¿Es el matrimonio homosexual un concepto erróneo?

Desde que en 2005 se aprobó en España la ley que permitiría casarse a personas del mismo sexo, ha reinado un debate en la sociedad española acerca de la idoneidad del término «matrimonio homosexual». Se han aducido motivos jurídicos, éticos y religiosos tanto a favor como en contra. También los lingüistas han abordado la cuestión desde un punto de vista etimológico. Yo mismo escribí un artículo hace tres años criticando el uso del término matrimonio en este contexto. Vuelvo en el presente artículo sobre mis pasos para puntualizar una serie de aspectos fundamentales y concluir que el concepto de «matrimonio homosexual» no viola ninguna ley de la lengua.

Antes de empezar, quiero dejar claro que aquí se hace un análisis puramente lingüístico del tema. Lo que opine yo en otras esferas de análisis es completamente irrelevante y, por otro lado, de sobra conocido entre quienes me leen y me tratan a diario.

Hecha esta aclaración, vuelvo a destacar los problemas etimológicos en que incurriría el término «matrimonio» aplicado en este contexto. Matrimonio se deriva de los étimos latinos matris, genitivo de mater (madre) y munium (función, cuidado, ya que se consideraba que el mayor esfuerzo de la pareja a la hora del cuidado de los niños recaía en la madre), por lo tanto, la función de la madre inevitablemente descarta una relación de dos hombres, en la que no hay madre, cosa que no funcionaría de la misma forma si se tratase de dos mujeres, relación en la que sí puede haber una madre.

En cuanto a su aplicación en la realidad, el término matrimonio es una figura del derecho romano con la que un hombre podía trasmitir su patrimonio a sus descendientes directos.

La palabra continuó utilizándose en el derecho medieval ya desde una óptica cristiana, en el sentido de la unión eterna de un hombre y una mujer ante Dios. En el siglo XIII, Alfonso X escribió las Siete Partidas, un conjunto de normas con las que intentó darle uniformidad jurídica a todo el reino de Castilla. En una de estas partidas, se encuentra una referencia etimológica bastante interesante:

«Matris y munium son dos palabras del latín de que tomó nombre matrimonio, que quiere tanto decir en romance como oficio de madre. Y la razón de por qué llaman matrimonio al casamiento y no patrimonio es esta: porque la madre sufre mayores trabajos con los hijos que no el padre, pues comoquiera que el padre los engendre, la madre sufre gran embargo con ellos mientras que los trae en el vientre, y sufre muy grandes dolores cuando ha de parir y después que son nacidos, lleva muy grandes trabajos en criarlos ella por sí misma, y además de esto, porque los hijos, mientras que son pequeños, más necesitan la ayuda de la madre que del padre. Y porque todas estas razones sobredichas caen a la madre hacer y no al padre, por ello es llamado matrimonio y no patrimonio«.

Hasta ahora hemos podido ver las objeciones etimológicas e históricas que podría tener el matrimonio homosexual. Sin embargo, la lingüística ha de tener muy presente que, en un buen número de casos, los hablantes no respetan el origen etimológico de los términos que utilizan y las palabras comienzan a abarcar nuevos sentidos que se alejan del inicial. Los ejemplos en nuestra lengua son abundantísimos. Así, la palabra «histeria» significa literalmente «relativo al útero», pues cuando surgió el concepto, las creencias de la época atribuían el comportamiento histérico exclusivamente a las mujeres. Con el tiempo, la evolución de la psicología demostró que la histeria era un fenómeno que bien podía darse igualmente en hombres. Sin embargo, se continúa utilizando la palabra «histérico» para referirse a hombres con dicho trastorno y no ha ocurrido ninguna catástrofe.

Vemos que uno de los significados se ha alejado de su sentido inicial. Pero esa es la naturaleza de la lengua: el dinamismo. Construimos nuestro lenguaje a partir de analogías con el mundo que percibimos; nuestro conocimiento de la realidad se amplía y modifica constantemente y con él la variedad de metáforas y acepciones de cada palabra. Un ratón era hasta hace pocos años un roedor; desde la llegada de los ordenadores, se incorporó la acepción del aparato que mueve el cursor por la pantalla.

El matrimonio homosexual es una realidad jurídica en cada vez más estados y la flexibilidad semántica del término «matrimonio» ha extendido su significado a una nueva realidad social. Un concepto harto conocido en la lingüística es el de la motivación. Los hablantes creamos palabras porque nuestro entorno nos crea necesidades constantes. De esta forma, los esquimales tienen más de 20 palabras para designar a la nieve porque su entorno se lo exige. O, si no inventamos una nueva palabra, añadimos un nuevo sentido a una palabra ya existente.  El matrimonio homosexual es una nueva realidad y, como tal, ha encontrado su designación en una palabra que ya existía previamente. Nada nuevo bajo el sol.

¿Está justificado el complejo de los españoles?

Vivimos en un mundo en el que las culturas cada vez se conocen mejor entre sí. Ya todo el mundo sabe de dónde viene el bretzel, el sushi y la paella. Incluso en algunos casos hay culturas que están adoptando costumbres de otras culturas, sirvan como ejemplo las celebraciones de Halloween. Pero los pueblos, al igual que los individuos, son construcciones determinadas por sus circunstancias y su historia y, así como dos individuos, independientemente de cuánto puedan influirse mutuamente, mantienen su carácter, sus vicios y virtudes y sus lastres, igual ocurre con los pueblos.

Han tenido que pasar dos meses desde qué llegué a Heidelberg para percibir más nítidamente las diferencias de carácter entre los alemanes y mis compatriotas. Claro está que todavía queda mucho camino por recorrer y muchos lugares por explorar. Me arriesgo a que mi opinión cambie con el curso de los años. La vida es fluir.

Con el tiempo se suceden anécdotas y experiencias que le ayudan a uno a configurar su visión sobre el mundo. Hace unas semanas me comentaba un profesor que, en las clases de traducción, los alumnos españoles que vienen de Erasmus, entre los que me encuentro, siempre hacen un comentario antes de leer su traducción, como intentando excusarse ante cualquier posible error. El alumno teutón, por contra, me dijo, lee su traducción primero y luego espera a los comentarios sobre su trabajo. La observación me dio que pensar. ¿Hasta qué punto el país en el que nace un individuo determina su carácter? ¿Qué factores influyen en este proceso?

Las causas de tan dispares comportamientos son muy diversas, a saber, el clima, la religión, la historia, la literatura, etc. Analicemos, pues, qué es lo que lleva a los españoles a ponerse a la defensiva en todo momento. Uno se defiende siempre de un ataque. En nuestro caso, es este ataque un ente ficticio que el español deposita sobre cualquiera de sus acciones. El español  vive acomplejado. Piensa siempre que lo suyo vale menos. Cree que al alemán, o al inglés, o al sueco, se le tienen que dar mejor los idiomas de manera obligatoria. No nos terminamos de creer que alguien de nuestro entorno tenga fama internacional. Y cuando algo en el país no funciona, por mínimo y local que sea, siempre espetamos la frase: esto es España.

Pero, ¿realmente está justificado el complejo de los españoles? Pensamos que tenemos la peor educación, la peor economía, que somos los últimos en todo menos en fútbol. También pensamos que somos más tontos, sobre todo en comparación con el resto de Europa. Cuando vivía en España, e incluso estando aquí, yo también hacía comentarios similares. En cierto modo ignoraba que para establecer una comparación primero hay que conocer en profundidad los dos elementos que se comparan. Y eso es lo que no hacemos en España, por eso las valoraciones que vertimos sobre España los españoles están tan invadidas de prejuicios y autodesprecio.

