¿Está la cultura en decadencia?

Tras la lectura del reciente ensayo del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, uno se queda estupefacto, al tiempo que dubitativo. La religión, la política, la literatura, los medios de comunicación y el arte se han ido envileciendo poco a poco, y prácticamente, con diferente evolución, en todos los países desarrollados. ¿Será esto positivo, será negativo o es realmente una apariencia debida a la democratización del saber?

¿Por qué casi todos los periódicos del mundo practican, con mayor o menor intensidad, el amarillismo? ¿Por qué el arte, ya sea pictórico, teatral o musical están viviendo un punto de inflexión donde parece que más que importar el placer estético se busque el divertimento, el regocijo y la captación de grandes masas? ¿Por qué los políticos recurren cada vez más a la mentira, a la demagogia y se intentan ganar el favor de cantantes y celebrities en lugar de científicos e intelectuales? ¿Por qué cada vez se vende más literatura light, best-seller?

Primero debería empezar definiendo lo que yo entiendo por cultura. Para mí cultura es poseer una calidad y cantidad de conocimientos muy variados integrados de forma holística, donde la suma de los conocimientos valga mucho más que los conocimientos por separado, porque se complementan unos con otros, y no se sustituyen. Por ejemplo, entiendo por persona culta alguien que conoce la historia de su país y de otros países, que conoce otros lenguajes a demás del propio, que sabe valorar las cosas en su justa medida, alguien cuya sensibilidad se haya enaltecido a través de la música, el arte, la literatura e incluso de las relaciones interpersonales. Es decir, para mí, una persona culta es una persona que posee un bagaje de información que le permite descifrar el sentido real de los diferentes acontecimientos de la vida. Por ejemplo, la manera de realizar el amor, la delicadeza es una forma de cultura.

En mi humilde opinión, la superficialidad o banalidad de la cultura es un fenómeno que razonablemente debe producirse tras un fenómeno de democratización. En muy pocos años el mundo ha aumentado exponencialmente de población. Se han producido enormes avances en la democracia y en las libertades individuales. Y, sobre todo, el progreso y la evolución de la economía ha permitido que una cantidad ingente de personas –sobre todo en el mundo desarrollado– puedan acceder a multitud de productos e informaciones. Esto último está también íntimamente relacionado con la revolución de las telecomunicaciones.

Otrora, sólo era una minoría la que accedía a un volumen importante de información, aquellos que más la valoraban: los intelectuales, los escritores. Esto explica que la cultura hasta hace unos años estuviese monopolizada por este grupo. Era elevada y distinguida, pero muy reducida o restringida. Sin embargo, como hemos dicho, el progreso y la masificación del mundo ha aumentado las posibilidades de acceder a este círculo cultural, antes vedado a la mayoría. Ahora bien, también el progreso ha posibilitado que este círculo se abra también para aquellas personas que no valoran tanto la cultura como antaño. Obviamente debe de producirse una banalización de la misma, ya pueden acceder a gran cantidad de información (que no calidad) casi todo el mundo, incluso los culturetas y los esnobistas.

Este fenómeno ya lo advirtió nuestro filósofo Ortega y Gasset para otros ámbitos en su obra La rebelión de las masas, cuando afirmaba que un aumento en la cantidad de seres humanos debe producir consecuentemente una reducción en la calidad de las interacciones entre los mismos.

Este proceso se ha acentuado aún más por el tipo de economía que poseen los países desarrollados: la economía de mercado. Una economía donde las cosas valen lo que se paga por ellas; una economía donde la soberanía reside en el consumidor. Es decir, si un determinado periódico decide publicar información muy elaborada, sin amarillismo, en lenguaje ampuloso y de difícil acceso para el ciudadano medio, el periódico verá reducir sus ventas y, tarde o temprano, tendrá que echar el cierre. Si no se demanda, fuera.

No obstante, esta democratización de la cultura, este acceso masivo a la misma –proceso alentado, en parte, por la escuela pública y por el progreso del capitalismo– no sólo ha permitido el acceso a personas que la valoran menos, sino que los autores más distinguidos, el pináculo, ha perdido por tanto el poder que antes tenía en la cultura, lo que ha llevado a numerosos de ellos a retraerse de la actividad cultural, viendo con desdén la creciente delicuescencia actual, mientras que otros muchos se han adocenado al mercado, a los deseos de la mayoría.

