Racionalización de la ignorancia o exuberancia quimérica.

La ciencia de lo inseguro –vaya oxímoron– se ha convertido en la distribuidora más importante del conocimiento del siglo XXI. Hoy no hay ninguna afirmación que contenga un porcentaje de probabilidad, hablemos de física cuántica o de juegos de cartas; el azar reina: lo inseguro es lo más seguro. Pero lo más grave de todo es que toda la estadística parte de una soberbia premisa, aceptada por casi todo el mundo: el azar existe en sí. Pero, realmente, esto es incierto. Por eso, en primer lugar, hablaré, en términos teóricos, de la imposibilidad de la independencia del azar al hombre.

Propongo el siguiente ejercicio: imaginemos dos cajas de zapatos volcadas en el suelo. Una de ellas está vacía y, la otra, oculta un balón. Podría decirse que hay un 50% de posibilidades de que la caja A contenga el balón y un 50% de que la caja B contenga el balón. Pero, ¿es realmente así? ¿No sería más cierto decir que en una caja hay un 100% de que contenga la bola y, en la otra, un 0%? En sí lo cierto es lo último, pero el ser humano no conoce dónde está la bola y, por tanto, debe trabajar con lo que conoce (o, mejor dicho, con lo que desconoce). Por tanto, hay un gran error al considerar que el azar está en la Naturaleza misma cuando no es así.

"Dios no juega a los dados"

Para explicar esto con más rigor es necesario que nos adentremos en el mundo de la física cuántica. Los defensores del azar se escudan en esta ciencia, para demostrar que el azar es natural. El principio de incertidumbre de Heisenberg establece que es imposible conocer con exactitud la posición y la velocidad de una partícula subatómica. Además, que cuanto más se conozca de la velocidad, menos se conocerá de la posición y viceversa. ¿Por qué? Porque el observador, mientras estudia la partícula, esta interfiriendo y la distorsiona, con lo que su trayectoria cambia. Por eso, la probabilidad está en la física cuántica: el hombre no puede conocer con exactitud una parte de la realidad. Ahora bien, el observador es independiente al elemento observado y, por tanto, el azar se da en el hombre y no en otra cosa. Sin embargo, hay todavía personas (y periódicos) que tienen la actitud recalcitrante de intentar contradecir a Einstein.

Por consiguiente, en rigor, la probabilidad nos permite conocer, de antemano, los resultados de un experimento del cual desconocemos alguna variable. Ésta es la teoría de la variable desconocida. Resulta imposible determinar, de forma segura, resultados como el lanzamiento de una moneda, un dado, predecir la primera carta que hay en una baraja. Porque en nuestros estudios siempre nos faltarán demasiados datos como, por ejemplo, la velocidad, el peso, el efecto, la velocidad del aire, la dirección y un indescifrable etcétera. En definitiva, la estadística juega con el desconocimiento del hombre, no con la incertidumbre de la Naturaleza.  El que no crea esto, es demasiado arrogante como para considerar inferior la Naturaleza al hombre. La conclusión lógica es que el azar no existe en sí, sino en nuestro entendimiento o, si se prefiere, en nuestra intuición. Ma las probabilidad es la racionalización de la ignorancia humana.

Decía Nietzsche que todos los grandes genios son aquellos que no creen en el azar, y no le falta razón. En efecto, una gran cantidad de insignes personalidades del conocimiento han tenido sus reticencias a la hora de creerse la jerga probabilística. Si hacemos caso a sus palabras, la actual sociedad presenta una decadencia misérrima: el mundo gira –y cada vez más- en torno al azar. La estadística está in crescendo cuando debería ser, naturalmente, todo lo contrario. En realidad, las cosas –independientes a la opinión– siguen un único camino. Einstein estaba convencido de ello y por eso ha sido –y sigue siendo– muy criticado por no aceptar el azar como algo existente en la Naturaleza. Hasta el empalago ha sido repetida la frase “Dios no juega a los dados”.

