Si no supiera economía, estaría en contra de los recortes.

Así es. Seguramente, si no hubiese estudiado muchas de las leyes que se dan en la interrelación entre individuos, si no supiera cómo funcionan muchos de los procesos de mercado más sencillos que se pueden dar, seguramente en este momento estaría manifestándome por las plazas españolas enfurecidamente contra los recortes presupuestarios, no sólo de gobierno de Zapatero y Rajoy, sino de prácticamente todos los gobiernos del mundo.

¿Cómo podría en ese caso aceptar una bajada del 5% del salario de mi madre en el año 2011, otro 5% en este año 2012, una subida del IRPF, dos subidas del IVA (la de Zapatero y la que probablemente vendrá este verano)? ¿Cómo voy a estar a favor de que me suban las tasas universitarias y me aumenten los niveles académicos para que me den beca? ¿Cómo voy a aceptar, tan defensor de la ciencia como yo soy, un recorte en la inversión en I+D+i del 25% en plena recesión? ¿Estoy tonto o qué!

La respuesta es muy sencilla. Empecemos por los orígenes. El sector público español ha sido el principal beneficiario de la burbuja inmobiliaria, de la exuberancia irracional, que se produjo desde el año 2001 hacia el año 2008, donde la recaudación crecía anualmente por encima del 10%. Esta exuberancia irracional permitió que el sector público se expandiese de forma inusitada, incrementando y creando nuevos derechos sociales, aumentando las becas, reduciendo tasas, bajando impuestos, aumentando subvenciones, etc. Y todo ello no porque el político fuese un buenazo, sino porque con ello captaría votos y accedería al poder.

Actualmente, la economía esta recobrando la racionalidad y estamos volviendo a tener los pies en la tierra. ¿Qué era eso de poderse comprar varias casas sin tener trabajo, ni ingresos, ni avales? Incluso he conocido casos extremísimos en los que una familia, al no tener dinero para comprarse una vivienda, optó por comprarse dos a crédito, vender la segunda casa a un precio mayor en el futuro, y con ese beneficio pagar la primera casa. Eso se acabó: el precio de la vivienda está bajando poco a poco a su valor real. El millón de casas que hay ociosas refleja que no es posible crecer construyendo más casas, pues es algo que no está demandado, y, por tanto, sobran trabajadores y empresas de la construcción y aledaños.

Por este motivo, el sector público ha experimentado una caída en los ingresos de enormes proporciones (las mismas proporciones a los que crecían durante la burbuja). Por ello, de la misma manera que el sector público se hipertrofió en la época de la abundancia, ahora debe de ajustarse a la realidad y atrofiarse: reducir y eliminar derechos sociales, reducir subvenciones, recortar en las partidas que antes crecían, etc.

Si no supiera nada de la burbuja, de la crisis, de los ingresos y gastos, ahora, en lugar de escribir esto, estaría manifestándome, enfudado en una camiseta verde.

Pero, además, ¿qué ocurriría si el sector público decide mantener el nivel que tenía durante la burbuja y decide no recortar y no ajustarse a la realidad de la actividad económica? Pues que ese Estado tendrá déficit, es decir, gastará más de lo que ingresa. Y eso es lo que muestran muchos Estados: no se han ajustado todavía a la realidad económica, presentando abultados déficits.

“Bueno, ¿y qué?” –podría preguntarme, si no supiera el efecto que tiene esto sobre las propias cuentas públicas.

Lo que ocurre es que, como es lógico, nadie puede gastar algo que no tiene. Si quiere gastar más de lo que ingresa, tendrá que pedirlo prestado. En el momento que alguien se convierte en deudor, pasa a estar sometido a su acreedor. El acreedor puede, en cualquier momento, decidir no prestar más dinero, si no le interesa, pues el dinero es suyo. Además, nadie es tan tonto de dar mil euros a un desconocido para que se los devuelva dentro de diez años. Obviamente, dentro de diez años quiere que le de, unos 1.300€, es decir, con un interés al no disponer del dinero durante todo ese tiempo. Y si, además, existe el riesgo de que no se devuelva el dinero que prestó, el interés subirá.

