La tragedia del BCE (I): La burbuja mediterránea

Cuando el economista alemán Philip Bagus escribió su formidable ensayo “The Tragedy of the Euro”, el español Jesús Huerta de Soto apostilló que tal libro, lleno de argumentos, demostraciones y ejemplos históricos que explican por qué el euro está condenado al fracaso, debía haberse titulado más felizmente “The Tragedy of ECB”, pues todos los errores citados en el libro tienen su origen en el Banco Central Europeo, y no en la moneda del euro como tal.

Para empezar, la actual situación sombría de los países mediterráneos, periféricos o los PIIGS, tienen un causante muy claro: el Banco Central Europeo. Para comprender esta afirmación hay que entender la Teoría Austríaca del Ciclo Económico, que es la única capaz de explicar los períodos de auge y crisis que experimentan todas las economías. Gracias a esta teoría, gran número de economistas han sido capaces de predecir y explicar un gran número de crisis económicas.

I

Teoría del ciclo

Para ello hay que explicar algunos conceptos básicos de economía, para aquellos lectores que no sean expertos: tipo de interés, ahorro, inversión, etc.

El tipo de interés es el precio del crédito (es decir, lo que cuesta una hipoteca; lo que cuesta un préstamo; lo que cuesta la deuda pública, etc.).

La renta que se percibe sólo se puede ahorrar, para consumir en el futuro; o gastar, para consumir ahora. Lo que ya se ha gastado nunca puede invertirse, pues ya se ha gastado. Por tanto, sólo podrá invertirse, como máximo, aquello que se ha ahorrado, que es lo que podrá consumirse en el futuro. Este es uno de los principios básicos de economía: hay que equilibrar inversión y ahorro; si se quiere invertir más, tendrá igualmente que ahorrarse más.

Si se sobreinvierte, es decir, se invierte más de lo que se ahorra, una parte de los proyectos de inversión no serán rentables (malinvesment), pues no habrá recursos para consumirlos por la gente.

Si en una sociedad el ahorro es muy abundante, lógicamente el tipo de interés será bajo, pues habrá muchos recursos para prestar; en este caso, el tipo de interés bajo atraerá a numerosos inversores a invertir, con la esperanza de lograr altas rentabilidades en el futuro. Y al contrario: si en una sociedad el ahorro es escaso, habrá pocos recursos para prestar, y el precio del crédito en esta sociedad (tipo de interés), será elevado. En este caso, el tipo de interés alto, atraerá a pocos inversores, que sólo invertirán en proyectos de inversión de altas rentabilidades, pues tendrán que devolver el crédito a un alto interés.

El tipo de interés, por tanto, es el precio que regula el ahorro y la inversión. Y la función de los bancos es precisamente la de canalizar todo el ahorro y prestarlo a un tipo de interés.

El problema es que los bancos centrales manipulan estas relaciones económicas, que acabamos de explicar. Cuando se invierte poco en una sociedad, porque se ha ahorrado poco, el Banco Central establece un tipo de interés artificialmente bajo, con el fin de incentivar la inversión. Para ello, el Banco Central imprimirá dinero (lo que provocará cierta inflación) y se lo dará a los bancos para que lo presten a los inversores. Se pedirán más créditos a un tipo de interés bajo, se abrirán más empresas, se contratarán a más trabajadores, aumentará el PIB y habrá crecimiento económico.

Pero lo que también ocurrirá es que, a un tipo de interés artificialmente bajo, habrá menos incentivos al  ahorro, y existirá un desajuste cada vez mayor entre ahorro e inversión. El ahorro cada vez será más escaso, al mismo tiempo que se invierten y se prestan grandes cantidades, emitidas por el BCE.

Como el ahorro también puede definirse como el consumo futuro; si el ahorro es escaso, el consumo futuro también lo será. Si se ha invertido mucho más de lo que se ha ahorrado, tales proyectos de inversión no podrán ser consumidos por insuficiencia de ahorro: la gente no podrá pagar por ello porque sus ahorros no alcanzan.

