La globalización es inevitable

Desde el siglo XIX se ha producido un fenómeno sin precedentes en la humanidad. Por primera vez, gran cantidad de pueblos distintos empiezan a conformar una amalgama social. La causa de este fenómeno es, sin duda, la revolución tecnológica que posibilita una comunicación instantánea y barata con cualquier parte del mundo. Además, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial preconizaron el abandono del nacionalismo económico que, inevitablemente, inducía hecatombes. Y así nació el multilateralismo. Por eso, no hay método más eficaz contra la guerra que la difusión de la industrialización, el aumento de las libertades y la globalización. Podemos observar que la integración mundial se ha desarrollado, hasta ahora, en cuatro fases.

Se inició hacia el 1700 en Gran Bretaña con la Primera Revolución Industrial, que introdujo como principal innovación el ferrocarril. En ese momento, la floreciente industria logró aumentar la productividad del trabajador que, indefectiblemente, desencadenaba en un aumento de salarios lo que, a su vez, incentivaba la mecanización de la industria (pues despedir a trabajadores con salarios altos e implementar maquinaria aumentaba el beneficio), que, en definitiva, enriquecía el país. La mejora tecnológica erradicó las épocas de crisis de subsistencia. La implicación última de todo este proceso es el aumento de la libertad y del tiempo libre para disfrutarla (ya no hacía falta pasar jornadas inhumanas en el campo cosechando para comer, pues podía comprarse, gracias a la industria, a precios relativamente bajos). Por primera vez, las condiciones de trabajo, tan duras como las del campo, se ablandaron, mientras los salarios ascendían. A partir de este momento, ya no hace falta dedicarse a cubrir necesidades básicas, quedando tiempo libre para ser.

Continuó extendiéndose, en una segunda etapa, al resto de Europa y Norteamérica, produciéndose en la Revolución francesa y la Independencia estadounidense. Parte de la tecnología británica se transfirió gracias al comercio internacional a Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Italia, Suecia y, sobre todo, Estados Unidos. De nuevo, en todos estos países, aumentó la productividad; por consiguiente, los salarios; y, por tanto, se incentivó la mecanización que, en última instancia, lograba abaratar los precios y aumentar el tiempo de ocio. En España, con más dificultades de absorción tecnológica, la Libertad no llegó hasta el 1868 con la revolución conocida como La Gloriosa, iniciando el Sexenio Democrático.

Bolsa de Tokio

Posteriormente, la bonancible época del capitalismo (1950-1973) permitió que la globalización entrase en América Latina y, poco más tarde, en los países asiáticos (Japón, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur, China, etc.). Se produjo en ese momento una relocalización progresiva con destino asiático, donde las empresas buscaban mano de obra barata. En consecuencia, Asia se industrializó. Y, de nuevo, se produjo el mismo mecanismo que en la Gran Bretaña protoindustrial: mejora de la productividad, mejora de los salarios, sustitución de trabajadores por maquinaria, reducción de precios y aumento del tiempo libre y las libertades.

En China, la libertad todavía está por culminar. Así como fue necesaria en Europa el Año de las Revoluciones (1848) para allanar el terreno a la libertad, la próxima etapa en China deberá consistir en una revolución contra el opresor gobierno chino, que permitirá expandir en China toda la prosperidad económica acumulada, con el consiguiente aumento de las libertades. Esperemos que Gao Xingjian tenga suerte.

Asimismo, podemos admitir una cuarta etapa en la integración mundial, pues, tras las últimas revoluciones vividas en los países árabes es obvio que la globalización ha decidido impregnar uno de los resquicios aún no penetrados por la Libertad: Arabia. Egipto se encuentra en proceso de democratización, mientras Túnez, Yemen, Argelia, Libia y Baherin se encuentra en una dolorosa -pero, esperemos que útil- revolución liberal.

Al igual que la mejora del comercio británico en el S. XVIII extendió la libertad individual a América y Europa, los movimientos de personas y mercancías junto con el poderoso internet están logrando difundir en Arabia los mismos valores democráticos.

Déjeme matizar que, cuando un pueblo pide libertad, ha salido de su minoría de edad. Por ese motivo, no hay ningún peligro, por ejemplo, en la democratización de Egipto. Al contrario: cuando un pueblo acepta el sometimiento de un dictador, revela la mentalidad peligrosa del mismo.

