El hombre y su gregarismo

Los sentidos, las emociones, nos embargan. Nuestra consciencia se alimenta de inconsciencia. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Las primeras impresiones, aunque no lo queramos reconocer, son las únicas.

Queda muy bien formalizar, despojarnos de la subjetividad, de nuestra individualidad. Pero, ¿debemos callar de nosotros,  debemos objetivizar, como Kant quería?

Digo esto, porque en el ser humano las emociones irradian a borbollones  en cualquier ámbito que pueda imaginarse y, póngase como se ponga, somos un animal. Y, como todo animal, somos marionetas a manos de nuestros instintos, de las emociones. Y el instinto de supervivencia es el que subyace tras la dinámica del resto de comportamientos inherentes (amor, rabia, búsqueda de la felicidad, diversión, …).

Por ejemplo, en las disciplinas que se caracterizan por la objetividad, por la búsqueda de la verdad, (historia, filosofía, física, química, economía, etc.)aunque aparentemente estén libres de toda inconsciencia, de toda subjetividad, eso es, sencillamente imposible. Por ejemplo, la física: en física, no sólo se tiene en cuenta el mundo en si (que, dicho sea de paso, es imposible observar), sino el sujeto que recibe las impresiones del mundo; es decir, no estudia los fenómenos tal y como son, sino tal y como los vemos, que es muy diferente. Y, fíjense, que he puesto como ejemplo una de las disciplinas más objetivas que existen actualmente (física): con los demás campos, mucho más de lo mismo.

Pero aquí es donde radica el aspecto fundamental del ser humano, la intersección entre objetividad y subjetividad: el gregarismo. En los sentimientos, el hombre necesita del hombre mismo: he aquí el instinto de relación social, de búsqueda del ser amado, instinto paternal, querer a la familia, etc. Bien, pues en cualquier otro estadio de la historia, momento de la vida, intersticio o ámbito de conocimiento, acontecerá exactamente lo mismo: necesidad de apoyo, complicidad, parecerse a los demás, mimetismo, etc.

Volvamos a las ciencias, al saber objetivo. Un conocimiento científico, no es aceptado hasta que una gran parte de la comunidad (científica y pública) lo acepta. La verdad, por tanto, se sustenta en lo público, jamás en lo privado. Ahora bien, y esta es una de las paradojas más dolorosas, la certeza de una afirmación no implica, necesariamente, el reconocimiento de ésta. ¡Cuántas teorías habrán sido demonizadas, siendo ciertas! Personalmente, éste es el epicentro del ser humano: la dialéctica entre la verdad en sí y la verdad reconocida, la que es pública, pues, además, la verdad que es publicada no implica, necesariamente, que sea cierta. ¡Cuántas afirmaciones se darán por apodícticas (necesariamente ciertas), cuando, en realidad, son falaces!

Por tanto, para que en el conocimiento se produzca justicia se tienen que cumplir dos condiciones (una objetiva y otra subjetiva), independientes entre sí; debe de producirse la susodicha intersección. La primera que la afirmación sea cierta y, la segunda, que la afirmación sea conocida, reconocida y compartida por los demás. Da igual que hayas pasado toda una vida aprendiendo que «dos más dos igual cuatro» y que lo tengas demostrado en inumerables páginas, que si, por desgracia, un gran número de personas se empecina en que «dos más dos igual uno», habrás perdido y la verdad, se convertirá en falacia. Entonces, en caso de que se produzcan disonancias entre verdad en sí y verdad pública ¿hay que defender la verdad o hay que sumarse al incosciente colectivo, cumplir uno de los instintos más arraigados en la especie humana: la intersubjetividad? O, dicho de otro modo ¿hay que someterse a los instintos como animal que somos o, por el contrario, debemos de utilizar nuestra capacidad para inhibirlos y defender nuestra verdad, por muy egregia que resulte?

No me gustan las fiestas

I

No me divierto en ellas, lo paso muy mal. En la gran mayoría de las fiestas, el elemento básico es el alcohol definido por todos los médicos como una sustancia perjudicial para nuestro organismo. En mi opinión, no tan científica, el alcohol es un líquido que te pone en un estado distinto al normal, diferente al que deberías tener, para realizar cosas que no te atreverías a hacerlas por timidez o cobardía. En este estado, no eres dueño de tí mismo. Tampoco me gusta el alcohol porque hace daño a tu organismo; son muchos los casos de personas que han bebido y, después, han estado al borde de la muerte. Recuerdo una frase que leí en un libro titulado «Yo sé porqué» que decía así: «¿Por qué nos mareamos y perdemos el control cuando estamos bebidos? El alcohol es un veneno para el organismo y cuando este se envenena el sistema nervioso no responde bien».

También causan otras cosas demasiado malas. Cuando llega el día siguiente, el cuerpo tiene que recuperarse del estado de «envenenamiento» del día anterior y, para eso, el cuerpo necesita mucha agua. El organismo expulsa el alcohol mediante la orina y el hígado -que expulsa las cosas que no asimila el organismo y se va estropeando con su uso-. Para recoger el agua que permita expulsar el alcohol, el cuerpo la recoge casi toda del cerebro, éste se encoge tirando de las membranas del cráneo. Por eso, duele mucho la cabeza al día siguiente.

En resolución, no me gusta el alcohol porque si te emborrachas, pierdes muchas neuronas; y en una sociedad tan competitiva perder neuronas todos los fines de semana no lo encuentro muy bueno para mí. Las personas no les gusta tampoco perder neuronas, pero como tenemos demasiadas, no vemos la pérdida y las perdemos poco a poco. Esto hace que no nos demos cuenta, es como el crecimiento. Nosotros no notamos que hemos crecido pero si vemos una foto de hace tres años nos daremos cuenta.

II

Siempre hay grandes multitudes algo que no me preocupa pero no lo entiendo. Prefiero celebrar algo como Noche Vieja o el fin de semana con gente que conozco y con las personas que quiero. En estas concentraciones, la música está demasiado alta luego, no te permite entablar conversaciones. Al no poder hablar ni relacionarme, me encuentro como desplazado de las personas en general, será porque no estoy bebido. Entiendo que  los demás no se sientan así porque no estan en su estado normal, ya que han bebido. Aparte de la música alta, la música fiestera no es de mi agrado; la que más me gusta es la música clásica: ¿qué voy a hacerle!

He escuchado de mucha gente que va a estas fiestas que, al día siguiente, no recuerdan nada de lo que ha pasado. No veo divertido perder unas horas de mi vida; creo que no acordarte de lo que has hecho es perder unas horas de tu vida.

III

A la mayoría de la juventud les gusta las fiestas y se divierten en ellas. Si se divierten en ellas y no entran en la embriaguez me parece muy bueno para ellas; para gustos y colores, todos son los mejores. Bien, pero que no me diga nadie que no me divierto, que vaya a beber para divertirme o frases parecidas porque, para mí, una fiesta es uno de los momentos donde peor lo paso. Me encanta ir al campo, viajar a otros países, el tiempo libre, estar relajado, aprender, superarme a mí mismo, hacer deporte, pensar y utilizar las palabras (escribir, leer y hablar). Estas actividades son las que para mí son las más divertidas y las más provechosas. Son las que me recuerdan lo bonita que es la vida, las que me tranquilizan y me evaden del mundo, con las que me divierto y las que me hacen recordar que estoy vivo y que estoy aprovechando mi corta vida.