Es el momento en el que explota la burbuja, las empresas cierran al no encontrar consumidores, se despiden a los trabajadores anteriormente contratados, los bancos se encuentran al borde de la quiebra, pues gran parte del dinero prestado no se le es devuelto al quebrar un gran número de empresas, etc. La sociedad, tras años de exuberancia irracional, se percata que lo único que ha conseguido es perder el tiempo, pues su economía ha sido ilusoria y especulativa, nada productiva. El Banco Central manipuló las leyes de la economía.

II

El caso europeo

En el caso de Europa, el BCE empezó a bajar los tipos de interés del 4,75% a finales del año 2001 hasta dejarlos en el 2% a finales de 2003, situación que continuó hasta el año 2006. Lo que el BCE perseguía con esta política era impedir la explosión de la burbuja tecnológica del año 2001, también llamada burbuja de las puntocom. Seguramente, esta burbuja fue creada antaño por tipos de interés artificialmente bajos, en EE.UU, por parte de la Reserva Federal.

Lo único que consiguió el BCE fue aplazar la tormenta financiera hasta el año 2008, eso sí, con el coste de haberla convertido en un huracán financiero, alimentado de nuevas dosis de bajos tipos de interés, durante seis años.

Las naciones que más se vieron afectadas por la política del BCE de borrachera crediticia fueron, naturalmente, aquellas naciones menos ahorradoras, que suelen ser normalmente las menos productivas, ya que disponen de menor renta, lo que les reduce sus posibilidades de ahorro.

Estas naciones, que más desajuste sufrieron entre ahorro e inversión, ya sea porque no ahorraron lo suficiente o porque el tipo de interés del BCE no era el adecuado para su nivel de ahorro, fueron los países mediterráneos, los de la periferia. Grecia vivió su burbuja del sector público: las prestaciones sociales no paraban de crecer hasta el mismo año 2009, los empleados públicos, las pensiones, la edad de jubilación permanecía irrisoriamente baja, etc. Irlanda vivió una perfecta burbuja bancaria, que ya todos conocemos, de la que se va recuperando poco a poco. España vivió una fuerte burbuja inmobiliaria de la que todos los españoles hemos sido perfectos testigos durante bastantes años.

Hasta el propio Zapatero, adalid del keynesianismo con sus famosos planes de estímulo, hizo un giño a la teoría económica y afirmó que España no estaría en este atolladero actual si hubiésemos ahorrado más.

Y es que no se puede unificar  la política financiera de países tan dispares en productividad y ahorro, como Alemania, Holanda, Bélgica, por un lado, y Grecia, España, Portugal e Irlanda, por otro.

Aquí observamos en el siguiente mapa las naciones más ahorradoras en el año 2008, las sombreadas en azul, con una tasa de ahorro superior al 40% de su renta; y las naciones menos ahorradoras, con una tasa de ahorro inferior al 40% de su renta, y en especial España, con una tasa de ahorro de tan sólo el 27%.

El desafío político y económico del euro.

La constitución Unión Monetaria Europea (UME)  es uno de los acontecimientos históricos más importantes de los últimos tiempos, y que podrá significar un antes y un después en la historia de la política mundial, tanto si el proyecto fracasa como si termina teniendo éxito.

La cuestión es paradójica. Prácticamente, el mundo desarrollado (América, Europa, Asia y Australia) se debate por dos modelos de política financiera: la austeridad o el gasto público. El país que teóricamente es el que más libertades individuales debería tener, se ha decantado por la política del gasto público, incrementando el poder gubernamental sobre el ciudadano. Y, sin embargo, el continente que históricamente se ha mostrado más intervencionista, se ha decantado por la política de austeridad, desincentivando el poder estatal sobre la moneda y la emisión de déficits.