El autor Vargas Llosa defiende la tesis de que no todo el mundo tiene derecho a acceder a la actividad cultural elevada, pues sólo corresponde esto a un grupo minoritario. El argumento principal que sostiene esta idea es que, mientras que la gran mayoría de las personas dan sentido a su vida mediante la religión, el resto, la minoría, suplanta esta actividad religiosa por la cultural, encontrando el sentido de la vida a través de la actividad cultural elevada, seria, buscadora de certezas y placeres eternos, buscando una obra literaria que trascienda en el tiempo, y no que produzca un placer efímero, pasajero, perecedero y sujeto a los vaivenes de la moda. Veamos en qué términos se expresa el Nobel: “Sólo pequeñas minorías se emancipan de la religión remplazando con la cultura el vacía que ella deja en sus vidas: la filosofía, la ciencia, la literatura y las artes”.

Es pues la razón principal que Mario esgrime para defender que la cultura o, mejor dicho, la alta cultura no puede pertenecer a toda la población, sino a aquellas minorías que verdaderamente la aprecian. Los autores de libros como Crepúsculo, cantantes como Don Omar, filmes chik-fick, artistas performance que ingieren sus propias heces en el escenario para captar público no pueden, por tanto, ser equiparados a obras intempestivas como El Quijote, La República de Platón o El anticristo de Nietzsche.

Por otra parte, otro aspecto que, si bien ha hecho avanzar el progreso, ha perjudicado como contrapartida a la cultura, en los términos en la que la definimos anteriormente. El método científico se caracteriza por el elevado grado de especialización en una parcela del saber: el físico sabe horrores de física, pero nada de literatura; el literato realiza análisis exhaustivos de las obras.  Esta especialización, que económicamente es eficiente, pues permite que cada uno se especialice en aquello que es mejor y logre una productividad elevadísima, y logrará aumentar la producción de la sociedad y reducir los costes, ha perjudicado, por otra parte, a la cultura. Porque ha perdido consideración, valía, el saber holístico, filosófico, integrador. El saber de muchos temas, el tener una visión global, de conjunto, sin profundizar sobremanera en ningún ámbito.

Otro hecho que clarifica en gran medida la posible decadencia del fenómeno cultural en todo el mundo es la política. Es cierto que la política, siempre sujeta a presiones gregarias, aunque nunca ha gozado de un gran prestigio, se ha estragado, aún más si cabe, en los últimos tiempos. El político ya no busca la foto con el científico, el escritor o el intelectual, como sí antaño. Esto indica que antes las figuras del pensamiento eran más valoradas que ahora (quizá porque eran los únicos que actuaban en el campo del saber y de la cultura, no como ahora). Todos tenemos en el recuerdo a Einstein que gozó de un gran prestigio social internacional gracias a sus descubrimientos y a su trabajo intelectual, incluso rozó, si bien tangencialmente, la política; incluso tuvo la posibilidad de convertirse en presidente de Israel. Hoy en día tal cosa es bastante improbable. El político, si quiere ganar, debe de buscarse la aceptación de los cómicos, de los cantantes y de las celebrities.

De todas formas, en mi opinión, las minorías intelectuales que busquen la satisfacción personal a través del saber siempre seguirán existiendo con la misma regularidad, a pesar de que éstas puedan estar más o menos valoradas en los diferentes estadios de la historia.

Los directores de la cultura

Cuando a uno le entra la vena cartesiana, se ve ante situaciones realmente grotescas, al no poder evitar cuestionarse los conceptos que se utilizan a su alrededor.

Me encontraba el otro día yo ojeando el periódico cuando me topé con una noticia en la que aparecía uno de los indignants afirmando, muy convencido él, que los tres derechos fundamentales de cualquier ciudadano eran la sanidad, la educación y la cultura.

Como el hábito es la llave que encierra los males, pues no hay mal que 100 años dure, pasé por alto el abuso del concepto «derecho», así como hice con el de las palabras sanidad y educación, cuyo maridaje con el término «derecho» se ha proclamado ya oficial.

Sin embargo, tuve que fruncir el ceño ante el supuesto derecho a la cultura. En primer lugar, me gustaría saber qué entendía ese muchacho por cultura. Como presumo que su ideario pertenecía al mainstream, concluyo que podría referirse a lo que popularmente se conoce como cultura, es decir, al connjnto de conocimientos científicos e históricos de los que se nutre la humanidad. Algo de cierto hay en esta definición, pero la verdad es que cultura, por etimología, es todo aquello que se cultiva, desde el conjunto de conocimientos que necesita el carpintero para realizar su profesión hasta los Pilares de la Tierra, pasando por el fútbol y la telebasura. Así, se habla de cultura española, cultura punk o cultura literaria.

