Marx y el valor-trabajo.

Marx, otro filósofo de la sospecha, otro pensador obsesionado por dotar de carácter ciéntifico a sus opiniones puramente personales y, como veremos, erróneas.

La ufanía de Marx le llevó a proclamar una ley sobre el valor que la sociedad debe otorgar a todos los productos. Cualquiera diría que está ejerciendo de Dios. ¡Ya sé por qué los marxistas no son cristianos! ¡Veneran a Marx!

Bromas aparte, Marx declaró en la primera parte de su magnus opus, El Capital, que el valor de la mercancía debe estar estipulado en función del trabajo dedicado a su producción. Si en la producción de un libro se ha consumido 3 veces más de trabajo que en la producción de un automóvil, el libro debe valer 3 veces más que el automóvil.

No obstante, el trabajo no es lo único que hay en el universo. El ser humano, de forma innata, otorga el valor a los productos en función de la utilidad que le reporte (demanda) y la abundacia o escasez de los mismos (oferta). Así, si un libro, aunque se hayan dedicado muchas horas en su culminación, es despreciado por la gente (léase Main Kampf) el libro no valdrá nada. Claro, que después habrá algunos indignados (entre ellos el propio Hitler) que estén en desacuerdo con la sociedad e intenten imponer su valor propio como único al resto de la humanidad (igual que quería Marx, pero con el trabajo).

Es una mala noticia para el trabajador que el mundo no gire en torno a él; sin embargo, es una buena noticia para el mundo. Así que los obreros deben oferecer un trabajo que sea demandado por la gente. Por ejemplo, los contertulios del diario Sálvame en Telecinco cobran mucho más que cualquier persona normal, que esté trabajando todos los días en trabajos insoportables, como el de trabajador de una fábrica. ¿Dónde está la clave? En que, para la sociedad, conocer los entresijos de Belén Esteban le reporta más beneficio que el pan que haya podido hacer el panadero.

Y no culpen al capitalismo de ello, culpen a los valores de la sociedad; el capitalismo sólo se encarga de ponerlos de manifiesto y coordinarlos. ¿El comunismo? De imponer otros por la fuerza, destruyendo la libertad y la subjetividad.

La pobreza paradójica

«Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas»  Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976

En tiempos de crisis, la pobreza suele aflorar más que nunca. Se hace más palpable. Y nos hace recapacitar sobre ella y todo lo que le concierne. Es terrible observar que, en un país supuestamente desarrollado, más de cinco millones de personas (el 10 % de la población total) busquen trabajo y no lo encuentren. Lapidario es saber que algunos de tus conocidos tienen que vender su vivienda por no poder pagarla e irse a vivir a la calle.

Minimizar al máximo la pobreza debe ser uno de los objetivos fundamentales de todo país. Evitar la penuria debe ser el primer paso. Por ello, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es erradicar, de una vez por todas, la pobreza en el mundo. El objetivo de este artículo es, pues, una revisión al concepto de pobreza y propuesta de solución a la misma.

Ante todo, hay que tener en mente que la pobreza no es algo nuevo, traído por la modernidad, fruto de la globalización o el capitalismo. Por ejemplo, en la Edad Media, casi toda la población europea vivía en condiciones de pobreza extrema y continuada. Además, se sucedían épocas de hambruna y epidemias repetitivas que segaban a gran parte de la población en poco tiempo; en definitiva, nunca antes la población mundial ha estado tan rica. Los movimientos antiglobalización, por ejemplo, pinchan en hueso al oponerse a ella con el objeto de reducir la pobreza, puesto que es la globalización la única que lo ha logrado.

Como vemos en este gráfico, en el año 1959, casi el 22% de la población mundial vivía con menos de un dólar y medio al día. Ni que decir tiene que en épocas anteriores las condiciones eran aún más penosas. A medida que el mundo se fue globalizando e industrializando la situación iba mejorando: actualmente, un 10% de la población mundial, a lo sumo, vive en condiciones de pobreza.

De ese 10% de pobreza mundial, África participa en un 50%; es decir, la pobreza de los países industrializados representa, a duras penas, el 2% mundial. Además, podemos observar que los países recientemente industrializados (los asiáticos: Taiwán, Hong Kong, China, Corea del Sur, Japón, etc.) han reducido -también recientemente- sus índices de pobreza. Existe una gran correlación entre industrialización y mínimos índices de pobreza. La historia económica así lo demuestra, y como dice Jacque Fresco: «sin tecnología, recaeríamos en el esclavismo».

En este sentido, África se encuentra actualmente en una encrucijada. Es uno de los escasos territorios que continúan aún en el pauperismo (pobreza persistente), y todavía no se ha industrializado. Las actuales revueltas en países africanos como Libia o Egipto buscan derrocar a sus tiranos (los cuales se apropiaban de la mayoría de la riqueza del país), para lograr la libertad política y económica, un camino firme hacia la industrialización.  Podemos admitir, en consecuencia, que el camino más factible para erradicar el hambre es abrir paso al libre mercado y a la globalización.

Ahora bien, si la industrialización llega, manu militari, del Estado, el resultado es bien distinto. En primer lugar, ninguna persona humana está capacitada para saber qué empresas abrir, en qué lugares, cómo hacerlo o en qué proporción. Al no poder hacerse con la información del mercado (o la sociedad), se abrirán empresas que no serán viables (que la gente no demandará) y, así, lo único que se conseguirá es desperdiciar recursos. En segundo lugar, la fuerza que generan las acciones individuales de la sociedad supera por mucho las decisiones de un gobernante. Por este motivo, el proceso de industrialización de la extinta Unión Soviética, preconizado por Stalin, no fue precisamente gallardo: mientras se lanzó el Sputnik, casi toda la población vivía en condiciones de penuria. El Gosplan u el organismo de planificación central no reduce tampoco la pobreza. Así las cosas, la industrialización, cuánto más libre de estatismo, más efecto surtirá en la pobreza.