Aunque cabe señalar que la Unión Europea es una amalgama de dos visiones distintas de Europa: la socialista y la liberal. En el Tratado de Roma (1957) se estableció la libre circulación de personas y de todo tipo de mercancías, mostrando la vertiente liberal de Europa. La Política Agraria Común (PAC) es tremendamente proteccionista, gravando los productos de fuera de Europa ostensiblemente (condenando a muchos países al subdesarrollo) y protegiendo a los agricultores de forma irracional (todos aquellos productos que no fuesen vendidos en el mercado por los agricultores, la UE se los compraría y los almacenaría, y posteriormente serían eliminados).

  • La introducción del euro

Richard von Weizsäcker, que fue presidente de Alemania desde 1984 hasta 1994, afirmó en 1997: “El euro es el precio de la reunificación”. Y no le falta razón. Las épocas anteriores demostraron que el nacionalismo económico desencadenaría graves conflictos en Europa, perjudicando al conjunto. Cuando una nación se hacía fuerte económicamente, las otras la miraban con recelo. A Alemania lo último que le interesaba eran los conflictos internacionales, pues, hacía muy poco, su país había sido ocupado por cuatro naciones diferentes: Norteamérica, la URRS, Inglaterra y Francia. Por tanto, era muy probable que si llegase a convertirse en una gran potencia económica, los conflictos volviesen a repetirse.

A Margaret Tatcher no le entusiasmaba incluso la idea del euro, por el miedo a que se convirtiera en una gran potencia unificada. Propuso en 1989 un modelo de unión monetaria donde diversas monedas compitiesen entre sí a la vez. Esto hubiera sido muy positivo para el ciudano, pues si el Banco Central deprecia una moneda, la gente cambiaría de moneda simplemente. Hubiera sido una forma de encorsetar el yugo que los gobernantes tienen sobre la ciudadanía. Este modelo que fue aceptado por el Bundesbank, fue denegado por el gobierno alemán.

El euro por tanto fue una forma de ceder al resto de países su fortaleza económica (el deutschmark) a cambio de estabilidad política. A los fraceses les interesaba especialmente esa fortaleza monetaria, y a Alemania, por los momentos que estaba pasando, le interesaba la estabilidad política internacional.

De ahí la rapidez con la que se implantó el euro. El Tratado de Maastrich, que fijaba los requerimientos para entrar en el euro, no lo cumplía ningún país, excepto Luxemburgo. Alemania y Francia excedían el 3% de déficit. Italia el 60% de la deuda pública.

Además, el Banco Central Europeo (BCE) disminuyó significativamente los tipos de interés para favorecer a las naciones «problemáticas» la adhesión al club de la moneda única. E incluso se conoció en el 2010 que Grecia pactó con Goldman Sachs para que ésta, mediante mecanismos contables enrevesados y derivados, pudiese hacer cumplir al país con Maastrich.

Quizá si el euro se hubiese introducido cinco o diez años después, los países que realmente tenían gran interés en entrar en el euro hubiesen hecho las reformas estructurales necesarias para cumplir con los requisitos. Y no hubiese tampoco hecho falta la bajada de los tipos de interés del BCE, que, por otra parte, incentivó las burbujas que actualmente estamos viviendo en el sur de Europa.

  • El Banco Central Europeo

Como se demostró históricamente con la crisis de 1929 (donde cayeron de la noche a la mañana varios miles de bancos) y con la crisis del “corralito” argentino en el 2001, un sistema financiero con reserva fraccionaria caería como un castillo de naipes tras la explosión de una burbuja, de no ser por la existencia de un “prestamista de última instancia” o Banco Central.

Los bancos crean dinero de la nada prestando los depósitos de sus clientes, generando inversiones sin sentido, que terminarán en una crisis económica, dejando a los bancos sin activos. Los depositantes se asustarían y acudirían a recoger su dinero, llevándose la sorpresa de que no está allí. El banco quiebra y se sucede una oleada de “pánicos bancarios”. Para evitar esto, el Banco Central imprime dinero, que se lo da a los bancos de una u otra forma, “recapitalizándolos” e impidiendo la quiebra del sistema. Obviamente, esto se trata de una redistribución de riqueza de la población (pérdida de capacidad de poder adquisitivo por la inflación generada por el Banco Central) hacia los bancos (ganancia al obtener nuevos fondos emitidos por el Banco Central).