¿Realmente los alemanes son más eficientes, inteligentes y están más avanzados que nosotros? Siempre he tenido la duda de si los españoles tenemos tan buena opinión del resto de europeos debido al aprecio que hacemos de ellos o al menosprecio que hacemos de nosotros. Sea cual sea la respuesta, en este artículo voy a abordar la cuestión del complejo de los españoles.

En primer lugar, como en casi todo en la vida, no creo que se pueda dar una respuesta absoluta a tal pregunta. Sin embargo, el complejo de los españoles sí que es absoluto, ya que abarca cualquier actividad que emprendemos. Yo creo que existen aspectos en los que ese complejo tiene su razón de ser, aspectos en los que España no funciona. Hablo de tres aspectos en concreto en los que Alemania, y otros países europeos, supera con creces a España. En mi opinión, la eficiencia alemana se basa en tres pilares que los españoles hemos descuidado siempre: educación, economía y política.

Para empezar, el sistema educativo alemán, con todas sus luces y sus sombras, aventaja al español en una serie de asuntos cruciales: se valora mucho más el mérito, existe un mayor respeto hacia el profesor y los estudiantes trabajan de forma mucho más independiente. Pero las bondades del sistema educativo no terminan aquí, sino que se extienden y desarrollan en la universidad y el sistema de educación dual. Llegados a cierta edad, los alumnos pueden elegir entre estudiar una carrera o combinar la formación académica con prácticas en una empresa. De esta forma, las universidades se descargan de cierto número de estudiantes que tienen mayor vocación para las profesiones técnicas. En España, al minusvalorar la FP, hemos provocado que las aulas universitarias estén sobrepobladas y muchos licenciados no puedan terminar accediendo a un trabajo relacionado con lo que han estudiado, ya que la oferta en ese campo ya está cubierta.

Otro de los aspectos – ya mencionado en otras entradas – es el de la libertad que goza el universitario alemán. El clima de las clases es mucho más relajado y distendido, más informal. Este ambiente tan familiar hace que el estudiante se sienta más cómodo, aproveche mejor el privilegio de estudiar una carrera y gane en creatividad. En España, en cambio, hay un intento de convertir a la universidad en una extensión del instituto. Se ignora que tanto profesor como alumno son ya adultos y que hay ciertas jerarquías que deben desaparecer.

Todos estos aspectos posicionan al sistema educativo alemán por encima del español según recoge el informe PISA, que sitúa a Alemania 23 puestos por encima de España en competencia científica, por aportar un ejemplo. Naturalmente, este hecho acaba repercutiendo en la economía y en la política notablemente.

Pero si sólo considerásemos la educación en su significado académico, estaríamos dejando el retrato a medio hacer. Buena parte de nuestra educación se curte en el ámbito familiar y, según lo poco que he podido observar hasta el momento, los padres saben complementar la educación que sus hijos reciben en las aulas. Los padres educan a sus hijos para que, desde muy pequeños, aprendan a ser independientes y a buscarse la vida. No es extraño, por ejemplo, ver a niños de 6 años coger solos el autobús que los lleva a casa después del colegio. Cuando llega la hora de estudiar en la universidad, los hijos se marchan a otra ciudad para hacer allí sus carreras. Muchos de ellos se buscan trabajillos para facilitar su situación financiera durante estos años de derroche. Cuando salen de sus grados, ya son personas totalmente formadas y con experiencia laboral, con lo que no tardan tanto tiempo en encontrar un empleo. Pero la mayor bondad de esta independencia no es la generación de individuos que pueden encontrar un empleo, sino que además están dispuestos a crearlo. La iniciativa empresarial entre los jóvenes alemanes supera con mucho la de los españoles. En España todavía no comprendemos que un país próspero, rico e independiente necesita empresarios e innovación. Sólo con este cambio de mentalidad podemos salir de la crisis. Porque se trata precisamente de eso, de salir de la crisis y no de que nos saquen.

Es cierto que el sistema de enseñanza también tiene sus sombras. Alemania es otra víctima del psicologismo educativo, que lleva a suponer que unos psicólogos pueden pronosticar si un niño de cuatro años tendrá éxito o no. Además, la segregación por niveles quizás se establezca a una edad demasiado prematura – 10 años – como para conocer el potencial de los alumnos. Y lo digo basándome en mi propia experiencia. Si me hubiesen evaluado a los 10 años hubiera acabado trabajando en un taller. En cambio, 10 años más tarde estoy estudiando tercero de Traducción, que no tiene nada que ver con aquello. Aun así, a pesar de este defecto, la educación alemana sigue puntuando muy por encima de la española, por lo que no sería un mal modelo a imitar.

En segundo lugar, Alemania, como es bien sabido, nos aventaja en el tema de moda: la economía. La suya es mucho más próspera, estable, y no está viviendo el drama que sufre la nuestra. Un buen número de indicadores muestra que la economía alemana está atravesando triunfante este pedregoso camino. La tasa de desempleo está en el 6.5%, la inflación es relativamente baja – como en España, gracias al euro -, el déficit se está reduciendo considerablemente y es posible que para 2014 se equilibre el presupuesto, un objetivo que cualquier nación ha de conseguir si no quiere hipotecar a sus jóvenes. Estos grandes resultados se deben, entre otros factores, a una política monetaria hasta cierto punto sana, que no genera una inflación alta, lo que facilita sobremanera la vida de las clases medias. Comparado con España, el mercado laboral es mucho más flexible, las empresas encuentran menos obstáculos para poder abrir y las finanzas públicas están en orden, lo que anima a la inversión. Es este un tema profundo y que lamentablemente no se puede desarrollar aquí, pero qué duda cabe que un sistema económico estable es el principal garante de la paz entre los individuos y los colectivos.

Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, tenemos el sistema político y la vida en sociedad. Y comencemos por el que creo que es el mayor problema de la política española: la corrupción. Y de esta desgracia son tan responsables los políticos, por protagonizarla, como los ciudadanos, por tolerarla y haberla integrado como un elemento más de la vida cotidiana en España. En Alemania, ante el más mínimo caso de corrupción – y estoy hablando de casos que se alejan bastante de los ERE o Gürtel -, el implicado dimite y no se le vuelve a ver el pelo. Los índices de corrupción son muchísimo más bajos y la población no duda en desconfiar de cualquier político al que se le sospeche el más mínimo trapicheo. Naturalmente en el Bundestag se suele ceder a las peticiones de los lobbys y las decisiones políticas siempre obedecen a intereses particulares y maniobras. Nihil novum sub sole.

Eso sí, la tensión y el cainismo de la política española no existen. Aquí hay dos partidos fuertes – la CDU y el SPD – y los Verdes y el FDP, no tan fuertes pero que suelen formar parte de muchos gobiernos . Son habituales las coaliciones y, a diferencia de España, estas pueden estar formadas por los dos grandes partidos, lo que los alemanes llaman la Gran Coalición. Les importa más la estabilidad de la nación que las disputas partidistas. Creo que particularmente este último punto le haría mucho bien a España, pero ya sabemos que el cainismo inunda todos los resquicios de la nación y lo que se refleja en la política no es más que un retrato del ciudadano medio. Schade.



