¿Qué es la realidad?

Según Aristóteles, la filosofía no es más que la ciencia de la verdad, que definía como aquel concepto que no tiene contradicción. Sin embargo, Sócrates postuló que no existe verdad alguna, todo tiene su contradicción y, por tanto, la única certidumbre a la que puede llegar el hombre es a la de la incertidumbre. Efectivamente, posteriores filósofos y científicos, ha sistematizado aún más la idea socrática: Descartes, apoyándose en la indemostrable idea de Dios, concluyó que la única certeza incontrovertible era la de Pienso, luego existo.

Luego llegó Kant, unificando las corrientes racionalistas y empiristas anteriores. Declaró que la mente humana elabora una concepción de la realidad a partir de dos mecanismos: el entendimiento y la percepción (los sentidos). Las percepciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos. Efectivamente, la estructura mental humana influye en la concepción de la realidad, siendo imposible conseguir la objetividad. Sin embargo, aceptaba la idea de que el objeto en sí -al que llamó noúmeno– existía, aunque la posibilidad de conocerlo como tal no existía. Al conjunto de mecanismos de la mente humana que influyen en la realidad, Kant los llamó a priori, y entre ellos se encuentran los conceptos de espacio y tiempo. Sin el concepto espacio es imposible ubicar los objetos, sin embargo el «espacio» no existe en sí mismo; igual con el tiempo.

Un ejemplo de todo esto lo podemos tomar de nuestra simple vida cotidiana. Toda persona sana es capaz de observar y distinguir los distintos colores de la naturaleza. Sin embargo, los colores no son más que un producto de nuestra mente; el color en sí mismo no está en el mundo externo: la diferencia entre las ondas que emiten los materiales hace que nuestro cerebro perciba un color u otro.

Pues dado que estamos seguros de que la realidad o la verdad no existe, o al menos no podemos acceder a ella, ¿cómo elaborar un conjunto de conceptos para desarrollar una ciencia que nos permita evolucionar en el conocimiento? Pues, aunque no pueda alcanzarse la verdad en sí, sí que podemos alejarnos de la ignorancia, de la equivocación o la mentira.

Según Stephen Hawkins, entre otros, defiende que aceptemos nuestra visión de la realidad como especie como la única posible (evidentemente, no cabe concebir otra). Imaginemos que somos unos peces metidos en una pecera, a través de cuyo cristal vemos la luz distorsionada, los objetos más anchos, etc. Nosotros, peces, no podemos concebir otra realidad que esa. Y creeremos que las objetos son así de anchos. Por tanto, tendremos que estudiar la realidad a través del cristal de la pecera, pues no nos queda otra. La alegoría de la caverna de Platón es otro ejemplo similar.

Por tanto, el único modo de avanzar en el conocimiento es: 1) Aceptar que nuestra realidad no es la realidad; 2) Trabajar sobre nuestro punto de referencia y sobre nuestro a priori.

No obstante, todavía habría aspectos que se escaparían de este análisis, como el relativismo o el perspectivismo, en el que cada persona tiene una aportación positiva a la certeza. Y en casos en los que la verdad sea subjetiva: dos personas están en lo cierto, aún pensando en conceptos antitéticos. Así que podríamos concluir con la siguiente pregunta, que resume muchas disertaciones filosóficas a lo largo de la historia: ¿Es algo verdad porque lo piensa todo el mundo o lo piensa todo el mundo porque es verdad? ¿Ustedes que piensan?

Revolución biotecnológica

El progreso es consustancial al hombre, la función que más persiste en la naturaleza humana es la de caminar hacia el infinito, la pretensión de conseguir lo absoluto. Pero, como decía Don Quijote, el camino es mejor que la posada o, si lo prefieren, como dijo Ortega: la vida es quehacer. Así, los hijos cumplen sus sueños superando a sus padres y, a su vez, los padres se autorrealizan mediante las hazañas de sus hijos. Hoy, el más pobre de todos es más rico que el más rico de hace unos siglos.