La riqueza de las naciones se explica por la libertad económica, la tecnología y, por extensión, en la productividad. No obstante, los continuados esfuerzos estatistas para generar igualdad desembocan en el crecimiento de la pobreza. Por ejemplo, para aumentar el subsidio de desempleo hay que aumentar los impuestos; o sea, que los trabajadores, al menos en parte, mantienen a los desempleados. Se trata de un desincentivo al trabajo. Si bien en el mismo instante en el que se ofrecen subsidios los desfavorecidos aumentan su bienestar, la economía se va resintiendo poco a poco, pues el desempleo va creciendo, y cada vez son más los subsidios demandados, mientras que la recaudación del Estado disminuye. Así cayó el Imperio Romano. Cuando los emperadores romanos pensaron que su rico y vasto imperio era ilimitado, decidieron ofrecer la ciudadanía romana a todo habitante del imperio, con los privilegios que ello conllevaba. Panem et circences (pan y circo, gratis) era el lema del antigüo Estado del bienestar romano. Los productores de trigo decidieron cerrar sus fábricas, pues el pan era ofrecido gratuitamente. Y la población no paraba de crecer, pues los inmigrantes entraban a borbotones a beneficiarse de tal caridad. Las arcas del imperio romano quedaron exhaustas en muy poco tiempo y se inició el declive del imperio.

Según las cifras del Banco Mundial y la ONU, podemos hallar una correlación muy reducida entre libertad económica e igualdad, como puede observarse en los índices de arriba. Sin embargo, la población vive mejor, en lo que respecta a bienestar económico, con libertad económica.

Por ello, insisto, el único remedio contra la pobreza es libertad económica e industrialización. Las ayudas sociales adolecen de miopía, pues, tras los beneficios instantáneos, engendran las simientes del paro, quiebra y penuria. Dicho de otra forma: las consecuencias del Estado del bienestar son las contrarias a las buscadas por el Estado; es decir, la ayuda a la pobreza genera pobreza. Como ejemplo más actual podemos ver a España que tiene una de las protecciones al desempleo más altas (y unos índices de paro atronómicos) o EE.UU. cuya administración ha preconizado el susodicho modelo del bienestar (con el consiguiente desempleo alto y constante).

Así las cosas, el promover políticas de igualdad produce desincentivos, contrayendo la economía e igualando a todos sus miembros en la penuria; por la otra parte, favorecer la libertad implica desigualdad económica, pero al generarse incentivos, la economía crece y todos sus miembros terminan saliendo de la pobreza. No obstante, a muy largo plazo, la economía libre tiende a la equidad, como pueden observar en el siguiente gráfico.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (VIII)

Libertad, motor del progreso (III): propiedad privada, privatización y mano invisible.

Otro de los principios en los que se basa el sistema capitalista es en la confianza de la libertad individual, por encima del paternalismo. El individualismo será más eficiente, tanto económicamente como socialmente, que cualquier decisión adoptada por una oligarquía.

Si dividimos los recursos mundiales entre el número de personas que pueblan la Tierra y le otorgamos a cada uno su proporción correspondiente para su usufructo, el mundo funcionará mejor que si todos los recursos en su totalidad pertenecen, comunalmente, a todos los individuos.

En primer lugar, estamos programados para ser únicos, lo que significa que unos trabajarán más que otros, se esforzarán más; en consecuencia, los que trabajen más, los que más beneficien al mundo, deberán ser recompensados en la proporción exacta a su contribución, ya que, de lo contrario, nadie tendría incentivos para perfeccionar el mundo. Se trata de identificar enrriquecimiento personal con el enrriquecimiento social: si una persona aumenta el bienestar o la potencialidad vital de la sociedad, ésta debe enrriquecerse, precisamente, por enrriquecer a la sociedad.  Sin entrar en el debate de quién enrriquece más o menos, lo que es taxativo es que el trabajo intelectual aporta unos beneficios inconmensurables, pues las buenas ideas son eternas y muy escasas (requieren mayor esfuerzo y mérito).

Así como un estudiante que se despreocupa por sus exámenes y recibe una nota baja y el que se preocupa y obtiene una nota alta, el trabajador (o persona) que más trabaje y más beneficie al mundo deberá ser compensado en la misma proporción. Esto es indudable.

Empresa, corazón del organismo social.

Esto es lo que ocurre actualmente con las empresas. Sin embargo, muchos no lo ven así. Los más extremistas llegan incluso a afirmar que «las grandes empresas se convierten en organizaciones criminales, las organizaciones criminales en grandes empresas y la economía en la imposibilidad de distinguirlas». Pero, nada más lejos de la realidad. Las organizaciones criminales ejercen el poder coactivo (por ejemplo, el terror o la violencia) para conseguir sus objetivos, mientras que cualquier empresa intenta aumentar el valor añadido de la sociedad, satisfacer necesidades latentes (¡ojo!, no crearlas), que la demanda se sienta atraída por el output de la empresa. En este sentido empresarial, en el capitalismo, se producen relaciones de intercambio (entre empresarios y consumidores) que benefician a ambas partes; los consumidores se ven beneficiados por la creación de valor (por ejemplo, de simples recursos naturales, se obtiene un teléfono móvil para podernos comunicar a distancia) y los empresarios se ven también beneficiados directamente por los ingresos e indirectamente por su capacidad de crear riqueza.