Y, en este sentido, no es extraño encontrar en las leyes, artículos como el siguiente, para evitar que el ahorrador deje de prestarle dinero al Estado:

El pago de los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones Públicas gozará de prioridad absoluta frente a cualquier otro gasto.

Artículo 14 de la Ley Orgánica 2/2012, de 27 de abril, de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera.

¿Qué pretendo decir con esto? Pues que no ajustarse a la realidad, no reducir el tamaño del sector público, tiene un precio: dedicar en el futuro más fondos a pagar la deuda y sus intereses, quedando cada vez menos dinero para prestaciones sociales y otros conceptos. Es decir, no recortar es comprar tiempo presente, pagándolo con nuestro futuro. Dicho de otro modo: es mantener nuestro nivel de gasto actual, a costa de reducirlo mucho más en el futuro. En definitiva: no recortar es recortar mucho más en el futuro.

Pero, además, sabemos que los recursos que van al Estado, dejan de ir a otros lugares. Si el estado requiere más fondos para su funcionamiento, el resto de la sociedad los perderá en incremento del sector público. Por este motivo, recortar en el Estado, también equivale a canalizar más recursos hacia el sector privado.

Por ejemplo, el gasto en I+D+i estatal no presenta una clara correlación con los resultados en investigación. Por mucho que el Estado gaste, esto no va a asegurar que se obtengan mejores resultados. Además, ¿qué sabe un político en qué y en qué no debe de destinar el dinero en un país? Es imposible que su decisión sea acertada, pues no conoce las circunstancias particulares de cada necesidad de desarrollo tecnológico, ni de cada investigador, ni de cada laboratorio, etc.

Todos los estudios sobre el tema demuestran que la mejor innovación es la que se produce en el seno empresarial, en la parte privada de la economía, donde se inicia una investigación tras el descubrimiento de un problema o una necesidad latente y no al revés como ocurre en el Estado: buscar necesidades latentes para justificar una innovación previa.

Por tanto, que el Estado recorte en I+D+i supone abrir paso al sector privado, más eficiente en este capo, en el desarrollo.

¿Qué producto revolucionario conocen que se haya desarrollado en un Estado? A mí no me viene a la mente ninguno. ¿Y en el sector privado? Tengo la mente llena de ejemplos: el automóvil, el ordenador, el libro electrónico, etc.

En definitiva, estoy seguro que si no hubiese estudiado economía, si no viera todo lo que existe en el mercado más allá de la provisión pública, desearía justamente lo contrario de lo que deseo actualmente: aumentar el gasto en todas las partidas, las subvenciones, dar más becas, aumentar el número de funcionarios para absorber parados, incrementar el salario mínimo, etc.

Como sentenció Mario Vargas Llosa en su último artículo:

Intentar lo imposible sólo da excelentes resultados en el mundo del arte y de la literatura; en el de la economía y la política sólo trae desastres. Y la prueba es la crisis que ahora vive Europa, y, en ella, principalmente, los países que gastaron más de lo que tenían, que construyeron Estados benefactores ejemplarmente generosos pero incapaces de financiar, que se endeudaron más allá de sus posibilidades sin imaginar que también la prosperidad tiene límites, que inflaron sus burocracias a extremos delirantes y ocultaron la verdad de la deudas y la inminencia de la crisis hasta el borde mismo del abismo por temor a la impopularidad. Todo eso tarde o temprano se paga y no hay manera de evitarlo.

Mario Vargas Llosa

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (V)

Respuesta a las objeciones: Ciclos económicos (II)

En el fascículo anterior  explicamos que las crisis económicas son tan incompatibles con el capitalismo laissez-faire como lo son el agua y el aceite. Además, que éstas se deben al intervencionismo que se inmiscuye en el mercado y que, mientras siga vigente el socialismo, las crisis serán periódicas.

