La tragedia del BCE (I): La burbuja mediterránea

Cuando el economista alemán Philip Bagus escribió su formidable ensayo “The Tragedy of the Euro”, el español Jesús Huerta de Soto apostilló que tal libro, lleno de argumentos, demostraciones y ejemplos históricos que explican por qué el euro está condenado al fracaso, debía haberse titulado más felizmente “The Tragedy of ECB”, pues todos los errores citados en el libro tienen su origen en el Banco Central Europeo, y no en la moneda del euro como tal.

Para empezar, la actual situación sombría de los países mediterráneos, periféricos o los PIIGS, tienen un causante muy claro: el Banco Central Europeo. Para comprender esta afirmación hay que entender la Teoría Austríaca del Ciclo Económico, que es la única capaz de explicar los períodos de auge y crisis que experimentan todas las economías. Gracias a esta teoría, gran número de economistas han sido capaces de predecir y explicar un gran número de crisis económicas.

I

Teoría del ciclo

Para ello hay que explicar algunos conceptos básicos de economía, para aquellos lectores que no sean expertos: tipo de interés, ahorro, inversión, etc.

El tipo de interés es el precio del crédito (es decir, lo que cuesta una hipoteca; lo que cuesta un préstamo; lo que cuesta la deuda pública, etc.).

La renta que se percibe sólo se puede ahorrar, para consumir en el futuro; o gastar, para consumir ahora. Lo que ya se ha gastado nunca puede invertirse, pues ya se ha gastado. Por tanto, sólo podrá invertirse, como máximo, aquello que se ha ahorrado, que es lo que podrá consumirse en el futuro. Este es uno de los principios básicos de economía: hay que equilibrar inversión y ahorro; si se quiere invertir más, tendrá igualmente que ahorrarse más.

Si se sobreinvierte, es decir, se invierte más de lo que se ahorra, una parte de los proyectos de inversión no serán rentables (malinvesment), pues no habrá recursos para consumirlos por la gente.

Si en una sociedad el ahorro es muy abundante, lógicamente el tipo de interés será bajo, pues habrá muchos recursos para prestar; en este caso, el tipo de interés bajo atraerá a numerosos inversores a invertir, con la esperanza de lograr altas rentabilidades en el futuro. Y al contrario: si en una sociedad el ahorro es escaso, habrá pocos recursos para prestar, y el precio del crédito en esta sociedad (tipo de interés), será elevado. En este caso, el tipo de interés alto, atraerá a pocos inversores, que sólo invertirán en proyectos de inversión de altas rentabilidades, pues tendrán que devolver el crédito a un alto interés.

El tipo de interés, por tanto, es el precio que regula el ahorro y la inversión. Y la función de los bancos es precisamente la de canalizar todo el ahorro y prestarlo a un tipo de interés.

El problema es que los bancos centrales manipulan estas relaciones económicas, que acabamos de explicar. Cuando se invierte poco en una sociedad, porque se ha ahorrado poco, el Banco Central establece un tipo de interés artificialmente bajo, con el fin de incentivar la inversión. Para ello, el Banco Central imprimirá dinero (lo que provocará cierta inflación) y se lo dará a los bancos para que lo presten a los inversores. Se pedirán más créditos a un tipo de interés bajo, se abrirán más empresas, se contratarán a más trabajadores, aumentará el PIB y habrá crecimiento económico.

Pero lo que también ocurrirá es que, a un tipo de interés artificialmente bajo, habrá menos incentivos al  ahorro, y existirá un desajuste cada vez mayor entre ahorro e inversión. El ahorro cada vez será más escaso, al mismo tiempo que se invierten y se prestan grandes cantidades, emitidas por el BCE.

Como el ahorro también puede definirse como el consumo futuro; si el ahorro es escaso, el consumo futuro también lo será. Si se ha invertido mucho más de lo que se ha ahorrado, tales proyectos de inversión no podrán ser consumidos por insuficiencia de ahorro: la gente no podrá pagar por ello porque sus ahorros no alcanzan.

Es el momento en el que explota la burbuja, las empresas cierran al no encontrar consumidores, se despiden a los trabajadores anteriormente contratados, los bancos se encuentran al borde de la quiebra, pues gran parte del dinero prestado no se le es devuelto al quebrar un gran número de empresas, etc. La sociedad, tras años de exuberancia irracional, se percata que lo único que ha conseguido es perder el tiempo, pues su economía ha sido ilusoria y especulativa, nada productiva. El Banco Central manipuló las leyes de la economía.