Como bien sabe Hawking, la especie humana es curiosa. Es, a la par que egoísta, altruista: satisfaciendo los propios intereses, se benefician a los de los demás; las empresas, creando valor y riqueza para todos, se enriquecen . Los intercambios interpersonales y quehaceres de la socidad no constituyen un juego de suma cero: todos ganan. Las personas, al tener conciencia de la muerte, y, por tanto, deseo de eternidad, pretenden inmortalizarse añadiendo algo a la biografía del hombre. He aquí el motor del progreso.

Si a esto le añadimos el crecimiento exponencial de la población, tanto más acelerado será el desarrollo: más personas querrán inmortalizarse y perfeccionarse, beneficiando a los demás.

Las consecuencias de la naturaleza humana pueden divisarse a lo largo y ancho de la historia. Invención del fuego, la rueda, electricidad, máquina de vapor. Llegamos al satélite y hemos generado una nueva realidad: Internet. En cualquier estadio, los hombres coetáneos se maravillaban con los inventos (y descubrimientos), como, por ejemplo, podrían ser la rueda o el fuego. Pensarían, cada uno en su tiempo y lugar, muy probablemente, que ya poco quedaba por descubrir -e inventar-. Exactamente igual que podemos concluir a día de hoy. ¿Alguien puede imaginar un invento que provoque una revolución aún mayor de la que provocó la realidad virtual?

Sin embargo, a más inventos, más invenciones futuras, pues se construye sobre lo ya construido. Por ejemplo, hoy nos servimos de la herramienta de la computación para ser innovadores.

¿Cuál será la próxima revolución tecnológica y/o científica? Todos los expertos, actualmente, coinciden en que se tratará de la biotecnología, quizá el campo más reciente de todos (en España, lleva, a lo sumo, 5 años como carrera universitaria), que intersecciona lo natural con lo artificial. Así, se concebirían cerebros con chips informáticos que mejoren las capacidades, modificaciones en las estructuras biológicas a voluntad (por ejemplo, en el caso de las personas drogodependientes, modificación de los circuitos de recompensa para ayudarles a dejar las sustancias tan perniciosas como el alcohol).

 

 

Los productos transgénicos son una realidad biotecnológica.

 

En este caso, la libertad aumentaría (como ocurrió con Internet, con la energía nuclear, con el fuego, la rueda, …) y, en consecuencia, también el progreso. Aunque, si bien es cierto que más libertad implica más riesgo, eso sólo acontecería a corto plazo, pues, en un largo período de tiempo, la libertad se traduce, indefectiblemente, en progreso. Gracias a la biotecnología, podríamos mejorar nuestro ADN modificándolo a voluntad; nuestros pensamientos (y conocimientos) repercutirían directamente sobre nuestra genética.

Además, si el hombre adquiere visión periférica y, por tanto, la teconología tiene en cuenta la Naturaleza, el peligro de más libertad sería una nadería. Estoy haciendo, efectivamente, referencia a la biomimética, la ciencia que, partiendo de sistemas naturales, desarrolla sistemas tecnológicos, los cuales, si se quieren aplicar al cuerpo humano, serían clave en biotecnología. De esta forma el hombre se mejora incorporando en su ser lo mejor de la Naturaleza.

 

 

Mecanismo forestal similar a un arácnido, gracias a la biomimética.

 

Un ejemplo concreto. Al igual que analizando el vuelo de las aves se diseñaron mejores aviones, observando el cerebro (o cualquier otro sistema) de los elefantes y delfines podemos enaltecer nuestra materia gris, blanca y, próximamente, de color fibra de vidrio.

El progreso, en todas sus facetas, consiste en desgranar todo el conocimiento en el mayor número de ámbitos posible, especializarse en ellos y, consecutivamente, unirlos poco a poco hasta extraer conclusiones valerosísimas. Exactamente como versa el método cartesiano. Por ejemplo, la biología es un ámbito específico de conocimiento, al igual que la tecnología. Tras la división, llega la unión: biotecnología que da lugar a realidades inimaginables. Y las uniones se harán, paulatinamente, más complejas: bioteconología y biomimética pueden trabajar juntas dando resultados asombrosos.

Limitaciones inconscientes

No sé si les sonará este acertijo; pero, si no es así, no se preocupen: hablaremos de él, pues me ayuda sobremanera a ejemplificar lo que hoy quiero trasladar.