Ciertamente, cuando se habla de derecho a la cultura, la pregunta que se extrae de lo anteriormente explicado es ¿a qué campo de la cultura? ¿A los partidos del Madrid, a los libros de Reverte o a las patadas al diccionario de Belén Esteban?

Como ven, cultura es todo lo que se aprende y por tanto está en el aire, de modo que si con derecho, el muchacho se refería a capacidad de acceso, estaba pidiendo algo que siempre ha existido, ya que el ser humano, por el mero hecho  de existir, cultiva, es decir, recibe la cultura. Para que me entiendan, sería como reclamar el derecho a respirar.

Me resulta inquietante, entonces, la idea de que alguien pueda determinar lo que es cultura y lo que no. En base a la falsa creencia de que debe existir un mecanismo que dicte la cultura y la distribuya, se creó el Ministerio de Cultura, que nos dice qué peliculas tenemos que ver, qué libros leer o qué directores subvencionar con el dinero de todos, o con el dinero de nadie, como diría una antigua titular de este entramado. Es una idea peligrosa, máxime cuando sus acciones suelen estar orientadas a la corrección política, la censura o el adoctrinamiento de la población. Todos los esfuerzos por destruir racionalmente está idea serán fácilmente rechazados, pues el estado siempre se inventará un derecho para justificar su presencia en cada resquicio de la sociedad. Si no me creen, pregúntense por qué no puedieron votar la ley Sinde o por qué la película Saw VI fue calificada de película X para que no pudiera entrar en los cines convencionales.

Cultura y personalidad

Hoy, en cualquier momento, podemos tomar un avión y viajar a -prácticamente- cualquier lugar del planeta que deseemos. Se dice que viajar es un privilegio, que enrriquece al viajero, porque se conocen otras culturas, estilos de vida, personalidades, historias. Asimismo, la literatura -y conocer otras lenguas, como ya apuntó Daniel Soler, en otro post- también nos irradia de tolerancia, comprensión, empatía y sensibilidad hacia el otro. Además, nos llena de visión global, alejándonos del ensimismamiento de nuestra cultura, despojándonos del sectarismo local.

Lo que acabo de escribir es perogrullesco, pero es uno de los cambios estructurales más importantes en la especie humana: el desarrollo de las estructuras culturales. Remontémonos hasta la Edad Media. Allí, era extremadamente excéntrico que una persona media pudiese viajar a otros países. Tampoco hace falta que nos vayamos tan lejos: hasta finales del siglo XIX, todavía existían duras restricciones a la emigración. ¿Qué pretendo decir con esto? Pues que hasta hace relativamente poco tiempo, jamás el hombre ha podido, libremente, disfrutar del conocimiento de las otras organizaciones de la sociedad: antaño, no existía tanta diversidad cultural, debido, en parte, por la escasa población mundial; y, cuando afloró la diversidad cultural, como sabemos, la emigración no era posible. El caso es que, hasta ahora, nunca un ser humano ha podido conocer a otro nacido en las antípodas, tanto geográficas como culturales. Podemos, así, decir que el hombre ha ascendido un peldaño más y se ha convertido, no solo en un animal cultural, sino en uno metacultural.

Esto también tiene sus respectivas implicaciones psicológicas. La diversidad purifica la mente humana. Sabemos que la monotonía, la repetición y la costumbre terminan desencadenando una cierta alienación. El cerebro se especializa tanto en una actividad (a base de repetición) que ya no es posible realizar otras. Por este motivo -científico-, este hecho moderno beneficia al ser humano, lo perfecciona aún más.

Basta con experimentarlo. Observemos un sujeto con nulos conocimientos de otras culturas (o lenguas o, en último término, literatura) y observemos su grado de tolerancia y sectarismo. Lo trascendental no es que tolera menos, sino que su personalidad, su dignidad (o validez como individuo de la especie humana) es menos perfecta. El conocimiento de otras culturas permite al sujeto obtener información del ser humano (y, por tanto, de sí mismo, en cierto modo) en multitud de circunstancias y, así, tener una visión histórica y global sobre la especie humana, de lo que es capaz y de lo que no. Por extensión, la adquisición del cultura reduce el riesgo de guerra, porque los individuos se ven como miembros de un único conjunto (la especie) y no como contrincantes irreconciliables.

