El «mercado» de trabajo español: La ciudadela del empleo.

Tras la puesta de manifiesto, en el año 2008, de que la economía española estaba enferma, el pinchazo de la burbuja financiera y la consiguiente crisis económica que actualmente, en el año 2012, nos sigue asolando, el sistema bancario mundial dio un giro de ciento ochenta grados: se pasó de conceder créditos sin límite a restringir el crédito de manera desmesurada. Es lo que suele conocerse con el nombre «efecto acordeón».

En consecuencia, las empresas, además de ver reducidas estrepitosamente sus ventas, la financiación que provenía del sistema bancario también se desplomó. Esto llevó a que muchas empresas cerraran (la mayoría en el caso del sector de la construcción) y otras tantas tuvieran que reducir su dimensión para ajustarse a la nueva coyuntura, lo que implicaba reducir costes: reducir la producción, reducir los salarios, cerrar filiales, reducir plantilla, etcétera. Como todos sabemos, uno de los factores más importantes de la empresa y que mayores costes genera son los trabajadores, por lo que todas las empresas tuvieron que ajustar ahí.

Normalmente, en un mercado flexible y competitivo, el ajuste se realizaría en forma de precios. Es decir, al desplomarse la demanda de trabajadores por la crisis, el precio de contratar a un trabajador (salario) bajaría en proporción a esa bajada de la demanda. Dicho de otro modo, mayores índices de desempleo tirarían hacia la baja de los salarios. Esto permitiría a las empresas ajustarse mediante los salarios (vía precios) y no despidiendo a trabajadores (vía cantidades) y, además, reduciría el número de personas en paro. Es decir, se llegaría a un nuevo equilibrio en el mercado, para trabajadores y empresarios, más acorde con la situación actual.

No obstante, en España esto no fue así. El mercado laboral español era profundamente rígido, pues los salarios estaban fijados mediante un convenio firmado por los sindicatos y la patronal o, en su defecto, el gobierno. Es decir, miles de empresas, con sus trabajadores y empresarios, tendrían que cumplir los salarios que estipulase ese convenio. Esto provocó que, durante los años de la crisis, según la Comisión Europea, el coste laboral aumentase más de un 2,5%, mientras que en Europa lo hizo sólo un 0,5%. En definitiva, que si una empresa no puede reducir los sueldos, porque se lo prohíbe la legislación, para ajustarse a la crisis, quedan dos opciones: despedir o cerrar. Y esto fue lo que pasó: muchas empresas tuvieron que cerrar y otras muchas despidieron a una gran cantidad de empleados (lo que les ocasionaría también importantes costes por despido), llevando al país a unas cifras de paro disparatadas (actualmente cerca del 23%).

Y la gran pregunta en España es: ¿por qué no se han reducido los salarios?

Bill Gates

Mientras en Austria, por ejemplo, un 16% de las empresas se ajustaron reduciendo salarios y un 21% reduciendo plantilla, en España sólo un 6% pudo reducir el salario y un 68% lo hizo despidiendo. Ahora, mientras allí tienen un paro en torno al 5%, aquí lo tenemos del 23%. E, incluso, la OCDE afirma que España posee una cifra de desempleo estructural del 13%; es decir, que nunca podrá bajar de esa cifra.

Como consecuencia de todo lo anterior, casi el 75% de todos los despidos se corresponden con trabajadores temporales y jóvenes, ya que sus costes de despido son menores. Y en este punto se puede observar una cierta contradicción entre instituciones como los sindicatos. Por un lado, abogan por la igualdad de oportunidades, y, por otro, elaboran políticas que desigualan enormemente a los ciudadanos. Por ejemplo, se protege enormemente a los trabajadores fijos: dificultad máxima para despedirlos e imposibilidad de reducirles el sueldo. Esto no solamente tendrá como consecuencia una menor contratación de trabajadores fijos, sino que los trabajadores fijos tendrán mucho más poder sobre el resto (lo que se conoce como insiders) y que esta condición pase a ser un privilegio. En definitiva, mayor paro, menor contración, a cambio de mantener a una cantidad de trabajadores fijos con buen sueldo. 

No en vano, numerosos autores, consideran el mercado de trabajo español como «la ciudadela del empleo«, un lugar fortificado y seguro, pero pequeño, donde sólo unos pocos pueden acceder, mientras el resto permanece inaccesible.

Además, y por si todo lo anterior fuera poco, sabemos, por teoría económica, que el crecimiento económico se puede producir por dos mecanismos: por el aumento de la productividad (que los trabajadores trabajen más y mejor) o por el aumento del empleo. Y, si por legislación se impide la creación de empleo, también se está impidiendo el crecimiento económico y, en consecuencia, el desarrollo y el bienestar de la población.