El acertijo en cuestión consiste en unir todos los puntos negros que se observan en la imagen superior únicamente con cuatro líneas rectas. Nota: todos los puntos deben estar unidos entre sí, haciéndolo sin levantar el lápiz del papel. Aquellos que no lo hayan intentado nunca, les invito a que lo hagan en una hoja y que lo intenten en multitud de ocasiones. Para comprobar la solución visiten el siguiente enlace: hacer clic aquí

Normalmente la aplastante mayoría de la población, no tanto de nuestros lectores, errarán en el supradicho acertijo, pese a la cantidad de intentos.  Tanto el que lo ha intentado por primera vez, como aquel que ya lo hizo con anterioridad, saben lo que acabo de decir. El ejercicio, a bote pronto simple, es complejo para la mente humana. Y, además, como habrán comprobado, la solución es -una vez que se conoce- muy sencilla. Por eso, cuando el que permanecía absorto intentando hallar la solución, cuando se percata de ella se sorprende: «¿Cómo no se me había ocurrido antes!»

Con este acertijo, les acabo de demostrar que, por naturaleza, damos por cierto algo que es falso. La mente funciona realizando constantes prejuicios para poder, así, instalarnos en una seguridad, imaginada. Por ejemplo, en este caso, cuando nos piden que unamos los nueve puntos con cuatro líneas, inconscientemente la mente prejuzga, creyendo que las líneas no pueden sobrepasar los puntos. Sin embargo, en realidad, nada ni nadie nos debería hacer llegar a esa conclusión: la mente, por sí misma, la elabora.

Es una técnica mental que, igual que sucede en acertijos cono éste, aflora en todos los pensamientos. Por ejemplo, cuando se produce un debate acerca de un concepto mal definido, ocurre exactamente lo mismo que con el acertijo: cada contertulio tiene, intrínsecamente, una definición distinta sobre el concepto a debatir y, aunque crean discutir sobre el mismo concepto, lo hacen sobre diferentes, surgiendo disidencias exageradas. Antes de debatir, hay que definir los conceptos.

Los prejuicios inconscientes a los que nos referimos son multitud y sólo son soslayados por los grandes genios del pensamiento. Por ejemplo, hasta hace poco era un prejuicio inconsciente que el tiempo fuese absoluto, que todas las agujas de todos los relojes estuvieran perfectamente sincronizadas en todos los lugares del universo. No obstante, Einstein destruyó el prejuicio demostrando que el tiempo era relativo.

En este sentido, tienen una enorme razón escritores como Nietzsche o Machado, dando gran importancia a los sueños, a la imaginación, a la niñez. Pues sólo pueden soslayarse las normas mediante la imaginación, una imaginación en demasía. Por ejemplo, para solucionar este acertijo -y despojarnos de prejuicios inconscientes- hubiera bastado con una buena dosis de imaginación. La mente humana -para bien y para mal- está programada para impregnarse de todos los conocimientos vigentes. Por este motivo, los niños contarían con más un mayor grado de acierto en pruebas como esta, que los senescentes.

Todos, sin ninguna excepción, tenemos ideas que jamás hemos sometido a duda, sometemos o someteremos. Vivimos insertos en una realidad que, de cuestionarla, llegaríamos a la autodestrucción; muy cerca estuvo Descartes. En este sentido, el grado de genialidad debería de medirse en función del número de ideas sometidas a duda. Y, así, sin ninguna duda -valga la redundancia, no soy un genio- el mayor de ellos es Sócrates: «Sólo sé que no sé nada».

 

La certidumbre de la incertidumbre

Pirámide de Maslow

Una de las necesidades relacionadas con la supervivencia humana es la seguridad. El psicólogo Abraham Maslow la colocó en segunda posición, en la escala de necesidades humanas ordenada de más necesaria a menos, por encima incluso de las necesidades sociales. Es comprensible. El ser humano se distingue de las demás especies porque nace para aprender, sin comportamientos adquiridos. El hecho de que seamos animales culturales implica que tengamos la seguridad de que tales conocimientos son ciertos. Jamás aquiriremos voluntariamente ideas que consideremos falsos o comportamientos que consideremos erróneos.