II

El caso europeo

En el caso de Europa, el BCE empezó a bajar los tipos de interés del 4,75% a finales del año 2001 hasta dejarlos en el 2% a finales de 2003, situación que continuó hasta el año 2006. Lo que el BCE perseguía con esta política era impedir la explosión de la burbuja tecnológica del año 2001, también llamada burbuja de las puntocom. Seguramente, esta burbuja fue creada antaño por tipos de interés artificialmente bajos, en EE.UU, por parte de la Reserva Federal.

Lo único que consiguió el BCE fue aplazar la tormenta financiera hasta el año 2008, eso sí, con el coste de haberla convertido en un huracán financiero, alimentado de nuevas dosis de bajos tipos de interés, durante seis años.

Las naciones que más se vieron afectadas por la política del BCE de borrachera crediticia fueron, naturalmente, aquellas naciones menos ahorradoras, que suelen ser normalmente las menos productivas, ya que disponen de menor renta, lo que les reduce sus posibilidades de ahorro.

Estas naciones, que más desajuste sufrieron entre ahorro e inversión, ya sea porque no ahorraron lo suficiente o porque el tipo de interés del BCE no era el adecuado para su nivel de ahorro, fueron los países mediterráneos, los de la periferia. Grecia vivió su burbuja del sector público: las prestaciones sociales no paraban de crecer hasta el mismo año 2009, los empleados públicos, las pensiones, la edad de jubilación permanecía irrisoriamente baja, etc. Irlanda vivió una perfecta burbuja bancaria, que ya todos conocemos, de la que se va recuperando poco a poco. España vivió una fuerte burbuja inmobiliaria de la que todos los españoles hemos sido perfectos testigos durante bastantes años.

Hasta el propio Zapatero, adalid del keynesianismo con sus famosos planes de estímulo, hizo un giño a la teoría económica y afirmó que España no estaría en este atolladero actual si hubiésemos ahorrado más.

Y es que no se puede unificar  la política financiera de países tan dispares en productividad y ahorro, como Alemania, Holanda, Bélgica, por un lado, y Grecia, España, Portugal e Irlanda, por otro.

Aquí observamos en el siguiente mapa las naciones más ahorradoras en el año 2008, las sombreadas en azul, con una tasa de ahorro superior al 40% de su renta; y las naciones menos ahorradoras, con una tasa de ahorro inferior al 40% de su renta, y en especial España, con una tasa de ahorro de tan sólo el 27%.

El desafío político y económico del euro.

La constitución Unión Monetaria Europea (UME)  es uno de los acontecimientos históricos más importantes de los últimos tiempos, y que podrá significar un antes y un después en la historia de la política mundial, tanto si el proyecto fracasa como si termina teniendo éxito.

La cuestión es paradójica. Prácticamente, el mundo desarrollado (América, Europa, Asia y Australia) se debate por dos modelos de política financiera: la austeridad o el gasto público. El país que teóricamente es el que más libertades individuales debería tener, se ha decantado por la política del gasto público, incrementando el poder gubernamental sobre el ciudadano. Y, sin embargo, el continente que históricamente se ha mostrado más intervencionista, se ha decantado por la política de austeridad, desincentivando el poder estatal sobre la moneda y la emisión de déficits.

Aunque cabe señalar que la Unión Europea es una amalgama de dos visiones distintas de Europa: la socialista y la liberal. En el Tratado de Roma (1957) se estableció la libre circulación de personas y de todo tipo de mercancías, mostrando la vertiente liberal de Europa. La Política Agraria Común (PAC) es tremendamente proteccionista, gravando los productos de fuera de Europa ostensiblemente (condenando a muchos países al subdesarrollo) y protegiendo a los agricultores de forma irracional (todos aquellos productos que no fuesen vendidos en el mercado por los agricultores, la UE se los compraría y los almacenaría, y posteriormente serían eliminados).

  • La introducción del euro

Richard von Weizsäcker, que fue presidente de Alemania desde 1984 hasta 1994, afirmó en 1997: “El euro es el precio de la reunificación”. Y no le falta razón. Las épocas anteriores demostraron que el nacionalismo económico desencadenaría graves conflictos en Europa, perjudicando al conjunto. Cuando una nación se hacía fuerte económicamente, las otras la miraban con recelo. A Alemania lo último que le interesaba eran los conflictos internacionales, pues, hacía muy poco, su país había sido ocupado por cuatro naciones diferentes: Norteamérica, la URRS, Inglaterra y Francia. Por tanto, era muy probable que si llegase a convertirse en una gran potencia económica, los conflictos volviesen a repetirse.