La vida en la sociedad española está marcada por la tirantez, por la mala leche y la asignación de culpas, pero es que además las conversaciones de política están a la orden del día. En Alemania apenas se habla de política. En estos dos meses todavía no he escuchado a nadie poniendo a parir a Angela Merkel en el autobús o sacándole los colores al Gobierno Federal en la cola del supermercado. La política queda siempre en un segundo plano. La gente sigue adelante con su vida sin mirar a los políticos cada dos pasos. Ahora bien, es cierto que en esta conducta hay implícito un cierto borreguismo, pero siempre son más peligrosos unos borregos que embisten.

En este marco general se insertan los aspectos de la vida cotidiana en los que España debería aprender de Alemania. Es verdad que no son pocos, también que son de gran relevancia y habría que corregirlos, pero siguen sin ser suficientes para justificar el complejo general de los españoles. Los alemanes también tienen sus defectos. Hay en ellos cierta tendencia imperialista y se suelen disgustar si las cosas no se hacen a su manera. Podría decirse que el alemán es un ser arrogante porque conoce sus virtudes e ignora sus defectos y el español es un ser acomplejado porque conoce sus defectos e ignora sus virtudes.

Y va siendo hora de que conozcamos nuestras virtudes. De España han salido artistas brillantes como Dalí,Velázquez o Goya, nuestra literatura no conoce parangón. Es difícil encontrar en otras culturas a escritores tan inteligentes como Unamuno, Cervantes, Pérez Galdós, Quevedo, García Lorca o Góngora. La lista es interminable. Tenemos músicos que, de haber nacido en Brooklyn, serían de renombre internacional. Nuestro país ha cojeado siempre en las ciencias positivas. Eso nadie lo pone en duda. Pero antes de prejuzgarnos, tenemos que conocer que nuestra historia estuvo marcada durante mucho tiempo por el oscurantismo de la Inquisición, los reyes absolutistas, el hambre, el aislacionismo y el retraso y que hemos de tener paciencia mientras nos deshacemos del yugo del pasado. Sólo si cuidamos y protegemos a nuestros jóvenes, ponemos coto a la fuga de cerebros y creamos un ambiente de amor al conocimiento podremos lograrlo.

Ignoro si una de las consecuencias de la globalización será la supresión de las identidades nacionales, si en el futuro existirá en cada país una fusión de los elementos más significativos de todas las naciones. Me inclino a pensar que siempre hay un sustrato que permanece y que a medida que las influencias mutuas crecen, el mundo no sólo no se hace más homogéneo  sino que acaba por resultar en una serie de híbridos que lo convierten en un lugar más diverso y particular. Puede que dentro de 50 años el español, o lo que quede de él, siga despotricando contra sus compatriotas, pero mientras come sushi y ojea un periódico en inglés.

La tragedia del BCE (I): La burbuja mediterránea

Cuando el economista alemán Philip Bagus escribió su formidable ensayo “The Tragedy of the Euro”, el español Jesús Huerta de Soto apostilló que tal libro, lleno de argumentos, demostraciones y ejemplos históricos que explican por qué el euro está condenado al fracaso, debía haberse titulado más felizmente “The Tragedy of ECB”, pues todos los errores citados en el libro tienen su origen en el Banco Central Europeo, y no en la moneda del euro como tal.

Para empezar, la actual situación sombría de los países mediterráneos, periféricos o los PIIGS, tienen un causante muy claro: el Banco Central Europeo. Para comprender esta afirmación hay que entender la Teoría Austríaca del Ciclo Económico, que es la única capaz de explicar los períodos de auge y crisis que experimentan todas las economías. Gracias a esta teoría, gran número de economistas han sido capaces de predecir y explicar un gran número de crisis económicas.

I

Teoría del ciclo

Para ello hay que explicar algunos conceptos básicos de economía, para aquellos lectores que no sean expertos: tipo de interés, ahorro, inversión, etc.

El tipo de interés es el precio del crédito (es decir, lo que cuesta una hipoteca; lo que cuesta un préstamo; lo que cuesta la deuda pública, etc.).

La renta que se percibe sólo se puede ahorrar, para consumir en el futuro; o gastar, para consumir ahora. Lo que ya se ha gastado nunca puede invertirse, pues ya se ha gastado. Por tanto, sólo podrá invertirse, como máximo, aquello que se ha ahorrado, que es lo que podrá consumirse en el futuro. Este es uno de los principios básicos de economía: hay que equilibrar inversión y ahorro; si se quiere invertir más, tendrá igualmente que ahorrarse más.

Si se sobreinvierte, es decir, se invierte más de lo que se ahorra, una parte de los proyectos de inversión no serán rentables (malinvesment), pues no habrá recursos para consumirlos por la gente.

Si en una sociedad el ahorro es muy abundante, lógicamente el tipo de interés será bajo, pues habrá muchos recursos para prestar; en este caso, el tipo de interés bajo atraerá a numerosos inversores a invertir, con la esperanza de lograr altas rentabilidades en el futuro. Y al contrario: si en una sociedad el ahorro es escaso, habrá pocos recursos para prestar, y el precio del crédito en esta sociedad (tipo de interés), será elevado. En este caso, el tipo de interés alto, atraerá a pocos inversores, que sólo invertirán en proyectos de inversión de altas rentabilidades, pues tendrán que devolver el crédito a un alto interés.

El tipo de interés, por tanto, es el precio que regula el ahorro y la inversión. Y la función de los bancos es precisamente la de canalizar todo el ahorro y prestarlo a un tipo de interés.

El problema es que los bancos centrales manipulan estas relaciones económicas, que acabamos de explicar. Cuando se invierte poco en una sociedad, porque se ha ahorrado poco, el Banco Central establece un tipo de interés artificialmente bajo, con el fin de incentivar la inversión. Para ello, el Banco Central imprimirá dinero (lo que provocará cierta inflación) y se lo dará a los bancos para que lo presten a los inversores. Se pedirán más créditos a un tipo de interés bajo, se abrirán más empresas, se contratarán a más trabajadores, aumentará el PIB y habrá crecimiento económico.

Pero lo que también ocurrirá es que, a un tipo de interés artificialmente bajo, habrá menos incentivos al  ahorro, y existirá un desajuste cada vez mayor entre ahorro e inversión. El ahorro cada vez será más escaso, al mismo tiempo que se invierten y se prestan grandes cantidades, emitidas por el BCE.

Como el ahorro también puede definirse como el consumo futuro; si el ahorro es escaso, el consumo futuro también lo será. Si se ha invertido mucho más de lo que se ha ahorrado, tales proyectos de inversión no podrán ser consumidos por insuficiencia de ahorro: la gente no podrá pagar por ello porque sus ahorros no alcanzan.

Es el momento en el que explota la burbuja, las empresas cierran al no encontrar consumidores, se despiden a los trabajadores anteriormente contratados, los bancos se encuentran al borde de la quiebra, pues gran parte del dinero prestado no se le es devuelto al quebrar un gran número de empresas, etc. La sociedad, tras años de exuberancia irracional, se percata que lo único que ha conseguido es perder el tiempo, pues su economía ha sido ilusoria y especulativa, nada productiva. El Banco Central manipuló las leyes de la economía.

II

El caso europeo

En el caso de Europa, el BCE empezó a bajar los tipos de interés del 4,75% a finales del año 2001 hasta dejarlos en el 2% a finales de 2003, situación que continuó hasta el año 2006. Lo que el BCE perseguía con esta política era impedir la explosión de la burbuja tecnológica del año 2001, también llamada burbuja de las puntocom. Seguramente, esta burbuja fue creada antaño por tipos de interés artificialmente bajos, en EE.UU, por parte de la Reserva Federal.