Este es el resultado de la propiedad privada, de repartir el mundo entre individuos en lugar de compartirlo todo comunalmente. Es, además, coherente, pues sabemos que el ser humano es autoconsciente, lo que implica finalmente en la necesidad de propiedad privada. ¿Por qué, si no, las moras de los parques públicos se arrancan antes que en la propiedad privada? ¿Por qué, si no, la calle está más descuidada que la propia casa? ¿Por qué, si no, un batido compartido se acaba antes que si cada uno se bebiera su parte por separado?

Por ejemplo, las empresas públicas (RENFE, Correos, Aena, etc.) no son eficientes: pertenecen a todos, es decir, a nadie. Mientras Inditex intenta, por todos los motivos, aumentar el bienestar del cliente para que acuda a su tienda (y, así, obtener los consiguientes beneficios), RENFE no tendrá estos incentivos (los de mejorar a la sociedad, para obtener beneficios) porque, en primer lugar, las empresas públicas están cercanas al monopolio y, en segundo lugar, las pérdidas de estas empresas son sufragadas por el propio Estado. En definitiva, la función empresarial, de competencia, de obtener beneficios, de crear y entregar valor al cliente, no será prioritaria. Por este motivo, a todos los individuos les conviene la privatización.

En definitiva, este sistema funciona por la libertad que existe, la cual, permite intercambios libres entre dos partes, que se benefician mútuamente. En un sistema capitalista, el cliente y el dependiente, en la transacción, se darán mútuamente las gracias (literalmente), mientras que en otros sistemas se debe aceptar lo impuesto a veces a regañadientes.

No son necesarios los recursos, sino el conocimiento.

Malthus se equivocó

El célebre economista Thomas Malthus afirmó ya hace muchos años que mientras que la producción crece artiméticamente, la población lo hace geométicamente y, por tanto, habrá un momento en que haya más personas que recursos. Tras esta afirmación la población creció sin precedentes (en Gran Bretaña pasó de 5 millones de habitantes a 21 en menos de una centuria), y, aún así, el bienestar medio creció ostensiblemente: se inició la Primera Revolución Industrial. Malthus pinchó en hueso: no tuvo en cuenta el poder multiplicador de la tecnología.

Actualmente, hay numerosas mentes, al igual que Malthus, que afirman que un aumento de la población puede ser catastrófico o, al menos, reducirá paulatinamente el bienestar. Su principal argumento es el de que los recursos son limitados, mientras que el hombre puede crecer (y gastar) sin ningún límite.

Ahora bien, de nuevo al igual que Malthus, el argumento de los susodichos es falaz porque no tiene en cuenta que la tecnología puede multiplicar los recursos en la proporción deseada. En la prehistoria, los homínidos apenas subsistían, sin más recursos que la recolección o la caza. Actualmente, casi 7.000 millones de personas en el planeta subsisten con un bienestar bastante mayor que los hombres prehistóricos. ¿Dónde está el truco? De nuevo, en la tecnología. Y si algún pueblo permanece aún en el subdesarrollo, se debe -y esto es taxativo- a la carestía de tecnología. Por tanto, ni más ni menos, la solución está en la adopción de tecnología.

¿Qué introdujo la agricultura? Poder cultivar alimentos casi indefinidamente, evitando la recolección. ¿Y la ganadería? Cuatro quintos de lo mismo. Por extensión, los fertilizantes y la maquinaria aumentaron la eficiencia del sector agroganadero, permitiendo, en el siglo XX, que un solo agricultor pudiese alimentar a más de 43 ciudadanos.

¿Que avance supuso la energía nuclear? Generar grandes cantidades de energía, sin necesidad de recurrir a combustibles fósiles. Y a quién no le guste este tipo de energía por la radioactividad, que se espere a la energía de fusión, unos veinte años, la cual, permitirá producir sin coste alguno energía a borbollones. Con esta tecnología, la energía será tan abundante o barata como el aire.

Bien, entonces ¿por qué se arguye que los recursos son limitados? Quizá porque se peque de miopía y no se vislumbren en un futuro nuevas tecnologías que multipliquen las posibilidades. Es muy probable que, en poco tiempo, el hombre pueda volver a la Luna o incluso a Marte y seguir extrayendo recursos. Como dijo Jacque Fresco, cualquier cosa concebida por el hombre, puede ser construida. Por ejemplo, me viene a la mente la posibilidad de poder modificar nuestro ADN (biotecnología), para poder alimentarnos, como las plantas, por fotosíntesis, sin necesidad de comer.

Aún así, podría también llegar el momento en el que se agoten recursos indispensables para vivir: espacio y agua. De momento, el espacio en el planeta Tierra no plantea mucho problema, pues hay grandes regiones del planeta deshabitadas y, además, pueden construirse edificios muy altos. De todos modos, para cuando llegue el día en el que el espacio sea tan escaso como el oro, seguramente ya estemos habitando en otros planetas. ¿El agua? Parece que, de momento, tampoco es un problema, ya que puede volver a purificarse e incluso puede fabricarse.

Es posible vivir con índices increíbles de bienestar en un mundo masivamente superpoblado, el único límite es nuestro conocimiento, la tecnología, como afirma Eduardo Punset: «lo que importa no es si seremos dos millones más o dos millones menos, si es justa la edad de jubilación o injusta, sino el nivel y la difusión del conocimiento; es decir, la reforma educativa».