A Margaret Tatcher no le entusiasmaba incluso la idea del euro, por el miedo a que se convirtiera en una gran potencia unificada. Propuso en 1989 un modelo de unión monetaria donde diversas monedas compitiesen entre sí a la vez. Esto hubiera sido muy positivo para el ciudano, pues si el Banco Central deprecia una moneda, la gente cambiaría de moneda simplemente. Hubiera sido una forma de encorsetar el yugo que los gobernantes tienen sobre la ciudadanía. Este modelo que fue aceptado por el Bundesbank, fue denegado por el gobierno alemán.

El euro por tanto fue una forma de ceder al resto de países su fortaleza económica (el deutschmark) a cambio de estabilidad política. A los fraceses les interesaba especialmente esa fortaleza monetaria, y a Alemania, por los momentos que estaba pasando, le interesaba la estabilidad política internacional.

De ahí la rapidez con la que se implantó el euro. El Tratado de Maastrich, que fijaba los requerimientos para entrar en el euro, no lo cumplía ningún país, excepto Luxemburgo. Alemania y Francia excedían el 3% de déficit. Italia el 60% de la deuda pública.

Además, el Banco Central Europeo (BCE) disminuyó significativamente los tipos de interés para favorecer a las naciones «problemáticas» la adhesión al club de la moneda única. E incluso se conoció en el 2010 que Grecia pactó con Goldman Sachs para que ésta, mediante mecanismos contables enrevesados y derivados, pudiese hacer cumplir al país con Maastrich.

Quizá si el euro se hubiese introducido cinco o diez años después, los países que realmente tenían gran interés en entrar en el euro hubiesen hecho las reformas estructurales necesarias para cumplir con los requisitos. Y no hubiese tampoco hecho falta la bajada de los tipos de interés del BCE, que, por otra parte, incentivó las burbujas que actualmente estamos viviendo en el sur de Europa.

  • El Banco Central Europeo

Como se demostró históricamente con la crisis de 1929 (donde cayeron de la noche a la mañana varios miles de bancos) y con la crisis del “corralito” argentino en el 2001, un sistema financiero con reserva fraccionaria caería como un castillo de naipes tras la explosión de una burbuja, de no ser por la existencia de un “prestamista de última instancia” o Banco Central.

Los bancos crean dinero de la nada prestando los depósitos de sus clientes, generando inversiones sin sentido, que terminarán en una crisis económica, dejando a los bancos sin activos. Los depositantes se asustarían y acudirían a recoger su dinero, llevándose la sorpresa de que no está allí. El banco quiebra y se sucede una oleada de “pánicos bancarios”. Para evitar esto, el Banco Central imprime dinero, que se lo da a los bancos de una u otra forma, “recapitalizándolos” e impidiendo la quiebra del sistema. Obviamente, esto se trata de una redistribución de riqueza de la población (pérdida de capacidad de poder adquisitivo por la inflación generada por el Banco Central) hacia los bancos (ganancia al obtener nuevos fondos emitidos por el Banco Central).

El Banco Central también se ha convertido en un instrumento para financiar los déficits de los diferentes países. En el caso de EE.UU. la Reserva Federal compra directamente el 40% de los bonos emitidos por el gobierno federal, reduciendo el interés de los mismos por debajo del 2%. Esta política, a su vez, y como hemos comentado anteriormente, genera inflación, reduciendo el valor real de la deuda pública. Es lo que se denomina «impuesto inflacionario».

Asimismo, se exige por ley que los bancos contengan en su balance un determinado porcentaje de activos de alta calidad (como la deuda pública). Y, por otro lado, el BCE acepta como colateral para dar fondos a los bancos el que tengan deuda pública en sus balances. En definitiva, el BCE evita los pánicos bancarios y financia los déficits de los Estados, a costa de reducir la capacidad adquisitiva de la población.

En un principio, Europa era menos alocada que EE.UU. en la forma de utilizar el Banco Central. Por ejemplo, no se permitía que el BC comprara directamente los bonos de los países. Aunque con la crisis de deuda soberana, el BC cedió a regañadientes a comprar bonos estatales. En algunos casos se compraron casi la totalidad de los bonos emitidos por el Estado, como Portugal (19 billions de 21 billions emitidos).