El parecido con la realidad es coincidencia

Todo se ha contaminado de un tufillo estadístico. El INE y el CIS nutren de información, cocinada a veces, a todos los periódicos, revistas e informativos. Encuestas, estudios, inferencias. Veamos lo que permanece oculto tras una afirmación del siguiente tipo: “El 55% de la población es partidaria de la abolición de la tauromaquia”. Ante todo, hay que decir que aquí hay una peligrosa generalización: a partir de una muestra del número deseado de individuos (generalmente, en España, no suelen superar el millar) se elabora una información que se aplica el resto de la población. Ojo al dato: lo que piensan mil personas es idéntico a lo que piensan más de cuarenta y cinco millones. ¡Qué eficiencia! Ahora bien, todo esto suponiendo que esas mil personas han contestado verazmente. Porque es bien conocido que una proporción bastante notoria de los encuestados miente. Si ya estos dos hechos echan por tierra la credibilidad de la inferencia, añadamos otro hecho: el de la estacionalidad. Los estudios estadísticos sociológicos tienen como objeto –casi siempre– conocer la opinión de la población acerca de algo; pero –como sabrán los neurocientíficos– nuestro cerebro está preparado para cambiar de opinión constantemente, así que lo que hoy se piensa, mañana puede no pensarse. Por ejemplo, en las encuestas acerca de la situación económica, cuando se realizan en verano, suelen dar índices de credibilidad más altos.  No porque la situación realmente mejore, sino porque en verano aumentan los niveles de dopamina y se cobra el salario extra. Sin embargo, la inferencia estadística sigue reinando en todos los ámbitos, dándose por veraces sus afirmaciones, cuando perfectamente pueden ser contrarias a la realidad.

No solamente son inexactas e inciertas las afirmaciones estadísticas, sino que influyen en la población, cambiando la opinión de toda ella. Por ejemplo, es habitual en la publicidad oír: “El 90% de las familias recomiendan el producto”. Esto, que necesariamente es inexacto en miríadas, hace que los receptores se lo crean y –posiblemente–  compren el producto. Asimismo, sucede con las encuestas relativas a la política y no es de extrañar que más de un gobierno haya manipulado las encuestas con tal de obtener réditos electorales.

Aquí también toma partida la mercadotecnia. Siempre se busca la forma de hacer el estudio, los encuestados adecuados, la formulación a la pregunta adecuada para que el estudio salga muy parecido a lo que la empresa quiere. Además, la forma de informar sobre el estudio también influye: una empresa nunca dirá: «3 de cada 8 personas están descontentas»; «siempre dirá: 5 de cada 8 personas afirman estar muy felices con este maravilloso producto».

En resolución, aceptando que el azar es creado por el hombre para que sus predicciones sobre algo desconocido sean más exactas caben dos posturas. La primera consiste en intentar descubrir todas las variables posibles, como el principio de incertidumbre. La segunda son los estudios de la estadística inferencial que se realizan por falta de tiempo o por que, de incluirse todas las variables, el estudio sería muy costoso. No obstante, la última postura se le da una credibilidad muy superior a la que, en realidad, tiene. El conocimiento con la probabilidad ya no es lo que era: la probabilidad ha pasado de ser la racionalización de la ignorancia invencible a la racionalización de la ignorancia vencible. Y esto ha supuesto una defensa tácita de la ignorancia. Algo inexacto pasa por algo exacto, estudiado y racionalizado. Esto va desgastando poco a poco la veracidad hasta el punto de que estemos sumergidos en un mundo muy diferente al que realmente es: el mito de la caverna.

Apuntes de psicología

Aún en verano, nuestro blog sigue sin descanso; esta vez traemos apuntes de psicología para todo aquel que quiera informarse sobre esta ciencia tan interesante, intrigante y compleja. También para posteriores años en los que los estudiantes necesiten apuntes. Una de las variables más difíciles de estudiar es el propio ser humano. Que lo disfruten, un saludo.

Psicología

Miedo interno.