Lo único que consiguió el BCE fue aplazar la tormenta financiera hasta el año 2008, eso sí, con el coste de haberla convertido en un huracán financiero, alimentado de nuevas dosis de bajos tipos de interés, durante seis años.

Las naciones que más se vieron afectadas por la política del BCE de borrachera crediticia fueron, naturalmente, aquellas naciones menos ahorradoras, que suelen ser normalmente las menos productivas, ya que disponen de menor renta, lo que les reduce sus posibilidades de ahorro.

Estas naciones, que más desajuste sufrieron entre ahorro e inversión, ya sea porque no ahorraron lo suficiente o porque el tipo de interés del BCE no era el adecuado para su nivel de ahorro, fueron los países mediterráneos, los de la periferia. Grecia vivió su burbuja del sector público: las prestaciones sociales no paraban de crecer hasta el mismo año 2009, los empleados públicos, las pensiones, la edad de jubilación permanecía irrisoriamente baja, etc. Irlanda vivió una perfecta burbuja bancaria, que ya todos conocemos, de la que se va recuperando poco a poco. España vivió una fuerte burbuja inmobiliaria de la que todos los españoles hemos sido perfectos testigos durante bastantes años.

Hasta el propio Zapatero, adalid del keynesianismo con sus famosos planes de estímulo, hizo un giño a la teoría económica y afirmó que España no estaría en este atolladero actual si hubiésemos ahorrado más.

Y es que no se puede unificar  la política financiera de países tan dispares en productividad y ahorro, como Alemania, Holanda, Bélgica, por un lado, y Grecia, España, Portugal e Irlanda, por otro.

Aquí observamos en el siguiente mapa las naciones más ahorradoras en el año 2008, las sombreadas en azul, con una tasa de ahorro superior al 40% de su renta; y las naciones menos ahorradoras, con una tasa de ahorro inferior al 40% de su renta, y en especial España, con una tasa de ahorro de tan sólo el 27%.

Escuela de servidumbre

Es vox pópuli que el actual sistema educativo español se encuentra desfasado, que no se corresponde con la educación que un país desarrollado debería tener, que no da los resultados que deberían esperarse de un mundo medianamente avanzado. Así lo muestran todos los índices internacionales de educación, que dejan a España en los últimos puestos, tanto en lengua como en ciencias y matemáticas.

Coloquialmente, las generaciones más antiguas reconocen que la educación española está viviendo una terrible decadencia, pues tanto la cantidad y calidad de contenidos se han reducido notablemente. Incluso entre las generaciones actuales es muy conocido que el esfuerzo que hay que realizar para superar las asignaturas y niveles académicos es muy laxo.

Como los expertos en educación y en psicología afirman, es imposible que una persona mejore su nivel si previamente no ha realizado un duro esfuerzo. Los deportistas saben que si no realizan un esfuerzo duro y agotador, no pueden mejorar su fuerza física. Es una tontería entrenar con la expectativa de no cansarse. Las agujetas provocan músculo. Se puede expresar de multitud de formas.

Así pues, la consecuencia inmediata de una reducción en el nivel de exigencia educativo es la reducción del esfuerzo del alumnado y, por tanto, la reducción de la formación del país, y el menoscabo del capital humano.

Repasemos ahora los puntos más importantes de la Ley Orgánica de Educación (LOE), actualmente vigente en nuestro país. En el primer artículo se dice que el segundo principio inspirador del sistema educativo es: “La equidad, que garantice la igualdad de oportunidades, la inclusión educativa y la no discriminación y actúa como elemento compensador de las desigualdades personales, culturales, económicas y sociales, con especial atención a las que deriven de discapacidad”

Por otra parte, como se puede leer a lo largo de todo el texto legal, uno de los objetivos más importantes en todos los niveles académicos (educación primaria, secundaria, bachillerato y formación profesional) es el de lograr la igualdad efectiva entre ambos sexos, rechazar los estereotipos relacionados con las mujeres y los comportamientos sexistas. Incluso el Título II de la ley se dedica enteramente a tratar la equidad en la educación. Por ejemplo, el artículo 80 dice: “Las políticas de educación compensatoria reforzarán la acción del sistema educativo de forma que se eviten desigualdades derivadas de factores sociales, económicos, culturales, geográficos, étnicos o de otra índole.”

Como acabamos de comprobar el sistema educativo español vigente tiene como objetivo y fin principal la “igualdad efectiva”, es decir, suplir las descompensaciones que se puedan dar entre alumnos, con el objetivo de que todos tengan las mismas oportunidades de acceder a los puestos de trabajo.

Este principio que inspira la citada ley se basa en la idea de que las personas somos iguales o, en su defecto, podemos llegar a ser iguales; es decir, que con esfuerzo institucional se pueda lograr la igualdad de rendimiento académico. Además dicho principio coincide milimétricamente con el principio socialdemócrata de que hay que conseguir la igualdad por encima de todo, pues la desigualdad provocaría enormes problemas sociales como, por ejemplo, la desconfianza entre los conciudadanos, la violencia, la segregación, etc. Es decir, que la igualdad es un principio al que se debe aspirar pues la desigualdad crearía un círculo vicioso profundamente negativo y autodestructivo.

Sin embargo, tal principio es erróneo, por la sencilla razón de que las personas por naturaleza somos distintas. Y la naturaleza no puede ni cambiarse ni obviarse. Bien es cierto que todos somos personas y tenemos muchísimos aspectos genéricos en común, que nos igualan: todas las personas hablan un lenguaje determinado, tienen emociones y sentimientos, las mismas necesidades básicas, las mismas estructuras físicas y psíquicas. Por este motivo, la justicia, que debe ser ciega, trata a todos los sujetos de idéntica forma: como personas. No obstante, a niveles más específicos y concretos, las personas son muy diferentes entre sí y no hay nadie igual a otro. Aunque todos tengamos ojos, boca y nariz, nadie los tiene iguales a otro. Aunque todos tengamos sentimientos, no todos sentimos lo mismo. Aunque todos tenemos gustos, a no todos les gusta lo mismo. Aunque todos podemos actuar de una forma, todo el mundo tiene una forma de actuar que le define. Aunque todos tengamos unas habilidades y capacidades, las habilidades y capacidades difieren de unos individuos a otros. Y no aceptar esta realidad es ir contra la propia naturaleza.

Por este motivo, educar de la misma forma o exigir el mismo rendimiento o esfuerzo académico a todas las personas es un principio que va contra la propia naturaleza, que impide, dicho sea de paso, otro de los fines a los que va destinada la LOE: “Lograr el pleno desarrollo de la personalidad y de las capacidades de los alumnos”. No tratar -por ejemplo- a una persona de reducidas capacidades como una persona infradotada va contra la propia persona, de igual modo que tratar a una persona superdotada como una persona media va también contra la naturaleza. Por eso, la mejor educación, es aquella que más se amolde a la individualidad de cada uno.

La LOE lo que está provocando es que se baje el listón en las aulas para que todos puedan superar los niveles, haciendo que sólo una porción muy pequeña de alumnos tengan que esforzarse para superar los exámenes.