Es más, cuánto más crece la población, más posibilidades hay de desarrollar nuevas técnicas y más acusada avanza la ciencia, pues más científicos y mentes brillantes y, por tanto, más ideas y puntos de vista habrá para aumentar el bienestar del hombre.

España: Camino de servidumbre

En un contexto de profunda depresión económica en España, los precios que más desgastan el esmirriado bolsillo de los españoles aumentan ostensiblemente. Hace ya unos meses que asistimos a una inicua subida del IVA, que al afectar al nivel de vida, al consumo e incluso a la recaudación, la agonía española aumentaba sin límite.

¿Quiebra de España? Sí, gracias.

A partir de Enero de 2011, sufriremos aún más: la energía en España se encarece enormente. Concretamente, la luz eléctrica subirá un 10% y el gas un 3%. ¿Recuerdan la Política Energética del gobierno actual? Sí, la de energía nuclear cero; pero, sin embargo, comprarla a otros países como Francia y Alemania. Increíble: ni se planteó un debate sobre un asunto de primera importancia. Pues aquí está la consecuencia: como cuesta más obtener la energía, ésta se encarece y, en consecuencia, los españoles tienen que pagar más. ¿Por qué no pudiendo mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, abaratando la energía, apostando por la nuclear, no se hace?

Esto, sumado a los recortes en las prestaciones sociales (eliminación de subvenciones a los parados, congelación de pensiones, recorte de salarios a los funcionarios, etc.) y al aumento de impuestos, implica que el nivel de vida en España cae en picado. Me atrevo a predecir que, en poco tiempo, vengan fuertes recortes sociales (¿próximamente hacia los universitarios?) que marquen la diferencia entre una época y otra.

La población tiene menos dinero, por ende, el Estado recauda menos y, sin embargo, se ve obligado a gastar más. El déficit en la mayor parte del mundo se dispara por segundos. Ya lo vimos en España hace unas semanas, cuando la prima de riesgo llegó a su máximo histórico (276 puntos sobre el bono alemán). Esto es importante y no se refleja en los datos del PIB, de modo que, aunque parezca paradójico, puede crecer la economía mientras el Estado quiebra. Llegará un momento (¿en 2 meses, quizá 3?) en el que no se pueda hacer frente a la deuda ni con los ingresos futuros y el FMI tenga que intervenir en España, concediéndole préstamos (como Grecia e Irlanda). Puede que tras España vayan cayendo más países hasta que el FMI no tenga más fondos. En este caso, ¿que pasará? Nadie lo sabe, pero es muy posible que lleguemos pronto a este extremo.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (VI)

Libertad, motor del progreso (I): Las fuerzas del mercado

Haciendo una breve recapitulación de todo lo que hemos visto hasta el momento, podemos afirmar que, en síntesis, el capitalismo laissez-faire es el que mejor se adapta a la naturaleza humana: no debemos olvidar que el hombre es egoísta por naturaleza (y, como puede demostrarse, es imposible despojarse del egoísmo). Adam Smith axiomatizó que ese egoísmo es bueno, muy bueno (muy superior al altruismo calcutiano). Analizamos, asimismo, que la mayoría de los problemas que se le atribuyen al sistema económico capitalista (contaminación, desigualdad, crisis económicas, …) son el resultado de un actual sistema mixto (un antitético binomio liberalismo-intervencionismo), en el que, en algunos países, la actividad estatal puede sobrepasar el 40% del PIB. En resumidas cuentas, los problemas los crea el sistema mixto, no el mercado. Y pusimos como ejemplo el sistema financiero -uno de los más intervenidos del mundo- que es el causante de las crisis periódicas que, volvemos a insistir, afloran en una economía mixta y nunca en una economía pura de mercado.

Dicho esto, la sección respuesta a las críticas puede darse por finiquitada, al menos, de momento. Por consiguiente, pasaremos a explicar por qué este sistema tiene la increíble capacidad de organizar los quehaceres de la humanidad de forma absolutamente eficiente. ¿Por qué este sistema ha generado un nivel de vida tan superior al de la Edad Media? En términos filosóficos, podemos -nuevamente- responder que es el sistema que mejor se adapta al hombre. Empero vayamos a los términos económicos.

Dirijámonos ahora mentalmente hacia una de las ciudades más desarrolladas y pobladas del mundo: Nueva York. Pensemos ahora en el mercado de comida: toda la población tiene cubiertas todo tipo de necesidades alimenticias, en función de todas las variables (modas, gustos, …). Para una población tremendamente enorme, todo está perfectamente coordinado: en ningún mercado alimenticio hay escasez de alimentos ni excedentes de los mismos. La comida llega de las fábricas mediante millares de camiones que descargan en los establecimientos. Todos contentos: los consumidores neuyorkinos satisfechos y los tenderos con su dinero en el bolsillo, que les sirve, a su vez, para satisfacer la necesidad que puedan surgirle, eso sí, en función de su aportación a la sociedad.

¿No da un poco de vértigo que todo se maneje «solo»?  ¿Cómo es posible que, sin que nadie tome una decisión a modo de factótum funcione tan bien el susodicho mercado? Porque cada persona elige lo que le conviene a ella, se dirige al comercio (que, al mismo tiempo, vende lo que le conviene y al precio que le conviene; igual que el cliente) y, si las conveniencias de los dos son compatibles, se produce una transacción, tras la cual, las dos partes se benefician. Y lo que es aún más importante: en estos intercambios también circula una abudante información que ayuda a regular el mercado mas eficazmente, a saber: el vendedor analiza su demanda para adecuar su oferta y el comprador, haciendo lo propio, analiza el establecimiento para satisfacer de la mejor forma posible sus necesidades. Un oferente (fábrica, tienda, vendedor ambulante, …) que no tenga en cuenta las necesidades del consumidor cae por su propio peso.

