Libertad lingüística en Cataluña, España

Que el nacionalismo, no el patriotismo, de cualquier color conduce al fascismo es algo evidente. Aparte de la cerrazón en el concepto de nación, los nacionalistas confluyen en varios puntos. En primer lugar, la creación de un mito épico en torno a la historia nacional que se quiere exaltar. En segundo lugar, el populismo demagogo para integrar en la militancia a todos los sectores de la población, empezando por los más pequeñajos. Asimismo los deseos de expansión también han caracterizado a los nacionalismos ya que cuando se superpone la nación o el Estado al individuo, ésta funciona como un ente, y como ya dijo Nietzche, todo ser posee voluntad de poder y expansión. Por último, todos los totalitarismos, empezando por la Iglesia Católica y siguiendo por todos los regímenes de tal índole, han buscado una figura que demonizar para mantener la unidad nacional y sumir al pueblo en una paranoia que lo haga necesitar a los estatistas.

Siempre que se oprime a un grupo determinado y más tarde se le concede la libertad, se produce la venganza del ex-oprimido y es cuando los oprimidos pasan a ser opresores. El imperio romano oprimió a los cristianos en sus primeros siglos y estos, en respuesta, han estado subyugando a los individuos hasta hace pocas décadas. Durante los felices años 20, las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial se deleitaban empobreciendo a la población alemana a través del Tratado de Versalles. En consecuencia, un grupo, también nacionalista, eligió una cabeza de turco, un blanco demonizado, el judío, y aherrojaron lo que sólo Stalin pudo igualar.

En España, durante la dictadura de Franco, se atentó contra existencia del catalán, el gallego y el euskera, relegándolos a un papel meramente popular. Con la llegada de la democracia, la Constitución Española de 1978 oficializó todas estas lenguas en sus respectivas comunidades. La respuesta de los anteriormente oprimidos no nos hizo esperar demasiado tiempo.

Los últimos síntomas de intoxicación nacionalista en Cataluña los hemos podido diagnosticar en un colegio de Sitges, donde se ha marcado con una pegatina roja de suspenso el expediente de un chico cuyo único delito era no utilizar «la llengua vehicular del centre«, es decir, por no hablar catalán en el recreo. Cierto es que los niños están sujetos a las reglas del colegio durante el recreo, pero a un niño se le llama la atención por insultar a un compañero, tirar el zumo al suelo u otros comportamientos incívicos, no por hablar su lengua materna que, además, es oficial en toda la región. La pregunta es: ¿sería capaz la policía lingüística de Cataluña de hacer lo propio con un niño chino, árabe o alemán? ¿Así es como aplican ellos en su región la más que repetida consigna de la España plural? Me imagino que si esto sucediera en caso contrario, los acólitos del nacionalismo catalán se estarían rasgando las vestiduras por el inminente resurgimiento del franquismo.

Hechos como éste me hacen cuestionar la libertad política en Cataluña. Cualquiera podría alegar que se trata de un hecho puntual, pero cuando la xenofobia llega a lo oficial y al aspecto legal, podemos hablar de hecho consumado. Porque son ya demasiadas las leyes que están intentando desarraigar lo castellano de tierras catalanas, a saber:

– La ley que prohíbe rotular únicamente en castellano, porque exige al menos el catalán.

– Las horas cada vez más reducidas de castellano en la escuela pública.

– El catalán exigido a todos los profesionales del resto de España que se trasladan a Cataluña para trabajar, a excepción de los futbolistas, claro.

– La prohibición de la tauromaquia ex profeso por razones políticas. Porque a la Generalitat no le importan lo más mínimo los animales, si no también habrían abolido los correbous. Lo que les preocupa es seguir viendo una fiesta característica del demonio español en sus tierras.

Todo esto ante la pasividad de la mayoría de los ciudadanos catalanes, aunque no todos lo aprueben. Si establecemos una analogía con Alemania, veremos cómo un pueblo puede ignorar la opresión de los diferentes mientras sean sustentados por el opio del privilegio y la pertenencia a un ente superior.

También me gustaría hacer una reflexión lingüística de este asunto. Cada vez que muere una lengua, muere una forma de ver el mundo, una forma de pensar. Quien impone la lengua está imponiendo implícitamente el pensamiento. Las lenguas, catalán incluido, por supuesto, son un patrimonio cultural que hay que conservar pues alcanzan la talla de cualquier monumento. Son parte de la historia, de la filosofía, del folclore, y si las tratamos de extinguir, ¿qué nos queda?