¿Por qué es tan beneficioso impregnarse de toda cultura? Porque, como atisbamos antes, ofrece un abanico de estilos de vida y permite al individuo saber no sólo su forma de vivir, sino muchas más. En consecuencia, la libertad aumenta exponencialmente: tal individuo puede llevar la vida de la cultura que más le apasione, que más se adapte a su personalidad. Además, se producen mezclas extraordinarias entre distintos elementos culturales produciendo una cultura única para cada individuo, adquirida, sin embargo, por retales de otras culturas. Y, obviamente, los retales que seleccione el individuo serán más perfectos para él que si hubiese adquirido la totalidad de una cultura concreta, sin visión periférica de ninguna otra.

He argumentado que el conocimiento cultural aumenta la libertad y la personalidad. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando un individuo se especializa en una cultura? Como afirmamos antes, el individuo es má perfecto si es versátil, si conoce la multiplicidad humana y no utiliza el exceso de la especialización. Por esto, un sujeto aferrado a su país o región tendrá menos libertad, personalidad y tolerancia. En este sentido, especializarse en un ámbito cultural (sin tener visión periférica) lo denomino descultura, pues no perfecciona la vida de la persona y absorbe la personalidad del individuo. Por ejemplo, alguien que se adentra tanto en las costumbres religiosas como las procesiones que aquéllo es lo único que da sentido a su vida; hasta el punto de denigrar otras costumbres religiosas.

La adquicisión del metacultura (conocer culturas), es el camino hacia el progreso, pues purifica personalidad, libertad, tolerancia y, en definitiva, hace más viable la paz y la concordancia entre seres humanos, por muy distintos que puedan parecer.

La lengua como mecanismo de tolerancia

En los últimos veinte años se ha acrecentado en España el número de inmigrantes y, en consecuencia, se ha producido el habitual choque de culturas, que en los peores casos ha derivado en racismo, xenofobia y delincuencia. Con el paso del tiempo la inmigración se convirtió en una de las principales preocupaciones de los españoles y surgió entonces un movimiento por la tolerancia de las distintas culturas que coexistían en nuestro país. Lo hemos podido palpar en los medios de comunicación, la publicidad, los colegios y en otro tipo de manifestaciones públicas. Se han puesto sobre la mesa cientos de propuestas para difundir los valores del respeto por el diferente, y he aquí la mía.

El estar cursando en mi carrera una asignatura llamada Lingüística me ha hecho reflexionar profundamente sobre las propiedades de la lengua y su importantísima función en las relaciones humanas. Como bien saben los lectores, la lengua es el reflejo del pensamiento y, por lo tanto, el mejor mecanismo para conocer la idiosincrasia de los pueblos. Este hecho me lleva a pensar que si de verdad se quiere fomentar el respeto por otras culturas y encontrar un punto de unión que nos haga pertenecer a la misma comunidad éste ha de ser la lengua. Yo mismo lo he experimentado. Antes había culturas que no me llamaban la atención e incluso tenían costumbres que yo consideraba abominables, pero aprender la lengua que utilizan generó tal simpatía en mí que comencé a entender parte de sus tradiciones y cualquier rastro de odio hacia ellos que pudiese quedar en mí se desvaneció. Por eso pienso que la enseñanza de la lengua sólo puede entrañar valores positivos y es una asignatura pendiente desde hace años dentro de las aulas.

Y el que crea que con esto estoy animando a la gente a que  aprenda todos los idiomas de las comunidades que viven en España, se encuentra bastante lejos de la realidad. Como vivimos en un país donde el odio entre hermanos aflora por doquier, donde no nos entendemos y, por frustración, nos refugiamos en la arrogancia y el rencor para escapar de esta Torre de Babel, creo que deberíamos empezar por aprender nuestra propia lengua para devolverle la dignidad a este país si es que algún día la tuvo. La gramática del español ha salido de las escuelas y ha sido sustituida por eufemismos educativos que nos han dejado hordas de jóvenes vocingleros que no se respetan ni a sí mismos, porque no se entienden, porque no saben hablar, porque han dejado de pensar. Y los diferentes ministros de Cultura y Educación que han pasado por los sucesivos gobiernos han tratado de ocultar el desastre afirmando que se estaba creando un nuevo lenguaje entre la generación del botellón, pero no es por neofobia por lo que se mueve mi discurso, sino porque el lenguaje deja de serlo cuando pierde su función primaria, la de comunicar y servir de hilo conductor entre personas diferentes; y si no sabemos hablar la lengua que nos une, jamás será posible la comprensión mutua. Sólo de esta forma lograremos respetarnos entre nosotros, y ya después vendrán los demás.

