China en construcción

Jaleo. Tumulto. Cansancio. Me subo en el vagón de metro que me lleva de vuelta. Todo me resulta muy desconocido. La gente me mira con la misma curiosidad con la que yo les miro. De pronto el vagón sale del oscuro túnel y los fuertes destellos que emiten los rascacielos desde el otro lado del río penetran en el vagón. Sin pensarlo me giro para mirar por la ventana el espectáculo y alcanzo a ver una miríada de edificios en construcción acompañados por otros no pocos rascacielos ultramodernos repletos de todo tipo de luces. En ese momento me digo a mí mismo: China está construyéndose. Es domingo. Pasadas las diez de la noche. Caminando desde la parada del metro hasta la habitación, observo un grupo de obreros trabajando realmente apresurados cargando una especie de piedras negras que, supongo, servirán para colocarlas como baldosas en algunos edificios. En ese momento me vuelvo a decir: ¡Y a qué velocidad!

Si tuviese que resumir el país en una palabra –cínica osadía de mi parte– usaría la palabra enorme. China es un país enorme en territorio, enormemente heterogéneo y enorme en población y también cuenta con la historia más larga de todas las civilizaciones. Podría usar también la palabra diferente. Y es que yo como occidental me he dado cuenta que muchos de los esquemas mentales que solemos usar para comprender el mundo, nuestra cosmogonía, en múltiples situaciones no sirven para China. Conceptos como madurez, afecto, inteligencia, tienen un significado diferente. Es por ello por lo que ver China a través de ojos occidentales tiene un importante sesgo, aunque no deja de ser un sesgo interesante, que quiero compartir con todos vosotros.

En lo que concierne a las relaciones sociales, la forma de mostrar interés por el otro entre los chinos no pasa ni por las buenas palabras ni por muestras de afecto físicas, como hacemos los españoles con un apretón de manos, una palmada en la espalda o un abrazo. Nada de eso. Su forma de hacerlo es mediante lo que podríamos denominar las acciones. Así, es posible que un chino te tenga un gran aprecio, pero no te abrace ni te diga nada especial ni tan siquiera te salude o se despida de ti, pero sí te haga la comida, te ofrezca algo suyo, te compre medicina, etc. Existe un proverbio chino (事实胜于雄辩) que dice que las acciones hablan más alto que las palabras. Aunque este proverbio de alguna u otra forma también lo tenemos en nuestra cultura, en China está muchísimo más arraigada esta idea. Por lo general los chinos no hablan demasiado y mucho menos sobre conceptos abstractos, pero sí actúan mucho; digamos que son más prácticos (y también menos teóricos) que los occidentales. Por lo que he podido comprobar no está bien visto el que una persona se pase el tiempo hablando sobre cosas que no tengan un reflejo rápido y directo en la vida práctica. En definitiva, en china un síntoma de madurez es el ser práctico.

Esta forma de ser puede estar condicionada por su historia. China es un país que hace unos treinta años estaba sumido en la pobreza absoluta. Y como todo el mundo sabe, ser pobre te hace ser resultadista, ya que todo el tiempo que se tiene cuando se es pobre se utiliza para intentar mejorar la situación de penuria en lugar de usarlo para especular o divagar con cosas que no tengan un resultado práctico inmediato. Este pragmatismo es el que permitió que China cambiase radicalmente de política económica en 1979 pasando de un férreo comunismo a un capitalismo sorprendente, aunque con matices. A los chinos les da igual el sistema político o económico, las tesis de Marx o de quien sea, lo que quieren es comer bien todos los días y mejorar la calidad de vida. Es por ello por lo que creo que una revolución política en China puede estar lejos.

A medida que uno va pasando tiempo en China se ve cada vez más impregnado por los problemas que tiene el país y por lo tanto cada vez se hace uno más consciente de los mismos. Y puede que la ciudadanía china no se percate de los mismos, pues la gran mayoría no conoce otro modo de vida que el suyo propio, debido al cierto aislamiento que viven con respecto al exterior (aunque cada vez menos), por razones de lenguaje y por razones burocráticas (política exterior del gobierno de China, bloqueo masivo de la red por parte del gobierno, etc.). Una de las numerosas fuertes divisiones que existen entre los ciudadanos (aldeanos versus urbanitas, pobres versus ricos, etc.) es la que se produce entre políticos y ciudadanos normales. Parece como si el país fuese una gran colmena donde las abejas obreras tienen encomendada una tarea determinada mientras que la abeja reina, es decir, el politburó chino, se dedica a las cuestiones políticas. Ni los ciudadanos son informados de estas cuestiones, ni a ellos les parece interesar, ni participan de las mismas. Simplemente son castas diferentes y que no tienen relación la una con la otra: cada una se dedica a lo suyo y ninguna se interesa lo más mínimo por la otra. En este sentido no puedo dejar de citar a Fernando Sánchez Dragó sobre China:

“No hay descontento en China, por más que los medios de información se empeñen en elevar las anécdotas a categorías convirtiendo el ronroneo de cuatro gatos vanidosos en clamor social y en atribuir el estatus de héroe al oscuro don nadie que este año, sin hacer nada por merecerlo, ha recibido (es un decir) el premio Nobel de la Paz. Cierto, hay excepciones, ¡cómo no va a haberlas en semejante gentío!, pero los chinos de a pie están encantados con una clase política que les permitirá, o eso creen, ganar dinero, jugárselo, fundar una empresa, abrir una tienda, montar un negocio, tener concubinas, humillar a Japón, comprar un buen coche, comer a lo bestia, ir de Pequín a Bangkok por una autopista de veinte carriles, visitar las ruinas de Angkor, hollar la gravilla de los templos de Kioto y escupir donde les venga en gana”.

Lo cierto es que China se trata de un país enorme y heterogéneo que engloba gran cantidad de dialectos, costumbres e incluso razas. Es por esto por lo que muchos piensan que si en todo el país se experimentara la libertad que vive Hong Kong, China terminaría disgregándose en numerosos episodios secesionistas, como realmente ha acontecido recurrentemente en la historia de China antes de Mao. Así, es muy común escuchar que Mao levantó el país (porque unió a todos los chinos) y Deng Xiaoping lo echo a andar. Teniendo en cuenta la enorme disparidad y heterogeneidad que se da entre unas regiones y otras de China y teniendo en cuenta los conflictos territoriales que se siguen produciendo tales como en Taiwan, el Tibet y la provincia de Yunnan, es muy difícil que China se mantenga unida territorialmente como ahora.

Además China es todavía un país subdesarrollado, incomparable a los países del primer mundo, cuyo PIB per cápita todavía es 9.944 dólares, ocupando el puesto número 93 del mundo, al nivel de Turkmenistán, Albania o las Maldivas, a pesar de haber experimentado décadas de un crecimiento económico vertiginoso. Fruto de este crecimiento económico tan elevado, China ha acortado camino entre los países desarrollados y subdesarrollados en muy poco tiempo, pero la sociedad todavía debe adaptarse a estos cambios tan rápidos, que en muchos casos sigue anclada en arcaicas costumbres, tales como casar a los hijos por conveniencia, corrupción en las instituciones, un vergonzoso nepotismo enraizado en casi todos los lugares, una desigualdad realmente impactante, etc.

