Siglos de oro.

Puede que algún día nuestros nietos paseen por las calles, donde nosotros pasamos las últimas horas de lo que por entonces llamábamos infancia: pateando algún balón o jugando al escondite, y obserben el nombre de estas. Mirarán con curiosidad meticulosa nombres lejanos ya, para una generación del mediados del S.XXI, pero recientes siempre y cuando la tecnología nos lo siga permitiendo. Se hace evidente, que querrán saber de primera mano, quiénes fueron los hombres que por entonces merezcan ser honrados con estátuas, plazas, calles y demás condecoraciones.

De solo pensarlo, no puedo evitar dejar escapar una mueca de cierto sarcasmo. Pues contestare que Rafael Nadal, Miguel Indurain, Pau Gasol… fueron grandes deportistas que entusiasmaban a todo un país que por entonces parecía florecer, parecía. Hombres capaces de detener a toda una nación o sacarla de la cama, para que disfrutase como humillaban ( deportivamente hablando) a cualquier adversario que se le interpusiera en su camino.

Las crónicas de la época datarán los finales de los 90′ principios de los 10′ como El siglo de oro del deporte español. Serán muchas las leyendas que se cuenten y muchos más los millones de personas que idolatren a tan sublimes personajes.

Sin embargo nosotros, los viejos, contaremos anécdotas; como todos. Diremos con cierta nostalgia «antes de llamarse Alberto Contador, mi calle se llamaba Lope de Vega» y será entonces cuando aun más curiosos nuestros jovencitos, nos pregunten con asombro «¿Qué deporte practicaba?»

Y no es que esté en contra del deporte ni mucho menos, es más , disfruto como un niño de un partido de tenis o una buena etapa ciclista. Pero solo eso. Sin olvidar que el deporte es  una diversión y como tal su única finalidad es evadirnos, pasarlo bien mientras dura el espectáculo. Siendo excesiva cualquier consideración que se se antoje más allá del mero entretenimiento.

Mientras tanto los verdaderos héroes de nuestra historia, los padres de nuestra cultura y de nuestras más preciadas letras; El veradero Siglo de Oro caerá en el olvido. Quedarán solos en cualquier biblioteca putrefacta, lejos del flamante estadio el cual atraiga las miradas de todo el globo. Cuando han sido ellos y solamente ellos los que nos han trasmitido todos los saberes conocidos, los que de una forma o de otra nos han enseñado a vivir de tal o cual manera.

Me queda el consuelo de que viví la época en que ambos, deportistas y hombres ilustres compartían un mismo mundo del que cada vez sobraban más los segundos. Y no precisamente por falta de espacio, sino por falta de interés tanto de los que están arriba como de la mayoría de los que están abajo.

El curioso incidente del perro a medianoche

Esta magnífica novela escrita por Mark Haddon relata las vivencias de un personaje ficticio: Cristopher, unadolescente con síndrome de Asperger. El síndrome de Asperger da lugar a mucho debate, ya que algunos lo consideran como enfermedad y otros no. No obstante, todos los familiares de personas con este síndrome acaban derrotadas. Las personas que los sufren, son profundamente racionles, asociales y solo piensan lógicamente sin dejarse llevar por los instintos. Por ejemplo, le comunican la muerte de un familiar y no se inmutan, ya que, para ellos, todo lamento a una persona muerta es irracional.

Esta novela es recomendable a todas las edades. El personaje principal se refugia en las matemáticas para eliminar su inseguridad y, en el libro, se detallan todas las curiosidades y detalles de una forma milimétrica. Por ejemplo, como era el techo del tren y el estampado de la tapicería de los asientos.

El narrador está escrito en primera persona y es el propio personaje que decidió escribir el libro al descubir la muerte de un perro. El libro contiene muchas ilustraciones, planos de ciudades y de edificios e imágenes que hacen al lector partícipe de la historia.

Es un libro dividido en muchos capítulos (no se dividen por los numeros naturales como suele hacerse sino que por números primos), tiene 208 páginas y se lee rápidamente.

Edith Wharton. Una mirada atrás.

En una de mis largas tertulias de tales y cuales libros, en un rincón de mi biblioteca encontré un librito con pinta de novela romántica. Me decidí abrirlo y leer unas páginas y me encontré con este sorprendente y certero texto.

Espero que disfruteis tanto como yo, Psametiko.

 

Años atrás me dije a mí misma: «La vejez no existe; sólo existe la pena». Con el paso del tiempo he aprendido que esto, aunque cierto, no es toda la verdad. Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora día tras día, primero por negligencia, luego por inclinación, y al final por inercia o cobardía. Afortunadamente, la vida inconsecuente no es la única alternativa, pues tan ruinoso como la rutina es el capricho. El hábito es necesario; es el hábito de tener hábitos, de convertir una vereda en el camino trillado, lo que una debe combatir incesantemente si quiere continuar viva. Pese a la enfermedad, a despecho incluso del enemigo principal que es la pena, una puede continuar viva mucho más allá de la fecha usual de desintegración si no le teme al cambio, si su curiosidad intelectual es insaciable, si se interesa por las grandes cosas y es feliz con las mas pequeñas. Mientras ordenaba y escribía mis recuerdos, he aprendido que estas ventajas no dependen generalmete de los méritos propios y que es problable que yo deba mi vejez dichosa al antepasado que accidentalmente me dotó de tales cualidades.