A uno todavía le quedaría un atisbo de esperanza, si tuviéramos una clase política nacional que denunciara estos atropellos. Pero el parlamento no brilla precisamente por ser un círculo de ideas, sino por ser una pocilga de ataques ad hominem y acuerdos de interés político. Sin embargo, al no obtener los partidos vencedores la mayoría absoluta, se ven obligados a pactar con los nacionalistas catalanes, vascos, canarios o gallegos, beneficiados todos por una ley electoral injusta. Y para aferrarse al poder, no tendrán el más mínimo escrúpulo en aceptar los continuados ataques a la libertad de los españoles.

Libertad emergente: ‘matrimonio’ gay

Desde que en 2001 Holanda se convirtiera en el primer país en aprobar el matrimonio homosexual, esta decidida apuesta por la libertad individual se ha extendido por el mundo vertiginosamente y son ya más de once países los que han seguido los pasos de Holanda (entre ellos, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Canadá, España, en la mayor parte de México, Argentina, etcétera). En lo que respecta a EEUU, se está produciendo también un avance imparable en la materia, pues cada vez más Estados se suman a la iniciativa.

Cuando hablo de matrimonio, me refiero igualmente a la unión civil, pues la realidad a la que me refiero es la misma; aunque, unión civil sea, etimológicamente, el término más apropiado.

Pese a que, en España, fuese aprobada por un gobierno socialista, hay que decir que se trata de una medida liberal y democrática, nada tiene de socialista. Recordemos que tanto Fidel Castro, como la República Popular China eran favorables al exterminio de la homosexualidad, una realidad natural.

Sin embargo, todavía siguen existiendo colectivos que rechazan este tipo de libertades (como, por ejemplo, el Tea Party), arguyendo, entre otras cosas, que supondrá un ataque a la familia. El argumendo se desvanece por sí mismo. Como bien se pregunta Mario Vargas Llosa: «¿No podrán seguir casándose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo?»

Si bien resultaba paradójico el caso de PSOE, no menos resulta el del Tea Party, que pese a declararse un partido defensor acérrimo de la libertad individual, luego muestra lo contrario en temas como este. En el caso de la Iglesia, la problemática no presenta enjundia, pues es la misma de siempre: fervor reaccionario por desfavorecer el progreso y el mejoramiento. Es la actitud idéntica a la que tuvo cuando negó, en la Edad Media, el modelo heliocéntrico, solo que nos encontramos en el siglo XXI y los temas a debatir son los propios de nuestro tiempo.

Aprobar el matrimonio homosexual no es más que atender unas necesidades insatisfechas de una fracción de la población; es decir, no perjudica, sino que beneficia y aumenta la libertad.

También hay otros argumentos que se oponen a la reforma, como los que afirman que la homosexualidad es una patología y, como tal, hay que desfavorecerla. Por los siguientes motivos, el argumento es falaz:

1. Suponiendo que se trate de una patología (que no lo es), ese no es motivo para prohibirla. Pues, si así fuese, el mismo razonamiento obligaría a prohibir (o denigrar) la obesidad, o el cáncer, cosa sobremanera oligofrénica.

2. La efermedad (o patología) se define como una alteración en la salud que causa graves perjuicios. Por lo tanto, como la homosexualidad ni es una alteración en la salud, ni causa graves perjuicios, no se trata de una enfermedad. Y así lo ha aclarado la Organización Mundial de la Salud, así como toda la comunidad científica: «desde el punto de vista médico, no existe ninguna diferencia entre una persona heterosexual y homosexual», asegura Fernando Chacón, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

3. La historia -como también dice Vargas Llosa- nos muestra que la homosexualidad se ha dado desde siempre e incluso ha sido muy aceptada en la antigüedad; Grecia y Roma son un referente. Además las enfermedades tienden a desaparecer en el tiempo (y a mutar), por evolución; no son intempestivas.

Siendo analíticos, el tema que nos ocupa, en realidad, es una obviedad, pues se trata de una preferencia, en definitiva un gusto. Igual que si hablamos de gustos musicales, literarios o deportivos. Se conforma en la subjetividad del individuo que, por definición, no es objetivable. Podrá haber, sí, gustos (o colores) mayoritarios, pero esa no es razón ni para convertirlos en únicos, ni para denigrar a los otros («decir más gordo a alguien, no te hace más delgado»).

Una nota sobre la adopción

El tema adquiere aún más controversia si nos planteamos la posibilidad de adopción de un hijo, por parte de una pareja homosexual, pues, a bote pronto, aunque la libertad (o satisfacción) de los padres aumente, la del hijo podrá verse ensombrecida.