Además, no sólo es importante valorar el crecimiento económico o el PIB per cápita, sino el historial del PIB per cápita que ha tenido el país. Es decir: si dos países A y B tienen el mismo nivel de PIB per cápita eso no quiere decir que los dos son iguales de ricos, sino que los dos producen (gastan e ingresan) lo mismo cada año, pero si A estuvo 30 años produciendo (gastando e ingresando) muy poco mientras que el B estuvo los otros 30 produciendo (gastando e ingresando) mucho, esto quiere decir que el país B es mucho más rico que el A, aunque el PIB per cápita sea idéntico, pues los anteriores niveles de PIB per cápita sufridos por la historia del país repercuten también sobre el presente del país.

Y es que China al ser un país que hace tan sólo 30 años estaba sumido en la miseria, es difícil, por muy veloz que vaya la economía, que se convierta en un país desarrollado en tan poco tiempo. Para ello faltan todavía bastantes años y bastantes retos que afrontar. Pero ello sin embargo es realmente positivo, porque el país, como reza el título del artículo, está en plena construcción y el futuro de la nación asiática va a depender en buena medida de lo bien o mal que se construyan ahora esos cimientos que soportaran el futuro del país. Por ejemplo, China todavía no cuenta con un sistema público de educación ni de sanidad similar al europeo ni por supuesto un sistema de pensiones. Europa tiene ya construidos estos sistemas, que ocasionan enormes problemas a las economías europeas y que ensombrecen el futuro del país, por errores en el diseño de los mismos; pero, una vez construido, derribar el sistema para construir otro nuevo conlleva costes inasumibles. Pero China está en proceso de construcción de todo eso, pudiendo conseguir la construcción de un buen sistema, eludiendo los problemas que otros países están experimentando y que tienen que arrastrar durante bastantes años más.

Uno de los retos más importantes a los que debe hacer frente China es sin duda la desigualdad económica que más que desigualdad yo preferiría definirlo como yuxtaposición de la miseria y la riqueza, pues cuando uno va caminando por la calle puede observar que viven casi en la misma calle personas que se dedican el día completo a vender botellas de plástico por un par de yuanes con jóvenes ricos que van a recoger a la novia todos los días en su nuevo Masseratti. El rápido crecimiento económico claramente no ha sido sentido por toda la población. Esta desigualdad también puede percibirse en la composición de los precios de los artículos: los artículos de baja calidad son extremadamente baratos mientras que los artículos de alta calidad son extremadamente caros, una diferencia mucho más pronunciada de la que puede percibirse en España, que se debe a que los ricos tienen mucho más poder adquisitivo (y por lo tanto demandan muchos más productos de alta calidad, elevando su demanda) que los pobres.

Y es que, como ya decía William Athur Lewis, mientras un país está desarrollándose experimenta un proceso de economía dual, es decir, presentan sectores, lugares y empresas desarrolladas que tiran de la economía del país pero también presentan sectores tradicionales, lugares pobres e industria típica del subdesarrollo. Con el tiempo, con la acumulación de capital, con el ahorro y con el crecimiento económico al final toda la economía termina desarrollándose. China ahora está en este proceso con una clara dualización de la economía entre sectores avanzados y sectores subdesarrollados casi conviviendo prácticamente en la misma calle.

Cuando uno visita un país tiene la suerte de percibir realidades que no pueden reflejar los datos estadísticos y reflejan perfectamente la realidad económica de un país. Personalmente creo que un claro indicador de la riqueza media de un país es la calidad media de los productos. Si en un país la mayoría de los supermercados venden productos de baja calidad, las viviendas se fabrican con materiales más baratos, etc. es un claro indicador de que el país en el que se vive es pobre. Si por el contrario, uno acude a un país y a cada supermercado en el que entra le cuesta encontrar algún artículo de baja calidad o barato, es un sinónimo de que se vive en un país rico. Y es por ello por lo que los países más ricos son también los más caros, porque los ciudadanos de allí viven con productos más caros, de mayor calidad, ya que al disponer de mayores recursos demandan mejores productos. Según la calidad media de los productos, a China la situaría dentro de los países pobres, a España en los países de ingreso medio y al Reino Unido dentro de los países ricos.

Antes hablábamos de que los esquemas mentales occidentales se dan de bruces con la realidad oriental. Así como en Estados Unidos los rascacielos son una prueba de riqueza, de desarrollo y de nivel económico, en China nada más lejos de la realidad. A pesar de que es posible maravillarse con los fastuosos rascacielos en las grandes ciudades, lo cierto es que la una mayoría de la población vive en pueblos hundidos en la miseria que se abastecen del autoconsumo y en algunas ocasiones de lo que consigues pillar de las grandes ciudades. Es decir, las grandes ciudades repletas de rascacielos son la excepción en China, aunque, eso sí, se trata de algo nuevo, naciente. Pero es que además dentro de las grandes ciudades se esconden grandes bolsas de pobreza y la gran parte de los ciudadanos de las grandes ciudades viven peor que los ciudadanos normales, por ejemplo, España. Just poor high buildings.

Otra característica del país es que existen empleos de baja productividad, digamos, inútiles, tales como barrenderos de pistas de aeropuerto, asistentes de párking, enorme cantidad de empleados para una sola tarea, etc. Y es que asegurar a todo el mundo un empleo tiene enormes desventajas en un país: que exista una gran cantidad de empleo improductivo, afectando a la productividad del país y a la capacidad de aprendizaje de los trabajadores; que se generen costes adicionales; que se desincentive el trabajo de buena calidad, etc.

Tras observar que la mayoría de la gente va con enormes fajos de billetes a comprar cualquier cosa –síntoma de inflación y de devaluación de la moneda–, pregunto sorprendido: -¿El billete más grande aquí cuál es? -Este, el de cien yuanes, me responden. ¡Madre mía! ¡Lo compran todo con un billete equivalente a diez euros! Me pregunto a mí mismo: ¿no renuevan los billetes? ¿por qué la imagen de Mao en todos los billetes y no la de Deng Xiaoping en algunos? ¿por qué las autoridades no crean billetes más grandes? Unos días más tarde hallé la respuesta: porque en las grandes ciudades es donde se mueve el dinero en china y cuando uno va de visita a un pueblo se percata que el billete de cien yuanes es prácticamente una fortuna; por lo tanto, los billetes sirven para todos los ciudadanos chinos y dada la enorme desigualdad en China crear billetes más grandes no sería algo acertado.

Los numerosos edificios en construcción y la elevada velocidad a la que se construyen es la metáfora más perfecta para una nación que está desarrollándose a un ritmo vertiginoso pero que todavía le queda mucho camino que recorrer y muchas piedras en ese camino que sortear. Me adhiero plenamente a la tesis de Joe Zhang de que China necesita una recesión económica para incentivar el desarrollo equilibrado de la nación. De hecho, creo que China va encaminada a esa recesión (algunos bancos provinciales ya han dejado de otorgar préstamos a las inmobiliarias) y que podría tener como consecuencias las siguientes: reducción de los niveles contaminación, fuerte presión a la liberalización definitiva de los tipos de interés y del sistema financiero, reducción de la inflación, aumento del desempleo (con el consecuente aumento de la productividad), posible apreciación del yuan, cierta reducción del poder del gobierno sobre la sociedad, entre otros.

China es una civilización con una larga historia de éxito que ahora comienza a renacer de sus cenizas tras varias décadas sombrías de comunismo a una velocidad nunca antes vista en la historia. Pero el camino del subdesarrollo al desarrollo es largo. Y en mi opinión, sin una crisis económica, China no se desarrollará nunca, pues es el único instrumento que puede equilibrar el enorme desequilibrio que vive china en su economía y en su sociedad. Es una cuestión de tiempo. Soy optimista respecto al futuro a largo plazo de China, pues el país cuenta con numerosas ventajas y numerosos potenciales, todo depende de cómo de bien se construyan los cimientos de una nación con mucho futuro por delante.

