Delirios matutinos (Relato-Dibujo Claudia Repiso y Daniel Soler)

 

Alfonso se despertó pasado el canto de los pájaros con la sensación de no haber dormido lo suficiente. Como todas las mañanas, la sintética melodía de su teléfono móvil lo despertaba puntualmente dejándole la habitual sensación de odio melódico en el cuerpo. Una vez de pie, miró por la ventana y se deleitó con la tétrica belleza del hermoso paisaje invernal malagueño. En el cristal de la ventana dos gotas de agua corrían como en una competición para juntarse en un punto concreto y volver a ser una. Aquel día no tenía clase, así que podía disfrutar plácidamente de los instantes posteriores al despertar, cuando todo es más bonito y el tiempo pasa más lento. Fue a la cocina para prepararse el desayuno con la torpeza de quien se ve abrumado por el sueño.
Sumido en un estado de subconsciencia podía sentir cómo su mente volaba dándole rienda suelta a la imaginación.
Mientras se calentaba la leche en el microondas volvió por un instante a su habitación para hacer la cama, pero justo antes de coger las sábanas, se percató de que la ventana estaba abierta. No recordaba haberla abierto al levantarse, sólo que la noche anterior estaba cerrada a cal y canto.

Pensamientos atravesados – Claudia Repiso y Daniel Soler (dibujo y minirrelato)

 

Si el sol logró despertarse aquel día, debióse sin duda a los rayos que emanaban de los adentros de esta criatura. Con amarga ansiedad, dirigióse al espejo, que es pantalla del ser para los puros de corazón y llevóse un tremendo sobresalto cuando notó que algo brotaba de sus senos. En un principio, se sintió como en una encrucijada, su alma se encaminó hacia el abismo de las duras decisiones y comenzó a resquebrajarse. Una fuerte luz asomaba por las grandes grietas, cada vez más abundantes en su piel, espantando a la oscuridad de la noche. La sensación del torrente sanguíneo huyendo hacia otro cuerpo purgó todas sus penas y aflicciones. Su líquido vital viajaba con tal impetuosidad que rompió la hilera de cadenas que ataban su cuerpo. Su larga melena comenzó a desaparecer, sus hombros, con un brillo deslumbrante, se alzaron y sus músculos se inundaron de fuerza. Los pechos le comenzaron a decrecer, pero, de repente, una oscura nube de humo le acosó por detrás y, mientras revoloteaba a su alrededor, le gritó con fría voz:

–          Tu cuerpo me pertenece. Bajo mi yugo eres débil. Puedo poseerte en  cuanto me plazca. La cadena que te une a mí está inscrita en tu ADN.

La compungida criatura trató de zafarse sin éxito. Se movía de un lado a otro, su garganta no respondía a las órdenes de su cerebro, que le ordenaba que se activase, que avisara a sus ángeles protectores, únicamente reales en la ilusión. Al fondo la luz se desvanecía, la oscuridad lo impregnaba todo, la sangre volvió a sus adentros y su piel se cubrió de una nueva capa. Desaparecieron las grietas de la superficie, pero su alma permaneció quebrada para siempre. Andrógina no entendió que sólo se vive una vez.

Relato-Dibujo (Francisco Gómez y Claudia Repiso)

– Espérate en la puerta, Frasquita.
– ¿Para qué?
– Espera, pronto lo sabrás.
Se escucha un golpe, luego, tres seguidos. Es la seña del cambio de guardia, en ese momento se abren las puertas para que entre el relevo.
Un hombre sale corriendo hacia afuera, se funde en un abrazo y centenares de besos con mujer y su hija, recién nacida, a la que acaba de conocer. Justo detrás de ellos la mirada atónita del resto de los presos y militares encargados de la seguridad de la cárcel. Con el semblante sereno vuelve sobre sus pasos hasta su celda.
No era la hora del cambio de guardia. Aquél hombre había descubierto la clave para abrazar a su hija. Nunca se tomaron represalias por un acto tan humano.

Demasiadas lágrimas – Claudia Repiso y Daniel Soler (dibujo y minirrelato)

 

Se encontraba cansada, y sin embargo no le pesaban los párpados. Las cataratas de tristeza que fluían por sus brillantes ojos azules solo eran otra gota de agua que se perdía en los mares de la historia. La lluvia, que caía ahora con más fuerza que nunca, parecía reproducir una pequeña alegoría del valle de lágrimas que estaba atravesando. Sentía como si de repente el universo hubiera conseguido conectarse con ella, como si la naturaleza compartiese su dolor, ese que nunca se reparte, sino que se contagia. Y era tal la pureza de su llanto, que la piel que otrora se vestía con el moreno de la arena bañada por el mar, alcanzó una palidez digna del color de los cielos. Ya era tarde. Tras los truenos de odio y los rayos de impotencia lo único que permanece es la calma de la melancolía y el rumor del arrepentimiento. El viento, embravecido por lo vacío del ambiente, hizo que sus cabellos volaran libres, palomas de color caoba que, con la paz como anhelo, regresaban a la raíz de su pelo sin pena ni gloria. El frío calaba hasta los huesos. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Ignoraba si era por el temporal o por los recuerdos, pero lo cierto es que aquel torrente de emociones le congeló las piernas, más tarde el corazón y, por último, la mirada. El resultado fueron los ojos petrificados de una joven madre, que veía marcharse a sus hijos en el último tren hacia Auschwitz.