La certidumbre de la incertidumbre

Pirámide de Maslow

Una de las necesidades relacionadas con la supervivencia humana es la seguridad. El psicólogo Abraham Maslow la colocó en segunda posición, en la escala de necesidades humanas ordenada de más necesaria a menos, por encima incluso de las necesidades sociales. Es comprensible. El ser humano se distingue de las demás especies porque nace para aprender, sin comportamientos adquiridos. El hecho de que seamos animales culturales implica que tengamos la seguridad de que tales conocimientos son ciertos. Jamás aquiriremos voluntariamente ideas que consideremos falsos o comportamientos que consideremos erróneos.

La naturaleza humana, concretamente el cerebro, obliga, por así decirlo, al hombre a valorar constantemente sus conocimientos por su grado de certeza o, si se prefiere, seguridad. De lo contrario, la humanidad no hubiera progresado hacia el conocimiento científico y filosófico y, por ende, nos hubiéramos quedado estancados en la mitología, religión o magia. Como sabemos, el método científico se caracteriza por la falsación: una afirmación es cierta cuando presenta pruebas fehacientes para ello y, si se demuestra falaz, se rechaza. El método que más hace progresar a la ciencia, sin duda alguna, se trada de la humildad o, dicho de otro modo, la falsación. El mejor ejemplo es la teoría de la relatividad de Einstein que sustituyó al universo explicado por Newton.

Sin embargo, la Naturaleza, en este caso la humana, puede resultar, a veces, paradójica e ir en contra de sí misma. La incansable búsqueda de la seguridad o la verdad desemboca, a menudo, en el descubrimiento de una gran incertidumbre. Verbigracia, el paradigmático caso de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada y, sin embargo, soy el más sabio de los ciudadanos». O, por otro lado, el caso de Popper: «No solamente me percaté de cuán ignorante era, sino de la finitud de mi ignorancia»

La búsqueda de la verdad, para engendrar seguridad es una necesidad biológica, pero que puede, tanto en su exceso como en su defecto, aflorar inseguridad e incertidumbre y, a la postre, dudas hasta en la forma de comportarse. Descartes intentando descubrir una certeza radical, se topó con una incertidumbre quintaesenciada: solipsismo. Y únicamente pudo escapar de la incertidumbre recurriendo a Dios, cuya existencia, con toda probabilidad, nunca podrá demostrarse, pese a los esfuerzos de Hawking.

El número pi

Alguien podrá decir: «Mire usted, es que Descartes puso en duda lo indudable: la matemática». Para nuestro disgusto, las matemáticas fallan; la lógica también. Bertrand Rusell demostró, mediante la paradoja del barbero, que las matemáticas tienen «agujeros». Esto provocó una grave crisis matemática. Y posteriormente, se demostró que todas las ramas matemáticas presentan algunos errores. Sin embargo, a pesar de todo, no hay modo de conocimiento más exacto, aún errando, que las ciencias formales -lógica y matemática. Esto implica que el hombre jamás podrá conocerlo todo, como pretende con ansia, pues así se lo dicta su subconsciente.

Con toda seguridad, el ser humano nunca conocerá el cosmos. Pero, no solamente eso, sino que, aún conociendo un 4% del cosmos, los conocimientos están impregnados del razonamiento humano, tergiversando, inevitablemente, la realidad. Por ejemplo, cuando vamos de excursión al campo nos maravillamos de lo floreciente y colorida que es la primavera. No obstante, el color no existe en sí, tampoco el olor. Por tanto, nos maravillamos, en parte, por nuestras propias sensaciones subjetivas. Cuando vemos el color, el ojo humano detecta una determinada onda que emite el objeto y, dependiento de la frecuencia y amplitud de la onda, el cerebro genera un determinado color. La sensaciones, la mejor forma de observar la Naturaleza, nos dan datos impregnados por nuestra sensibilidad, no aportan datos reales. Además, el 96% del universo (materia y energía oscuras) es totalmente desconocido para los científicos, imperceptible para el hombre.

El principio de incertidumbre, que ya nombré en otra ocasión, de Heisenberg hace referencia también a la cuestión que nos ocupa: es imposible conocer con exactitud la posición y velocidad de una partícula subatómica. ¡Quién lo diría, la física impregnada por la estadística! A todos estos hechos, sumése el de los agujeros negros, el de la variable desconocida o la teoría de caos.

En primer lugar, los agujeros negros absorben tal cantidad de materia y energía que es imposible conocer la totalidad de su naturaleza, porque no dejan pasar la luz.