Cuentos chinos

El gobierno chino, con su fuerte intervención en la economía china, a través de su Banco Central, está perjudicando lentamente a una de las economías más emergentes del mundo.

China, al igual que numerosos países asiáticos, como Japón, Singapur, India, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur, decidió, a partir de 1980, abrirse al exterior y olvidar el sueño utópico del comunismo. Si bien, lo hizo más lentamente, y con más reticencias, que el resto de países: la transición de China al capitalismo, aunque fue rápida, se hizo de forma más lenta que la de sus vecinos.

Países sumamente pobres, comparables a los actuales africanos, se decidieron por la libertad económica. Muchos están hoy entre los países más ricos del mundo, como Corea del Sur. Los inversores extranjeros, deseosos de obtener rentabilidades, vieron enormes posibilidades en países tan necesitados como los asiáticos, con tantas necesidades por satisfacer, donde la competencia es mucho menor que en sus países de origen, ya desarrollados. Y así es cómo los inversores extranjeros se enriquecieron enriqueciendo.

El caso de China presentaba además un aliciente adicional, igual que India. Era un país de enorme población, pues una de las políticas de la China imperial era incentivar la natalidad, para tener efecticos militares con los que luchar. En China, donde existe un gran mercado interno, y por tanto las primeras empresas obtendrían grandes volúmenes de ventas, era bastante atractiva para la inversión.

Igual que si Corea del Norte decide mañana romper sus barreras económicas y comerciales, y dar vía libre a los inversores, se originará una avalancha de inversión en el país, que empezarán a abrir hoteles, comercios, negocios, etc. Sería una oportunidad de ganancia sin parangón.

A pesar de todo, lamentablemente China todavía no ha abrazado la plena libertad económica. Hoy día el gobierno chino sigue haciendo “ingeniería social” e interviniendo de manera sutil, pero fuerte, en la economía.

Hoy todavía existen controles de capitales. Hoy todavía se controla y se maneja artificialmente el valor del yuan. Hoy todavía se maneja arbitrariamente el tipo de interés, y el coeficiente de reservas. Hoy todavía existe control sobre la natalidad, para expandir el PIB per cápita de forma artificial. Hoy todavía se impide la salida del país a numerosos funcionarios chinos. Y todo ello con efectos muy perniciosos para la economía, y por tanto para el ciudadano medio.

El “take-off” que experimentan necesariamente todos los países al industrializarse y al abrazar el capitalismo, donde se crece a ritmos vertiginosos, y la calidad de vida crece exponencialmente, está siendo aprovechado por el gobierno chino, para obtener poder, aun afectando a los ciudadanos chinos, y con el peligro de desacelerar el bonancible crecimiento chino, y la calidad de vida.

Veamos con detenimiento varias de las más funestas intervenciones, para la población, del gobierno chino.

I

Yuan: el billete rojo

El gobierno chino mantiene una política de tipo de cambios fijos sobre su moneda, el yuan. Eso no es otra cosa que mantener el valor del yuan fijo, inamovible, sin depreciaciones ni apreciaciones, en el mercado de divisas. Esto tiene enormes implicaciones macroeconómicas, que darían para otro artículo, mucho más largo, explicarlas todas.

Para conseguir que el valor del yuan en el mercado de divisas quede fijo, el gobierno chino hace lo siguiente.

Cuando en el mercado de divisas el valor del yuan está por debajo del valor fijado, o existen presiones a la baja en el valor, el gobierno chino vende los dólares que tiene acumulados, para comprar sus propios yuanes. Esto provoca una subida de la demanda de yuanes y una subida de la oferta de dólares, haciendo subir (de forma artificial porque se debe a la intervención del gobierno, y no de las transacciones entre particulares) el valor del yuan, o el tipo de cambio yuan-dólar.

Cuando el yuan está por encima del valor fijado por el gobierno chino, o existe presiones al alza sobre el valor, se hace lo contrario: el gobierno chino imprime yuanes, y acude con ellos al mercado de divisas a comprar dólares. Esto hace subir la oferta de yuanes, y subir la demanda de dólares, haciendo bajar (de forma artificial) el valor del yuan, o el tipo de cambio yuan-dólar.

El gobierno chino lo que quiere es mantener artificialmente muy bajo el valor del yuan: a unos 6-7 yuanes por dólar. Mientras que el PIB chino, al mismo tiempo, podría superar al estadounidense en poco tiempo.

¿Con qué objetivo? En primer lugar, el gobierno, quiere lograr un abaratamiento generalizado y artificial (más barato de lo que se produciría en un mercado no intervenido) de china, de todos los precios chinos: bienes, servicios, salarios, inversiones, etc. Esto haría aún más atractiva China hacia los inversores extranjeros. Así es como los productos chinos son tan baratos, la mano de obra y las exportaciones son tan enormes.

De modo que “el modelo asiático”, que no es sino chino, de salarios bajísimos, del que tanto se habla en la prensa, no es producto del mercado ni mucho menos (de hecho el mercado presiona para lo contrario), ni de la globalización, sino de la intervención deliberada del gobierno chino. Lo contrario es un “cuento chino”.

De hecho, corre el peligro de que el gobierno chino no pueda con el mercado, y no pueda mantener tan bajo el valor del yuan. Al comprar tantos dólares, sus reservas de dólares son mastodónticas, que están ociosas y no se sabe lo que hacer con ellas. Los propios chinos no se fían del yuan, y están empezando a cambiarlo por moneda extranjera y a ahorrar en otras divisas. Este efecto, provocó el pasado mes de julio que saliese más dinero de China del que entra, por primera vez en mucho tiempo.

Por esto, el gobierno chino ha ido subiendo su objetivo, a regañadientes y renqueando, el objetivo del valor fijo del yuan, del 9 yuanes por dólar en 2002 al objetivo actual de 6,3 yuanes por dólar.

Lo normal en una economía como la china es que su moneda fuese mucho más valiosa y que se apreciara progresivamente, al tiempo que sus habitantes vayan adquiriendo rápidamente un buen nivel de vida, por la mayor capacidad adquisitiva del yuan. Como así ha sucedido en la mayoría de países sin tipo de cambio fijos.

Además, por otra parte, el gobierno chino imprime yuanes a mansalva. La impresora china echa humo. La oferta monetaria del yuan crece a tasas cercanas al 20%, mientras que, por ejemplo, la del euro está entre el 3% y el 5%.

Hay una relación contable en economía que siempre se produce. La cantidad de dinero que hay, dividido entre el número de productos que hay, da lugar al precio medio de un prodcto en esa economía. Si sube el número de productos, baja el precio; si sube la cantidad de dinero, sube el precio. O, dicho de otra forma, si la producción crece al 3% y el dinero al 8%, se produce una inflación del 5%.

En el caso de china la producción (PIB) crece al 10% aproximadamente, mientras que la masa monetaria lo hace al 15%. El resultado es una inflación del 5%. La que tienen actualmente. El gobierno no resta sólo capacidad adquisitiva devaluando el yuan en el mercado de divisas: también lo hace creando inflación.

Esta “política de impresora” también está relacionada con la política del tipo de cambio del yuan, que vimos anteriormente. Veamos por qué.

Existe otra relación contable en economía, que siempre se produce, para el tipo de cambio.  A igualdad de PIB entre dos economías, la economía que tenga una moneda más fuerte será la que tenga menor masa monetaria. Y a igualdad de masa monetaria, la economía que tenga una moneda más fuerte será la que tenga un PIB mayor.