Bien. Pero los hijos no eligen a sus padres, vienen dados. Por lo que se trata del mismo dilema, tanto en parejas heterosexuales como homosexuales. Algunas opiniones insisten en que la adopción implicaría una formación deficiente y anómala, pues lo «normal» es tener un padre y una madre, no dos madres ni dos padres. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y, según afirma Edurne Uriarte, un niño necesita amor, no abstracciones.

Biopolítica

La política, por suerte o por desgracia, tiene la facultad de inmiscuirse en todos y cada uno de los intersticios de la sociedad. A decir verdad, la política no es más que la sociedad; la relación entre individuos.

El problema radica cuando la política se convierte en medio hacia el poder, cuando la democracia ya no es directa; cuando los representantes solo se representan a sí mismos. Entonces la política pasa a estar controlada por los políticos, y como el poder corrompe a todo hombre, la política queda convertida en un ámbito de obstentación, poder, control, corrupción. Así, algo a priori tan maravilloso como el estudio de las relaciones humanas, se transforma en la horrendidad de los políticos, enemigos de la sociedad. Tan enemigos pueden resultar que trocan el curso del progreso y la Naturaleza, cambiando, por ejemplo, las leyes educativas para convertir la enseñanza en la pedagogía del político de turno.

Si Platón reencarnase en un país como España, con toda seguridad saldría aún más asqueado de la política de lo que lo hizo en Atenas. Y es que en Occidente la situación es aún peor: mayores injusticias (incomparables a la sufrida por Sócrates), reinado de la vulgaridad y un dualismo, seguramente alimentado por el filósofo, que ha terminado resultando gravemente pernicioso.

Sabrán ustedes que en el Occidente actual (ni en otro espacio, ni en otro tiempo) existe un afán por los dualismos (alma-cerebro, bueno-malo, etéreo-terrenal, etc.), que no son otra cosa que un exagerado simplismo, reduccionismo, con grandes dosis de tergiversación. Todo ello orquestado por los políticos.

La política, o más bien, la política de los políticos suele caracterizarse, entre otras muchas, por el sectarismo, la irracionalidad, la inseriedad, la inelegancia y, por último, la incoherencia. No lo digo solamente yo: «Ideología significa idea lógica y, en política, no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica» José Luis Rodriguez Zapatero. ¿Cuántas veces oiremos las sórdidas disquisiciones entre polítiquillos? ¿Cuantas veces veremos a los políticos echarse flores y atentar contra sus adversarios? ¿Y a los periódicos -por supuesto, politizados- bailándole el agua a cada cual? Señores, no me digan que esto no es sectarismo.

Por el contrario, tenemos a la ciencia que se caracteriza por todo lo contrario: humildad, racionalidad y, en consecuencia, posibles cambios de opinión. Probablemente, Platón en esta coyuntura se hubiera decidido por las ciencias. Pero claro, la política, el poder, reina por encima de todo y somete, mancilla y usa a la ciencia. Esto no es más que un claro reflejo de la sociedad de hoy, pues la inferioridad cualitativa se antepone a la superioridad cualitativa, a saber: se confunde cantidad con cualidad y esencia con apariencia. Esta es la cuestión de que hoy nos ocupa.

La biopolítica no es más que el uso que hace la política de los aspectos biológicos, expresión usada por la filósofa Beatriz Preciado. Tiene que ver bastante con los supradichos dualismos: el dualismo hombre-mujer. No es más que la teoría del conocimiento nietzscheana, aplicada al susodicho dualismo. A los políticos les conviene sobremanera mantener intacto este dualismo. Así tienen recursos para entretener, dominar y manejar: violencia de género, matrimonios homosexuales, transexualidad, etc. Y lo vemos claramente en los espectáculos que nos brinda la señora Bibiana Aido. Algo tan diversificado como el ser humano; sin embargo, queda dualizado y disecado en dos palabras: masculino y femenino. ¡Hay más que eso! Mire usted, eso es superfluo, no conocemos nuestros genes. La importancia reside en la personalidad y no en el sexo, que somos individuos únicos e irrepetibles; lo que de verdad importa es nuestro deseo, nuestras elecciones, la subjetividad, lo que hacemos, nuestra fuerza de voluntad; para nada lo que nos viene dado. ¡Qué más da si se es hombre o mujer! Tal distinción refleja la quintaesencia de la sociedad actual: la apariencia. La esencia (ideas, gustos, personalidad) es lo que nos distingue. ¿Será tal cosa más importante que al sexo al que pertenecemos o las etiquetas que la sociedad nos cuelga!

En realidad, todo este artículo puede resumirse en la siguiente frase: no es más importante la diferencia entre hombre y mujer, sino las semejanzas: ambos son seres humanos.