Libertad emergente: ‘matrimonio’ gay

Desde que en 2001 Holanda se convirtiera en el primer país en aprobar el matrimonio homosexual, esta decidida apuesta por la libertad individual se ha extendido por el mundo vertiginosamente y son ya más de once países los que han seguido los pasos de Holanda (entre ellos, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Canadá, España, en la mayor parte de México, Argentina, etcétera). En lo que respecta a EEUU, se está produciendo también un avance imparable en la materia, pues cada vez más Estados se suman a la iniciativa.

Cuando hablo de matrimonio, me refiero igualmente a la unión civil, pues la realidad a la que me refiero es la misma; aunque, unión civil sea, etimológicamente, el término más apropiado.

Pese a que, en España, fuese aprobada por un gobierno socialista, hay que decir que se trata de una medida liberal y democrática, nada tiene de socialista. Recordemos que tanto Fidel Castro, como la República Popular China eran favorables al exterminio de la homosexualidad, una realidad natural.

Sin embargo, todavía siguen existiendo colectivos que rechazan este tipo de libertades (como, por ejemplo, el Tea Party), arguyendo, entre otras cosas, que supondrá un ataque a la familia. El argumendo se desvanece por sí mismo. Como bien se pregunta Mario Vargas Llosa: «¿No podrán seguir casándose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo?»

Si bien resultaba paradójico el caso de PSOE, no menos resulta el del Tea Party, que pese a declararse un partido defensor acérrimo de la libertad individual, luego muestra lo contrario en temas como este. En el caso de la Iglesia, la problemática no presenta enjundia, pues es la misma de siempre: fervor reaccionario por desfavorecer el progreso y el mejoramiento. Es la actitud idéntica a la que tuvo cuando negó, en la Edad Media, el modelo heliocéntrico, solo que nos encontramos en el siglo XXI y los temas a debatir son los propios de nuestro tiempo.

Aprobar el matrimonio homosexual no es más que atender unas necesidades insatisfechas de una fracción de la población; es decir, no perjudica, sino que beneficia y aumenta la libertad.

También hay otros argumentos que se oponen a la reforma, como los que afirman que la homosexualidad es una patología y, como tal, hay que desfavorecerla. Por los siguientes motivos, el argumento es falaz:

1. Suponiendo que se trate de una patología (que no lo es), ese no es motivo para prohibirla. Pues, si así fuese, el mismo razonamiento obligaría a prohibir (o denigrar) la obesidad, o el cáncer, cosa sobremanera oligofrénica.

2. La efermedad (o patología) se define como una alteración en la salud que causa graves perjuicios. Por lo tanto, como la homosexualidad ni es una alteración en la salud, ni causa graves perjuicios, no se trata de una enfermedad. Y así lo ha aclarado la Organización Mundial de la Salud, así como toda la comunidad científica: «desde el punto de vista médico, no existe ninguna diferencia entre una persona heterosexual y homosexual», asegura Fernando Chacón, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

3. La historia -como también dice Vargas Llosa- nos muestra que la homosexualidad se ha dado desde siempre e incluso ha sido muy aceptada en la antigüedad; Grecia y Roma son un referente. Además las enfermedades tienden a desaparecer en el tiempo (y a mutar), por evolución; no son intempestivas.

Siendo analíticos, el tema que nos ocupa, en realidad, es una obviedad, pues se trata de una preferencia, en definitiva un gusto. Igual que si hablamos de gustos musicales, literarios o deportivos. Se conforma en la subjetividad del individuo que, por definición, no es objetivable. Podrá haber, sí, gustos (o colores) mayoritarios, pero esa no es razón ni para convertirlos en únicos, ni para denigrar a los otros («decir más gordo a alguien, no te hace más delgado»).

Una nota sobre la adopción

El tema adquiere aún más controversia si nos planteamos la posibilidad de adopción de un hijo, por parte de una pareja homosexual, pues, a bote pronto, aunque la libertad (o satisfacción) de los padres aumente, la del hijo podrá verse ensombrecida.

Bien. Pero los hijos no eligen a sus padres, vienen dados. Por lo que se trata del mismo dilema, tanto en parejas heterosexuales como homosexuales. Algunas opiniones insisten en que la adopción implicaría una formación deficiente y anómala, pues lo «normal» es tener un padre y una madre, no dos madres ni dos padres. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y, según afirma Edurne Uriarte, un niño necesita amor, no abstracciones.