El Banco Central también se ha convertido en un instrumento para financiar los déficits de los diferentes países. En el caso de EE.UU. la Reserva Federal compra directamente el 40% de los bonos emitidos por el gobierno federal, reduciendo el interés de los mismos por debajo del 2%. Esta política, a su vez, y como hemos comentado anteriormente, genera inflación, reduciendo el valor real de la deuda pública. Es lo que se denomina «impuesto inflacionario».

Asimismo, se exige por ley que los bancos contengan en su balance un determinado porcentaje de activos de alta calidad (como la deuda pública). Y, por otro lado, el BCE acepta como colateral para dar fondos a los bancos el que tengan deuda pública en sus balances. En definitiva, el BCE evita los pánicos bancarios y financia los déficits de los Estados, a costa de reducir la capacidad adquisitiva de la población.

En un principio, Europa era menos alocada que EE.UU. en la forma de utilizar el Banco Central. Por ejemplo, no se permitía que el BC comprara directamente los bonos de los países. Aunque con la crisis de deuda soberana, el BC cedió a regañadientes a comprar bonos estatales. En algunos casos se compraron casi la totalidad de los bonos emitidos por el Estado, como Portugal (19 billions de 21 billions emitidos).

Y, para evitar que todos los países aumentaran sus déficits con la seguridad de que el BCE se los financiaría, se establecieron en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento límites en los déficits públicos (concretamente tendrían que mantenerse en el 3%).

Esta es la razón por la que los países más disciplinados en política financiera rechacen la idea de los Eurobonos, pues reduciría los incentivos a reducir el déficit y se crearía una especie de “tragedia de los bienes comunes”, donde todo el mundo buscaría beneficiarse lo más posible de la financiación de los déficits públicos por parte del BCE, dañando a toda la eurozona.

  • La competitividad de la Eurozona

A pesar de que Europa mantiene un fuerte proteccionismo frente al exterior (que se va reduciendo poco a poco), lo cierto es que el libre comercio en el interior de Europa genera una fuerte competencia positiva, que incentiva el progreso.

Se sabe que para que exista un déficit comercial, otro país tiene que tener un superávit comercial, pues lo que uno importa de más, otro lo exporta y viceversa. Es decir, para que un país sea competitivo, tiene que haber otros que no lo sean, porque la competitividad se mide en relación al resto de países. Concretamente la competitividad sería lo caro o lo baratos que son los productos de un determinado país (varía en función de los precios nacionales y del tipo de cambio). Por ejemplo, China es altamente competitiva, mientras que Suiza no lo es tanto.

En el caso europeo, Alemania es especialmente competitiva con respecto a los países del sur de Europa. En Alemania hay más capital, lo que permite a sus trabajadores hacer más trabajo, con menos esfuerzo. Además los salarios se han ido incrementando moderadamente, al mismo tiempo de que Alemania es un país bastante ahorrador, lo que genera inversiones productivas (el ahorro está relacionado con el crecimiento económico a largo plazo).

Los países del sur presentan altos niveles de salarios, ya que tienen un fuerte poder sindical y mercados laborales muy rígidos, que restringen el número de empleados a cambio de incrementar los salarios. Asimismo, y al contrario que Alemania, son menos competitivos.

Esto origina que todos los países con déficit comercial intenten incrementar su competitividad y terminar logrando superávit (España está a punto de conseguirlo en estos momentos). Esto originará que los países que peor lo hagan tengan incentivos para imitar a los que mejor lo hacen, originándose un efecto feed-back positivo, que incentiva el progreso.

