¿Qué es la realidad?

Según Aristóteles, la filosofía no es más que la ciencia de la verdad, que definía como aquel concepto que no tiene contradicción. Sin embargo, Sócrates postuló que no existe verdad alguna, todo tiene su contradicción y, por tanto, la única certidumbre a la que puede llegar el hombre es a la de la incertidumbre. Efectivamente, posteriores filósofos y científicos, ha sistematizado aún más la idea socrática: Descartes, apoyándose en la indemostrable idea de Dios, concluyó que la única certeza incontrovertible era la de Pienso, luego existo.

Luego llegó Kant, unificando las corrientes racionalistas y empiristas anteriores. Declaró que la mente humana elabora una concepción de la realidad a partir de dos mecanismos: el entendimiento y la percepción (los sentidos). Las percepciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos. Efectivamente, la estructura mental humana influye en la concepción de la realidad, siendo imposible conseguir la objetividad. Sin embargo, aceptaba la idea de que el objeto en sí -al que llamó noúmeno– existía, aunque la posibilidad de conocerlo como tal no existía. Al conjunto de mecanismos de la mente humana que influyen en la realidad, Kant los llamó a priori, y entre ellos se encuentran los conceptos de espacio y tiempo. Sin el concepto espacio es imposible ubicar los objetos, sin embargo el «espacio» no existe en sí mismo; igual con el tiempo.

Un ejemplo de todo esto lo podemos tomar de nuestra simple vida cotidiana. Toda persona sana es capaz de observar y distinguir los distintos colores de la naturaleza. Sin embargo, los colores no son más que un producto de nuestra mente; el color en sí mismo no está en el mundo externo: la diferencia entre las ondas que emiten los materiales hace que nuestro cerebro perciba un color u otro.

Pues dado que estamos seguros de que la realidad o la verdad no existe, o al menos no podemos acceder a ella, ¿cómo elaborar un conjunto de conceptos para desarrollar una ciencia que nos permita evolucionar en el conocimiento? Pues, aunque no pueda alcanzarse la verdad en sí, sí que podemos alejarnos de la ignorancia, de la equivocación o la mentira.

Según Stephen Hawkins, entre otros, defiende que aceptemos nuestra visión de la realidad como especie como la única posible (evidentemente, no cabe concebir otra). Imaginemos que somos unos peces metidos en una pecera, a través de cuyo cristal vemos la luz distorsionada, los objetos más anchos, etc. Nosotros, peces, no podemos concebir otra realidad que esa. Y creeremos que las objetos son así de anchos. Por tanto, tendremos que estudiar la realidad a través del cristal de la pecera, pues no nos queda otra. La alegoría de la caverna de Platón es otro ejemplo similar.

Por tanto, el único modo de avanzar en el conocimiento es: 1) Aceptar que nuestra realidad no es la realidad; 2) Trabajar sobre nuestro punto de referencia y sobre nuestro a priori.

No obstante, todavía habría aspectos que se escaparían de este análisis, como el relativismo o el perspectivismo, en el que cada persona tiene una aportación positiva a la certeza. Y en casos en los que la verdad sea subjetiva: dos personas están en lo cierto, aún pensando en conceptos antitéticos. Así que podríamos concluir con la siguiente pregunta, que resume muchas disertaciones filosóficas a lo largo de la historia: ¿Es algo verdad porque lo piensa todo el mundo o lo piensa todo el mundo porque es verdad? ¿Ustedes que piensan?

Inteligencia, evolución de la materia.

La teología está llena de referencias a la inteligencia, desde tiempos inmemoriables. Normalmente, se recurría a la existencia de la inteligencia como prueba de la existencia de Dios, pues, según se argumentaba, seres materiales e imperfectos no pueden tender a fines inteligentes por sí mismos. O incluso seres finitos no pueden contemplar la idea de infinito, a no ser que Dios haya intercedido ahí. Así, nos encontramos textos como la Quinta vía de Santo Tomás de Aquino, que dice:

Vemos, en efecto, que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, ya éste llamamos Dios.

Sin embargo, esto demuestra que la intuición humana erra muchas veces en estas cuestiones. Así como se creía que el ser humano tenía alma, hoy en día se sabe que ese «alma» está en el cerebro. La ciencia demuestra que la inteligencia se viene desarrollando desde hace millones de años, y que surgió, poco a poco, de forma espontánea. Desde que se originó la vida, ya había una cierta inteligencia. Las primeras células comenzaban a unirse y a formar tejidos, primer símbolo de inteligencia.