 

Bueno, pues con PIB similares, como los de China y EE.UU., el valor del yuan el mucho más bajo que el del dólar: mayor ritmo de impresora en China que en EE.UU.

II

Simientes de una burbuja

Al igual que en los países occidentales, China padece otra enfermedad derivada de la intervención del gobierno en el sistema financiero: los ciclos económicos.

Los tipos de interés son fijados por el Banco Central Chino, sin tener (porque es imposible) la información necesaria para fijarlos correctamente. Los coeficientes de reservas de los bancos son bajados progresivamente por el gobierno, “para expandir el crédito”, en una economía ya recalentada, donde la inversión supera el 48% del PIB. Y cuando la experiencia demuestra que una inversión más allá del 20% del PIB es peligrosa.

Y cada año hay menos distancia entre el ahorro bruto y la inversión bruta, corriendo el riesgo, cada vez más probable, de que la inversión supere al ahorro, provocando inexorablemente una burbuja.

Y numerosas ciudades fantasma en china, construidas, pero sin habitantes, ponen de manifiesto una problemática e inminente burbuja inmobiliaria. Eso y la desaceleración del crecimiento chino, deja en evidencia a un gobierno chino que “hecha más leña al fuego” iniciado por él mismo, engendrando las simientes de una futura burbuja, en pro de acelerar el crecimiento. Espero que, cuando explote la burbuja, no intente apagarla, porque lo hará con un lanzallamas.

En definitiva, China, a pesar de todo, continúa y continuará siendo una economía emergente, desarrollándose, gracias a los millones de chinos disciplinados en su trabajo, a la sociedad civil, que invierte, que trabaja, que produce. Seguirá aumentando su calidad de vida, pese a sus gobernantes. El problema de China es su gobierno, y lo demás son cuentos chinos.

Balanza de pagos hasta más no poder.

HONG KONG

Por primera vez desde 1998, sale más dinero en China del que entra.

La china continental puede ahora jactarse de tener más de un millón de ricos, cada uno con más de 10 millones de yuanes (1,6 millones de dólares), dice la última edición del “Hurun Report”, que realiza un seguimiento de los grandes capitalistas chinos. Pero el continente parece estar teniendo problemas realizándolos. De acuerdo con el reportaje, publicado el 31 de Julio, más del 16% de los chinos ricos ya han emigrado, o han entregado papeles para emigrar a otro país, mientras que el 44% pretende hacerlo pronto. El 85% está planteando enviar a sus hijos fuera para estudiar, y un tercio posee bienes en el extranjero.

El millón de ricos se ha beneficiado mucho del boom económico chino. Pero solo el 28% de los encuestados expresó gran confianza en las perspectivas para los dos siguientes años, cayendo desde el 54% en el informe del último año. Este malestar podría también ser visible en un informe más confuso publicado el mismo día, por la Administración del Intercambio Extranjero del Estado Chino (SAFE). Reflejó que la balanza de pagos china había dejado un déficit en el segundo cuatrimestre, por primera vez desde 1998. Expresó simplemente que más dinero estaba saliendo de china del que entraba.

Este fenómeno puede ser explicado de forma más extensa. La balanza de pagos recoge dos tipos diferentes de transacciones: pagos internacionales para bienes y servicios (por ejemplo, exportaciones e importaciones), que son recogidas en la “cuenta corriente”, y pagos internacionales por activos. La cuenta corriente china está todavía en superávit, mayormente porque las exportaciones superan a las importaciones. China está también atrayendo un montón de inversiones directas de extranjeros ambiciosos, para comprar o construir compañías en el continente. Pero esas entradas de comercio internacional fueron superadas por un récord de salidas de capital de otro tipo, haciendo un total de 110 miles de millones de dólares. Esto dejó la balanza de pagos global de china en déficit, disminuyendo las reservas internacionales chinas en 11,8 miles de millones de dólares (o una bajada del 0,4%).

La caída de las reservas fue un cambio tan raro en las cifras que Reuters inicialmente los comunicó con visos de error. Un portavoz de confianza vio necesario decir que esas cifras no reflejan un gran ímpetu por las salidas de capital. Las salidas son, en cualquier caso, parcialmente bloqueadas por los controles de capital chinos. Todavía, tales regulaciones no pueden parar ni las compañías multinacionales, que podrían repatriar beneficios, ni a determinados individuos ricos, que viajan frecuentemente, teniendo cuentas bancarias extranjeras y manejan su propio negocio internacional. Los individuos chinos podrían llevarse 50.000 dólares fuera del país cada año sin permisos especiales. Victor Shih de la Universidad de Northwestern reconoce que el 1% de los hogares chinos más ricos tiene entre 2 trillones y 5 de propiedad y activos líquidos. Si esto fuera aterrador, ellos pueden sorprendernos incluco con grandes reservas extranjeras.

Los ricos chinos normalmente tienen conocimiento de las condiciones de la economía interna, ha señalado el señor Shih. Si su dinero está saliendo, todos los demás deberían tomar nota. Pero, Zhiwei Zhanf, economista jefe de China en Nomura, un banco japonés, es más optimista. Él piensa que las salidas de capital no son un signo alarmante en sí mismo, pero sí reflejan las preocupaciones económicas que ya son bien conocidas. No es una sorpresa que las empresas y los inversores deberían reorganizar sus carteras, dada la decepción en el mercado inmobiliario chino y la interrupción en el subida del yuan contra el dólar.

Efectivamente, la presión a la baja sobre la moneda es causa y consecuencia de las salidas de capital. Desde junio de 2010 a febrero de este año, el yuan se apreció un 8% contra el dólar. Desde entonces, ha caído menos de un 1%. El número de chinos ricos, de acuerdo con el “Hurun Report”, podría estar creciendo vigorosamente. Sin embargo, 10 millones de yuan ya no es lo que era.

Ésta es una traducción del semanario británico The economist (ver original: http://www.economist.com/node/21559949)

El porvenir de China

Actualmente, la economía China está en el período más próspero de toda su historia: en este año se convirtió en la Segunda Potencia Mundial (creciendo casi al 10%), un poco por delante de Japón. Y los pronósticos más reputados vaticinan que se convertirá en la Primera Potencia Mundial allá por 2015, superando a los EE.UU.

La industrialización se abrió paso en Asia hacia el año 1973, del mismo modo que en el 1700 se inició en Gran Bretaña. La globalización propició la relocalización de la actividad productiva: los empresarios trasladaron sus fábricas a Asia con el fin de reducir costes, pues allí la mano de obra era muy barata (igual que en el S.XVIII en Gran Bretaña).

Esto hizo que muchos países dejaran de un lado la servidumbre y aflorase así la libertad política y económica: Taiwán, Singapur, Hong Kong (núcleo polarizador de China y bastión del capitalismo), Japón. China también se industrializó, pero (obviando Hong Kong) la libertad no ha llegado aún. Hay que recordar que el pueblo chino ha sido tradicionalmente uno de los que más tenacidad ha presentado: no hay más que ver construcciones como la Gran Muralla China para percatarse.

A partir de 1973, el sector primario perdió peso y la industria ganó una gran importancia, al mismo tiempo que el sector servicios iba aumentando paulatinamente. Sin embargo, el gobierno chino todavía sigue, manu militari, manejando la economía, provocando gran desigualdad. Tuve, hace unos meses, la ocasión de hablar un buen rato con una mujer china, que me afirmó rotundamente: «No. Allí el gobierno está muy bien. Somos nosotros los que estamos mal. Pero la situación cambiará: cada cosa necesita su tiempo».