En el caso de Grecia, al adoptar el euro desde una moneda tan devaluada, la competitividad de Grecia era muchísimo más reducida que países como Alemania, lo que le originaría unos déficits comerciales enormes. Esto tendría tres soluciones rápidas: bajar los salarios, aumentar los subsidios a los trabajadores o incrementar el empleo público. Y Grecia optó por las dos segundas soluciones.

A fin de reducir los graves desequilibrios entre los países de la eurozona que se pudieran establecer, la canciller alemana Angela Merkel abogó por un Pacto por la Competitividad, que incluyera la armonización de los impuestos de todos los países, que la edad de jubilación en todos los países fuese la misma (70 años), que los salarios se ligasen a la productividad y no a la inflación, frenos a la deuda pública, control de los presupuestos antes de ser aprobados y sanciones a los países incumplidores.

  • El euro como corsé para los políticos

Como defiende el economista Jesús Huerta de Soto en uno de sus últimos artículos, mientras no sean abolidos los Bancos Centrales, la reserva fraccionaria y el establecimiento del patrón oro, habría que encorsetar las acciones de los políticos y los gobernantes, para que no incrementen los déficits desmesuradamente, ni hagan políticas inflacionistas o cualquier otra que sea negativa a largo plazo (aunque tenga ciertos efectos positivos a corto plazo, que al político le vienen bien para ganar las elecciones).

En este sentido, el euro elimina el recurso a la devaluación y a la inflación que los gobernantes tenían anteriormente para aplazar las reformas, posponer los problemas a largo plazo, hacer demagogia y financiar sus déficits. Y este es el aspecto más positivo del euro aunque, como hemos comentado anteriormente, el BCE sigue financiando, aunque a regañadientes, el déficit público, ya sea de forma directa o indirecta.

 

  • Dificultad para dejar el euro

En cierto sentido, el euro se asemeja a una secta secreta: es muy fácil entrar, pero prácticamente imposible salir de la unión monetaria.

En primer lugar, si se saliese del euro, habría que establecer una moneda local, de valor mucho más bajo y desconocido. En segundo lugar, los Tratados de la UE no contemplan ningún mecanismo para que algún país sea expulsado del euro.

En tercer lugar, la salida del euro plantearía efectos muy perniciosos, para la economía del país saliente: aunque volver a una moneda más devaluada incentivaría las exportaciones a corto plazo; encarecería desorbitadamente las importaciones (perjudicando al consumidor); encarecería también el consumo interno (aumento fuerte de la inflación); el ahorro privado huiría hacia monedas más estables (pudiéndose producir un “corralito” como el de Argentina); se multiplicaría el valor de la deuda a pagar (esto provocaría impagos de la deuda, lo que perjudicaría al resto de naciones europeas, pues están enormemente expuestas a la deuda de los países mediterráneos); aumentaría el riesgo cambiario y los costes de transacción; y, por último, se originaría una revolución en la estructura de precios relativos, provocando desconfianza e inestabilidad entre los agentes de la economía (proveedores, empresarios, consumidores, acreedores, deudores, etc.).

En definitiva, mientras que en Europa actualmente se han puesto de manifiesto los problemas, intentando solucionarse con reformas estructurales a largo plazo que no se prestan a la demagogia, otros países posponen las reformas y establecen políticas cortoplacistas perniciosas a largo plazo. EE.UU. se endeuda cada vez más, lo que le hace depender el pago de los intereses de la deuda de la Reserva Federal y China, que compra gran parte de la deuda americana.

Esta es la razón por la que el euro, poco a poco, se irá convirtiendo en una moneda más fuerte frente al dólar. Mientras en Europa se hacen frente a los problemas con reformas en la economía real, allí se recurre a imprimir más dinero, al «impuesto inflacionario». A largo plazo, el dólar se habrá depreciado ostensiblemente, entre otras cosas, porque le es necesario para reducir el valor real de la deuda pública (como ha hecho el país a lo largo de su historia). Además -pongamos el caso-, si en China explota la burbuja inmobiliaria y se desencadena una fuerte crisis y el gobierno chino decide parar la compra de deuda estadounidense, EE.UU. lo va a pasar mal. La historia demuestra que las naciones que han dependido de la deuda, al final han terminado siendo dominadas por sus acreedores.