Por el contrario, tenemos el sistema educativo de Singapur, donde el gobierno ha hecho una enorme apuesta por la educación, que está basada en la individualidad, para aprovechar al máximo las capacidades de cada persona, en busca de la diversidad en lugar de la igualdad. Allí, «la tarea de la escuela es ayudar a cada niño y joven a descubrir su propio talento. Así podrán insertarse en el mundo laboral con gran confianza en sus competencias y habilidades. El prerrequisito para ello fue el establecimiento de un sistema educativo flexible y diverso que proporcionó a los estudiantes posibilidades de elección de formas de aprendizaje para satisfacer sus intereses, que les otorga el poder de elegir qué y cómo estudiar. Esto ha logrado una instrucción diferenciada para atender a las necesidades de los estudiantes de variados orígenes, lenguas y habilidades».

Vemos incluso que en el reverso de los billetes de Singapur hay dibujos que evocan a la educación, indicado hasta qué punto es importante la educación para el sistema educativo de allí.

Los resultados están a la vista. Hace pocos años Singapur era una de las regiones más pobres del planeta y hoy es una de las zonas donde hay más crecimiento económico y las riqueza por habitante del mundo, con una tasa de paro actual (que se va reduciendo con el paso del tiempo) del 2%.

Observamos las grandes diferencias que existen entre la cantidad de empleo en España y en Singapur: mientras que allí el 65% de la población tiene trabajo, aquí sólo lo tiene el 37%.

Y es que la variable que más afecta al empleo a largo plazo en un país es la educación y el nivel formativo. Por lo que me temo que, si España no modifica rápidamente su política educativa, estará abocada a unos niveles de desempleo (y, por lo tanto, de malestar social) mastodónticos. Y los españoles que pretendan prosperar profesionalmente no tendrán más remedio que formarse por otros mecanismos que no sean los suministrados por los servicios públicos y emigrar a otros países.
 

Más se perdió en Cuba.

Recuerdo de haber leído del sociólogo español Amando de Miguel que los españoles tienen un gran sentimiento de inferioridad con respecto al resto de países. Más allá de lo objetivamente que pueda estar de atrasado nuestro país, según asegura Amando de Miguel, nuestra percepción es que nuestra nación está aún más atrasada de lo que realmente pueda estar; es decir, la mentalidad española es pesimista, y se ve inferior al resto de los demás.

La psicología, por otro lado, nos dice que generalmente el complejo de inferioridad tiende a compensarse con el complejo de superioridad; es decir, que los sentimientos de inferioridad de los individuos  se suplen mostrando a los demás las cualidades en las que se sobresale e, incluso, subestimando al resto. Es decir, que generalmente si alguien se ve inferior, ya sea consciente o inconscientemente, al resto, tratará de compensarlo sobrestimándose o subestimando a los demás.

Y lo cierto es que todo encaja. El carácter del español medio se caracteriza por el de estar siempre a la defensiva, en atacar para no sentirse atacado, en demostrar continuamente la valía personal (lo que coloquialmente se conoce como «hacerse el chulo»). La verdad es que he visto durante años a gran cantidad de personas preocupadas más por la apariencia que por la esencia; es decir, les preocupa más lo que los demás puedan pensar de ellos que lo que realmente son.

Una de las diferencias más claras que encuentro entre españoles y extranjeros es que los primeros tratan de que los demás los respeten y los segundos tratan de respetar. Es muy escuchado el ejemplo de que si transitas por una calle española y, sin querer, rozas a alguien, ese alguien lo más probable es que te reprenda. En cambio, si esto ocurriese en un lugar foráneo, lo normal es que ese alguien pidiese perdón, tratándose de una disculpa mútua.

Otro ejemplo de lo anterior es la archiconocida actitud de despreciar lo que se ignora, lo cual indica una actitud egoísta en línea con lo que he apuntado antes: al sentirme inferior, debo despreciar aquello que ignoro, para así restar importancia a mi desconocimiento. Esto, unido a la reducida calidad de la enseñanza pública, hacen que la formación académica en España sea menos valorada por la sociedad que en otros países de nuestro entorno. Mientras que en otros lugares la persona con éxitos profesionales es valorada e imitada, aquí se tiende a lo contrario. Y esta idiosincrasia de los españoles es un hecho que concuerda también con su historia. El gran número de guerras civiles aquí acaecidas… La expulsión de los moriscos… La enorme fuga intelectuales…

En un mundo que cada día es más global, el futuro económico del español medio es muy oscuro. Con la liberación paulatina del comercio, cada día es más fácil que una empresa transnacional contrate a personas de cualquier parte del mundo. Con lo cual, teniendo en cuenta que España no tiene ninguna universidad entre las cien primeras del mundo, deja patente la reducida productividad de nuestro capital humano. No es extraño, por tanto, que en España sólo el 38% de los habitantes consiga un empleo.

Y aún más: nuestra cultura del cortoplacismo y del «pelotazo» nos llevan por un camino muy negro, pues la salida de la crisis vendrá de la mano de sectores menos rudimentarios: por la innovación y la investigación, en sectores como la biotecnología, energías más eficientes o la informática, como reconoce el catedrático Niño Becerra.

Mi visión y experiencia de la universidad española

Desde que inicié mis estudios en la universidad española hasta el día de hoy, no he dejado de acumular datos, noticias y experiencias poco halagüeñas para el que desee una sociedad formada y plenamente educada. Hace una semana mismo, el diario El Mundo publicaba que un conjunto de expertos internacionales recomendaban a los dirigentes políticos españoles que hicieran una reforma profunda del ámbito universitario, si no querían ver peligrar aún más su economía. Entre las sugerencias, se encontraba la de aumentar los lazos entre las universidades, de forma que haya más movilidad entre las mismas, y más trabajos conjuntos, aumentando así las sinergias. Lo cierto es que no me extraña nada lo que estos expertos internacionales dicen. Les cuento por qué.

Antes de entrar en la carrera, cursé el bachillerato en un instituto en el que el 100% de los que se presentaban a selectividad en junio la aprobaban. Había grandes profesores, que, lejos de incentivar el empollaje (estudiar algo de memoria el día antes, sin digerirlo, para vomitarlo en el examen), favorecían la reflexión y la introspección, acercando a los alumnos al conocimiento. Tampoco era un centro educativo excelso, como esos centros privados bilingües donde los ricos llevan allí a sus hijos, sino que era un centro, bastante aceptable si tenemos en cuenta la mediocridad reinante en el sistema educativo.

Así pues, yo, lógicamente, pensé, me hice una idea, de que la universidad sería algo más compleja, dificultosa y laboriosa que el bachillerato. Me imaginaba que en la universidad ya iba a aprender cosas de verdad, donde iba a haber mayor competencia por las buenas notas, mayor nivel de profesorado. También llegué a pensar -inocente de mí- que, aquellos que no alcanzase en el nivel exigido por los requerimientos del título al que se aspira, no iban a superar el desafío. Eso de hacer varias recuperaciones,  cada vez más fácil, al mismo alumno hasta que por fin conseguía aprobar la asignatura creía que ya se acababa en un ámbito tan cercano al profesional. En definitiva, creía que la universidad iba a ser algo serio.

Sin embargo, me llevé un chasco. Empecé a percatarme de que no hacía falta estudiar tanto como pensaba para conseguir buenas notas y que, si realmente quería aprender, mi sitio no era la universidad: podrían ser los libros. Llegaban a mis oídos frases como la siguiente, emblemática: «Pues yo no he hecho ni el huevo, y sólo me han quedado dos». No conozco en primera persona como era la universidad antes del nuevo Plan Bolonia, que reduce un año la carrera y sus horas teóricas, al mismo tiempo que obliga al alumnado a asistir a clase para poder aprobar, pero sí sé que el nuevo Plan es insoportable. Jóvenes que sólo quieren pasar el examen y no aprender antes podían obtener los apuntes, no ir a clase, estudiar la semana antes y más o menos conseguirlo; ahora, se ven aherrojados en el aula, tal como en la ESO, intentando pasar el tiempo, enviando mensajes, dando toques con el móvil al compañero de más allá, etc. Ni ellos quieres estar allí, ni el profesor quiere que estén.