Los responsables de la economía se han percatado de que está produciéndose una elevada expansión del crédito (señal inequívoca de una futura recesión), por lo que han optado elevar el encaje (coeficiente de reservas) hasta el 25% aproximadamente. Además, la inflación sigue en aumento castigando a su economía (5,4% alcanzó en Marzo). Estos indicios dan razones para pensar que China, probablemente, esté recalentándose y que, en unos años, sufra una severa crisis.

Huelga decir que el aumento ostensible en el presupuesto militar chino puede suponer un serio problema en el futuro, pues mientras que la mayoría de los países occidentales hacen grandes esfuerzos por no aumentar el armamento (e incluso por reducirlo), China lo aumenta en gran proporción. Siendo pesimista, la política del Partido Comunista Chino me recuerda sobremanera a la que su homólogo hacía en la URSS.

Aunque el pueblo chino sea tan trabajador y tan enemigo de las insurrecciones, lo cierto es que ya empiezan a surgir algunos núcleos (si bien, dispersos) «contrarrevolucionarios». Tenemos muy presente el paradigmático caso del actual Premio Nobel de la Paz: Gao Xingjian. Además, hace unos pocos días, se detectaron las primeras revueltas: unos trabajadores que estaban en contra de la política de fijar los precios por ley (política que, por otra parte, es de las peores que pueden tomarse), pues eso no les permitía obtener los beneficios suficientes para vivir dignamente.

Y es que, por mucha paciencia que pueda tener un pueblo o por mucho tiempo que continúe incomunicado, en el fondo la verdad termina por revelarse. ¿Por qué el gobierno chino censura permanentemente internet? ¿Por qué borró el rastro de Gao Xingjian? ¿Por qué Google se fue de China? ¿Por qué impide el gobierno que los funcionarios emigren?

Porque China se ha industrializado y sólo falta que -como en Inglaterra en el 1700- la prosperidad económica se traslade a la prosperidad política y social, que el gobierno sucumba ante la evidencia y que deje libres a los subyugados chinos.

La pobreza paradójica

«Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas»  Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976

En tiempos de crisis, la pobreza suele aflorar más que nunca. Se hace más palpable. Y nos hace recapacitar sobre ella y todo lo que le concierne. Es terrible observar que, en un país supuestamente desarrollado, más de cinco millones de personas (el 10 % de la población total) busquen trabajo y no lo encuentren. Lapidario es saber que algunos de tus conocidos tienen que vender su vivienda por no poder pagarla e irse a vivir a la calle.

Minimizar al máximo la pobreza debe ser uno de los objetivos fundamentales de todo país. Evitar la penuria debe ser el primer paso. Por ello, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es erradicar, de una vez por todas, la pobreza en el mundo. El objetivo de este artículo es, pues, una revisión al concepto de pobreza y propuesta de solución a la misma.

Ante todo, hay que tener en mente que la pobreza no es algo nuevo, traído por la modernidad, fruto de la globalización o el capitalismo. Por ejemplo, en la Edad Media, casi toda la población europea vivía en condiciones de pobreza extrema y continuada. Además, se sucedían épocas de hambruna y epidemias repetitivas que segaban a gran parte de la población en poco tiempo; en definitiva, nunca antes la población mundial ha estado tan rica. Los movimientos antiglobalización, por ejemplo, pinchan en hueso al oponerse a ella con el objeto de reducir la pobreza, puesto que es la globalización la única que lo ha logrado.

Como vemos en este gráfico, en el año 1959, casi el 22% de la población mundial vivía con menos de un dólar y medio al día. Ni que decir tiene que en épocas anteriores las condiciones eran aún más penosas. A medida que el mundo se fue globalizando e industrializando la situación iba mejorando: actualmente, un 10% de la población mundial, a lo sumo, vive en condiciones de pobreza.

De ese 10% de pobreza mundial, África participa en un 50%; es decir, la pobreza de los países industrializados representa, a duras penas, el 2% mundial. Además, podemos observar que los países recientemente industrializados (los asiáticos: Taiwán, Hong Kong, China, Corea del Sur, Japón, etc.) han reducido -también recientemente- sus índices de pobreza. Existe una gran correlación entre industrialización y mínimos índices de pobreza. La historia económica así lo demuestra, y como dice Jacque Fresco: «sin tecnología, recaeríamos en el esclavismo».

En este sentido, África se encuentra actualmente en una encrucijada. Es uno de los escasos territorios que continúan aún en el pauperismo (pobreza persistente), y todavía no se ha industrializado. Las actuales revueltas en países africanos como Libia o Egipto buscan derrocar a sus tiranos (los cuales se apropiaban de la mayoría de la riqueza del país), para lograr la libertad política y económica, un camino firme hacia la industrialización.  Podemos admitir, en consecuencia, que el camino más factible para erradicar el hambre es abrir paso al libre mercado y a la globalización.

Ahora bien, si la industrialización llega, manu militari, del Estado, el resultado es bien distinto. En primer lugar, ninguna persona humana está capacitada para saber qué empresas abrir, en qué lugares, cómo hacerlo o en qué proporción. Al no poder hacerse con la información del mercado (o la sociedad), se abrirán empresas que no serán viables (que la gente no demandará) y, así, lo único que se conseguirá es desperdiciar recursos. En segundo lugar, la fuerza que generan las acciones individuales de la sociedad supera por mucho las decisiones de un gobernante. Por este motivo, el proceso de industrialización de la extinta Unión Soviética, preconizado por Stalin, no fue precisamente gallardo: mientras se lanzó el Sputnik, casi toda la población vivía en condiciones de penuria. El Gosplan u el organismo de planificación central no reduce tampoco la pobreza. Así las cosas, la industrialización, cuánto más libre de estatismo, más efecto surtirá en la pobreza.

La riqueza de las naciones se explica por la libertad económica, la tecnología y, por extensión, en la productividad. No obstante, los continuados esfuerzos estatistas para generar igualdad desembocan en el crecimiento de la pobreza. Por ejemplo, para aumentar el subsidio de desempleo hay que aumentar los impuestos; o sea, que los trabajadores, al menos en parte, mantienen a los desempleados. Se trata de un desincentivo al trabajo. Si bien en el mismo instante en el que se ofrecen subsidios los desfavorecidos aumentan su bienestar, la economía se va resintiendo poco a poco, pues el desempleo va creciendo, y cada vez son más los subsidios demandados, mientras que la recaudación del Estado disminuye. Así cayó el Imperio Romano. Cuando los emperadores romanos pensaron que su rico y vasto imperio era ilimitado, decidieron ofrecer la ciudadanía romana a todo habitante del imperio, con los privilegios que ello conllevaba. Panem et circences (pan y circo, gratis) era el lema del antigüo Estado del bienestar romano. Los productores de trigo decidieron cerrar sus fábricas, pues el pan era ofrecido gratuitamente. Y la población no paraba de crecer, pues los inmigrantes entraban a borbotones a beneficiarse de tal caridad. Las arcas del imperio romano quedaron exhaustas en muy poco tiempo y se inició el declive del imperio.

Según las cifras del Banco Mundial y la ONU, podemos hallar una correlación muy reducida entre libertad económica e igualdad, como puede observarse en los índices de arriba. Sin embargo, la población vive mejor, en lo que respecta a bienestar económico, con libertad económica.