Y, como vemos en el siguiente gráfico, que refleja el decremento del déficit desde el año 2009 al 2011, todos los países de la Eurozona, incluyendo Grecia, están reduciendo con éxito todos sus déficits. Y destaca el ejemplo de Estonia y Lituania, que han reducido su déficit más de un 150%, y las tres presentan un crecimiento económico en 2011 bastante elevado: Lituania un 5,9% y Estonia con un 7,6%.

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El ecléctico devenir de la UE.

Actualmente, estamos asistiendo a un controvertido fenómeno histórico, que puede cambiar el devenir de la historia, y que divide a los analistas: la evolución de la Unión Europea. Antes de que afloraran todos los problemas económicos para la eurozona, ya existían muchos euroescépticos que no veían con buenos ojos la idea de integrar países con culturas tan dispares como pueden ser la griega y la alemana. Algunos especialistas en derecho argüían que, dado que las normas jurídicas se sustentan en la forma de ser de los pueblos, no puede crearse un derecho europeo común para países tan diferentes. Es decir, desde esta perspectiva, más que una unión sería un conglomerado, donde cada país velaría más por su interés propio que por el común.

Sin embargo, en teoría, una unión política no es lo que se pretende actualmente, sino que esa sería la culminación de la integración económica. Y en esas estamos.

A pesar de toda la literatura que surge anunciando la debilidad del euro, el fracaso de la unión monetaria, la descoordinación entre los países miembros, la verdad es que, hasta ahora, el proyecto europeo ha funcionado: se consiguió una zona de libre comercio, más tarde un mercado común, que daría paso a una armonización de políticas públicas y desembocando en la moneda única. Eso sí, el libre comercio se produce dentro de Europa, ya que Europa mantiene niveles relativamente altos de aranceles con respecto al exterior, perjudicando así a países menos desarrollados (para los que luego crea fondos de ayuda) y reduciendo la eficiencia de la economía mundial.

En este artículo, por tanto, pretendo analizar la viabilidad de las distintas políticas que se han estado estableciendo últimamente para el futuro de la UE.

Unión fiscal

El problema radica –todos lo reconocen– en que, mientras la política monetaria (oferta monetaria y tipos de cambio) de la UE era única, la política fiscal dependía de cada país en cuestión; algo bastante erróneo, que ahora está intentando cambiarse. Esta fue la razón que los ingleses dieron a la UE para no ingresar en el euro: una política monetaria no puede separarse de la fiscal.

En efecto. La política económica, ya sea fiscal o monetaria, persigue los mismos objetivos: reducción de la inflación, reducción del desempleo, aumento del crecimiento económico, mejora de la competitividad, etc. Además, tanto sus efectos como aplicaciones están inextricablemente unidos. Imaginemos que el BCE decide reducir la inflación imprimiendo menos dinero que antes. Pero, ¿y si España decide realizar una fuerte inversión de gasto público, para reactivar la economía? Mientras que la primera medida reduce la inflación, la segunda la aumenta, haciendo que el efecto de ambas políticas se contrarresten entre sí, siendo el efecto de ambas nulo.

Por tanto, de nuevo, Europa va camino de solucionar los problemas con más unión. Además, una vuelta a las monedas nacionales es impensable, porque conllevaría unos costes inasumibles.

Aunque no lleguen a constituirse los eurobonos, las políticas fiscales están armonizándose y ya se está obligando a poner en la constitución de los países miembros límites a los déficits presupuestarios. Personalmente, creo que, una vez que pase el vendaval de la crisis de la deuda soberana, y los déficits estén vigilados con lupa, la idea de los eurobonos será mucho más factible, porque emitir deuda pública respaldada por todos los países de la eurozona daría más confianza que los bonos de cada país por separado, y, por tanto, el interés a pagar sería menor.