Asimismo, la inteligencia también puede ser artificial, puramente mecánica. El conocido «Juego de la vida» lo demuestra. Se crea un juego con una serie de normas, como que pueden encenderse y apagarse una serie de luces, al azar. A medida que el juego va enciendiendo luces, va «aprendiendo», hasta tal punto que empicen a verse figuras cada vez más complejas.

Representación del Juego de la vida.

Y es que la inteligencia no es más que el producto de una compleja organización de materia (células, órganos, o chips) que, por evolución, se han ido adaptando al medio, desarrollándose y autoperfeccionándose, llegando incluso a adelantarse a los acontecimientos. Nada de almas, ni de dioses ultraterrenos.

Después de todo inteligencia no es más que una etiqueta que otorgamos a un comportamiento externo relacionado con la autoperfección y con nuestra forma particular, como seres humanos, de ver el mundo.

El hombre y su gregarismo

Los sentidos, las emociones, nos embargan. Nuestra consciencia se alimenta de inconsciencia. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Las primeras impresiones, aunque no lo queramos reconocer, son las únicas.

Queda muy bien formalizar, despojarnos de la subjetividad, de nuestra individualidad. Pero, ¿debemos callar de nosotros,  debemos objetivizar, como Kant quería?

Digo esto, porque en el ser humano las emociones irradian a borbollones  en cualquier ámbito que pueda imaginarse y, póngase como se ponga, somos un animal. Y, como todo animal, somos marionetas a manos de nuestros instintos, de las emociones. Y el instinto de supervivencia es el que subyace tras la dinámica del resto de comportamientos inherentes (amor, rabia, búsqueda de la felicidad, diversión, …).

Por ejemplo, en las disciplinas que se caracterizan por la objetividad, por la búsqueda de la verdad, (historia, filosofía, física, química, economía, etc.)aunque aparentemente estén libres de toda inconsciencia, de toda subjetividad, eso es, sencillamente imposible. Por ejemplo, la física: en física, no sólo se tiene en cuenta el mundo en si (que, dicho sea de paso, es imposible observar), sino el sujeto que recibe las impresiones del mundo; es decir, no estudia los fenómenos tal y como son, sino tal y como los vemos, que es muy diferente. Y, fíjense, que he puesto como ejemplo una de las disciplinas más objetivas que existen actualmente (física): con los demás campos, mucho más de lo mismo.

Pero aquí es donde radica el aspecto fundamental del ser humano, la intersección entre objetividad y subjetividad: el gregarismo. En los sentimientos, el hombre necesita del hombre mismo: he aquí el instinto de relación social, de búsqueda del ser amado, instinto paternal, querer a la familia, etc. Bien, pues en cualquier otro estadio de la historia, momento de la vida, intersticio o ámbito de conocimiento, acontecerá exactamente lo mismo: necesidad de apoyo, complicidad, parecerse a los demás, mimetismo, etc.

Volvamos a las ciencias, al saber objetivo. Un conocimiento científico, no es aceptado hasta que una gran parte de la comunidad (científica y pública) lo acepta. La verdad, por tanto, se sustenta en lo público, jamás en lo privado. Ahora bien, y esta es una de las paradojas más dolorosas, la certeza de una afirmación no implica, necesariamente, el reconocimiento de ésta. ¡Cuántas teorías habrán sido demonizadas, siendo ciertas! Personalmente, éste es el epicentro del ser humano: la dialéctica entre la verdad en sí y la verdad reconocida, la que es pública, pues, además, la verdad que es publicada no implica, necesariamente, que sea cierta. ¡Cuántas afirmaciones se darán por apodícticas (necesariamente ciertas), cuando, en realidad, son falaces!

Por tanto, para que en el conocimiento se produzca justicia se tienen que cumplir dos condiciones (una objetiva y otra subjetiva), independientes entre sí; debe de producirse la susodicha intersección. La primera que la afirmación sea cierta y, la segunda, que la afirmación sea conocida, reconocida y compartida por los demás. Da igual que hayas pasado toda una vida aprendiendo que «dos más dos igual cuatro» y que lo tengas demostrado en inumerables páginas, que si, por desgracia, un gran número de personas se empecina en que «dos más dos igual uno», habrás perdido y la verdad, se convertirá en falacia. Entonces, en caso de que se produzcan disonancias entre verdad en sí y verdad pública ¿hay que defender la verdad o hay que sumarse al incosciente colectivo, cumplir uno de los instintos más arraigados en la especie humana: la intersubjetividad? O, dicho de otro modo ¿hay que someterse a los instintos como animal que somos o, por el contrario, debemos de utilizar nuestra capacidad para inhibirlos y defender nuestra verdad, por muy egregia que resulte?

