Más se perdió en Cuba.

Recuerdo de haber leído del sociólogo español Amando de Miguel que los españoles tienen un gran sentimiento de inferioridad con respecto al resto de países. Más allá de lo objetivamente que pueda estar de atrasado nuestro país, según asegura Amando de Miguel, nuestra percepción es que nuestra nación está aún más atrasada de lo que realmente pueda estar; es decir, la mentalidad española es pesimista, y se ve inferior al resto de los demás.

La psicología, por otro lado, nos dice que generalmente el complejo de inferioridad tiende a compensarse con el complejo de superioridad; es decir, que los sentimientos de inferioridad de los individuos  se suplen mostrando a los demás las cualidades en las que se sobresale e, incluso, subestimando al resto. Es decir, que generalmente si alguien se ve inferior, ya sea consciente o inconscientemente, al resto, tratará de compensarlo sobrestimándose o subestimando a los demás.

Y lo cierto es que todo encaja. El carácter del español medio se caracteriza por el de estar siempre a la defensiva, en atacar para no sentirse atacado, en demostrar continuamente la valía personal (lo que coloquialmente se conoce como «hacerse el chulo»). La verdad es que he visto durante años a gran cantidad de personas preocupadas más por la apariencia que por la esencia; es decir, les preocupa más lo que los demás puedan pensar de ellos que lo que realmente son.

Una de las diferencias más claras que encuentro entre españoles y extranjeros es que los primeros tratan de que los demás los respeten y los segundos tratan de respetar. Es muy escuchado el ejemplo de que si transitas por una calle española y, sin querer, rozas a alguien, ese alguien lo más probable es que te reprenda. En cambio, si esto ocurriese en un lugar foráneo, lo normal es que ese alguien pidiese perdón, tratándose de una disculpa mútua.

Otro ejemplo de lo anterior es la archiconocida actitud de despreciar lo que se ignora, lo cual indica una actitud egoísta en línea con lo que he apuntado antes: al sentirme inferior, debo despreciar aquello que ignoro, para así restar importancia a mi desconocimiento. Esto, unido a la reducida calidad de la enseñanza pública, hacen que la formación académica en España sea menos valorada por la sociedad que en otros países de nuestro entorno. Mientras que en otros lugares la persona con éxitos profesionales es valorada e imitada, aquí se tiende a lo contrario. Y esta idiosincrasia de los españoles es un hecho que concuerda también con su historia. El gran número de guerras civiles aquí acaecidas… La expulsión de los moriscos… La enorme fuga intelectuales…

En un mundo que cada día es más global, el futuro económico del español medio es muy oscuro. Con la liberación paulatina del comercio, cada día es más fácil que una empresa transnacional contrate a personas de cualquier parte del mundo. Con lo cual, teniendo en cuenta que España no tiene ninguna universidad entre las cien primeras del mundo, deja patente la reducida productividad de nuestro capital humano. No es extraño, por tanto, que en España sólo el 38% de los habitantes consiga un empleo.

Y aún más: nuestra cultura del cortoplacismo y del «pelotazo» nos llevan por un camino muy negro, pues la salida de la crisis vendrá de la mano de sectores menos rudimentarios: por la innovación y la investigación, en sectores como la biotecnología, energías más eficientes o la informática, como reconoce el catedrático Niño Becerra.

El retraso español I

Decía un filósofo español, a mediados del S. XIX, que uno de los vicios de los españoles era pensar y decir cosas sin haber definido los conceptos previamente, o sea, que los españo- les hablaban sin saber. Personalmente, he comprobado que esto es cierto. Además, he encontrado una variante de este vicio: los españoles definen equivocadamente un concepto que terminan por creerse, esto último ocasiona que haya trastornos en la escala de valores de estas personas.

Os pondré el ejemplo que me hizo llegar a esta conclusión.  Muchos días me encuentro con personas que desean entrar a la universidad, pero no por llegar a un gran nivel de sabiduría ni de conseguir un buen empleo, sino que desean con ansias estar en el mundo universitario para alejarse de los padres, hacer fiestas –muchas de ellas con alcohol, una bebida incom-patible con el esfuerzo neuronal– y, en general, hacer de todo menos lo que se presu- pone que tienen que hacer: estudiar para aprobar. ¡Chico si quieres divertirte así, no vayas a la universidad!

Daré algunas cifras: el 50% de los jóvenes de la universidad ni siquiera se dignan a presen- tarse al examen, imaginemos el porcentaje de alumnos que asisten a clase. Lo que es peor: 20 de cada 100 alumnos aprueba en la universidad. Las universidades de España presen- tan unos índices muy superiores de alumnos que utilizan la universidad como tapadera de la “diversión”.

En mi opinión, esta actitud debería, al menos, intentar ser atenuada, puesto que  la aplas- tante mayoría de los alumnos que desperdician el tiempo por felicidad pasajera, cuando lle- gan, aproximadamente, a los treinta años se arrepienten del tiempo desperdiciado. Está claro que tomar medidas para corregir esto es ayudar al ciudadano. ¿Cómo se mejora esta situación? Pues por ejemplo imponiendo como norma que aquel alumno que no se haya presentado a más de tres exámenes consecutivos y su porcentaje de asistencia a clase sea menor del 20 % sea expulsado de la universidad. Estoy seguro que esta medida ocasionaría muchos más beneficios que perjuicios.