Crisis de deuda soberana; austeridad pública

Veamos en primer lugar los graves problemas que puede acarrear un endeudamiento:

En primer lugar, el aumento de deuda pública hace que el país tenga que destinar una cantidad importante a pagar sólo el interés de la deuda.

En segundo lugar, crea una enorme incertidumbre e inseguridad, pues el interés que el país tenga que pagar por la emisión de un bono de deuda pública dependerá de la mayor o menor demanda del mercado. Así, si los inversores descubren otra mejor forma de rentabilizar su dinero y dejan de comprar deuda pública española, España pagará mucho más por su interés, llevando al Estado a una situación funesta.

En tercer lugar, y el efecto más perverso, la deuda crea un efecto “bola de nieve”, es decir, que a mayor deuda emitida ahora, mayor deuda deberá emitirse en el futuro para pagar los intereses y así sucesivamente, hasta que llegue un momento en el que la emisión de deuda sea imposible y el país tenga que declarar la suspensión de pagos. Esta situación es la que se vivió en América Latina durante la década de 1980 y, hace no poco, Estados Unidos estuvo al borde de declararse en bancarrota. Se ha calculado que, para 2030, más del 30% del presupuesto de los Estados Unidos se destinará únicamente para cubrir los intereses de la deuda.

En definitiva, el endeudamiento tiene el efecto contrario al del ahorro, mientras que el primero empobrece lentamente, el segundo enriquece también lentamente.

Personalmente, no creo que la UE esté tan en peligro como se cree. De hecho, me atrevería a decir que la UE es una de las regiones que mejores condiciones tiene en su haber. Europa ha sido una de las primeras regiones en poner remedio al problema del endeudamiento público, de ahí que tanto se hable de austeridad, recortes, contención del gasto, reducción del déficit, regla de oro, etc. No se habla tanto de esto porque nos encontremos en mala situación, sino que en Europa se han puesto de manifiesto los problemas, tratándose de evitar posibles situaciones futuras desastrosas, mientras que en otros lugares los problemas permanecen más o menos «ocultos».

Como demuestro en los siguientes gráficos, Europa no es una de las regiones con más déficit ni con más deuda pública. Pero, sin embargo, es la región que más intereses paga por su deuda. En teoría, debería ser al contrario: los países que más déficits tienen y deuda so los que más posibilidades tienen de quebrar, y por tanto,  donde más riesgo existe en sus inversiones. ¿Por qué no ocurre? Sencillamente, porque, en Europa, no existe la costumbre de que el Banco Central compre deuda pública a mansalva; de hecho, tiene prohibido el BCE adquirirla en el mercado primario. Es decir, el BCE tiene esperar a que un inversor revenda el bono de deuda pública para comprarla. Eso no lo hace la Reserva Federal o el Banco de Japón, entre otros.

Observamos que el déficit de la UE llegó a un máximo en el año 2010 del 6% del PIB, corrigiéndose rápidamente para el año siguiente al 4%, con una perspectiva de dejarlo en el 2013 en el 2%. Entretanto, Japón hace lo contrario: lo empeora con el tiempo; y EE.UU. tiene un déficit muy superior a la UE. Como contrapunto, vemos que  Suiza ha mantenido siempre superávit, que es lo que la UE quiere lograr en un futuro.

De nuevo observamos lo mismo, la deuda de la UE no es de las más altas y, de hecho, está previsto que para 2013-2014 empiece a reducirse. Al contrario, lo hace Japón.

Fuente: Bloomberg. Aquí vemos que el interés que paga la media de la eurozona actualmente (7,57%) es notablemente superior al del resto de regiones: Suiza 0,8%; EEUU 2%; Japón 1%. Y todo ello es porque los bancos centrales de los países no europeos compran deuda pública (generando consiguientemente inflación), inflando artificialmente la demanda, y, por ende, reduciendo artificialmente el tipo de interés. 