Por otra parte, también existen otros problemas en el mercado de trabajo, que aunque no tan importantes como la rigidez comentada anteriormente, también son dignos de corregir. Son los denominados desajustes entre la oferta de empleo y la demanda del mismo o, dicho en el argot económico, mismatch. Es evidente que hay una demanda de trabajadores muy cualificados que, en nuestro país, pocos pueden acceder a tales puestos de trabajo, por el reducido nivel de nuestro sistema educativo. Y, por el contrario, existe una «masificación» en las universidades españolas, en tanto el nivel de licenciados supera con mucho a las ofertas de empleo. Este desajuste es muy negativo porque incentiva a que personas que no obtendrán trabajo de una determinada carrera a que la estudien, impidiendo acceder  puestos de trabajo más idóneos, y provocando una pérdida de tiempo y dinero irrecuperable.

La nueva Reforma Laboral recientemente introducida por el gobierno de Rajoy ha cambiado por completo este panorama, reduciendo rigideces que siempre han estado presentes en nuestro sistema laboral, incluso desde el régimen franquista. Por ejemplo, el convenio realizado a nivel de empresa prevalecerá sobre el firmado por los sindicatos a nivel nacional. Como vemos, es un buen instrumento para que las empresas adapten su situación de la mejor forma posible, evitando quiebras, despidos, ineficiencias e injusticias. También se facilita la flexibilidad en la entrada y salida de empleo, con la reducción del coste de despido y que, a partir de ahora, el despido se considerará procedente (en vez de improcedente), salvo prueba en contra.

Además, se incluye un contrato, que sólo podrán utilizar las PYMES, que no tendrá costes de despido e incluso estará exento de cotizaciones, a parte de incentivos fiscales a la contratación. En definitiva, una verdadera revolución en nuestro mercado de trabajo, si tenemos en cuenta que, desde 1984, no hay en España ninguna Reforma Laboral sustancial.

Aunque, no obstante, también, desde mi perspectiva, tiene algunos puntos negativos. Como, por ejemplo, la prohibición de encadenar varios contratos temporales. Esto provocará que se contraten a menos trabajadores, porque existen muchas empresas que contratan a gente sólo cuando la necesita y aún más en un mundo tan dinámico y globalizado como el actual.

Libertad, felicidad, neoliberalismo

La economía es una ciencia que, como tal, es incompatible con la ideología. No obstante, la práctica totalidad de la ciudadanía vincula la ideología a la economía (como podemos comprobar en la última encuesta del CIS), cayendo en una contradicción irresoluble. Ocurre parecido con la historiografía, pues aunque los hechos históricos han sucedido de una forma determinada, es muy complicado llegar a transmitir milimétricamente y objetivamente toda la información, tal y cómo sucedió. Hayek, Premio Nobel de Economía, afirmó que se trata de la ciencia más abstracta y complicada posible.

La economía estudia la forma en la que la población mundial satisface sus necesidades; cómo se gestionan los recursos de la misma, utilizando para ello el estudio antropológico y psicológico del hombre. Se intenta conocer cúal es la forma más idónea en el ser humano de organizar la sociedad, de forma que se satisfagan lo mejor posible las necesidades. Necesidades en el sentido más amplio de la palabra: seguridad, estima, autoestima, autorrealización, integración, etc. A más necesidades satisfechas, más felicidad. Por eso, suele vincularse bienestar económico (no dinerario) con felicidad, fin último del hombre.

Así como existe una forma determinada en la que funciona un átomo (o una forma en la que sucedieron los hechos, en la historia), en economía existe una forma objetiva, determinada por naturaleza humana, de organizar la sociedad, la cual, permite aumentar la felicidad del hombre. Por tanto, la ideología, la subjetividad y los dogmatismos, quedan fuera de lugar en este campo. Sólo existen o teorías ciertas o falsas.

El neoliberalismo es un sinónimo a liberalismo, libertarianismo o minarquismo. El liberalismo, para ser más exactos, defiende, al igual que en la Revolución Francesa en 1789 o en la Independencia estadounidense en 1776 la abolición del autoritarismo. Del mismo modo que un ser maduro deja el hogar de sus padres para independizarse y autoadministrarse, el liberalismo pide la supresión de la coacción institucional del Estado para lograr, por voluntad propia, la felicidad individual. Por tanto, si aplicamos rigurosamente la lógica, todo aquel que no defienda el (neo)liberalismo, como si un síndrome de Estocolmo padeciese, debe estar a favor del paternalismo, de la coacción, de la agresión institucional, de la dictadura y, en definitiva, de la supresión de derechos.

Como todos sabemos, la felicidad es subjetiva, lo que implica que la forma más adecuada para lograr la felicidad (tanto del individuo, como de la sociedad) es la libertad, la inexistencia de coacción. El Estado no me conoce tanto como yo a mí mismo y, por lo tanto, no tiene más derecho que yo a decidir sobre mí. Este es el principio del último movimiento económico con más éxito de la historia de la humanidad. Y no es ideología, ni sospecha en una noche de Luna llena; es ciencia.