Hace menos de una semana que, en el parlamento de Inglaterra, loa conservadores han presentado una propuesta para que la economía se atenga a los principios generales del derecho: un coeficiente de reserva fraccionaria del 100%, es decir, que los propietarios del dinero tengan a su disposición la totalidad del dinero, sin ningún tipo de condición. De aceptarse esta propuesta –como sabrán– los ciclos económicos cesarían y la función de crecimiento de la economía sería creciente hasta el infinito. Se trata, pues, de una medida anticíclica.

Esta ley no es nueva. En 1844, los economistas se percataron del mismo problema y se intentó eliminar la reserva fraccionaria. Sin embargo, esta ley, conocida como ley de Peel, conminó a los bancos guardaran (y no prestaran) el dinero de sus clientes. Sin embargo, se produjo un lapsus, a saber: el sistema bancario seguía disfrutando de la posibilidad de crear dinero ficticio en las cuentas corrientes. En la época se pensaba que las cuentas corrientes no provocarían problema alguno, pero no fue así. El despiste permitió que los bancos continuasen ocasionando el problema y, tal despiste, inició dos siglos de un sistema bancario indecente, que permanece incólume, al presentarse como víctima cuando, en verdad, se trata del causante.

Si, finalmente, se ratificara esta ley en el Reino Unido, su economía dejará de presentar ciclos y, en consecuencia, no habrá auges, ni burbujas, ni crisis. Evidentemente, el crecimiento económico será muy pobre; pero, a medio y largo plazo, la sociedad inglesa llegará a un nivel cada vez más alto, pues se ahorrará la destrucción que provoca una crisis. Por consiguiente, la ley cobrará fama internacional, extendiéndose al resto de países que, con toda probabilidad, no tardarían en percatarse de los beneficios ocasionados. La abolición de la esclavitud fue un gran paso que la humanidad inició hacia la justicia; éste paso que está a punto de iniciarse, supondrá un gran avance por la senda hacia la justicia, hacia el fin del socialismo.

Claramente, el que achaca los problemas ocasionados por los ciclos económicos al sistema económico capitalista, se da de bruces con la realidad. Y el sociata que critique esta cuestión, se criticará a sí mismo. Aunque, hay que decirlo, ningún político critica los ciclos económicos y se jactan de sus medidas procíclicas: el baluarte de los políticos, en lo que a economía respecta, suele ser el señor Keynes.

En el presente fascículo terminaré de desgranar la fisonomía de los ciclos económicos: las consecuencias que se desencadenarían al abolir el coeficiente de reserva fraccionaria. Si bien en la entrada anterior traté, principalmente, de los ciclos económicos, en esta hablaremos del papel que protagonizan los bancos centrales en el panorama económico mundial y, como no podía ser de otra manera, del patrón oro.

Los bancos centrales

Ante todo, hay que decir que el sistema bancario es el más intervenido del planeta. La banca, a día de hoy, es la fusión de política y economía, estableciendo una aleación ciertamente inestable. Esta es una de las razones que explican la confusión entre sistema político y económico. Como ejemplo, en España tenemos el mejor de ellos: el esperpento de las cajas de ahorros. Un escándalo de tal magnitud que la dirección de las cajas se reparte entre los políticos, como si de caramelos se tratase.

Dejando a España a un lado, actualmente, la economía se rige principalmente por los bancos centrales. En Europa, por ejemplo, la política monetaria es controlada por el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC). Con anterioridad era controlado por el gobierno de cada país y, ahora, por el SEBC; en términos teóricos el mismo perro con distinto collar, pues el nivel de intervencionismo es el mismo.

Y es que los bancos centrales son las instituciones de control económico por antonomasia. Como dicen los teóricos, se dedican a atacar los síntomas de las crisis, pero no la enfermedad, a saber, las políticas procíclicas. Por ejemplo, varían, principalmente, la oferta monetaria, los tipos de interés y la inflacción. Esta es la tarea fundamental del Banco Europeo, la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el de Japón. Este control repercute en nuestra vida diaria constantemente, por ejemplo, el paradigma de las hipotecas.