Y, para evitar que todos los países aumentaran sus déficits con la seguridad de que el BCE se los financiaría, se establecieron en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento límites en los déficits públicos (concretamente tendrían que mantenerse en el 3%).

Esta es la razón por la que los países más disciplinados en política financiera rechacen la idea de los Eurobonos, pues reduciría los incentivos a reducir el déficit y se crearía una especie de “tragedia de los bienes comunes”, donde todo el mundo buscaría beneficiarse lo más posible de la financiación de los déficits públicos por parte del BCE, dañando a toda la eurozona.

  • La competitividad de la Eurozona

A pesar de que Europa mantiene un fuerte proteccionismo frente al exterior (que se va reduciendo poco a poco), lo cierto es que el libre comercio en el interior de Europa genera una fuerte competencia positiva, que incentiva el progreso.

Se sabe que para que exista un déficit comercial, otro país tiene que tener un superávit comercial, pues lo que uno importa de más, otro lo exporta y viceversa. Es decir, para que un país sea competitivo, tiene que haber otros que no lo sean, porque la competitividad se mide en relación al resto de países. Concretamente la competitividad sería lo caro o lo baratos que son los productos de un determinado país (varía en función de los precios nacionales y del tipo de cambio). Por ejemplo, China es altamente competitiva, mientras que Suiza no lo es tanto.

En el caso europeo, Alemania es especialmente competitiva con respecto a los países del sur de Europa. En Alemania hay más capital, lo que permite a sus trabajadores hacer más trabajo, con menos esfuerzo. Además los salarios se han ido incrementando moderadamente, al mismo tiempo de que Alemania es un país bastante ahorrador, lo que genera inversiones productivas (el ahorro está relacionado con el crecimiento económico a largo plazo).

Los países del sur presentan altos niveles de salarios, ya que tienen un fuerte poder sindical y mercados laborales muy rígidos, que restringen el número de empleados a cambio de incrementar los salarios. Asimismo, y al contrario que Alemania, son menos competitivos.

Esto origina que todos los países con déficit comercial intenten incrementar su competitividad y terminar logrando superávit (España está a punto de conseguirlo en estos momentos). Esto originará que los países que peor lo hagan tengan incentivos para imitar a los que mejor lo hacen, originándose un efecto feed-back positivo, que incentiva el progreso.

En el caso de Grecia, al adoptar el euro desde una moneda tan devaluada, la competitividad de Grecia era muchísimo más reducida que países como Alemania, lo que le originaría unos déficits comerciales enormes. Esto tendría tres soluciones rápidas: bajar los salarios, aumentar los subsidios a los trabajadores o incrementar el empleo público. Y Grecia optó por las dos segundas soluciones.

A fin de reducir los graves desequilibrios entre los países de la eurozona que se pudieran establecer, la canciller alemana Angela Merkel abogó por un Pacto por la Competitividad, que incluyera la armonización de los impuestos de todos los países, que la edad de jubilación en todos los países fuese la misma (70 años), que los salarios se ligasen a la productividad y no a la inflación, frenos a la deuda pública, control de los presupuestos antes de ser aprobados y sanciones a los países incumplidores.

  • El euro como corsé para los políticos

Como defiende el economista Jesús Huerta de Soto en uno de sus últimos artículos, mientras no sean abolidos los Bancos Centrales, la reserva fraccionaria y el establecimiento del patrón oro, habría que encorsetar las acciones de los políticos y los gobernantes, para que no incrementen los déficits desmesuradamente, ni hagan políticas inflacionistas o cualquier otra que sea negativa a largo plazo (aunque tenga ciertos efectos positivos a corto plazo, que al político le vienen bien para ganar las elecciones).

En este sentido, el euro elimina el recurso a la devaluación y a la inflación que los gobernantes tenían anteriormente para aplazar las reformas, posponer los problemas a largo plazo, hacer demagogia y financiar sus déficits. Y este es el aspecto más positivo del euro aunque, como hemos comentado anteriormente, el BCE sigue financiando, aunque a regañadientes, el déficit público, ya sea de forma directa o indirecta.

 

  • Dificultad para dejar el euro

En cierto sentido, el euro se asemeja a una secta secreta: es muy fácil entrar, pero prácticamente imposible salir de la unión monetaria.