El grueso de los críticos al movimiento arguyen que no es más que la ideología (que no puede serlo) del rico, para explotar al pobre. En el libre mercado, las grandes corporaciones, generando plusvalías, se enrriquecen a costa de nosotros, pobres, con los bolsillos esmirriados. Esto no es más que un error ontológico, una falacia lógica. Veamos por qué: en primer lugar, libre mercado no implica capitalismo, sino libertad para que las personas, voluntariamente entre ellas, decidan formar el sistema que prefieran (por ejemplo, en la antigüedad existió un comunismo de libre mercado; u hoy en día en numerosas tribus africanas); en segundo lugar, si el mercado es libre, y se establece el capitalismo, el poder es democrático, pues los ingresos que las empresas generan son acumulados gracias a que todos los individuos, aisladamente, han decidido pagar un determinado precio por sus productos. Si usted está en contra de las grandes corporaciones, no compre en ellas; pero, por favor, deje a los demás que decidan por ellos mismos, que sean felices, no caiga en el socialismo, no se crea usted Dios.

Para lo último, he dejado el mejor argumento de los socialistas (antiliberales, autoritarios, totalitaristas, llámelos como quiera). Ellos afirman que, de no aplicarse una política estatista, serían muchas las personas pobres y maltrechas, que morirían por inanición. En definitiva, en un sistema de libre mercado, y capitalista, aumentaría exponencialmente la desigualdad. Bien. Pero no es que aumente la desigualdad, sino que la desigualdad es, científicamente, inherente al ser humano; además todos queremos destacar, diferenciarnos unos de otros (otro principio, para muchos, de la felicidad) porque tenemos autoconsciencia. Igualdad de oportunidades; no de resultados. En todo caso, en este sistema, lo que aumentaría es la justicia.

Por otra parte, el argumento de la desigualdad con la pobreza se desvanece también por su propio peso (de nuevo, error teórico), pues otro principio básico de la Ciencia Económica establece que, si se reparten los trozos de la «tarta económica» de forma desigual, ésta aumentará su tamaño, de tal forma que el trozo de cada sector será más grande, aunque más desiguales entre sí. Además, como en toda ciencia, podemos comprobarlo empíricamente: un pobre de un país capitalista, es más rico que un ciudadano medio en un país autoritaro, como el cubano.

La Ley Sinde-mocracia

El Gobierno hace, una vez más, gala de su paternalismo, por decirlo dulcemente.  La Unión Europea -¡menos mal!- ya deslegitimó el canon digital, que cobraba por utilizar recursos digitales (como CD’s, DVD’s, discos duros, etc.) sean o no utilizados en perjuicio de los derechos de propiedad intelectual (derechos, por cierto, desmedidos; y, si no, analicemos la SGAE). Y, aún así, tenemos que soportar a artistas recalcitrantes, como Bardem, afirmar que «se está produciendo un robo hacia los artistas». ¿No será al contrario?

No contenta con la decisión de la UE, Sinde, la ministra de incultura, ha preparado una «Ley» (que entrecomillo porque, más bien, se trata de un mandato) para, en definitiva, poder cerrar cualquier página web que el Gobierno estimara oportuno. Se trata, por tanto, de un intento de domeñar, subyugar, controlar y someter uno de los únicos resquicios de libertad que permanecen vivos: Internet. Personalmente, Internet es el único medio a través del que puedo obtener una información ecuánime, ampliada y personalizada, cosa que dudo que se mantenga si la susodicha ley se hubiese aprobado.

Actualmente, todos los gobiernos del mundo moderno ven en internet una amenaza, que quieren convertir en oportunidad, controlándolo. Como hemos visto, con Wikileaks, se ha demostrado que la soberanía popular (o internet) siempre termina imponiendo su criterio y, normalmente en democracia, los gobernantes deben aceptarlo, pues se trata del gobierno del pueblo, aunque sabemos que en la práctica el sistema es más oligárquico que otra cosa.

Veo un cierto paralelismo entre el caso de Assange, el presidente de Wikileaks, y el de la Ley Sinde. En los dos casos se trata de un atropello a la libertad, concretamente hacia internet: mientras que los gobiernos han intentado aherrojar, encarcelar a Assange por revelar la verdad, el español ha hecho lo propio vedando la libertad de los internáutas; además, en los dos casos, los gobiernos han fracasado, pues Assange está en libertad y los españoles también (el mandato fue rechazado por el Congreso; el Senado tendrá, ahora, la última decisión). Por tanto, estamos, últimamente, sufriendo un intento de cierto liberticidio por parte de los gobiernos, aunque, de momento, la libertad permanece incólume. Veremos lo que acontece próximamente.

En mi opinión, dados los objetivos fracasos de la señora Sinde (efectivamente, Sindemocracia), como el canon digital y su mandato, debería presentar su dimisión y aceptar cortésmente la derrota, por parte tanto de Europa, en un caso, como de España en otro.