La naturaleza humana, concretamente el cerebro, obliga, por así decirlo, al hombre a valorar constantemente sus conocimientos por su grado de certeza o, si se prefiere, seguridad. De lo contrario, la humanidad no hubiera progresado hacia el conocimiento científico y filosófico y, por ende, nos hubiéramos quedado estancados en la mitología, religión o magia. Como sabemos, el método científico se caracteriza por la falsación: una afirmación es cierta cuando presenta pruebas fehacientes para ello y, si se demuestra falaz, se rechaza. El método que más hace progresar a la ciencia, sin duda alguna, se trada de la humildad o, dicho de otro modo, la falsación. El mejor ejemplo es la teoría de la relatividad de Einstein que sustituyó al universo explicado por Newton.

Sin embargo, la Naturaleza, en este caso la humana, puede resultar, a veces, paradójica e ir en contra de sí misma. La incansable búsqueda de la seguridad o la verdad desemboca, a menudo, en el descubrimiento de una gran incertidumbre. Verbigracia, el paradigmático caso de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada y, sin embargo, soy el más sabio de los ciudadanos». O, por otro lado, el caso de Popper: «No solamente me percaté de cuán ignorante era, sino de la finitud de mi ignorancia»

La búsqueda de la verdad, para engendrar seguridad es una necesidad biológica, pero que puede, tanto en su exceso como en su defecto, aflorar inseguridad e incertidumbre y, a la postre, dudas hasta en la forma de comportarse. Descartes intentando descubrir una certeza radical, se topó con una incertidumbre quintaesenciada: solipsismo. Y únicamente pudo escapar de la incertidumbre recurriendo a Dios, cuya existencia, con toda probabilidad, nunca podrá demostrarse, pese a los esfuerzos de Hawking.

El número pi

Alguien podrá decir: «Mire usted, es que Descartes puso en duda lo indudable: la matemática». Para nuestro disgusto, las matemáticas fallan; la lógica también. Bertrand Rusell demostró, mediante la paradoja del barbero, que las matemáticas tienen «agujeros». Esto provocó una grave crisis matemática. Y posteriormente, se demostró que todas las ramas matemáticas presentan algunos errores. Sin embargo, a pesar de todo, no hay modo de conocimiento más exacto, aún errando, que las ciencias formales -lógica y matemática. Esto implica que el hombre jamás podrá conocerlo todo, como pretende con ansia, pues así se lo dicta su subconsciente.

Con toda seguridad, el ser humano nunca conocerá el cosmos. Pero, no solamente eso, sino que, aún conociendo un 4% del cosmos, los conocimientos están impregnados del razonamiento humano, tergiversando, inevitablemente, la realidad. Por ejemplo, cuando vamos de excursión al campo nos maravillamos de lo floreciente y colorida que es la primavera. No obstante, el color no existe en sí, tampoco el olor. Por tanto, nos maravillamos, en parte, por nuestras propias sensaciones subjetivas. Cuando vemos el color, el ojo humano detecta una determinada onda que emite el objeto y, dependiento de la frecuencia y amplitud de la onda, el cerebro genera un determinado color. La sensaciones, la mejor forma de observar la Naturaleza, nos dan datos impregnados por nuestra sensibilidad, no aportan datos reales. Además, el 96% del universo (materia y energía oscuras) es totalmente desconocido para los científicos, imperceptible para el hombre.

El principio de incertidumbre, que ya nombré en otra ocasión, de Heisenberg hace referencia también a la cuestión que nos ocupa: es imposible conocer con exactitud la posición y velocidad de una partícula subatómica. ¡Quién lo diría, la física impregnada por la estadística! A todos estos hechos, sumése el de los agujeros negros, el de la variable desconocida o la teoría de caos.

En primer lugar, los agujeros negros absorben tal cantidad de materia y energía que es imposible conocer la totalidad de su naturaleza, porque no dejan pasar la luz.

En segundo lugar, la teoría de la variable desconocida, postula que, de todas las variables que podemos observar o demostrar, sólo podemos trabajar con una fracción de ellas, pues desbordaría la capacidad humana. Por ejemplo, el lanzamiento de un dado, aunque conozcamos todas las variables que intervienen, jamás podríamos utilizarlas. Esta cuestión ya fue tratada en este artículo.