En segundo lugar, la teoría de la variable desconocida, postula que, de todas las variables que podemos observar o demostrar, sólo podemos trabajar con una fracción de ellas, pues desbordaría la capacidad humana. Por ejemplo, el lanzamiento de un dado, aunque conozcamos todas las variables que intervienen, jamás podríamos utilizarlas. Esta cuestión ya fue tratada en este artículo.

Por último, la teoría del caos está vinculada a la matemática, que hace referencia a que una pequeñísima variación en un dato implica una variación en miríadas en otra variable. Por poner un ejemplo pedestre, imaginemos que nuestro profesor nos califica con un 4,99 y nos dice que estamos suspensos. Por una centésima, no podemos superar el curso; es decir, un pequeño cambio originaría un giro en nuestra vida. Esto tiene todavía más importancia cuando hablamos de números irracionales, pues sabemos que las cifras decimales de un número irracional son infinitas y siempre acumularemos un pequeño error. Este pequeño error, por ejemplo en el número pi, desencadenaría un caos en la meteorología, sistema sensible a minúsculas variaciones. El sistema como el metereológico siempre será inexacto, ya que nunca podremos conocer la totalidad de las cifras decimales de pi o de e. De ahí que sea tan importante hallar la cifra 2 billones del número pi. Como vemos, las predictividad irá en aumento, pero se trata de una búsqueda sin término.

En definitiva, la búsqueda de la verdad, como necesidad biológica, también necesita un término medio, pues indagando en exceso llegamos a una conclusión aún más escéptica que la del propio Descartes: sólo sé que no se nada. Por tanto, hay que diferenciar la búsqueda de la verdad como necesidad biológica de la búsqueda de la verdad en sí misma. Como individuos de la especie humana, necesitamos atenernos a cosas que, siendo irracionales o, en su defecto, inciertas, nos aporten la seguridad necesaria para subsistir. No obstante, si alguien pretende conocer la verdad, por muy triste que sea, está en su pleno derecho: El que pretende buscar la verdad, tiene el riesgo de encontrarla. Por otra parte, como investigadores, científicos o revolucionarios tenemos que buscar la verdad, por encima de las necesidades subjetivas.

Welcome Mrs. Obama.

Miren bien el video. ¿No le sorprende que España no haya cambiado nada en absoluto desde la apertura de las fronteras ( o quizás desde mucho antes) hasta el día de hoy?

No se escandalizen por lo que digo, pues es bien cierto. 

Con la llegada el Miércoles día 4 de agosto de la Primera Dama estadounidense volvimos asistir a un bochornoso espisodio que volvio a demostrar el paupérrimo nivel cultural de este país. Pero eso si, ! Somos orgullosos campeones del mundo¡

A primera hora de la mañana empezó el espectáculo, los principales diarios nacionales e informativos abrieron página con la foto de Michelle Obama y su hija Sasha. Por una parte puede entenderse que la época estival es propia de noticias superfluas para rellenar páginas y horas televisivas ya que parte de la población se encuentra de vacaciones, pero: mientras Rusia arde en llamas, los controladores aéreos se deciden o no desconvocar una huelga y el paro juega como la marea del mar. Me parece excesivo que el titular sea las vacaciones de la mujer del presidente de Estados Unidos.

Faltó tiempo para que los primeros afortunados  saliesen en televisión declarando que ellos eran: los dependientes que atendieron a la Sra Obama y su hija ( dudo yo que a cualquier establecimiento que vallan le cobren para que luego  sus dueños se jacten de atenderlos…), los camareros que servirían el cóctel de bienvenida, los bufones que harían más amenas las calurosas tardes del sur de España o los simples ciudadanos de a pie estupefactos de tan grandioso evento.

Un país entero, y ya van… , con los ojos puestos en dos simples y llanas turistas que llegan a un país extranjero de vacaciones.

Y ahora pasen a comparar el video citado a principio de esta entrada con los hechos que acabo de relatar. Las diferencias son realmente escasas limitándose a que la España de aquella época era un pais cochambroso donde la miseria era un eufemismo, los ciudadanos de aquel entonces llevaban sombrero y en los pueblos todavía se usaban sillas de enea.

Esperemos que después de la tortura que supone ver una y otra vez la misma noticia en todos los medios de comunicación de tan poca índole. Nos sirva por lo menos para promocionar el país fuera de nuestras fronteras y así remonte de una vez por todas nuestra economía y situación social.