La oferta y la demanda se equilibran al igual que esta balanza, en representación a la justicia capitalista.

 

Si estas dos personas viviesen en un sistema comunista, donde el mercado de los alimentos está regulado por el Estado, tendría que vender y comprar, no lo que ellos desean, sino lo que el mercado cree que desean, lo que el gobierno dicta. Y como, naturalmente, es imposible conocer todas y cada una de las características personales de todos y cada uno de los habitantes, el comunismo, lejos ya de ser hasta una utopía, es una distopía: de poder llevarse acabo (cosa imposible, como demostramos en la primera entrada), se producirían situaciones enormemente indeseables por cualquier ser humano, pues las necesidades de todo un país no pueden cubrirse desde una perspectiva.

Bien. En las economías mixtas, el sistema de bienes alimenticios es libre, pero ¿qué ocurre con el mercado de alquileres? ¿y con el de recursos financieros (los bancos)? ¿y con el mercado de trabajo, especialmente en España, cuyos principales puntos fueron creados por el dictador Francisco Franco? Todos estos mercados presentan un elevado grado de intervención, agravando el nivel de vida de los ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades, en función de sus deseos o circunstancias. En una economía mixta se establecen límites (máximos o mínimos) a los precios, mientras que en un comunismo se establece directamente el precio. Intervencionismo en todo caso.

Y como, a más población, más dificultosa es la intervención; a más población, en un sistema intervencionista (comunista o mixto), más dificultosa será la gobernanza y, en consecuencia, peor nivel de vida. Justo al contrario de lo que ocurriría en un mercado puramente libre. Es por esta razón por la que el estado del bienestar queda obsoleto cuando la población aumenta y, por esta misma razón también, por la que el comunismo se hace más factible a medida que la población disminuye; en el Capitalismo es a la inversa: más personas, más libertad.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (V)

Respuesta a las objeciones: Ciclos económicos (II)

En el fascículo anterior  explicamos que las crisis económicas son tan incompatibles con el capitalismo laissez-faire como lo son el agua y el aceite. Además, que éstas se deben al intervencionismo que se inmiscuye en el mercado y que, mientras siga vigente el socialismo, las crisis serán periódicas.

Hace menos de una semana que, en el parlamento de Inglaterra, loa conservadores han presentado una propuesta para que la economía se atenga a los principios generales del derecho: un coeficiente de reserva fraccionaria del 100%, es decir, que los propietarios del dinero tengan a su disposición la totalidad del dinero, sin ningún tipo de condición. De aceptarse esta propuesta –como sabrán– los ciclos económicos cesarían y la función de crecimiento de la economía sería creciente hasta el infinito. Se trata, pues, de una medida anticíclica.

Esta ley no es nueva. En 1844, los economistas se percataron del mismo problema y se intentó eliminar la reserva fraccionaria. Sin embargo, esta ley, conocida como ley de Peel, conminó a los bancos guardaran (y no prestaran) el dinero de sus clientes. Sin embargo, se produjo un lapsus, a saber: el sistema bancario seguía disfrutando de la posibilidad de crear dinero ficticio en las cuentas corrientes. En la época se pensaba que las cuentas corrientes no provocarían problema alguno, pero no fue así. El despiste permitió que los bancos continuasen ocasionando el problema y, tal despiste, inició dos siglos de un sistema bancario indecente, que permanece incólume, al presentarse como víctima cuando, en verdad, se trata del causante.

Si, finalmente, se ratificara esta ley en el Reino Unido, su economía dejará de presentar ciclos y, en consecuencia, no habrá auges, ni burbujas, ni crisis. Evidentemente, el crecimiento económico será muy pobre; pero, a medio y largo plazo, la sociedad inglesa llegará a un nivel cada vez más alto, pues se ahorrará la destrucción que provoca una crisis. Por consiguiente, la ley cobrará fama internacional, extendiéndose al resto de países que, con toda probabilidad, no tardarían en percatarse de los beneficios ocasionados. La abolición de la esclavitud fue un gran paso que la humanidad inició hacia la justicia; éste paso que está a punto de iniciarse, supondrá un gran avance por la senda hacia la justicia, hacia el fin del socialismo.

Claramente, el que achaca los problemas ocasionados por los ciclos económicos al sistema económico capitalista, se da de bruces con la realidad. Y el sociata que critique esta cuestión, se criticará a sí mismo. Aunque, hay que decirlo, ningún político critica los ciclos económicos y se jactan de sus medidas procíclicas: el baluarte de los políticos, en lo que a economía respecta, suele ser el señor Keynes.

En el presente fascículo terminaré de desgranar la fisonomía de los ciclos económicos: las consecuencias que se desencadenarían al abolir el coeficiente de reserva fraccionaria. Si bien en la entrada anterior traté, principalmente, de los ciclos económicos, en esta hablaremos del papel que protagonizan los bancos centrales en el panorama económico mundial y, como no podía ser de otra manera, del patrón oro.

Los bancos centrales

Ante todo, hay que decir que el sistema bancario es el más intervenido del planeta. La banca, a día de hoy, es la fusión de política y economía, estableciendo una aleación ciertamente inestable. Esta es una de las razones que explican la confusión entre sistema político y económico. Como ejemplo, en España tenemos el mejor de ellos: el esperpento de las cajas de ahorros. Un escándalo de tal magnitud que la dirección de las cajas se reparte entre los políticos, como si de caramelos se tratase.