En primer lugar, si se saliese del euro, habría que establecer una moneda local, de valor mucho más bajo y desconocido. En segundo lugar, los Tratados de la UE no contemplan ningún mecanismo para que algún país sea expulsado del euro.

En tercer lugar, la salida del euro plantearía efectos muy perniciosos, para la economía del país saliente: aunque volver a una moneda más devaluada incentivaría las exportaciones a corto plazo; encarecería desorbitadamente las importaciones (perjudicando al consumidor); encarecería también el consumo interno (aumento fuerte de la inflación); el ahorro privado huiría hacia monedas más estables (pudiéndose producir un “corralito” como el de Argentina); se multiplicaría el valor de la deuda a pagar (esto provocaría impagos de la deuda, lo que perjudicaría al resto de naciones europeas, pues están enormemente expuestas a la deuda de los países mediterráneos); aumentaría el riesgo cambiario y los costes de transacción; y, por último, se originaría una revolución en la estructura de precios relativos, provocando desconfianza e inestabilidad entre los agentes de la economía (proveedores, empresarios, consumidores, acreedores, deudores, etc.).

En definitiva, mientras que en Europa actualmente se han puesto de manifiesto los problemas, intentando solucionarse con reformas estructurales a largo plazo que no se prestan a la demagogia, otros países posponen las reformas y establecen políticas cortoplacistas perniciosas a largo plazo. EE.UU. se endeuda cada vez más, lo que le hace depender el pago de los intereses de la deuda de la Reserva Federal y China, que compra gran parte de la deuda americana.

Esta es la razón por la que el euro, poco a poco, se irá convirtiendo en una moneda más fuerte frente al dólar. Mientras en Europa se hacen frente a los problemas con reformas en la economía real, allí se recurre a imprimir más dinero, al «impuesto inflacionario». A largo plazo, el dólar se habrá depreciado ostensiblemente, entre otras cosas, porque le es necesario para reducir el valor real de la deuda pública (como ha hecho el país a lo largo de su historia). Además -pongamos el caso-, si en China explota la burbuja inmobiliaria y se desencadena una fuerte crisis y el gobierno chino decide parar la compra de deuda estadounidense, EE.UU. lo va a pasar mal. La historia demuestra que las naciones que han dependido de la deuda, al final han terminado siendo dominadas por sus acreedores.

Y, como vemos en el siguiente gráfico, que refleja el decremento del déficit desde el año 2009 al 2011, todos los países de la Eurozona, incluyendo Grecia, están reduciendo con éxito todos sus déficits. Y destaca el ejemplo de Estonia y Lituania, que han reducido su déficit más de un 150%, y las tres presentan un crecimiento económico en 2011 bastante elevado: Lituania un 5,9% y Estonia con un 7,6%.

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Libertad emergente: ‘matrimonio’ gay

Desde que en 2001 Holanda se convirtiera en el primer país en aprobar el matrimonio homosexual, esta decidida apuesta por la libertad individual se ha extendido por el mundo vertiginosamente y son ya más de once países los que han seguido los pasos de Holanda (entre ellos, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Canadá, España, en la mayor parte de México, Argentina, etcétera). En lo que respecta a EEUU, se está produciendo también un avance imparable en la materia, pues cada vez más Estados se suman a la iniciativa.

Cuando hablo de matrimonio, me refiero igualmente a la unión civil, pues la realidad a la que me refiero es la misma; aunque, unión civil sea, etimológicamente, el término más apropiado.

Pese a que, en España, fuese aprobada por un gobierno socialista, hay que decir que se trata de una medida liberal y democrática, nada tiene de socialista. Recordemos que tanto Fidel Castro, como la República Popular China eran favorables al exterminio de la homosexualidad, una realidad natural.

Sin embargo, todavía siguen existiendo colectivos que rechazan este tipo de libertades (como, por ejemplo, el Tea Party), arguyendo, entre otras cosas, que supondrá un ataque a la familia. El argumendo se desvanece por sí mismo. Como bien se pregunta Mario Vargas Llosa: «¿No podrán seguir casándose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo?»

Si bien resultaba paradójico el caso de PSOE, no menos resulta el del Tea Party, que pese a declararse un partido defensor acérrimo de la libertad individual, luego muestra lo contrario en temas como este. En el caso de la Iglesia, la problemática no presenta enjundia, pues es la misma de siempre: fervor reaccionario por desfavorecer el progreso y el mejoramiento. Es la actitud idéntica a la que tuvo cuando negó, en la Edad Media, el modelo heliocéntrico, solo que nos encontramos en el siglo XXI y los temas a debatir son los propios de nuestro tiempo.