El poder público

Hemos visto con anterioridad artículos relacionados con el poder. Particularmente, redacté uno que estaba centralizado en la división de poderes; es decir, me dediqué al poder en el sentido oficial del término, además aquel escrito estaba muy vinculado a la realidad vigente. Ahora bien: «el poder» – en el sentido más amplio- está constituido de un gran número de poderes; «el poder» es conformado por el poder oficial (poder ejecutivo, legislativo y judicial, así como los distintos subpoderes que puedan observarse) y por el poder público, por el cotidiano. En el presente post estudiaré la naturaleza de ambos a grosso modo.

Desparejamente al poder oficial, el poder público es estudiable si, y sólo si, se historiza, se contextualiza. El poder público actual es el resultado de un gran número de años de evolución cultural y humana. Para no causar un mal entendimiento con este concepto, lo diferenciaré de los conceptos con los que más se puede confundir.

En primer lugar, poder público no equivale a Estado; haya o no haya estado, siempre habrá poder público. En otras palabras: este poder siempre se dará, se da y se ha dado desde la prehistoria; el hombre, por el mero hecho de ser hombre, tiene el poder, tiene liderazgo para someter a los demás. Por eso, el anarquismo es una forma de poder público.

En segundo lugar, hay que añadir que este poder está más cercano a la realidad que el poder oficial. El oficial, además de verse contaminado, es mucho menos progresivo. La realidad es cambiante, léase a Heráclito; de ahí que el poder más real sea el público.

Hagamos un símil empresarial. En una empresa existe la estructura formal y la estructura informal. La formal es la división de la empresa en puestos de trabajo de forma oficial y el correspondiente superior que tiene cada trabajador; digamos que la estructura formal es como el poder oficial. La informal son las relaciones de autoridad que se establecen instantáneamente entre los trabajadores, las relaciones supraoficiales que se establecen en la empresa. Por ejemplo, que un empleado tenga más liderazgo que otro y que éste someta a los demás. Esto mismo es lo que ocurre en la vida actual; hay, por un lado, unos derechos y deberes establecidos por ley y reflejados por escrito en la Constitución. Por otro lado, se dan relaciones de poder de forma instantánea en la sociedad que van evolucionando, a la par que lo hace la historia.

Dualismo del poder

Historizemos. En el antiguo régimen el poder oficial era «absoluto» y pertenecía al rey, pero, en numerosas veces, estaba sustentado en el poder público: burquesía, aristocracia, Iglesia. El poder público en el antiguo régimen estaba formado por las clases sociales afines al régimen. En la actualidad, el poder pertenece a los representantes elegidos democráticamente por el pueblo español. Pero, en realidad, el poder público pertenece a la masa; el político de turno (no solamente de turno pacífico) sustenta su conducta en la masa o, más exactamente, en el número de votos que le acarrea su decisión. En definitiva, el poder público siempre pertenecerá a la masa social (sea o no sea mediocre). Incluso en la Ilustración, la minoría selecta e intelectual que llevaba el poder se apoyaba en el «vulgo».

Hoy día, y aunque se diga en viceversa, el poder de las empresas está soportado por los cimientos de la masa. Las empresas -sobre todo las multinacionales- tienen tanto poder porque la población consume sus productos. Quizá este sea el ejemplo que más ejemplariza el poder público y del que más conclusiones pueden extraerse sin peligro de errar. Una de las conclusiones: el poder oficial, alimentado por el público, siempre estará regido por una minoría, pero el público siempre por el conjunto de las personas y, me reitero, haya o no haya Estado. Por otro lado, también puede extrapolarse del ejemplo empresarial que la minoría dirigente intenta constantemente modificar el comportamiento del poder público para  ir aumentando el poder. Por ejemplo, un instrumento de manipulación del comportamiento, en la empresa, es la publicidad. En resolución, el oficial y el público se modifican mútuamente; ocurre como en la filosofía orteguiana  con el «yo» y las «circunstancias», los dos elementos se modificaban entre sí.