Por último, la teoría del caos está vinculada a la matemática, que hace referencia a que una pequeñísima variación en un dato implica una variación en miríadas en otra variable. Por poner un ejemplo pedestre, imaginemos que nuestro profesor nos califica con un 4,99 y nos dice que estamos suspensos. Por una centésima, no podemos superar el curso; es decir, un pequeño cambio originaría un giro en nuestra vida. Esto tiene todavía más importancia cuando hablamos de números irracionales, pues sabemos que las cifras decimales de un número irracional son infinitas y siempre acumularemos un pequeño error. Este pequeño error, por ejemplo en el número pi, desencadenaría un caos en la meteorología, sistema sensible a minúsculas variaciones. El sistema como el metereológico siempre será inexacto, ya que nunca podremos conocer la totalidad de las cifras decimales de pi o de e. De ahí que sea tan importante hallar la cifra 2 billones del número pi. Como vemos, las predictividad irá en aumento, pero se trata de una búsqueda sin término.

En definitiva, la búsqueda de la verdad, como necesidad biológica, también necesita un término medio, pues indagando en exceso llegamos a una conclusión aún más escéptica que la del propio Descartes: sólo sé que no se nada. Por tanto, hay que diferenciar la búsqueda de la verdad como necesidad biológica de la búsqueda de la verdad en sí misma. Como individuos de la especie humana, necesitamos atenernos a cosas que, siendo irracionales o, en su defecto, inciertas, nos aporten la seguridad necesaria para subsistir. No obstante, si alguien pretende conocer la verdad, por muy triste que sea, está en su pleno derecho: El que pretende buscar la verdad, tiene el riesgo de encontrarla. Por otra parte, como investigadores, científicos o revolucionarios tenemos que buscar la verdad, por encima de las necesidades subjetivas.

Aversión al pensamiento

«No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre mis fundamentos, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas».

Descartes

«Vosotros, atenienses, no fuisteis capaces de soportar mis conversaciones y argumentaciones, sino que os han resultado pesadas y odiosas hasta el extremo de tratar ahora de libraros de ellas».

Sócrates

«¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes? Yo no he escrito para vosotros, sino para quien pueda comprenderme. Para mí, uno vale por cien mil, y nada la multitud».

Heráclito

«Apenas reflexionamos un poco […] Las minorías son individuos o grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no especialmente cualificadas.»

Ortega y Gasset

Y una vez, al salir una mañana de una posada, se encontró a un anciano mendigo que estaba sentado sobre un tronco de árbol, a la puerta, y le dijo: «Maquetas, ¿qué sentido tienen las cosas?» Y aquel Maquetas le respondió, encogiéndose de hombros: «¿Y a mí qué me importa? […] ¡Déjame en paz y quédate con Dios!» Y el anciano mendigo frunció el ceño y sonrrió tristemente, mirando al suelo.

Miguel de Unamuno

Los insignes pensadores de la historia, aquellos que han dicho la verdad, los que han cambiado la historia son los mismo que, en su época, fueron vistos como charlatanes, elucubradores o, en un lenguaje más moderno (cani para muchos), gente que se «raya la cabeza». ¿Por qué ha estado siempre tan mal visto el pensamiento? ¿Por qué la gran mayoría de los ignorantes desprecian al sabio?

Ahora bien, esta aversión al pensamiento no tiene ninguna razón de ser, ya que el pensamiento es algo natural del ser humano; pensar es lo más natural que hay, no tiene ningunas connotaciones negativas, no tiene ninguna consecuencia negativa. Pensar siempre es positivo, siempre.

Ya apuntó algunas claves Ortega para poder responder a esta cuestión que hoy nos ocupa. Siempre ha existido una mayoría mediocre que, en palabras del propio filósofo, «abunda en todos los lugares» y una minoría intelectual. Lo que ocurre actualmente es que la mayoría se ha unido, ella tiene el poder. La masa o muchedumbre tiene el suficiente poder como para desplazar a la minoría intelectual y espiritual. Por eso es por lo que podemos observar que determinadas personas que, en un principio, pueden ser encuadradas como intelectuales, luego pueden verse influidos y sometidos al poder de la masa.

Dicho de una forma más rudimentaria: el gran poder de la masa social mediocre puede atraer a algunos intelectuales minoritarios, puede atontarlos. De ahí que sea tan importante actualmente tener  personalidad. En palabras de mi profesora Puri: «no hay que dejarse llevar por el qué dirán, hay que ser fiel a nuestra propia opinión».