Aprobar el matrimonio homosexual no es más que atender unas necesidades insatisfechas de una fracción de la población; es decir, no perjudica, sino que beneficia y aumenta la libertad.

También hay otros argumentos que se oponen a la reforma, como los que afirman que la homosexualidad es una patología y, como tal, hay que desfavorecerla. Por los siguientes motivos, el argumento es falaz:

1. Suponiendo que se trate de una patología (que no lo es), ese no es motivo para prohibirla. Pues, si así fuese, el mismo razonamiento obligaría a prohibir (o denigrar) la obesidad, o el cáncer, cosa sobremanera oligofrénica.

2. La efermedad (o patología) se define como una alteración en la salud que causa graves perjuicios. Por lo tanto, como la homosexualidad ni es una alteración en la salud, ni causa graves perjuicios, no se trata de una enfermedad. Y así lo ha aclarado la Organización Mundial de la Salud, así como toda la comunidad científica: «desde el punto de vista médico, no existe ninguna diferencia entre una persona heterosexual y homosexual», asegura Fernando Chacón, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

3. La historia -como también dice Vargas Llosa- nos muestra que la homosexualidad se ha dado desde siempre e incluso ha sido muy aceptada en la antigüedad; Grecia y Roma son un referente. Además las enfermedades tienden a desaparecer en el tiempo (y a mutar), por evolución; no son intempestivas.

Siendo analíticos, el tema que nos ocupa, en realidad, es una obviedad, pues se trata de una preferencia, en definitiva un gusto. Igual que si hablamos de gustos musicales, literarios o deportivos. Se conforma en la subjetividad del individuo que, por definición, no es objetivable. Podrá haber, sí, gustos (o colores) mayoritarios, pero esa no es razón ni para convertirlos en únicos, ni para denigrar a los otros («decir más gordo a alguien, no te hace más delgado»).

Una nota sobre la adopción

El tema adquiere aún más controversia si nos planteamos la posibilidad de adopción de un hijo, por parte de una pareja homosexual, pues, a bote pronto, aunque la libertad (o satisfacción) de los padres aumente, la del hijo podrá verse ensombrecida.

Bien. Pero los hijos no eligen a sus padres, vienen dados. Por lo que se trata del mismo dilema, tanto en parejas heterosexuales como homosexuales. Algunas opiniones insisten en que la adopción implicaría una formación deficiente y anómala, pues lo «normal» es tener un padre y una madre, no dos madres ni dos padres. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y, según afirma Edurne Uriarte, un niño necesita amor, no abstracciones.

Dudas

Tengo una serie de dudas existenciales se podría decir. Muchas veces, comparando con la antigua Grecia, me pregunto:

¿Estamos más avanzados en el S. XXI que ellos en lo que a intelecto se refiere o quizá cada día sabemos mas y entendemos menos?

Las entradas del otro día, me han dado para pensar. ¿Vivimos en una sociedad evocada hacia el fracaso o hacia el éxito? ¿Qué ocurrirá cuando se acabe el petróleo y los recursos no renovables del planeta? ¿Está la sociedad occidental actual enferma?

Es verdad que no se sabe con certeza absoluta como fue la antigua Grecia ya que lo que se sabe son de los libros que se dejaron escritos y poco más. Pero no es difícil pensar que Grecia fue la mejor de las civilizaciones que conocemos hasta ahora. Sin esta civilización ahora no seríamos como somos. Existía una democracia directa (nunca se ha dado esto en ninguna civilización distinta), no creían en el origen del universo, fue donde nació el saber, los mitos, la filosofía, las escuelas y muchos de los descubrimientos en ciencia se descubrieron en aquella época. Si lo comparamos con el presente, teniendo en cuenta que han pasado 3000 años, creo que algún mérito tuvieron. Yo creo que pasó todo esto porque no existía la iglesia y no impedía el progreso.

¿Si no hubiera surgido el cristianismo estaríamos mas avanzados? Estoy totalmente convencido y me atrevo a decir que quien piense lo contrario se equivoca.

Muchas veces pienso que si existiera una máquina del tiempo, no dudaría en usarla. ¿Y vosotros, qué opináis sobre este tema?