A veces siento un miedo profundo, tener un accidente que afecte tanto a mi cerebro que haga olvidar toda una vida. Recuerdos, sueños, ilusiones, desengaños, cultura… toda una vida elaborada día a día; evaporada en un instante. Este hecho no es muy probable debido a mi juventud actual, pero el paso de los años incrementará la posibilidad de olvidar toda una vida.

Es evidente que en el mudo existen personas con capacidades extraordinarias, hace poco leí que una mujer californiana de 44 años de edad recordaba todos los días de su vida desde los 11 años. ¿Verdad o mentira? Sinceramente no lo sé porque puede ser que nos engañe no hay nadie para desmentirlo, pero también pudiera ser verdad. Pero en contraposición de eso existen personas que al llegar a una determinada edad sólo recuerdan los últimos 10 minutos de su existencia.

Pero concretamente me quiero centrar en un estudio realizado a un anciano, ya fallecido, que respondía a las iniciales de EP. Aparentemente era un hombre normal, a simple vista el típico abuelo buenachón que siempre tiene un sabio consejo. 15 años antes de morir a EP contrajo el virus denominado Herpes simplex y terminó con gran parte de su cerebro. Tras los daños sufridos por el virus, dos trozos de masa cerebral del tamaño de una nuez habían desaparecido  de los lóbulos temporales medios y con ellos, toda su vida.

El virus atacó de veloz y de forma eficaz. Los lóbulos temporales medios incluyen una estructura curva llamada hipocampo y varias regiones adyacdentes, que en su conjunto cumplen con la tarea de convertir nuestras percepciones en memoria a largo plazo. Los recuerdos no se almacenan en el hipocampo pero ésa es la parte del cerebro que los consolida. El hipocampo de EP quedó destruido, y sin él EP quedó sin registro ninguno en su memoria vivía solamente, pero no recordaba.

EP registraba dos tipos de amnesia: anterógrada, es decir, no podía formar recuerdos nuevos y retrógrada, que tampoco podía evocar recuerdos del pasado, al menos posteriores a 1960. Su infancia, su paso por la marina mercante y la segunda guerra mundial permanecieron perfectamente vividos en su memoria. Pero para él, hasta el último instante de su existencia, el litro de gasolina siguió constando 25 centavos de dólar y el hombre nunca había pisado la Luna.

La clave de todo el recuerdo, está en los 1,3 kilos de materia replegada situados en lo alto de nuestra columna vertebral pueden retener durante toda la vida los detalles más triviales de nuestras experiencias, pero con frecuencia son incapaces de retener durante dos minutos un número de teléfono importante. Así de compleja es nuestra memoria.

¿Qué es un recuerdo? De momento, la mejor definición que pueden aportar los neurocientíficos es: un patrón de conexiones entre neuronas almacenado en el cerebro.  Hay al rededor de 100.000 millones de neuronas, cada una de las cuales puede establecer quizás entre 5.000 y 10.000 conexiones simpáticas con otras neuronas, lo que hace un total de entre 500 y 1.000 billones de sinapsis en un cerebro adulto medio. En comparación , todos los fondos del Congreso de Washington suman apenas 32 billones de bytes de información. Cada sensación que recordamos, cada idea que concebimos altera las conexiones dentro de esta vasta red. Se fortalecen o debilitan las viejas sinapsis, o se forman nuevas. Nuestra sustancia física cambia. De hecho cambia de forma constante, incluso cuando dormimos.

EP fue sometido a varios tes cognitivos. Él siempre recibía al examinador como si fuese la primera vez. El examinador le hacía siempre unas preguntas para comprobar su inteligencia funcional básica.  Quería comprobar lo que los test de inteligencia de EP ya habían revelado, no era ningún tonto. Respondía con paciencia y corrección todas las preguntas con la misma expresión de desconcierto que tendría yo si llegase un extraño a mi casa y me preguntase a cuantos grados hierve el agua.