La primera semana me apunté a un ciclo de conferencias que me parecían interesantes. Asistí a la primera y quedé sorprendido. El ponente se dedicó a resumir las consignas de la extrema izquierda, sin siquiera contrastar sus afirmaciones. El ponente llegó a afirmar que el libre mercado conduce al totalitarismo, e incluso recomendó el libro «Holocausto y modernidad». Yo, acostumbrado a la objetividad de mis anteriores profesores, no sabía cómo encajar aquello: un mitin político en una universidad de económicas. Pensé que sería algo pasajero, un ponente más. Con el tiempo me di cuenta que, al menos mi propia facultad, sigue una tendencia política. Profesores que espetan: «Para aprobar la asignatura hay que leerse el siguiente libro («Algo va mal»)» De nuevo, recomiendan lecturas de panfletos políticos en una clase de Ciencias Económicas. Para más inri, un profesional de la educación (y supuestamente científica) espetó: «Todo es ideología».  Bueno, y sin olvidar que no escasean los periódicos gratuitos exclusivamente de una tendencia política: de la otra ni rastro.

Pero lo que ya me dejó patidifuso fue la existencia de nepotismo en una universidad pública. Tengo conocimiento de que el decano ha colocado como docentes a dos familiares suyas (ambas hermanas entre sí), que han recibido numerosas protestas entre los estudiantes, por su apatía profesional y aún siguen en el mismo puesto (aunque cambiadas de carrera).

Con lo anteriormente expuesto, ahora entiendo los episodios bochornosos universitarios que yo veía por la tele antes de entrar en la universidad, como, por ejemplo, el linchamiento que sufrió Rosa Díez en la Complutense. Como tampoco me extrañan las previsiones del INE, que afirman que España perderá en la próxima década al 30% de sus jóvenes.

Anteriormente la universidad era un centro de excelencia, donde no se podía acceder tan fácilmente, donde los titulados tenían puestos de trabajo asegurados. Ahora, se ha convertido en un coladero, pues es vox populi el nivel tan reducido que se exigen en las pruebas de selectividad. Actualmente se puede obtener una puntuación de cero a catorce, donde el aprobado es cuatro y medio y donde la mayoría de las notas de corte rondan el cinco. Es decir, ya no se entra con la mitad de los puntos, sino con menos. Y no es sólo cuestión de cantidad, la calidad también se ha menoscabado. Todo docente sabe que el listón se ha bajado.

De ahí que la universidad esté perdiendo tanto prestigio, y lo esté ganando el posgrado. A las empresas les interesa hoy día más el máster (aunque sea de un año) que la carrera. Si una institución no satisface una necesidad, aflora otra que sí lo hace. Pura oferta y demanda.

Pienso que la atmósfera de la no exigencia, de la facilidad, de la falta de esfuerzo es lo más pernicioso que puede haber para la enseñanza (no así para la expedición de títulos). Pues, como sabe todo deportista, se progresa mediante las agujetas, el cansancio y el sudor; si en un entrenamiento no se acaba cansado, debe de aumentarse el nivel. El reducir el nivel para exonerar a los alumnos y tener mayor número de titulados no es más una medida de maquillaje, que lo que provoca es justo lo contrario de lo que persigue: que la universidad valga menos y que la educación se desprestigie.

Mucha suerte a España y a todos sus estudiantes.

Los directores de la cultura

Cuando a uno le entra la vena cartesiana, se ve ante situaciones realmente grotescas, al no poder evitar cuestionarse los conceptos que se utilizan a su alrededor.

Me encontraba el otro día yo ojeando el periódico cuando me topé con una noticia en la que aparecía uno de los indignants afirmando, muy convencido él, que los tres derechos fundamentales de cualquier ciudadano eran la sanidad, la educación y la cultura.

Como el hábito es la llave que encierra los males, pues no hay mal que 100 años dure, pasé por alto el abuso del concepto «derecho», así como hice con el de las palabras sanidad y educación, cuyo maridaje con el término «derecho» se ha proclamado ya oficial.

Sin embargo, tuve que fruncir el ceño ante el supuesto derecho a la cultura. En primer lugar, me gustaría saber qué entendía ese muchacho por cultura. Como presumo que su ideario pertenecía al mainstream, concluyo que podría referirse a lo que popularmente se conoce como cultura, es decir, al connjnto de conocimientos científicos e históricos de los que se nutre la humanidad. Algo de cierto hay en esta definición, pero la verdad es que cultura, por etimología, es todo aquello que se cultiva, desde el conjunto de conocimientos que necesita el carpintero para realizar su profesión hasta los Pilares de la Tierra, pasando por el fútbol y la telebasura. Así, se habla de cultura española, cultura punk o cultura literaria.

Ciertamente, cuando se habla de derecho a la cultura, la pregunta que se extrae de lo anteriormente explicado es ¿a qué campo de la cultura? ¿A los partidos del Madrid, a los libros de Reverte o a las patadas al diccionario de Belén Esteban?

Como ven, cultura es todo lo que se aprende y por tanto está en el aire, de modo que si con derecho, el muchacho se refería a capacidad de acceso, estaba pidiendo algo que siempre ha existido, ya que el ser humano, por el mero hecho  de existir, cultiva, es decir, recibe la cultura. Para que me entiendan, sería como reclamar el derecho a respirar.

Me resulta inquietante, entonces, la idea de que alguien pueda determinar lo que es cultura y lo que no. En base a la falsa creencia de que debe existir un mecanismo que dicte la cultura y la distribuya, se creó el Ministerio de Cultura, que nos dice qué peliculas tenemos que ver, qué libros leer o qué directores subvencionar con el dinero de todos, o con el dinero de nadie, como diría una antigua titular de este entramado. Es una idea peligrosa, máxime cuando sus acciones suelen estar orientadas a la corrección política, la censura o el adoctrinamiento de la población. Todos los esfuerzos por destruir racionalmente está idea serán fácilmente rechazados, pues el estado siempre se inventará un derecho para justificar su presencia en cada resquicio de la sociedad. Si no me creen, pregúntense por qué no puedieron votar la ley Sinde o por qué la película Saw VI fue calificada de película X para que no pudiera entrar en los cines convencionales.

Toma el dinero y corre

Recuerdo cuando en 2003 el gobierno de Aznar aprobó el envío de tropas españolas a Irak. La decisión del ejecutivo encontró una gran oposición en el mundo dizque intelectual. Músicos, cineastas, actores y escritores mostraron su amplio rechazo a la medida. Con todo su derecho a la libertad de expresión declararon a través de la prensa, de los premios Goya y demás que la única intención de la guerra era llevarse el petróleo, sin importar la vida de la población. Todos tenemos en nuestra mente las imágenes de esas grandes manifestaciones del «NO a la guerra» y de las acusaciones de fascista y terrorista a Aznar. Hasta aquí todo bien. Un grupo social se posiciona en contra de las políticas de un gobierno y utiliza su libertad para hacerse sentir.

