imperante no satisface realmente lo que los seres humanos demandan, necesitan o desean -como bien saben los economistas austriacos.

Es decir, que puede estar produciéndose gran cantidad de productos, y originándose gran cantidad de empleo, pero realmente tales productos no son demandados por la sociedad y, cuando finalmente se pongan en venta en el mercado, tales empresas quebrarán y se pondrá de manifiesto que hay una crisis económica. El ejemplo lo tenemos todos en la mente: desde el año 2000 o incluso antes, en España se estaban construyendo un número desmesurado de viviendas, que la gente realmente después, ni quería comprar tantas, ni tenía ahorros para hacerlo.

Según la Teoría Austriaca del Ciclo Económico (TACE), las crisis económicas son producidas por la intervención del Estado en la economía, con el objetivo que «estimular» la economía, a fin de expandir el crédito y el empleo, más allá de lo que el mercado considere. En el caso de la crisis financiera de 2008, los austriacos culpabilizan a los Bancos Centrales por haber mantenido los tipos de interés artificialmente bajos (incluso los tipos de interés reales llegaron a ser negativos, lo que implicaba que es preferible 100€ mañana que 100€ hoy, algo totalmente irracional), dando señales erróneas al mercado para invertir masivamente.

A parte de la intervención de los Bancos Centrales, todo el sistema financiero está sustentado en un sistema popularmente conocido como “castillo de naipes”, en el que los Estados otorgan el privilegio a los bancos de poder utilizar el dinero de los depósitos para dar créditos, con el objetivo de aumentar artificialmente el crédito, y aumentar así la actividad económica. La consecuencia es que mientras que la inversión nacional crece, el ahorro nacional cae, lo que indefectiblemente producirá una crisis económica, ya que no habrá suficientes ahorros en el futuro como para consumir la producción en la que se invirtió, y tales empresas quebrarán.

Keynes, al contrario que los austriacos, pensaba que el objetivo de un país era «mantener a todo el mundo con empleo», y dado que este objetivo era imposible lograrlo en una economía puramente libre, debería de existir un Estado que estimulara la demanda efectiva para llegar al pleno empleo. Efectivamente, Keynes sólo le daba importancia al corto plazo, y se olvidada de los efectos que tales políticas pudiesen acarrear con el paso de los años, aspecto que le diferenciaba diametralmente con los austriacos.

Por tanto, el concepto de “enfermedad” económica sería el de una economía en la que hay desequilibrios profundos entre la oferta y la demanda, aunque todavía no se hayan puesto de manifiesto. Y, generalmente, tales desequilibrios se producen cuando existe un aumento exorbitante de la actividad económica, coloquialmente conocido como ”boom”, en el cual la economía no va tan bien como se piensa, sino que se acaba de iniciar un proceso irreversible que terminará con el desencadenamiento de una crisis.

¿De qué sirve seguir construyendo viviendas si la gente lo que quiere es vender las que ya tiene? Vale, sí, se estimula la economía, se compran materiales, los obreros mantienen su empleo. Pero, ¿no será eso un desperdicio? Efectivamente, el tiempo de esas personas se destina a una actividad inútil, no valorada por la sociedad, por lo que la actividad se convierte en un desperdicio.

Esto es lo que se conoce como “falacia de la ventana rota”. Imaginemos un panadero que ve que un chico rompe la ventana de su panadería con un balón de fútbol. Según la postura keynesiana, esto sería positivo para la economía, pues el panadero tendrá que consumir para comprar una nueva ventana, y los productores de ventanas aumentarán su producción, generándose un efecto multiplicador en cadena. Sin embargo, si no se hubiese roto la ventaba, hubiésemos ahorrado en recursos, y el panadero podría haber consumido otro tipo de bien. Este ejemplo echa por tierra la postura que defiende que el consumismo provoca bienestar, pues la realidad es la contraria: es el ahorro el que aumenta el bienestar.

¿No hubiese sido mejor no haber hecho tal inversión y ahorrar el dinero e invertirlo en otra actividad realmente útil y demandada por los ciudadanos (por ejemplo, la informática, o las telecomunicaciones, o el I+D+I)?

El capitalismo, como el propio nombre indica, consigue aumentar el progreso, gracias a que desvía una parte de lo producido del consumo. Dicho de otro modo, el capitalismo lo bueno que tiene es que no consume todo lo que produce, sino que una parte se ahorra y se utiliza para aumentar la capacidad de producción. De ahí, que, a más ahorro, a más acumulación de capital, mayor riqueza del país. Por este motivo, el incremento desmesurado del consumo (que suele producirse durante la etapa de la expansión) provocaría un retroceso en la riqueza del país.

De ahí, que los austriacos afirmen que la crisis económica no es más que el reconocimiento por parte del mercado del desajuste que existía en un principio, y que no significa más que el principio del fin de la “enfermedad”, pues el mercado empezará a coordinar los desequilibrios. Por ejemplo, cerrando empresas que no eran viables y no demandadas por los consumidores, enviando al paro a trabajadores que no eran productivos, etc. En palabras de Huerta de Soto: “Es como un cáncer. Tras extirpar el cáncer la enfermedad ha desaparecido, si bien el cuerpo ha quedado muy debilitado”.

