Majestad, ¿hasta cuándo?

Actualmente, el controvertido debate república o monarquía toma con el tiempo mayor importancia. Quizá esto sea así porque la monarquía es un régimen político del pasado y que únicamente tiene razón de ser como elemento simbólico.

Antes de la industrialización, la mayoría de los países eran monárquicos. El poder era absolutamente unipersonal, que pertenecía al rey, y hereditario. Posteriormente, los beneficios sociales y la democracia surgida tras la primera industrialización europea (1870) vació al mundo de necesidad monárquica. El poder público, por definición, debía pertenecer ya al pueblo y éste no debía de ser oligárquico y, mucho menos, perteneciente a una persona.

¿Qué explica que todavía  países  como Reino Unido o España continúen con la monarquía? Quizá por respeto al pasado o como elemento simbólico, que suele aportar beneficios en las relaciones internacionales. Hasta este punto, parece que la monarquía no presenta ningún problema.

Sin embargo, este régimen político es tremendamente peligroso desde distintos puntos de vista. En una monarquía, por muy parlamentaria que sea, el poder reside en última instancia en el rey y, si éste decide adueñarse del poder público o no sancionar las leyes que el parlamento aprueba, está en su pleno derecho; así lo establece la Constitución española de 1978.

Obviamente se da por sentado que el rey es una mera figura sin competencias y que nada va a hacer, pero, como hemos visto, puede que esto no ocurra así. Además, suponiendo que el rey no intervenga en el poder, ¿por qué razón entonces es el mayor representante de la nación?

En España, la situación es aún más controvertida. Incluso se dividen los monárquicos en estrictamente monárquicos y juancarlistas, que apoyan al rey Juan Carlos por el importante papel que asumió en la transición española, tras la muerte de Franco. Ciertamente, los españoles tienen que estar muy agradecidos. Pero, ¿es esta razón suficiente para mantener un régimen político cuyas funciones son incompatibles con la política internacional del momento? La soberanía española, a la muerte del vigente rey, tendría que tomar parte en este asunto y decantarse o por las razones subjetivas (la familia real jugó un papel importante; la monarquía es un elemento consustancial a España; etc.) o por las razones objetivas (el siglo XXI exige cada vez más democracia; la elección debe ponderarse por encima de la sucesión hereditaria; el dinero público no debe destinarse a actividades insustanciales, de mera apariencia; etc.)

 

Don Juan Carlos I, rey de España.

En este debate suélese presentarse como alternativa la república, aspecto crítico en el contexto español. La gran mayoría del pueblo español considera que los excesos republicanos irrogaron la guerra civil, quizá sea esta la razón que explica que república adquiera en España una tonalidad izquierdista y monarquía derechista. Pero, insisto, si se pretende avanzar, mejorar, perfeccionar (que, por cierto, es lo que se pretende en toda nación) las anclas en el pasado no sirven, sólo debe importar la visión de futuro hasta donde el horizonte termine. De modo que, haciendo abstracción del pasado español, monarquía y república no implican en absoluto una ideología de izquierdas o de derechas. Bien sabemos que una cosa es ser autoritario o democrático y otra es serlo o de izquierdas o derechas (palabras que cuanto más se analizan más vacías de contenido están).

Tras este análisis, es evidente que aquellos que prefieran el mejoramiento (la aplastante mayoría de los integrantes de cualquier nación) deberán decantarse por la opción republicana. Pero, quizá, la población española no esté preparada todavía para un cambio que, simbólicamente, presenta un giro de 180 grados. Todavía está muy presente el guerracivilismo para una fluctuación de tal magnitud.

En definitiva, la destitución de la monarquía es necesaria para que la nación sea más autosuficiente; pero, posiblemente, de momento, la población no sepa digerir estos cambios de buena manera.

República sí, pero luego.

Separados y revueltos en el campo

Hay semillas que terminan en malas hierbas, pudiendo ocasionar una cosecha insatisfactoria. Todo buen jardinero debe saber qué hacer para que sólo germinen las buenas semillas: regar éstas e impedir que germinen las otras. Y en caso de descuido, arrancar de raíz las malas hierbas. Ahora bien: no es un descuido que las malas yerbas terminen creciendo frondosamente por el campo y que terminen separando las huertas del maíz forrajero (típico del Norte) con la de los girasoles (típico del Sur). En este campo no se puede decir que haya un buen jardinero, ni siquiera un jardinero.

Análogamente, esta es la fisonomía de España. El jardinero representa a los políticos que han regado y cuidado meticulosamente el germen,  precedido por la guerra civil, de la bifurcación española. Mas este problema ha estado muy presente en las características históricas de España: la antedicha guerra civil, las guerras carlistas… Creíase, en la transición democrática, que esta enfermedad endémica ya estaba superada, pero la simiente seguía ahí latente. El origen del actual problema gira, como en la teoría de la gravitación, en torno a la asimetría de la política autonómica: privilegios para determinados reinos de España y alejamiento en los estatutos autonómicos de la Constitución. Las malas yerbas están ya demasiado creciditas. ¿Cómo puede una persona, en función del territorio donde viva, tener más influencia en el voto? ¿Cómo puede haber estado un Estatuto inconstitucional vigente, cuando casi todos los legisladores son licenciados en Derecho? ¿Cómo puede recibir una comunidad autónoma pobre menos dinero que otra rica? ¿Por qué se multa a los que hablen en español? ¿Por qué se tiene miedo en lugares de España?

Vivimos en un tiempo de masas. Esto no sólo ocurre en España -como podrán comprobar gracias al mundial-, sino en todo el mundo y viene gestándose desde hace casi cien años. La ley de Lynch nació en América.  El grueso de la población no tiene opinión, pero la opinión pública es necesaria para que el Estado siga vivo. Por eso, desde el Estado, se impone una opinión a diestro y siniestro. En el caso actual, los políticos han creado meticulosamente un sistema para poder manipular a la población. Esto trae como resultado que los dirigentes «encienden la mecha» y, seguidamente, explota.  Estoy convencido que todos los manifestantes de hoy están manipulados y, lo que es peor, educados para hacer lo que dicta «su» opción política.

Hoy, hay una clara dicotomía que hace estremecer a cualquier vaticinador: manifestaciones y contramanifestaciones en un mismo momento. Los partidos ‘catalanistas’ han salido a la calle para manifestar su desaprobación a un poder ecuánime e independiente a él. Pero, por otro lado, se ha convocado en acto en defensa del orden constitucional. ¡Vaya, dos opciones contrarias manifestadas en la calle! Lo peor es que es una manifestación de hombres-masa, que son manejados por el político de turno, en contra de la justicia. Únicamente no se desmorona el Estado, ni la Nación, sino el poder público también.

Mas, lo que es un agravante, todo esto se produce cuando España tiene la única posibilidad de su historia de conseguir un mundial. Sí, es un agravante, teniendo en cuenta que el fútbol es un instrumento que mueve a las masas en estampida y, en este caso, debería de unirlas. Aun así, se están separando. ¿Puede más la política que el fútbol? Que nos conteste Paul…