Además, existe un contubernio entre los bancos centrales y los políticos, al compartir intereses: las dos instituciones animan las burbujas, engendrando las simientes de una crisis futura. A los Estados les conviene que la inflacción se mantenga a unos niveles altos, ya que grava el ahorro y favorece el gasto, dogma keynesiano. Con altas tasas de inflacción, el dinero pierde valor: lo que hoy vale 20 €, mañana valdrá 40€. De este modo, el valor de la deuda pública estatal se reduce con el tiempo, por arte de magia. Así, los Estados no les importa el despilfarro y la emisión de deuda pública -como hemos visto en España, hasta hace unos meses-, mientras el aumento de los precios se mantenga constante. Las economías cíclicas -como las de ahora- son adictas a la inflacción.

Los bancos centrales también asumen otro papel: el de salvavidas. Cuando se desencadena una catástrofe económica, los bancos centrales acuden, para ayudar a todo el sistema bancario a resistir la tempestad. Adquieren dinero, para, luego, en un momento crítico, inundar el mercado de recursos pecuniarios. Pero lo curioso es la manera de recaudar el dinero: lo fabrican. O sea, que no solamente el sistema bancario crea dinero ficticio, provocando una crisis crediticia, sino que los bancos centrales, para salir de la crisis, crean dinero de la nada, enciendiendo la máquina de hacer billetes. Así funciona la macroeconomía del siglo XXI.  Los bancos centrales en un momento de depresión elevan la oferta monetaria, aumentando la inflacción y repartiendo injusticia por doquier.

Inyección del dinero

La inyección de dinero en el mercado por parte de los bancos centrales desentraña, como veremos, una tremenda injusticia, como la mayoría de las acciones intervencionismas, que no favorecen el libre mercado. Este proceso no se produce como el grueso de la población cree: la intuición nos dice que, cuando un determinado organismo decide aumentar el dinero que hay en circulación, producirá más billetes y los repartirá por el mercado; ya está. Pero, tras esta visión intuitiva, se esconde la verdadera injusticia.

Si el nuevo dinero fabricado se reparte equitativamente a todos los agentes del mercado, los efectos de la inyección son nulos. Si a todos los individuos se les entrega un millón de euros, su capacidad aquisitiva será exactamente la misma, el único efecto producido serña la caída del valor del dinero (interés) o variación el los precios (casi siempre, inflacción). Por esto, para que en la inyección se produzcan los efectos perseguidos, necesariamente se tiene que producir una situación injusta: el dinero nuevo se reparte a unos pocos, que están en una situación de ventaja con respecto a los demás. Con el nuevo dinero en mano, éstos invierten y, así, el dinero producido se expande, paulatinamente, por la sociedad, al tiempo que, poco a poco, la divisa va disminuyendo su valor.

La oferta monetaria está relacionada con la inflacción y el consumo. Lo que los bancos centrales quieren es, conjungando las distintas variables, modificar, a su modo de ver, los comportamientos de los consumidores.

Patrón oro

Cámaras de oro

El culmen del conjunto de reformas para acabar con los ciclos económicos, se poducirá al instaurar el patrón oro en la economía. El patrón oro, el respaldo de los billetes en determinada cantidad de oro, lo que pretende es regular la oferta monetaria, impidiendo procesos dinerarios tan perniciosos para el capitalismo como la inyección de dinero o la creación de dinero bancario.

Al estar todo el dinero respaldado por oro, en las cámaras acorazadas de los bancos, los procesos injustos, desestabilizadores y perniciosos, tanto para el mercado como para la sociedad, serán irralizables. Es decir, para aumentar el dinero en circulación, debe aumentar el oro en las cámaras acorazadas. Como todos sabemos, el oro es un producto muy estable, que crece entorno al 1% al año. Y, como vimos en anteriores fascículos, las crisis económicas se producían por la mezcolanza entre liberalismo e intervencionismo. El patón oro imposibilitaría  el intervencionismo, dejando un capitalismo puro, sin crisis económicas, sin injusticias.

Esta medida pondrá el broche de oro, nunca mejor dicho, al capitalismo, haciendo una sociedad más justa y menos irracional. Al menos, en el Reino Unido, se ha dado el primer paso.