Analizando más profundamente, pienso que, en general, este tipo de acciones junto con otras muchas similares, son una consecuencia de la educación negativa que recibe la po- blación. También, creo que el principal factor que acentúa la educación negativa en España es la descultura o cultura perjudicial que conforman la idiosincrasia española. Por ejemplo, el régimen franquista impuso en España una serie de valores desculturales como por ejem- plo, la unión de Estado e Iglesia, la infravaloración de la mujer o el movimiento antinteli-gencia terminaron completando el proceso de desculturalización de la sociedad española.

Por otro lado, la situación geográfica de España poco ayuda a que ésta se convierta en una superpotencia económica en el siglo XXI. El clima soleado de España, perjudica las actividades intelectuales, ya que el Sol genera una vitamina emparentada con el buen humor y las ganas de diversión. Todos los países situados al norte del globo terráqueo superan económicamente a los países situados en el sur. En el interior de España, sucede lo mismo: Andalucía es la Comunidad Autónoma más retrasada y Cataluña y el País Vasco son las Comunidades Autónomas que destacan sobre las diecisiete que conforman el territorio español.

Por último, los medios de comunicación españoles, en mayor medida las televisiones, destacando Telecinco, intentan inculcar con ahínco todos aquellos valores que favorezcan la envidia, la pereza, la vulgaridad. Esta “educación para la ciudadanía de los mass media, vergüenza para el ser humano, es permitida por el poder legítimo y, mucho peor, aceptada y solicitada por los ciudadanos. Los ciudadanos solicitan este tipo de información porque así se les ha inculcado.

En resolución, la geografía, la historia, el sistema educativo y los medios de comunicación favorecen el retraso de España tanto en economía como en valores. La élite española debería de manifestarse y pedir un cambio en aquellos aspectos perjudiciales que puedan cambiarse.

Envidia

Envidia, cuanta envidia.

Se han percatado que en el ser humano, y más, en el ser humano español predomina la envidia. Vivimos en un país plagados de envidiosos.

Es una realidad, por desgracia, y una normalidad ver que el ignorante desprecia al intelectual. Que el pobre desprecie al rico. Que el desafortunado desprecie al afortunado. Habrán oído muchas veces: «El empollón este»; «El tonto este»

Qué pena que estas personas se definan tan rápidamente. En cuanto nos sueltan una de estas frases, ya sabemos ante quien nos encontramos sin ninguna duda.

Que lástima, que lástima de personas que son presas de la ignorancia de su propia ignorancia. Son ignorantes al cuadrado, primero porque tienen la ignorancia y segundo porque ignoran que ignoran. También si entran en la envidia, son ignorantes al cubo. Y no lo digo de broma, sino que lo digo preocupado últimamente hay cada vez más envidiosos y desde aquí quiero hacer reflexionar a todo el que llegue a leerme para que no se convierta en esclavo de sí mismo (ignorante cúbico).

Todavía recuerdo con cierta pena irónica cuando por defender tus ideas , no seguir el camino que los políticos marcan, pensar por tí mismo y dejar de ser un borrego, te tratan, con cierta envidia, como el raro, el diferente o incluso, en los más ignorantes, como el tonto. Una cita muy célebre en este tipo de personas es: «Míralo está loco de tanto estudiar»

Resumiendo un poco, todo el que se sale de la línea o mejor dicho, todo el que sobresale es despreciado además de envidiado.

Y es que la envidia humana es malísima y esta llega a su máximo exponente en España pero eso no es nuevo sino que viene desde muchísimo atrás. Os dejo fragmento de un poema de Antonio Machado que expresa muy bien esta realidad tan lástimosa.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.

¿Y dónde está la meta?

Vivir es competir, o eso parece. No sólo en la sociedad actual, sino a lo largo de la historia, los seres humanos y otros animales hemos centrado nuestras vidas en competir, en ser los primeros.

La competición en los seres humanos es irracional en algunas ocasiones, limita nuestra forma de vivir. Queremos ser los más fuertes, los más rápidos, los más pícaros, pero no por ello inteligentes, y nos llevamos un chasco cuando no lo conseguimos.

Este sentimiento competitivo que tenemos es mucho más grave de lo que parece, y es el núcleo del desastre en las relaciones humanas. Debido a él surgen demonios como la envidia, pues la envidia es frustración que sufrimos al ver que el de al lado tiene más que nosotros, o es mejor. No comprendemos que cada persona tiene unas determinadas habilidades que puede ir perfeccionando a lo largo de su vida, pero la prisa en conseguir un alto nivel causada por las ansias de victoria no hace más que frenar nuestro avance.

Otro de los grandes males que nacen de la competición son los celos. Es verdad que nacen de la desconfianza en la persona amada, pudiendo ésta ser una novia, un hermano, hijo etc. También nacen del fiasco de saber que a nuestra persona amada puede haber alguien que la complazca más.

La falta de autoestima tiene su raíz en la competición. Esto lleva al autorechazo y a la soledad. Quizás no seamos conscientes de que los verdaderos amigos son los que te aceptan con tus defectos porque, aunque esto parezca una perogrullada, nadie lo aplica. Prueba de lo que digo la podemos encontrar en todos estos «guays» que se meten de todo para tener «colegas» y así ahuyentar la soledad que ya los está comiendo por dentro.

Con este artículo quiero animar a la gente a tolerarse a sí misma, a no odiarse. Porque nos importa demasiado lo que piense la gente a la que odiamos, cuando debería ser totalmente lo contrario. Los seres humanos nos solemos inventar necesidades que a la larga sólo nos traerán problemas.

Peones, caballos o reinas, al final todos acaban en el mismo cajón.