Sin embargo, con el paso del tiempo cambian los gobiernos y actualmente nos dirige un partido de distinto signo. Ahora practiquemos la analogía que tanto le gusta hacer a los españoles. El presente gobierno, aparte de mantenernos en la guerra de Afganistán, acaba de mostrar su apoyo a la intervención militar en Libia, es decir, a la guerra. En cambio ya no vemos, ni veremos, las grandes manifestaciones contra la guerra. Esos grandes intelectuales comprometidos con la paz y la libertad del pueblo ahora se muestran taciturnos respecto a una guerra ataviada con eufemismos baratos de televisión pública.

Cuando uno observa el doble rasero y la caradura ostensible en el mundo público sólo puede reaccionar con asco y vergüenza. Pero cuando además lo hacen con el dinero de todos, cuando se venden por unas cuantas subvenciones y una imagen para los borregos, es cuando el asunto llega ya a lo moral y, a mi modo de ver, a lo criminal, esto es, al robo.

Todos los que me conocen saben que no me gusta dividir nunca las sociedades en izquierda y derecha, pues creo que el ser humano es libre y no tiene porque atarse a la obcecación y obsesión de algunos, que ven fachas o rojos por todas partes. No obstante, este país me obliga a ello, porque el español medio no es capaz de crear sus ideas en base a lo racional, sino en base a etiquetas sociales y a convenios colectivos. El origen de que la izquierda española tenga la sartén por el mango y presente tal superioridad moral se debe básicamente a que siempre está organizando manifestaciones, saliendo a la calle, haciendo ruido, con razón o no. En cambio, en España tenemos una derecha tonta, acomplejada y displicente, que es incapaz de defenderse y que así le va, venciendo por mayoría absoluta en las encuestas y manteniendo la patética estrategia electoral del centro y el complejo. Si la derecha española aprendiese de la británica o la americana, en primer lugar aprendería a deshacerse de la mano regresiva de la Iglesia Católica y, en segundo lugar, denunciaría estos hechos para que estas cigalas dejaran de aprovecharse de las hormigas, es decir, los ciudadanos. De este modo, sería voz pública que tanto en la izquierda como en la derecha se cocina corrupción e hipocresía.

Mucha gente trata de justificar las subvenciones a la cultura porque las consideran vitales para crear una sociedad culta e instruida. En primer lugar huelga decir que con Belén Esteban en prime time se demuestra que esto no se ha logrado. En segundo lugar, todo tipo de subvención origina monopolios. Me explico. En una sociedad intervenida, inexorablemente la subvención va a recaer sobre unos pocos, los cuales parten con ventaja respecto al resto, es decir, en pro de la igualdad se fomenta la desigualdad. ¿Qué hace que Almodóvar reciba subvenciones para hacer una película y yo no? Está claro, la pertenencia a la secta de la Zeja. Un buen cineasta se ha de hacer respetar por sus buenas películas y por tener un público que vaya a ver sus películas. Ocurre lo mismo con las empresas al fin y al cabo. Si una empresa no es lo suficientemente buena como para atraer al público quiebra, a menos que el Estado la subvencione, lo que estará postergando la vida de una empresa inútil. Luego no es de extrañar que nuestra mayor joya cinematográfica sea Torrente.

Por último y para dejar las cosas claras, habrá gente que alegue que la guerra de Irak se hizo sin consentimiento de la ONU y la de Libia sí lo tiene. Pero yo pregunto ¿qué autoridad moral le puede otorgar la ONU a una guerra? Es un organismo que con el derecho a veto de unos pocos países privilegiados elimina cualquier resquicio de democracia que pueda haber en él. Otro dato es que Libia, al igual que Irak, es un país con grandes reservas de petróleo. ¿Por qué si lo hacemos por el pueblo entonces no atacamos a otros líderes que también atacan a sus pueblos?

La pobreza paradójica

«Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas»  Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976

En tiempos de crisis, la pobreza suele aflorar más que nunca. Se hace más palpable. Y nos hace recapacitar sobre ella y todo lo que le concierne. Es terrible observar que, en un país supuestamente desarrollado, más de cinco millones de personas (el 10 % de la población total) busquen trabajo y no lo encuentren. Lapidario es saber que algunos de tus conocidos tienen que vender su vivienda por no poder pagarla e irse a vivir a la calle.

Minimizar al máximo la pobreza debe ser uno de los objetivos fundamentales de todo país. Evitar la penuria debe ser el primer paso. Por ello, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es erradicar, de una vez por todas, la pobreza en el mundo. El objetivo de este artículo es, pues, una revisión al concepto de pobreza y propuesta de solución a la misma.

Ante todo, hay que tener en mente que la pobreza no es algo nuevo, traído por la modernidad, fruto de la globalización o el capitalismo. Por ejemplo, en la Edad Media, casi toda la población europea vivía en condiciones de pobreza extrema y continuada. Además, se sucedían épocas de hambruna y epidemias repetitivas que segaban a gran parte de la población en poco tiempo; en definitiva, nunca antes la población mundial ha estado tan rica. Los movimientos antiglobalización, por ejemplo, pinchan en hueso al oponerse a ella con el objeto de reducir la pobreza, puesto que es la globalización la única que lo ha logrado.

Como vemos en este gráfico, en el año 1959, casi el 22% de la población mundial vivía con menos de un dólar y medio al día. Ni que decir tiene que en épocas anteriores las condiciones eran aún más penosas. A medida que el mundo se fue globalizando e industrializando la situación iba mejorando: actualmente, un 10% de la población mundial, a lo sumo, vive en condiciones de pobreza.

De ese 10% de pobreza mundial, África participa en un 50%; es decir, la pobreza de los países industrializados representa, a duras penas, el 2% mundial. Además, podemos observar que los países recientemente industrializados (los asiáticos: Taiwán, Hong Kong, China, Corea del Sur, Japón, etc.) han reducido -también recientemente- sus índices de pobreza. Existe una gran correlación entre industrialización y mínimos índices de pobreza. La historia económica así lo demuestra, y como dice Jacque Fresco: «sin tecnología, recaeríamos en el esclavismo».

En este sentido, África se encuentra actualmente en una encrucijada. Es uno de los escasos territorios que continúan aún en el pauperismo (pobreza persistente), y todavía no se ha industrializado. Las actuales revueltas en países africanos como Libia o Egipto buscan derrocar a sus tiranos (los cuales se apropiaban de la mayoría de la riqueza del país), para lograr la libertad política y económica, un camino firme hacia la industrialización.  Podemos admitir, en consecuencia, que el camino más factible para erradicar el hambre es abrir paso al libre mercado y a la globalización.

Ahora bien, si la industrialización llega, manu militari, del Estado, el resultado es bien distinto. En primer lugar, ninguna persona humana está capacitada para saber qué empresas abrir, en qué lugares, cómo hacerlo o en qué proporción. Al no poder hacerse con la información del mercado (o la sociedad), se abrirán empresas que no serán viables (que la gente no demandará) y, así, lo único que se conseguirá es desperdiciar recursos. En segundo lugar, la fuerza que generan las acciones individuales de la sociedad supera por mucho las decisiones de un gobernante. Por este motivo, el proceso de industrialización de la extinta Unión Soviética, preconizado por Stalin, no fue precisamente gallardo: mientras se lanzó el Sputnik, casi toda la población vivía en condiciones de penuria. El Gosplan u el organismo de planificación central no reduce tampoco la pobreza. Así las cosas, la industrialización, cuánto más libre de estatismo, más efecto surtirá en la pobreza.