Por ello, insisto, el único remedio contra la pobreza es libertad económica e industrialización. Las ayudas sociales adolecen de miopía, pues, tras los beneficios instantáneos, engendran las simientes del paro, quiebra y penuria. Dicho de otra forma: las consecuencias del Estado del bienestar son las contrarias a las buscadas por el Estado; es decir, la ayuda a la pobreza genera pobreza. Como ejemplo más actual podemos ver a España que tiene una de las protecciones al desempleo más altas (y unos índices de paro atronómicos) o EE.UU. cuya administración ha preconizado el susodicho modelo del bienestar (con el consiguiente desempleo alto y constante).

Así las cosas, el promover políticas de igualdad produce desincentivos, contrayendo la economía e igualando a todos sus miembros en la penuria; por la otra parte, favorecer la libertad implica desigualdad económica, pero al generarse incentivos, la economía crece y todos sus miembros terminan saliendo de la pobreza. No obstante, a muy largo plazo, la economía libre tiende a la equidad, como pueden observar en el siguiente gráfico.

Fusión nuclear: próxima Revolución Tecnológica

A pesar de que los recursos están limitados y son escasos, ello es porque el límite de los mismos radica en el propio conocimiento. Y éste frutece en condiciones de necesidad. La Segunda Guerra Mundial trajo consigo innumerables innovaciones técnicas en multitud de campos, por ejemplo. Asimismo, el crecimiento acelerado de la población mundial, la creciente demanda individual de energía y recursos y el agotamiento y desbordamiento de los mismos crean condiciones de necesidad, agudizando el ingenio. Como ya afirmó el Premio Nobel de Economía, F. A. Hayek, «debemos optar entre ser muchos y ricos o pocos y pobres».

La energía de fusión, por tanto, es un caso particular de lo antedicho en el párrafo anterior. Es necesaria una fuente energética segura, limpia y que ofrezca una energía suficiente para una población que no para de crecer. Así, en 1986, tras las dos crisis del petróleo, China, India, UE, EEUU, Rusia, Japón y Corea del Sur han aunado sus fuerzas para crear el ITER, con el fin de lograr la fusión nuclear.

La energía, a lo largo de la historia, ha permitido elevar el nivel de vida del ser humano. La energía es la base de todo sistema económico, de ella depende el coste de todos los productos, desde un chicle a una limusina: a más escasez de energía, más cuesta ganarse la vida. El carbón, en primer lugar, posibilitó la extinción de la servidumbre; el petróleo, mientras fue abudante, logró que la economía mundial viviese su época dorada durante 1950-1973; la energía de fisión actual se presenta, a veces, como única alternativa. Sin embargo, todas estas energías tienen un vicio común: o son escasas o contaminan.

Sin embargo, la fusión nuclear -aún en proceso de supervisión- desencadenará una revolución tecnológica sui géneris. Comprobándose, una vez más, que el límite de la riqueza mundial hunde sus raíces en el conocimiento. El día en que esta tecnología termine de implementarse (aproximadamente para 2035), el precio de la energía se reducirá ipso facto a un nivel irrisorio, ya que podremos producir, sin apenas coste, cuanta de ella queramos. En consecuencia, al disminuir los costes, los precios (que no los salarios) bajarán muchísimo. Conclusión: daremos un paso de gigante al implementar la fusión, pues el nivel de vida aumentará ostensiblemente.

El ITER ya está dando resultados. La ciencia de la fusión nuclear ya está dilucidada. Las leyes físico-químicas hacen que la susodicha sea factible. Así como en la enegía de fisión hacían falta átomos muy pesados (como el Uranio) para su repulsión, en la fusión se necesitan átomos muy ligeros (y, por tanto, más estables como el hidrógeno) para su unión. En concreto, para esta tecnología, se utilizan dos isótopos del hidrógeno (deuterio y tritio).

La idea consiste en unir el deuterio (compuesto por un protón y un neutrón) junto al tritio (compuesto por un protón y dos neutrones). Como resultado obtendremos dos protones y dos neutrones unidos entre sí o, lo que es igual, un átomo de helio, elemento inodoro e incoloro. Por otra parte, se liberará un neutrón y, por supuesto, una inusitada cantidad de energía (que analizaremos más tarde).

 

 

El único problema de la energía nuclear de fusión es tecnológico. Para fusionar dos átomos con carga parecida hacen falta temperaturas atronómicas (superiores a las del Sol; parecidas a las de una supernova), pues la repulsión electroestática establece que los polos iguales se repelen, mientras que los contrarios se igualan. Así, para unir el deuterio y el tritio, hace falta aislar las desmesuradas temperaturas del resto del mundo. No obstante, las últimas inveciones están apunto de lograrlo definitivamente.

Plasma rodeado por campos magnéticos

Las temperaturas tan elevadas cambian la materia de estado y la convierten en plasma (muy parecido a los relámpagos). Este plasma, si es rodeado convenientemente por una serie de campos magnéticos, se conseguiría separar la temperatura del interior del reactor, culminando definitivamente el sueño de la fusión. Si bien, algunas particulas de rayos X escaparían de los campos magnéticos calentando el entorno. Para esto, en torno a la reacción, se han construido unas paredes de acero de varios metros de grosos, con tuberias llenas de agua fría. Esto permite que el calor residual sea convertido rápidamente en vapor de agua y, a su vez, el vapor sirva para mover unas turbinas y generar la energía suficiente para mantener encendida la fusión. La reacción de fusión se mantiente, por tanto, por sí misma.

Los guarismos son lapidarios. Con un kilogramo de hidrógeno lograríamos en una hora, mediante fusión, más del triple de la energía producida por fisión en el mismo tiempo. Y lo que es más asombroso: la fusión lograría 28 veces más energía que la que se obtiene de forma solar y eólica. Es más, una única central de fusión doblaría la actual producción de energía total, como pueden observar en el gráfico de abajo.

*Los datos correspondientes al Carbón, Petróleo, G.Natural, Hidráulica, Fisión y Eólica y solar han sido extraídos del INE, y son la media de la producción de energía que se ha producido en una hora desde el año 1991 hasta el 2008 en España. Los datos correspondientes a la energía de fusión han sido estimados por ecuaciones concluyendo que: 1kg de H -> 70.000.000 KW/h; 1gr. de H -> 173.000 KW/h.

La globalización es inevitable

Desde el siglo XIX se ha producido un fenómeno sin precedentes en la humanidad. Por primera vez, gran cantidad de pueblos distintos empiezan a conformar una amalgama social. La causa de este fenómeno es, sin duda, la revolución tecnológica que posibilita una comunicación instantánea y barata con cualquier parte del mundo. Además, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial preconizaron el abandono del nacionalismo económico que, inevitablemente, inducía hecatombes. Y así nació el multilateralismo. Por eso, no hay método más eficaz contra la guerra que la difusión de la industrialización, el aumento de las libertades y la globalización. Podemos observar que la integración mundial se ha desarrollado, hasta ahora, en cuatro fases.

Se inició hacia el 1700 en Gran Bretaña con la Primera Revolución Industrial, que introdujo como principal innovación el ferrocarril. En ese momento, la floreciente industria logró aumentar la productividad del trabajador que, indefectiblemente, desencadenaba en un aumento de salarios lo que, a su vez, incentivaba la mecanización de la industria (pues despedir a trabajadores con salarios altos e implementar maquinaria aumentaba el beneficio), que, en definitiva, enriquecía el país. La mejora tecnológica erradicó las épocas de crisis de subsistencia. La implicación última de todo este proceso es el aumento de la libertad y del tiempo libre para disfrutarla (ya no hacía falta pasar jornadas inhumanas en el campo cosechando para comer, pues podía comprarse, gracias a la industria, a precios relativamente bajos). Por primera vez, las condiciones de trabajo, tan duras como las del campo, se ablandaron, mientras los salarios ascendían. A partir de este momento, ya no hace falta dedicarse a cubrir necesidades básicas, quedando tiempo libre para ser.