El examinador preguntó a EP que llevaba en la muñeca izquierda, y el anciano mirándola de reojo como si nunca la hubiese visto, respondió «pérdida de memoria». EP ni si quiera recordaba el problema de la memoria; lo descubría cada instante como si fuese la primera vez. Y como olvidaba siempre que siempre lo olvidaba todo, cada idea perdida le parecía un pequeño olvido causal, algo sin importancia como nos parecería a cualquiera de nosotros.

Desde que comenzó su enfermedad, el espacio de EP se limitó al de su campo visual. Su universo social abarcaba solamente a las personas que abarcaban la habitación donde se encontraba.

En un día normal EP se despertaba desayunaba y se metía en la cama para escuchar la radio. Una vez en la cama, no recordaba si había tomado el desayuno o si acababa de despertarse, de modo que a veces desayunaba de nuevo y volvía a la cama, para escuchar un poco más la radio. Algunas mañanas desayunaba hasta tres veces. Después miraba la televisión, que resultaba ser muy interesante de segundo en segundo, aunque los programas con principio y final podían plantearle algunos problemas. Le gustaba cualquier canal, pero en especial el de historia y los documentales de la Segunda Guerra Mundial. Salía a caminar por el vecindario, a menudo varias veces antes del almuerzo, en paseos de hasta tres cuartos de hora. Se sentaba en el jardín. Leía el periódico, que para él debía ser como salir de una máquina del tiempo.

Sin memoria EP se había salido por completo del tiempo. Del río de la conciencia sólo le quedaban gotas aisladas, que se evaporaban de inmediato. Si alguien le hubiese quitado el reloj de muñeca ( y le hubiese cambiado la hora) estaría totalmente perdido. Atrapado en el limbo de su eterno presente, entre un pasado que no recordaba y un futuro que no podía imaginar, vivía una existencia tranquila, completamente feliz y libre de preocupaciones.

Una vez le preguntaron sobre su edad y el respondió » No sé sobre 59 ó 60. Hay me ha pillado. Mi memoria no es perfecta. Tampoco es mala, pero a veces me preguntan cosas que no puedo recordad con exactitud. Seguro que a usted también le pasa alguna vez.» EP se había equivocado en su respuesta en más de un cuarto de siglo.

Las metáforas que solemos utilizar para referirnos a la memoria sugieren una presición mecánica, como si la mente contase con algún minucioso mecanismo de transcripción de nuestras experiencias. Durante mucho tiempo estuvo muy extendida la idea de que nuestros cerebros funcionaban como perfectas máquinas grabadoras, de que teníamos toda una vida de recuerdos en algún lugar del cerebro. Se creía que si no podíamos evocar algunos recuerdos no era porque se hubiesen perdido, sino que no podíamos acceder a ellos.

Un neurocirujano canadiense, creyó haber probado esa teoría en los años cuarenta. Pefield utilizaba sondas eléctricas para estimular el cerebro de sus pacientes epilépticos, mientas yacían conscientes en la mesa de operaciones. Su propósito era localizar el origen de su epilepsia, pero descubrió que cuando la sonda tocaba ciertas zonas del lóbulo temporal, los pacientes comenzaban a describir experiencias sumamente vividas. Cuando tocaba el mismo punto otra vez, a menudo inducía las mismas descripciones. Llegó entonces a la conclusión de que el cerebro registra todo aquello a lo que presta cierto grado de atención consciente y que ese registro es permanente.

Hoy, la mayoría de los científicos cree que las extrañas rememoraciones inducidas por Peinfield se acercaban más a las fantasías o alucinaciones que a los recuerdos; sin embargo, la súbita reaparición de episodios del pasado que no recordábamos desde hacía mucho tiempo seguramente es una experiencia familiar para todos. Aun así, como máquina grabadora, el cerebro funciona bastante mal. Las tragedias, humillaciones parecen grabarse con más fuerza que cualquier otra cosa, a menudo con insoportable exactitud, mientras que los recuerdos que realmente creemos necesitar ( por ejemplo donde dejamos las llaves) tienen la costumbre de evaporarse.