Dejando a España a un lado, actualmente, la economía se rige principalmente por los bancos centrales. En Europa, por ejemplo, la política monetaria es controlada por el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC). Con anterioridad era controlado por el gobierno de cada país y, ahora, por el SEBC; en términos teóricos el mismo perro con distinto collar, pues el nivel de intervencionismo es el mismo.

Y es que los bancos centrales son las instituciones de control económico por antonomasia. Como dicen los teóricos, se dedican a atacar los síntomas de las crisis, pero no la enfermedad, a saber, las políticas procíclicas. Por ejemplo, varían, principalmente, la oferta monetaria, los tipos de interés y la inflacción. Esta es la tarea fundamental del Banco Europeo, la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el de Japón. Este control repercute en nuestra vida diaria constantemente, por ejemplo, el paradigma de las hipotecas.

Además, existe un contubernio entre los bancos centrales y los políticos, al compartir intereses: las dos instituciones animan las burbujas, engendrando las simientes de una crisis futura. A los Estados les conviene que la inflacción se mantenga a unos niveles altos, ya que grava el ahorro y favorece el gasto, dogma keynesiano. Con altas tasas de inflacción, el dinero pierde valor: lo que hoy vale 20 €, mañana valdrá 40€. De este modo, el valor de la deuda pública estatal se reduce con el tiempo, por arte de magia. Así, los Estados no les importa el despilfarro y la emisión de deuda pública -como hemos visto en España, hasta hace unos meses-, mientras el aumento de los precios se mantenga constante. Las economías cíclicas -como las de ahora- son adictas a la inflacción.

Los bancos centrales también asumen otro papel: el de salvavidas. Cuando se desencadena una catástrofe económica, los bancos centrales acuden, para ayudar a todo el sistema bancario a resistir la tempestad. Adquieren dinero, para, luego, en un momento crítico, inundar el mercado de recursos pecuniarios. Pero lo curioso es la manera de recaudar el dinero: lo fabrican. O sea, que no solamente el sistema bancario crea dinero ficticio, provocando una crisis crediticia, sino que los bancos centrales, para salir de la crisis, crean dinero de la nada, enciendiendo la máquina de hacer billetes. Así funciona la macroeconomía del siglo XXI.  Los bancos centrales en un momento de depresión elevan la oferta monetaria, aumentando la inflacción y repartiendo injusticia por doquier.

Inyección del dinero

La inyección de dinero en el mercado por parte de los bancos centrales desentraña, como veremos, una tremenda injusticia, como la mayoría de las acciones intervencionismas, que no favorecen el libre mercado. Este proceso no se produce como el grueso de la población cree: la intuición nos dice que, cuando un determinado organismo decide aumentar el dinero que hay en circulación, producirá más billetes y los repartirá por el mercado; ya está. Pero, tras esta visión intuitiva, se esconde la verdadera injusticia.

Si el nuevo dinero fabricado se reparte equitativamente a todos los agentes del mercado, los efectos de la inyección son nulos. Si a todos los individuos se les entrega un millón de euros, su capacidad aquisitiva será exactamente la misma, el único efecto producido serña la caída del valor del dinero (interés) o variación el los precios (casi siempre, inflacción). Por esto, para que en la inyección se produzcan los efectos perseguidos, necesariamente se tiene que producir una situación injusta: el dinero nuevo se reparte a unos pocos, que están en una situación de ventaja con respecto a los demás. Con el nuevo dinero en mano, éstos invierten y, así, el dinero producido se expande, paulatinamente, por la sociedad, al tiempo que, poco a poco, la divisa va disminuyendo su valor.

La oferta monetaria está relacionada con la inflacción y el consumo. Lo que los bancos centrales quieren es, conjungando las distintas variables, modificar, a su modo de ver, los comportamientos de los consumidores.

Patrón oro

Cámaras de oro

El culmen del conjunto de reformas para acabar con los ciclos económicos, se poducirá al instaurar el patrón oro en la economía. El patrón oro, el respaldo de los billetes en determinada cantidad de oro, lo que pretende es regular la oferta monetaria, impidiendo procesos dinerarios tan perniciosos para el capitalismo como la inyección de dinero o la creación de dinero bancario.

Al estar todo el dinero respaldado por oro, en las cámaras acorazadas de los bancos, los procesos injustos, desestabilizadores y perniciosos, tanto para el mercado como para la sociedad, serán irralizables. Es decir, para aumentar el dinero en circulación, debe aumentar el oro en las cámaras acorazadas. Como todos sabemos, el oro es un producto muy estable, que crece entorno al 1% al año. Y, como vimos en anteriores fascículos, las crisis económicas se producían por la mezcolanza entre liberalismo e intervencionismo. El patón oro imposibilitaría  el intervencionismo, dejando un capitalismo puro, sin crisis económicas, sin injusticias.

Esta medida pondrá el broche de oro, nunca mejor dicho, al capitalismo, haciendo una sociedad más justa y menos irracional. Al menos, en el Reino Unido, se ha dado el primer paso.