Para más información: 100% + patrón oro; http://www.libertaddigital.com/opinion/autores-invitados/ayer-fue-un-dia-historico-56262/

Gasto público

En el momento actual de crisis que vivimos la reducción del gasto público es vital, y más en un país con uno de los mayores déficits del mundo. Como las medidas que el gobierno ha tomado hasta ahora no han hecho otra cosa que aumentar la deuda pública, a continuación voy a exponer una serie de medidas que llevaría a cabo para reducir el gasto público y el déficit.

En primer lugar, algo que siempre he criticado: la financiación municipal. Pienso que los ayuntamientos reciben demasiado dinero del estado que luego acaba en el bolsillo de algún jefecillo local, no siempre. Además, las políticas de creación de empleo deben ser impulsadas por el gobierno central, así se asegura que los alcaldes de los partidos de la oposición no utilizan el dinero para otras medidas que puedan chocar con las del gobierno. Obviamente, no propongo retirarle el dinero a los ayuntamientos, sólo una reducción considerable.

Con relación a la primera medida, también eliminaría las diputaciones, porque me parecen totalmente innecesarias. Cuando hay que cobrar o llevarse el mérito por la puesta en marcha de un proyecto, allí tenemos al ministro, presidente de la comunidad autónoma, al concejal etc. Sin embargo, cuando tenemos problemas y al dirigente de turno se le presenta una manifestación en contra, casi siempre nos envía hasta otro cargo y así sucesivamente. Por eso lo más idóneo sería, en mi opinión, suprimir las instituciones inútiles.

Y hablando de instituciones inútiles, eliminaría dos ministerios que me parecen sobrantes, estos son:

1- El de Igualdad, pienso que su función corresponde en mayor parte al Ministerio de Justicia, y el resto de sus cometidos son pura propaganda.

2- El de Vivienda, por lo mismo que el primero, porque su función la debería ejercer el Ministerio de Fomento.

Este deseo no es capricho mío, fíjense en la valoración que le dan los españoles a los ministros y se darán cuenta de que Bibiana Aído y Beatriz Corredor ocupan los últimos puestos. Además, en 2009 se aprobó por mayoría en el parlamento la intención de suprimir estos ministerios junto al de Cultura. Pero Zapatero hizo caso omiso y ha mantenido dichos ministerios.

Otra de las medidas que adoptaría sería la de disminuir el número de funcionarios. España tiene más de tres millones de funcionarios. Eso más  la enorme cifra de parados suponen un agobio para el contribuyente. Un país en semejantes condiciones, no puede permitirse este gasto tan elevado.

Resulta que España, cómo no, es uno de los pocos países de Europa donde los sindicatos se financian con dinero público. Unos sindicatos que sólo se representan a sí mismos, ya que hablan de defender a los trabajadores, pero ellos no trabajan. Es más, reciben dinero de los propios trabajadores y de las empresas. Unos sindicatos que con más de cuatro millones de parados todavía no han salido a la calle a protestar porque el gobierno los hace ricos. Yo no cedería ante su chantaje y les retiraría las subvenciones. Qué se financien con su dinero y el sudor de su frente.

Y para terminar, la fuerza de la industria. Si echamos un vistazo al resto de países, vemos que los primeros en salir de la crisis han sido aquellos con las industrias más potentes. Entre otras cosas, esto se debe a que apenas han destruido empleo. A las pruebas me remito, Alemania, motor de Europa, ha cerrado enero con una tasa de desempleo del 8,2, Estados Unidos, que ya ha salido de la recesión, tiene un 9,7 de parados. Esto revela la fuerza de la industria, por eso la principal vía de creación de empleo es ésta. Para mantener la industria una de las reglas más eficaces es sacar buen provecho de los universitarios. España, de nuevo a la cola, es uno de los países que peor aprovecha a sus universitarios, por lo que deciden marcharse al extranjero a desarrollar allí sus facultades.

En conclusión, un país debe reducir el déficit si no quiere ahogarse en la crisis, como nos está pasando a ahora. Éstos me parecen los mejores remedios para paliar la crisis.