Continuó extendiéndose, en una segunda etapa, al resto de Europa y Norteamérica, produciéndose en la Revolución francesa y la Independencia estadounidense. Parte de la tecnología británica se transfirió gracias al comercio internacional a Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Italia, Suecia y, sobre todo, Estados Unidos. De nuevo, en todos estos países, aumentó la productividad; por consiguiente, los salarios; y, por tanto, se incentivó la mecanización que, en última instancia, lograba abaratar los precios y aumentar el tiempo de ocio. En España, con más dificultades de absorción tecnológica, la Libertad no llegó hasta el 1868 con la revolución conocida como La Gloriosa, iniciando el Sexenio Democrático.

Bolsa de Tokio

Posteriormente, la bonancible época del capitalismo (1950-1973) permitió que la globalización entrase en América Latina y, poco más tarde, en los países asiáticos (Japón, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur, China, etc.). Se produjo en ese momento una relocalización progresiva con destino asiático, donde las empresas buscaban mano de obra barata. En consecuencia, Asia se industrializó. Y, de nuevo, se produjo el mismo mecanismo que en la Gran Bretaña protoindustrial: mejora de la productividad, mejora de los salarios, sustitución de trabajadores por maquinaria, reducción de precios y aumento del tiempo libre y las libertades.

En China, la libertad todavía está por culminar. Así como fue necesaria en Europa el Año de las Revoluciones (1848) para allanar el terreno a la libertad, la próxima etapa en China deberá consistir en una revolución contra el opresor gobierno chino, que permitirá expandir en China toda la prosperidad económica acumulada, con el consiguiente aumento de las libertades. Esperemos que Gao Xingjian tenga suerte.

Asimismo, podemos admitir una cuarta etapa en la integración mundial, pues, tras las últimas revoluciones vividas en los países árabes es obvio que la globalización ha decidido impregnar uno de los resquicios aún no penetrados por la Libertad: Arabia. Egipto se encuentra en proceso de democratización, mientras Túnez, Yemen, Argelia, Libia y Baherin se encuentra en una dolorosa -pero, esperemos que útil- revolución liberal.

Al igual que la mejora del comercio británico en el S. XVIII extendió la libertad individual a América y Europa, los movimientos de personas y mercancías junto con el poderoso internet están logrando difundir en Arabia los mismos valores democráticos.

Déjeme matizar que, cuando un pueblo pide libertad, ha salido de su minoría de edad. Por ese motivo, no hay ningún peligro, por ejemplo, en la democratización de Egipto. Al contrario: cuando un pueblo acepta el sometimiento de un dictador, revela la mentalidad peligrosa del mismo.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (VII)

Libertad, motor del progreso (II): el librecambismo

Como diría el gran ilustre filósofo contemporáneo Jean Paul Sartre: «el hombre está condenado a ser libre». En efecto, cualquier organización humana que no tenga en cuenta este principio lapidario, se da de bruces con la realidad, fracasando. Y, gracias a la historia, hemos tenido ocasión de comprobar que esto es cierto. Por ejemplo, la genuina monarquía -la de antaño- era el sistema más perverso que podía imaginarse, pues era el más autoritario. Actualmente, la democracia (según Winston Churchil, el peor sistema, exceptuando todos los demás), ha concebido los progresos más fastuosos que cualquiera pudiese haber imaginado. Por tanto, cuanto más libertario es un sistema, tanto más perfecto (o menos perverso) ha resultado.

En Ciencia Económica, como humana que es, acaece exactamente lo mismo: más libertad se traduce en más bienestar. Como tuvimos ocasión de demostrar en anteriores fascículos, con la libertad económica frutece la justicia, pues no hay mayor injusticia que la igualdad de trato (recordemos también la insondable disyuntiva de la sociedad: igualdad vs eficiencia). Además, cuando un mercado es libre funciona a la perfección (recordemos el ejemplo en el que comparábamos el mercado alimenticio, libre, y el mercado de alquileres, intervenido). Y, por añadidura, demostramos que las crisis económicas cíclicas, lejos de radicar en la libertad económica, afloran en el seno del intervencionismo (en el caso actual, en la intervención de los bancos centrales y los gobiernos). Hoy, demostraremos una vez más los beneficios que la libertad económica tienen sobre la sociedad, concretamente en el comercio internacional.

En un día cualquiera de nuestra vida cotidiana, el beneficio del comercio internacional es archipresente. Nos levantamos y llegamos a la cocina a comernos un plátano producido en canarias, mientras vemos en la televisión (producida en una multinacional japonesa) un programa retransmitido en Berlín. Luego, nos dirigimos al cuarto de baño a lavarnos los dientes, con un cepillo eléctrico cuyo cabezal se produjo en Canadá y el resto en China. Cogemos las llaves (generadas en Suiza), para conducir el nuestro fiat (fabricado en Italia) y llegar temprano a nuestro trabajo.

En este sencillo y pequeño relato, podemos vislumbrar las enormes ventajas que el libre comercio entre países tiene para todos los ciudadanos de todos los países. Desde una perspectiva pedestre, podemos afirmar que el libre comercio satisface más y mejor las necesidades de las personas, porque ofrece a los consumidores más posibilidades para elegir (lo que aumenta también la competitividad). En fin, aumenta el grado de libertad y, con ello, el de bienestar.

David Ricardo

Pero, ahora conviene que profundizemos en el análisis económico. El principio de ventaja comparativa, desarrollado por David Ricardo, establece que, en el comercio mundial, es más eficiente que un país dedique todos sus esfuerzos a aquella actividad en la que es especialmente productivo, o sea relativamente barato en producir (por ejemplo, España en la producción de aceite; EEUU en él diseño de software; China en la producción en masa; etc.). El corolario que surge de este principio es que un país será más rico si es humilde y se dedica a producir aquello en lo que se ha especializado y, además, se dedica a exportar la producción sobrante y, como no podría ser de otra manera, a importar los productos fabricados en otros países. Por este motivo, las autarquías no son buenas economías. En este sentido, una persona no se lo hace todo porque es pobre, sino que es pobre porque se lo hace todo.

Lo curioso de los principios económicos es que sirven tanto en microeconomía, como en macroeconomía. Si el susodicho principio de David Ricardo lo extrapolamos a la vida cotidiana (microeconomía), nos percataremos aún más de su importancia. Imaginemos que nuestro padre es especialmente bueno cocinando paellas y nuestra madre es relativamente buena haciendo postres. ¿Qué es mejor, que nuestro padre lo cocine todo (o nuestra madre) o que cada uno se dedique a lo que se le da bien? Según el principio que estamos tratando, papá cocinará muchas más paellas sin tanto esfuerzo como nuestra madre y, ella, hará lo propio en los postres. Como, obviamente, no podremos comernos tanta comida antes de que se pudra, podremos venderla a la vecina (o intercambiarla por otros platos en los que la vecina es especialmente buena). Obviamente, este modo de proceder aumentará el bienestar de todo el vecindario.

Ahora bien, todos los economistas saben que este principio es axiomático, pero los gobiernos a menudo han demostrado no tenerlo tan claro, adoptando a lo largo de la historia el proteccionismo. Aunque el proteccionismo les cause a los gobernantes réditos políticos a corto plazo, el país verá reducir su economía paulatinamente (como, por ejemplo, en la autarquía franquista).