En definitiva, lo que estoy diciendo es que Europa va mucho mejor encaminada que países como Japón o Estados Unidos. Nada de titulares como los de “Europa al borde del precipicio”

Por otra parte, la Escuela Austriaca de Economía, afirma que cuanto menos dinero haya en manos del Estado, mucho mejor para el bienestar de los ciudadanos, pues el Estado no tiene tantos conocimientos del mercado como el resto de los habitantes, pues, como dice el señor Huerta de Soto, “no poseen el conocimiento suficiente para dar contenido coordinador a sus decisiones”.  Por ejemplo, un agricultor dará mejor uso a su terreno que la UE, que tiene millones de decisiones que tomar y millones de datos por recabar.  Por ello, la política económica de austeridad preconizada por Angela Merkel en Europa es un acierto.

Además, los tratados de la unión contienen el denominado principio de subsidiariedad, es decir, que prevalecerá la política del nivel más cercano a la economía real. Por ejemplo, si un país toma una decisión sobre sus agricultores, ésta política será prioritaria con respecto a la europea, pues el país está más cercano a los ciudadanos.

Reino Unido y sus discrepancias con la UE

Sin embargo, Reino Unido, parece no estar muy conforme con la política seguida por la UE, durante mucho tiempo. Y hace bien. No entrar en el euro fue un gran acierto, pues una política monetaria común con una política fiscal nacional era disparatado. Ahora tampoco se suma a la reforma de los tratados, porque no está de acuerdo con aplicar un impuesto a las transacciones financieras, la denominada tasa tobin.

La tasa tobin es también un disparate, y contradice la política austera basada en el principio de que el dinero se gestiona mejor en manos de los particulares que en manos de unos pocos gobernantes. Aplicar la tasa tobin implicaría que las entidades financieras les interese menos realizar su actividad en Europa y, por tanto, se reduzca la inversión en la UE. Además, las entidades financieras que se establezcan en la UE, de aplicarse dicha tasa, encarecerán sus servicios, para contrarrestar el efecto del impuesto, perjudicando a las familias y empresas, reduciendo tanto el ahorro como el consumo. Lo cual, hará más difícil la creación y/o mantenimiento de empresas, perjudicando a los niveles de crecimiento del PIB y a la tasa de desempleo.

Y es que una de las grandes falacias que se han extendido a raíz de la crisis crediticia de 2008 es que la causa de la crisis es la desregulación del mercado financiero, cuando, en realidad, es justamente todo lo contrario. El mercado financiero es el que más regulado está de todos. Para empezar, el dinero es creado por el Estado: papel-moneda de curso legal. Además, hay una serie de entidades Estatales como los Bancos Centrales que manejan a su antojo a las entidades crediticias, los tipos de interés, el dinero que debe imprimirse, etc. Y, para colmo, el número de bancos que puede haber en un país está limitado por ley. Y eso sin tener en cuenta que, en el momento en que una entidad corre el riesgo de quebrar, rápidamente el Estado inyecta cantidades masivas de dinero para sostenerla. Y aún nos queda lo mejor: el BCE decide el porcentaje de dinero de los depositantes que se queda guardado en los bancos (actualmente es el 2%).

Si el sistema financiero estuviese sometido a las leyes del libremercado realmente desregulado, la crisis no se hubiera producido. Si existiese libertad plena para crear cuántos bancos se deseen, la competencia entre los bancos crecería enormemente, y los bancos verían reducir su tamaño, solo los que mejores servicios ofrezcan podrán estar en el podio. Como cualquier comercio convencional. Además, si un banco, por la actividad que ha realizado, se ve abocado a una quiebra, dado que está en un régimen de libertad de empresa, nadie puede rescatarlo y el banco desaparece: al final, quedan los que mejor lo han hecho. En un sistema así, ningún banco se atrevería a jugar con el dinero, sino a ofrecer valor a los clientes, para sobresalir por encima de la competencia.

Zapatinglish

Aquí vemos una nueva muestra de los problemas que tiene ZP para comunicarse con los demás países.