En conclusión, sólo existe un poder real, el público. Las otras clases de poderes son intentos de racionalizar a éste, pero que, sin embargo, las características, entre otras más complejas, irracionales del ser humano impiden la correcta aplicación del poder oficial.  Este dualismo del poder siempre estará vigente en la historia; hay que contar con él y, haciéndo eso, se llega a la conclusión más práctica:  para que exista un poder oficial idóneo es necesario modificar con anterioridad el poder público y, para esto, es necesario que se den los siguientes aspectos que funcionan a modo efecto dominó:

La ética política. La frase que mejor resuma esto sea, todo para el pueblo sin el pueblo. Esta claro que los dirigentes son representantes, no son el pueblo mismo, asi que lo ideal es que se actuara en beneficio de la sociedad. La etica política tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

La educación. Debe ser promovida por los que se encuentran -haciendo un símil platónico- en la dialéctica descendente. O sea, que han adquirido los conocimientos y están dispuestos a enseñarlos. Estos, sin duda son, las minorías dirigentes que, insisto, pueden o no ser mediocres. Ésta tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

Espíritu crítico y consciencia de la población. Siempre que no se ha dado este aspecto, ha habido un abuso de poder. En un gran número de años en el antiguo régimen, las clases obreras -que eran mayoría- no eran conscientes de que, siendo mayoría, tenían el poder real, el público. Al percatarse de esto y del abuso de poder de los reyes, se iniciaron las primeras revueltas obreras, ocasionando una mejor adecuación del poder oficial al público.

La rebelión de las masas

A pesar de que «La rebelión de las masas» fue escrito en 1929, su autor, José Ortega y Gasset, estuvo editándolo prácticamente hasta 1950. Además, es un libro que siempre perdurará en el tiempo puesto que el fenómeno de masas es lo más característico de nuestra sociedad contemporánea. No obstante, para una plena comprensión de la obra, hay que entender y conocer su contexto histórico.

Ortega lo deja bien claro, «este libro no es político», sino que, según él, la labor del intelectual debe ser la de modificar las bases sobre las que se substenta la política. Por ejemplo, Ortega trata el concepto de Estado y el de poder público; dos conceptos para él totalmente diferentes. Siempre habrá un poder público, pero no siempre un Estado. También trata el tema del lenguaje al que concibe como un elemento distorsionador del pensamiento. En cuanto al tema de Europa, concibe a la cultura Europea como homogénea y por ende, debe crearse los Estados Unidos de Europa lo que ayudará a nivelarnos aún más a América del norte.

El tema primordial del libro es la masa social. Establece un elemento novedoso y es que la masa siempre ha estado en un segundo plano, siempre se ha tenido por mediocre. Sin embargo, hoy día la masa ha tomado el poder y ha tomado los hábitos y gustos de la minoría. Esto ha provocado un aumento del nivel de la cultura equiparándonos a América, pero esto también acarrea unas consecuencias desfavorables, ya que aumenta la botaratería, el snobismo y la chabacanería.

Respecto al estilo, Ortega utiliza un lenguaje sencillo en comparación a la profundidad de su pensamiento. Incluye citas tanto en latín como en francés y con un léxico difícil de encontrar en otro libro.

En definitiva, un libro muy humano y que, a pesar de eso, el tiempo no lo erosiona demasiado. Recomendable a todo aquel que se interese por las humanidades.

La vida no se ve

Darío Alba era ledo, soñador y estaba lleno de vida hasta que un maldito día fuimos todos los amigos juntos  a ver la película “American Graffity” sobre el paso del tiempo, desde ese día, ya no fue el mismo, su carácter se afligió, escuchaba con profunda atención -antes apenas nos oía- y su inteligencia se había acentuado gravemente, parecía como si el tiempo lo erosionase con más rapidez que a nadie. ¿Te pasa algo, Darío? -pregunté- Pero no supo qué decir, estaba seguro que él sabía exactamente la respuesta, aunque me temía que no iba a comprender su situación. Pero ahora que he descubierto sus últimas palabras…

Desde aquel día, conocí el dolor más traicionero, la verdad. Viajaba cada vez más desaforadamente desde mi cama a los lugares más recónditos y oscuros que cada vez se hacían más dolorosos, más reales. Mi abulia se incrementaba con cada oscuridad iluminada, con cada vistazo a la mentirosa vida la que, a cambio de vivir, nos ofrecía unas suculentas mentiras.

Este periplo me despojó de lo más preciado: las viejas amistades, me distanció de los mortales y me acercó a la muerte. En uno de mis últimos viajes, toqué fondo: me vi reflejado en el agua de aquella cueva abrupta de la psique, me descubrí. Aquí fue cuando sentí la autodestrucción, el corazón me dio el vuelco más grande que logro recordar y el pánico invadió ansiosamente mis venas. Intenté salir de aquella cueva, volver al punto de partida y destruir lo que me llevó hasta allí. Pero ya era demasiado tarde…, verme realmente era como mirar a la Gorgona Medusa a los ojos: quedé petrificado, muerto en vida. Al menos, tengo la esperanza de que la conciencia me deje llevarme el secreto a la tumba…