Si bien es cierto que el proteccionismo puede proteger a la industria interior, esta protección es ficticia, pues permite que el país se especialice en una actividad en la que no es especialmente bueno y, así, con estas medidas, no hay incentivos para buscar otras industrias en las que el país sí es relativamente productivo.

Actualmente, podemos aplicar este principio para resolver el dilema que algunos tienen: ¿La gran potencia productiva China puede arrasar a los demás países del poder económico? En absoluto, en todo caso es una buena noticia que China se haya especializado tan bien, pues eso permite a los demás países importar su producción a precios más baratos incluso que los interiores, con lo que la población mundial se ve beneficiada, así como China. Ahora bien, ¿peligra la mano de obra del resto de países o la industria? Tampoco. Lo que sí ocurriría es que, a muy corto plazo, el ascenso de China producirá un paro repentino, pues la mano de obra del resto de países no podrá competir con la mano de obra China en el mercado que se ha especializado. Por lo tanto, los demás países deberán redistribuir a las personas desempleadas hacia otros mercados en los que china no es especialmente productiva y buscar su ventaja comparativa o, si se prefiere, desarrollar nuevos mercados competitivos. Por tanto, el «problema» (que, en realidad, es beneficioso) de China no debe abordarse con proteccionismo, sino, todo lo contrario, con librecambismo.

Utilizando la anterior analogía, China es como, si en el anterior vecindario, se mudase una nueva vecina, capaz de cocinar más y mejores paellas y postres. ¿Qué alternativa tiene papá y mamá? Aparentemente, ninguna. Esencialmente, casi infinitas, a saber: buscar (o crear) nuevos platos, que nadie tenga en el vecindario. Así, el bienestar del vecindario (y el de papá y mamá) aumentará con la llegada de la vecina, en lugar de lo contrario.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (VI)

Libertad, motor del progreso (I): Las fuerzas del mercado

Haciendo una breve recapitulación de todo lo que hemos visto hasta el momento, podemos afirmar que, en síntesis, el capitalismo laissez-faire es el que mejor se adapta a la naturaleza humana: no debemos olvidar que el hombre es egoísta por naturaleza (y, como puede demostrarse, es imposible despojarse del egoísmo). Adam Smith axiomatizó que ese egoísmo es bueno, muy bueno (muy superior al altruismo calcutiano). Analizamos, asimismo, que la mayoría de los problemas que se le atribuyen al sistema económico capitalista (contaminación, desigualdad, crisis económicas, …) son el resultado de un actual sistema mixto (un antitético binomio liberalismo-intervencionismo), en el que, en algunos países, la actividad estatal puede sobrepasar el 40% del PIB. En resumidas cuentas, los problemas los crea el sistema mixto, no el mercado. Y pusimos como ejemplo el sistema financiero -uno de los más intervenidos del mundo- que es el causante de las crisis periódicas que, volvemos a insistir, afloran en una economía mixta y nunca en una economía pura de mercado.

Dicho esto, la sección respuesta a las críticas puede darse por finiquitada, al menos, de momento. Por consiguiente, pasaremos a explicar por qué este sistema tiene la increíble capacidad de organizar los quehaceres de la humanidad de forma absolutamente eficiente. ¿Por qué este sistema ha generado un nivel de vida tan superior al de la Edad Media? En términos filosóficos, podemos -nuevamente- responder que es el sistema que mejor se adapta al hombre. Empero vayamos a los términos económicos.

Dirijámonos ahora mentalmente hacia una de las ciudades más desarrolladas y pobladas del mundo: Nueva York. Pensemos ahora en el mercado de comida: toda la población tiene cubiertas todo tipo de necesidades alimenticias, en función de todas las variables (modas, gustos, …). Para una población tremendamente enorme, todo está perfectamente coordinado: en ningún mercado alimenticio hay escasez de alimentos ni excedentes de los mismos. La comida llega de las fábricas mediante millares de camiones que descargan en los establecimientos. Todos contentos: los consumidores neuyorkinos satisfechos y los tenderos con su dinero en el bolsillo, que les sirve, a su vez, para satisfacer la necesidad que puedan surgirle, eso sí, en función de su aportación a la sociedad.

¿No da un poco de vértigo que todo se maneje «solo»?  ¿Cómo es posible que, sin que nadie tome una decisión a modo de factótum funcione tan bien el susodicho mercado? Porque cada persona elige lo que le conviene a ella, se dirige al comercio (que, al mismo tiempo, vende lo que le conviene y al precio que le conviene; igual que el cliente) y, si las conveniencias de los dos son compatibles, se produce una transacción, tras la cual, las dos partes se benefician. Y lo que es aún más importante: en estos intercambios también circula una abudante información que ayuda a regular el mercado mas eficazmente, a saber: el vendedor analiza su demanda para adecuar su oferta y el comprador, haciendo lo propio, analiza el establecimiento para satisfacer de la mejor forma posible sus necesidades. Un oferente (fábrica, tienda, vendedor ambulante, …) que no tenga en cuenta las necesidades del consumidor cae por su propio peso.

La oferta y la demanda se equilibran al igual que esta balanza, en representación a la justicia capitalista.

 

Si estas dos personas viviesen en un sistema comunista, donde el mercado de los alimentos está regulado por el Estado, tendría que vender y comprar, no lo que ellos desean, sino lo que el mercado cree que desean, lo que el gobierno dicta. Y como, naturalmente, es imposible conocer todas y cada una de las características personales de todos y cada uno de los habitantes, el comunismo, lejos ya de ser hasta una utopía, es una distopía: de poder llevarse acabo (cosa imposible, como demostramos en la primera entrada), se producirían situaciones enormemente indeseables por cualquier ser humano, pues las necesidades de todo un país no pueden cubrirse desde una perspectiva.

Bien. En las economías mixtas, el sistema de bienes alimenticios es libre, pero ¿qué ocurre con el mercado de alquileres? ¿y con el de recursos financieros (los bancos)? ¿y con el mercado de trabajo, especialmente en España, cuyos principales puntos fueron creados por el dictador Francisco Franco? Todos estos mercados presentan un elevado grado de intervención, agravando el nivel de vida de los ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades, en función de sus deseos o circunstancias. En una economía mixta se establecen límites (máximos o mínimos) a los precios, mientras que en un comunismo se establece directamente el precio. Intervencionismo en todo caso.

Y como, a más población, más dificultosa es la intervención; a más población, en un sistema intervencionista (comunista o mixto), más dificultosa será la gobernanza y, en consecuencia, peor nivel de vida. Justo al contrario de lo que ocurriría en un mercado puramente libre. Es por esta razón por la que el estado del bienestar queda obsoleto cuando la población aumenta y, por esta misma razón también, por la que el comunismo se hace más factible a medida que la población disminuye; en el Capitalismo es a la inversa: más personas, más libertad.

El comunismo: La historia de un sueño.

Siguendo la  la dinámica del blog, aprobecho para inaugurar una nueva sección; El comunismo.

De la misma forma que Antonio, debatirá los aspectos positivos y negativos del Capitalismo. Yo, basándome en estudios recientes que abarcan desde las bases teóricas del Comunismo hasta su puesta en práctica en la Unión Soviética, China, Cuba… expondré en varias entradas mi opinión personal respecto a esta ideología.  Siempre abierto a debate con los lectores que aporten sus ideas debidamente razonadas, sin duda siempre enriquecedoras.

Esta trabajo, no es sino, fruto de la responsabilidad de dar a conocer una verdad a veces ocultada por diferentes intereses.

Espero que disfruten de esta nueva aportación, Psametiko.