Para más información: 100% + patrón oro; http://www.libertaddigital.com/opinion/autores-invitados/ayer-fue-un-dia-historico-56262/

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (III)

Respuesta a las objeciones: Desigualdad

El común denominador en todos los críticos al sistema económico capitalista es el argumento que hace referencia a la desigualdad como un aspecto negativo en la sociedad, que se produce en todos los países que están adoptando este sistema económico (y digo están adoptando porque el Capitalismo en sí todavía no ha sido implantado, pues existe un fuerte intervencionismo, a saber: bancos centrales, gobiernos, impuestos, …). Me parece ético hacer una distinción entre los críticos y dividirlos, así, en dos grupos: los que de verdad creen en este argumento y a los demagogos que, aún conociendo la realidad, persisten en la crítica, pues ello les reportará beneficios personales. Además a todos los gobiernos del mundo les conviene no implantar en su totalidad el Capitalismo porque, precisamente así, su facultad de influir en la Economía quedaría anulada. Por este motivo, todos los demagogos, son representantes políticos y, generalmente, pertenecen a países atrasados como Chile, Cuba, Bolivia, China, etc.

Respecto al primer grupo, los teóricos económicos deben tener una cierta conmiseración con ellos, pues todos responden al perfil de una persona no muy ilustrada en la Economía moderna. Además, la Economía es una de las ciencias más complejas que existen, a saber: estudia fenómenos a gran escala en el ser humano, ni más ni menos que la sociedad. Por ejemplo, la Física podría ser considerada como la ciencia menos compleja, pues estudia procesos como el movimiento; trabaja en una escala humana más reducida. Esta ausencia de complejidad permite sistematizar y especializar mucho más el conocimiento. Luego, de menor a mayor complejidad, nos encontramos a la Química, la Biología, la Psicología, la Economía y, por último, la Filosofía. Es esta complejidad la que puede llevar a argumentos equívocos como el de que la desigualdad es perjudicial.

En este fascículo, evidentemente, no voy a negar que la desigualdad existe en los países que avanzan hacia el Capitalismo. Ésta es objetivable y se puede medir gracias a la curva de Lorenz y al coeficiente de Gini, que nos dice cuán igualitario es un país. Ahora bien, igualdad es un concepto bien distinto al de justicia. Por ejemplo, se dice que  un país con más ricos que pobres es desigualitario y que en un país donde todo el mundo tiene la misma cantidad de dinero es igualitario. Sin ser sectario, por esta regla de tres, también debería añadirse que un país con un gran número de presos es desigualitario, ya que existe una brecha: entre presos y libres; en el mismo sentido, hay desigualdad. No obstante, tanto en el país que tiene una desigualdad entre ricos y pobres como en el que la tiene entre libres y presos, existe una profunda libertad y justicia. Como dijo el destacado Nobel de Economía, Milton Friedman: “La sociedad que pone la igualdad por delante de la libertad termina sin ninguna. La sociedad que pone la libertad por delante de la igualdad, termina con una mayor cantidad de ambas.”

Cuando una sociedad se dedica a redistribuir la riqueza para eliminar la desigualdad, desestabiliza la creación de riqueza y, a medio y largo plazo, crea pobreza: «La ayuda a la pobreza genera pobreza». Esto se explica porque ya en el sistema capitalista cada uno tiene lo que se merece. Entonces, un empresario con gran capacidad de creación de riqueza y de producción de bienes y servicios que satisfacen las ilimitadas necesidades humanas, verá reducidos sus ingresos con lo que no podrá seguir creando riqueza en la misma proporción. Esta parte de los ingresos se trasladará a los más necesitados, que no aportan nada al sistema productivo y, por ende, reciben un dinero que no les pertenece. Por decirlo en términos pedestres, el dinero va hacia donde no tiene que ir. Es imposible concebir como justo que a un trabajador, como acaece en España, se le retire el 60 % de su sueldo para cubrir el gasto público: financiar subvenciones, armamento (en algunos países, nuclear), sanidad, educación; mientras que a un parado se le aporte el 100% de sus ingresos sin ningún trabajo. Es decir, a fin de cuentas es más rentable permanecer en el desempleo que trabajar.

Es así como cayó el Imperio Romano, a saber: declarando la ciudadanía, con todos los privilegios, a todos los habitantes del imperio. Además se promovió la política de panem et circenses (pan y circo) lo que originó que los productores de trigo dejaran da producir, ya que era gratuito. Y, al fin, que cayese todo el imperio poco a poco. El socialismo provocó la caída de Roma.

La igualdad económica debida por el intervencionismo del Estado, por un atentado contra la libertad, es profundamente injusta y, a la postre, genera una pobreza. De modo que en teoría económica se plantea la siguiente disyuntiva: o desigualdad o pobreza. La justicia, en Economía, recibe el nombre de equidad y podría definirse como cada uno tiene lo que se merece. Así, en los países desigualitarios, existe una profunda equidad, mientras que en los igualitarios, como los que abogan por la propiedad común, la equidad es prácticamente nula. Llegados a este punto, hay que hacer una clara diferencia entre un sistema económico (capitalismo, comunismo, …) y un sistema político (demarquía, democracia, …), ya que claramente estos dos tipos de sistemas son dicotómicos, aunque, generalmente, sulen irradiarse entre sí, a saber: tras el capitalismo, suele llegar una democracia, por ejemplo. De modo que algunos críticos erran al culpar al sistema capitalista de errores producidos por el sistema político. Por ejemplo, las crisis económicas son producidas por el sistema político que es contrario al sistema capitalista; pero esta cuestión será analizada en el próximo fascículo. Además, el sistema político, para que la economía capitalista funcione plenamente, debería de olvidarse por completo del sistema económico.

Como los lectores habrán podido observar, he utilizado un lenguaje cuasi apodíctico  al afirmar que intentar generar igualdad mediante la violación de la libertad termina provocando pobreza e injusticia. Pero, en este caso, esta afirmación es inconcusa y, por ello, la demostraremos.