La riqueza de las naciones se explica por la libertad económica, la tecnología y, por extensión, en la productividad. No obstante, los continuados esfuerzos estatistas para generar igualdad desembocan en el crecimiento de la pobreza. Por ejemplo, para aumentar el subsidio de desempleo hay que aumentar los impuestos; o sea, que los trabajadores, al menos en parte, mantienen a los desempleados. Se trata de un desincentivo al trabajo. Si bien en el mismo instante en el que se ofrecen subsidios los desfavorecidos aumentan su bienestar, la economía se va resintiendo poco a poco, pues el desempleo va creciendo, y cada vez son más los subsidios demandados, mientras que la recaudación del Estado disminuye. Así cayó el Imperio Romano. Cuando los emperadores romanos pensaron que su rico y vasto imperio era ilimitado, decidieron ofrecer la ciudadanía romana a todo habitante del imperio, con los privilegios que ello conllevaba. Panem et circences (pan y circo, gratis) era el lema del antigüo Estado del bienestar romano. Los productores de trigo decidieron cerrar sus fábricas, pues el pan era ofrecido gratuitamente. Y la población no paraba de crecer, pues los inmigrantes entraban a borbotones a beneficiarse de tal caridad. Las arcas del imperio romano quedaron exhaustas en muy poco tiempo y se inició el declive del imperio.

Según las cifras del Banco Mundial y la ONU, podemos hallar una correlación muy reducida entre libertad económica e igualdad, como puede observarse en los índices de arriba. Sin embargo, la población vive mejor, en lo que respecta a bienestar económico, con libertad económica.

Por ello, insisto, el único remedio contra la pobreza es libertad económica e industrialización. Las ayudas sociales adolecen de miopía, pues, tras los beneficios instantáneos, engendran las simientes del paro, quiebra y penuria. Dicho de otra forma: las consecuencias del Estado del bienestar son las contrarias a las buscadas por el Estado; es decir, la ayuda a la pobreza genera pobreza. Como ejemplo más actual podemos ver a España que tiene una de las protecciones al desempleo más altas (y unos índices de paro atronómicos) o EE.UU. cuya administración ha preconizado el susodicho modelo del bienestar (con el consiguiente desempleo alto y constante).

Así las cosas, el promover políticas de igualdad produce desincentivos, contrayendo la economía e igualando a todos sus miembros en la penuria; por la otra parte, favorecer la libertad implica desigualdad económica, pero al generarse incentivos, la economía crece y todos sus miembros terminan saliendo de la pobreza. No obstante, a muy largo plazo, la economía libre tiende a la equidad, como pueden observar en el siguiente gráfico.

Libertad lingüística en Cataluña, España

Que el nacionalismo, no el patriotismo, de cualquier color conduce al fascismo es algo evidente. Aparte de la cerrazón en el concepto de nación, los nacionalistas confluyen en varios puntos. En primer lugar, la creación de un mito épico en torno a la historia nacional que se quiere exaltar. En segundo lugar, el populismo demagogo para integrar en la militancia a todos los sectores de la población, empezando por los más pequeñajos. Asimismo los deseos de expansión también han caracterizado a los nacionalismos ya que cuando se superpone la nación o el Estado al individuo, ésta funciona como un ente, y como ya dijo Nietzche, todo ser posee voluntad de poder y expansión. Por último, todos los totalitarismos, empezando por la Iglesia Católica y siguiendo por todos los regímenes de tal índole, han buscado una figura que demonizar para mantener la unidad nacional y sumir al pueblo en una paranoia que lo haga necesitar a los estatistas.

Siempre que se oprime a un grupo determinado y más tarde se le concede la libertad, se produce la venganza del ex-oprimido y es cuando los oprimidos pasan a ser opresores. El imperio romano oprimió a los cristianos en sus primeros siglos y estos, en respuesta, han estado subyugando a los individuos hasta hace pocas décadas. Durante los felices años 20, las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial se deleitaban empobreciendo a la población alemana a través del Tratado de Versalles. En consecuencia, un grupo, también nacionalista, eligió una cabeza de turco, un blanco demonizado, el judío, y aherrojaron lo que sólo Stalin pudo igualar.

En España, durante la dictadura de Franco, se atentó contra existencia del catalán, el gallego y el euskera, relegándolos a un papel meramente popular. Con la llegada de la democracia, la Constitución Española de 1978 oficializó todas estas lenguas en sus respectivas comunidades. La respuesta de los anteriormente oprimidos no nos hizo esperar demasiado tiempo.

Los últimos síntomas de intoxicación nacionalista en Cataluña los hemos podido diagnosticar en un colegio de Sitges, donde se ha marcado con una pegatina roja de suspenso el expediente de un chico cuyo único delito era no utilizar «la llengua vehicular del centre«, es decir, por no hablar catalán en el recreo. Cierto es que los niños están sujetos a las reglas del colegio durante el recreo, pero a un niño se le llama la atención por insultar a un compañero, tirar el zumo al suelo u otros comportamientos incívicos, no por hablar su lengua materna que, además, es oficial en toda la región. La pregunta es: ¿sería capaz la policía lingüística de Cataluña de hacer lo propio con un niño chino, árabe o alemán? ¿Así es como aplican ellos en su región la más que repetida consigna de la España plural? Me imagino que si esto sucediera en caso contrario, los acólitos del nacionalismo catalán se estarían rasgando las vestiduras por el inminente resurgimiento del franquismo.

Hechos como éste me hacen cuestionar la libertad política en Cataluña. Cualquiera podría alegar que se trata de un hecho puntual, pero cuando la xenofobia llega a lo oficial y al aspecto legal, podemos hablar de hecho consumado. Porque son ya demasiadas las leyes que están intentando desarraigar lo castellano de tierras catalanas, a saber:

– La ley que prohíbe rotular únicamente en castellano, porque exige al menos el catalán.

– Las horas cada vez más reducidas de castellano en la escuela pública.

– El catalán exigido a todos los profesionales del resto de España que se trasladan a Cataluña para trabajar, a excepción de los futbolistas, claro.

– La prohibición de la tauromaquia ex profeso por razones políticas. Porque a la Generalitat no le importan lo más mínimo los animales, si no también habrían abolido los correbous. Lo que les preocupa es seguir viendo una fiesta característica del demonio español en sus tierras.

Todo esto ante la pasividad de la mayoría de los ciudadanos catalanes, aunque no todos lo aprueben. Si establecemos una analogía con Alemania, veremos cómo un pueblo puede ignorar la opresión de los diferentes mientras sean sustentados por el opio del privilegio y la pertenencia a un ente superior.

También me gustaría hacer una reflexión lingüística de este asunto. Cada vez que muere una lengua, muere una forma de ver el mundo, una forma de pensar. Quien impone la lengua está imponiendo implícitamente el pensamiento. Las lenguas, catalán incluido, por supuesto, son un patrimonio cultural que hay que conservar pues alcanzan la talla de cualquier monumento. Son parte de la historia, de la filosofía, del folclore, y si las tratamos de extinguir, ¿qué nos queda?

A uno todavía le quedaría un atisbo de esperanza, si tuviéramos una clase política nacional que denunciara estos atropellos. Pero el parlamento no brilla precisamente por ser un círculo de ideas, sino por ser una pocilga de ataques ad hominem y acuerdos de interés político. Sin embargo, al no obtener los partidos vencedores la mayoría absoluta, se ven obligados a pactar con los nacionalistas catalanes, vascos, canarios o gallegos, beneficiados todos por una ley electoral injusta. Y para aferrarse al poder, no tendrán el más mínimo escrúpulo en aceptar los continuados ataques a la libertad de los españoles.