Todo está lleno de mediocres: botellones, centros comerciales, manifestaciones, campos de fútbol, plazas de toros… ¿Y las bibliotecas? ¿Y los salones de estudio? ¿Y las reflexiones? ¿Y la sabiduría? Como digo, la minoría está más en crisis que nunca; a menudo se ve desplazada de la sociedad por ser más reflexiva, ya que esto para las masas resulta  realmente tedioso.

Me uno a los citados filósofos al principio de esta pequeña entrada: espero que mis palabras no os hayan resultado desagradables ni tediosas, deseo que cualquier reflexión derivada de la lectura del presente post sea profunda, lo cual no es sinónimo de pesada ni de especulación abstrusa.

Crítica a Descartes

   Llevo ya unas tres críticas seguidas creo que terminaré creando una nueva sección dedicada a la crítica. Afirmo que el avanze por falsación es el más fácil y el más rápido porque es mucho más sencillo negar algo falso que construir una nueva teoría. Asimismo, cabe añadir que solo me parece lógico criticar conceptos muy arraigados en la sociedad. Ya sea sobre religión, sobre política o sobre cualquier otro. Es necesario añadir que la segunda vía de mi crítica va dirigida a importantes pensadores que se merecen que hablen de ellos, como Descartes, otros pensadores que, desde mi punto de vista, fallan en todo y no han arraigado lo suficiente en la sociedad actual no serán criticados por mí. Por consiguiente, voy a exponer mi crítica al pensamiento cartesiano.

   Desde el punto de vista puramente matemático la duda metódica cartesiana es impecable. Ahora bien, si trasladamos la duda cartesiana a otros ámbitos y la aplicamos a la vida, caeríamos en el error primero. Es evidente que el mundo exterior existe así que lo evidente no debe someterse a duda -tal y como el propio Descartes añadió-, primera contradicción. René construyó la duda metódica haciendo uso de la irracionalidad e imaginación -que tanto critica-, se inventa hipótesis falsas para someter a duda todo lo que desee. También podría haber sometido a duda la existencia de Dios y llegaría a una verdad superior a que la de «Pienso luego existo»:  «Solo sé que no sé nada».

   El segundo gran error de la filosofía cartesiana es la forma de crear el método que se crea a partir de coceptos elegidos a gusto del filósofo, es decir, somete a duda lo que le interesa. El método cartesiano está sustentado en el solipsismo así como en la existencia de Dios, es decir, solo existo yo y además existe Dios. Esta contradicción se puede explicar de dos formas: o es un error o Dios era él.

   La existencia de Dios no puede ser considerada de antemano como cierta y menos que sustente a toda una filosofía. ¿Cómo el filósofo que más duda de todo no duda de la existencia de Dios? A esta pregunta le encuentro dos respuestas coherentes. La primera, que hubiera introducido en su obra este concepto por miedo a la iglesia así como para permitir la salida de una duda que, realmente, no tiene salida. O esto o que sus obras hubieran sido manipuladas por una institución con mucha experiencia en esta práctica. Esta respuesta es acetable ya que al morir Descartes por envenenamiento -tal y como se ha demostrado- se declararon todas sus obras prohibidas hasta su «revisión» .

   En conclusión, considero que la filosofía cartesiana tiene una cierta degradación progresiva y que el método cartesiano está muy bien para ámbitos no físicos como las matemáticas pero en cuanto nos encontremos en ámbitos que tengan en cuenta el mundo sensible, la filosofía cartesiana no será útil. Por último y como dejé caer al principio, considero a Descartes un gran filósofo ya que le debemos muchos conceptos matemáticos, muchas conexiones neuronales y, sobre todo, el inicio del racionalismo.

Solipsismo I

«Un solipsista entre la muchedumbre»

Para ser realmente, hay que estar y para estar hay que saber o conocer de uno mismo y para saber y conocer de uno mismo, hay que utilizar la solipsis. Dicho de otra forma: para existir al más alto nivel, hay que conocer nuestro mundo interior y que mejor manera que el solipsismo. Así y solo así podrás estar entre personas, de lo contrario, estarás entre la muchedumbre.