Normalmente, en divulgación económica, toda afirmación debe ir acompañada de una demostración. En este caso, dejaré la demostración de la mano del laureado catedrático de Economía Jesús Huerta de Soto de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Demostrará como, en el capitalismo, no existe la plusvalía; que cada individuo será recompensado exactamente con la misma cantidad que ha aportado al proceso productivo: la quintaesencia de la justicia social. Y que por mucho que la empresa se empestiñe en pagar muy poco al trabajador en relación a lo que produce (o mucho, ya que la actividad empresarial se desarrolla en un ámbito de incertidumbre), los precios y los salarios se verán modificados hasta el punto de que el trabajador cobra exactamente lo mismo que aporta. Aunque, luego, de ese salario se le descontará un porcentaje altísimo destinado al Estado.

Demostración de la siguiente ley económica: A cada uno se le paga por lo que aporta en el proceso productivo.


Capitalismo: Un sistema a la cabeza (II)

Respuesta a las objeciones: Medioambiente

Continuando con la sección sobre el capitalismo, lo más razonable es responder a las críticas que ha recibido, despojarlo de toda crítica falaz y veleidosa, antes de explicar con detalle el mismo.La segunda parte de esta sección versará, por tanto, sobre las objeciones al sistema, centrándose, cada fascículo, en una objeción.

Suele hablarse estos últimos años de un «fallo del mercado» haciendo referencia al cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la lluvia ácida, la desertización, el efecto invernadero, la oscuridad global. En definitiva, a los efectos perniciosos que la humanidad está causando al globo. Esta crítica culpa al sistema capitalista del origen de estos problemas medioambientales, ya que -dicen ellos- las fábricas y la industria -baluartes del capital- son responsables del 99% de la contaminación del planeta. En efecto, la industria -con aplastante mayoría- es la generadora de todas las contaminaciones y de la involución natural del planeta. Pero esto no es atribuible al sistema capitalista, sino más bien a la convivencia en un mismo lugar de dos sistemas tan dispares como la propiedad común, por un lado, y la propiedad privada, por otro. Esto causa efectos tan perniciosos como los que he nombrado con anterioridad y provoca que un determinado propietario se apodere de la propiedad común o ejerza influencias sobre ella.  De modo que la crítica es falaz al atribuir estos efectos al sistema de propiedad privada, cuando, en realidad, el culpable es el sistema de propiedad común, inmiscuido en el Capitalismo. Veamos por qué: Adam Smith postuló en el año 1776 la genial idea de que si cada individuo actúa de forma natural, atendiendo a sus intereses personales, la sociedad general estará lo mejor regida posible. La mano invisible. Pero, no se confundan: el Capitalismo no es ubicuo, existe únicamente donde está la propiedad privada. Y, legalmente, el medioambiente no lo posee nadie, produciéndose lo que se conoce como tragedia de los bienes comunes. Este vacío legal, esta falta de extensión del Capitalismo es el causante de los perjuicios a la Naturaleza. Por tanto, cuando no existe una propiedad privada, el egoísmo del hombre no genera beneficios a la sociedad, porque, al no poseer parte, sus intereses pueden ir en contra de la humanidad.

De este modo, si el medioambiente pasara a convertirse en propiedad no común y, consiguientemente, cada empresa estuviese recompensada por su aportación no lesiva al medio, se produciría un giro de 180º: todas las aguas descontaminadas, más capa de ozono que nunca, sistema de efecto invernadero optimizado, congelación de las fluctuaciones climáticas. No obstante, hacer llegar el Capitalismo a todos y cada uno de los lugares también parece una utopía. Desconvertir los bienes comunes por antonomasía es realmente complicado, por lo que, en estos bienes, es dónde únicamente el Estado podría intervenir (impuestos verdes, subvenciones en  energía renovable, …) convirtiendo, así, en lucrativo la purificación de lo común (sanidad, educación, medioambiente, …). La solución está en convertir en rentable aquello que no lo es para las empresas, pero que, sin embargo, si lo es para el conjunto de los seres vivos. En rigor: capitalizar lo común.

De hecho, en Europa, se está avanzando en este sentido y se está implantando el comercio de derechos de emisión. Consiste en que el Estado establece un límite global de contaminación (permisible para la Naturaleza) que se divide y reparte entre las empresas. Además, entre ellas pueden comerciar con estos derechos. Así, una empresa que no haya contaminado verá aumentados los ingresos, ya que otra empresa necesitará ese plus para contaminar más, empresa que verá reducidos sus beneficios. También, el Estado podrá incluir un arancel en este tipo de comercio para que en el intercambio de derechos de emisión, todos nos veamos aún más beneficiados y los impuestos como el IVA podrían experimentar una ligera reducción. Cuando hablo de aranceles, en el sistema capitalista estos solo tienen sentido cuando, sin intervención del Estado, el interés empresarial es contrario al social. Cuando el interés individual coincide con el general, los aranceles únicamente entorpecen el comercio y el proteccionismo tendría como resultado, a medio y largo plazo, el desproteccionismo. Esto supliría el vacío legal del que hablábamos y hace lucrativo (y general la competencia en) la purificación medioambiental y, además, el Estado puede ir reduciendo paulatinamente el límite de contaminación a medida que las tecnologías verdes, como el coche eléctrico,van desarrollándose.

En definitiva, los perjuicios al medioambiente no son un exceso capitalista, sino un defecto. Pero como sigue, igualmente, siendo un vicio hay que solventarlo extendiendo aún más el sistema. Esto demuestra que el Capitalismo debe expandirse más que nunca, necesitamos la segunda parte del derrumbe del muro de Berlín.