Podemos incluir una alegoría para explicar este artículo. En esta alegoría compararemos la expansión crediticia artificial y la intervención del Estado en la economía con el ingerir alcohol. Cuando alguien ingiere alcohol, al principio, se encuentra muy bien, muy seguro de sí mismo y con gran desparpajo; no obstante, con el tiempo, el cuerpo reaccionará ante el agente extraño del alcohol e intentará devolver al organismo a la normalidad, y entonces es cuando llega la resaca.

En conclusión, el objetivo de la economía no es mejorar las estadísticas, sino que lo que se demande sea lo que se produzca, a través del equilibrio que se produce en el mercado libre. Es decir, por sí mismo no es positiva una economía con una actividad económica increíble, sino que tal actividad económica se sostenga en el equilibrio de oferta y demanda, de ahorro e inversión; es decir, que la actividad económica sea sana.

Y, desde luego, parece mentira que todavía haya economistas y Premios Nobeles que sigan defendiendo la expansión crediticia, el consumismo y el keynesianismo como forma de salir de la crisis internacional. Y que tales postulados se impartan en las universidades.

La culpa del paro es del crédito artificial y del salario mínimo

En el presente artículo realizaremos un análisis acerca de la relación entre el Salario Mínimo Interprofesional y la tasa de desempleo en España, en el lapso 1998-2011, desde la perspectiva de la Escuela Austríaca de Economía.

Como demuestra la teoría económica, la imposición de un precio máximo ceteris paribus creará escasez en el mercado, pues habrá más personas dispuestas a demandar y menos a ofrecer. Mutatis mutandis ocurrirá con la imposición de un precio máximo: se creará exceso, pues habrá más oferta que demanda. Esto es lo que, en teoría, debería ocurrir también en el mercado de trabajo: un salario mínimo creará desempleo, mientras que un salario máximo crearía falta de trabajadores.

Ahora bien, tal efecto acaecerá siempre y cuando la demanda y la oferta estén coordinadas, cosa que no ocurre en el caso de las burbujas, donde existe una especie de descoordinación intertemporal. En el caso de una burbuja, donde hay exceso de oferta, los empresarios invierten el crédito recibido, con la esperanza de que su inversión sea demandada convenientemente por la sociedad. Sin embargo, mientras que el crédito se ha expandido sobremanera, el consumo ha continuado más o menos constante.

Es decir, en una burbuja, hay tanta oferta que, aunque todos gastásemos nuestros ahorros íntegros en consumir, aún habría empresas que en el futuro cierren o reajusten su plantilla a consecuencia de no haber podido cumplir su expectativa de beneficio, por falta de consumidores. El problema de las burbujas es que sólo se descubren cuando explotan, por lo que puede estar invirtiéndose varios años en algo que la sociedad no vaya a demandar nunca, pero sólo se sabrá una vez que la empresa quiebra. La única manera de evitarlas es aboliendo la reserva fraccionaria de los depósitos bancarios.

Según las fuentes consultadas, podemos ver la siguiente evolución tanto del Salario Mínimo Interprofesional real, como de la tasa de desempleo:

En el siguiente gráfico, podemos observar que, exceptúando el período de burbuja y/o expansión crediticia, la evolución de la tasa de desempleo y del SMI real coinciden. Cuando el BCE (y la Reserva Federal en EE.UU.) decidió bajar los tipos de interés del 4,5% en 2001 hasta el 2% en 2006, la expansión crediticia llenó de expectativas a los empresarios a invertir, creándose una especie de «exuberancia irracional» o también llamado «período del dinero barato».

De ahí que, aunque aumentase el SMI real, la tasa de desempleo permaneciera igual o incluso se redujera un poco, pues aunque aumentara la restricción mímina para contratar a empleados, las empresas contratarán indistintamente a más trabajadores, ya que sus expectativas de beneficio (creadas por el crédito artificial) son muy altas. Más tarde, cuando los proyectos empresariales se descubren inviables, las empresas comienzan a reajustar su plantilla, aumentando el desempleo. Y si, encima, el SMI real continúa al alza, el desempleo aumentará todavía más.

Si calculamos el índice de correlación lineal (que explica la dependencia de dos variables) del paro junto con el SMI real, durante los años previos a la expansión crediticia (1998-2001), ¡obtendremos que ambos tienen una correlación lineal del 97,1%! Si lo hacemos durante los años posteriores a la expansión crediticia (2007-2010), ¡veremos que el SMI y el paro están correlacionados al 99,34%! Es decir, que, en una economía donde no haya expansión crediticia artificial, sin reserva fraccionaria, el SMI real y el paro serán directamente proporcionales.

En definitiva, en una economía sana, donde no se cometen errores de inversión, el desempleo depende prácticamente en su totalidad del salario mínimo. Por el contrario, en una economía enferma, donde se engendran las simientes de una recesión, el desempleo y el salario mínimo no tienen porqué estar relacionados, ya que oferta y demanda están descoordinadas.

Nuestra conclusión es -en cierta medida- lógica, ya que si no hay ningún salario mínimo, el límite de salario sólo vendría interpuesto por el trabajador y empresario; es decir, el precio lo fijaría el mercado, del mismo modo que se fija el precio de los automóviles o los ordenadores. Así, aflorarán multitud de trabajos menores cuyo precio de mercado es inferior al salario mínimo vigente, como lavaplatos o limpiadoras que sólo son satisfechos, actualmente, por la economía sumergida. Asimismo, la pobreza se reduciría enormemente, ya que muchos indigentes podrían aportar mucho más a la sociedad y, con ello, recibir mayor dinero que mendigando por la calle.