Revolución biotecnológica

El progreso es consustancial al hombre, la función que más persiste en la naturaleza humana es la de caminar hacia el infinito, la pretensión de conseguir lo absoluto. Pero, como decía Don Quijote, el camino es mejor que la posada o, si lo prefieren, como dijo Ortega: la vida es quehacer. Así, los hijos cumplen sus sueños superando a sus padres y, a su vez, los padres se autorrealizan mediante las hazañas de sus hijos. Hoy, el más pobre de todos es más rico que el más rico de hace unos siglos.

Como bien sabe Hawking, la especie humana es curiosa. Es, a la par que egoísta, altruista: satisfaciendo los propios intereses, se benefician a los de los demás; las empresas, creando valor y riqueza para todos, se enriquecen . Los intercambios interpersonales y quehaceres de la socidad no constituyen un juego de suma cero: todos ganan. Las personas, al tener conciencia de la muerte, y, por tanto, deseo de eternidad, pretenden inmortalizarse añadiendo algo a la biografía del hombre. He aquí el motor del progreso.

Si a esto le añadimos el crecimiento exponencial de la población, tanto más acelerado será el desarrollo: más personas querrán inmortalizarse y perfeccionarse, beneficiando a los demás.

Las consecuencias de la naturaleza humana pueden divisarse a lo largo y ancho de la historia. Invención del fuego, la rueda, electricidad, máquina de vapor. Llegamos al satélite y hemos generado una nueva realidad: Internet. En cualquier estadio, los hombres coetáneos se maravillaban con los inventos (y descubrimientos), como, por ejemplo, podrían ser la rueda o el fuego. Pensarían, cada uno en su tiempo y lugar, muy probablemente, que ya poco quedaba por descubrir -e inventar-. Exactamente igual que podemos concluir a día de hoy. ¿Alguien puede imaginar un invento que provoque una revolución aún mayor de la que provocó la realidad virtual?

Sin embargo, a más inventos, más invenciones futuras, pues se construye sobre lo ya construido. Por ejemplo, hoy nos servimos de la herramienta de la computación para ser innovadores.

¿Cuál será la próxima revolución tecnológica y/o científica? Todos los expertos, actualmente, coinciden en que se tratará de la biotecnología, quizá el campo más reciente de todos (en España, lleva, a lo sumo, 5 años como carrera universitaria), que intersecciona lo natural con lo artificial. Así, se concebirían cerebros con chips informáticos que mejoren las capacidades, modificaciones en las estructuras biológicas a voluntad (por ejemplo, en el caso de las personas drogodependientes, modificación de los circuitos de recompensa para ayudarles a dejar las sustancias tan perniciosas como el alcohol).

 

 

Los productos transgénicos son una realidad biotecnológica.

 

En este caso, la libertad aumentaría (como ocurrió con Internet, con la energía nuclear, con el fuego, la rueda, …) y, en consecuencia, también el progreso. Aunque, si bien es cierto que más libertad implica más riesgo, eso sólo acontecería a corto plazo, pues, en un largo período de tiempo, la libertad se traduce, indefectiblemente, en progreso. Gracias a la biotecnología, podríamos mejorar nuestro ADN modificándolo a voluntad; nuestros pensamientos (y conocimientos) repercutirían directamente sobre nuestra genética.

Además, si el hombre adquiere visión periférica y, por tanto, la teconología tiene en cuenta la Naturaleza, el peligro de más libertad sería una nadería. Estoy haciendo, efectivamente, referencia a la biomimética, la ciencia que, partiendo de sistemas naturales, desarrolla sistemas tecnológicos, los cuales, si se quieren aplicar al cuerpo humano, serían clave en biotecnología. De esta forma el hombre se mejora incorporando en su ser lo mejor de la Naturaleza.

 

 

Mecanismo forestal similar a un arácnido, gracias a la biomimética.

 

Un ejemplo concreto. Al igual que analizando el vuelo de las aves se diseñaron mejores aviones, observando el cerebro (o cualquier otro sistema) de los elefantes y delfines podemos enaltecer nuestra materia gris, blanca y, próximamente, de color fibra de vidrio.

El progreso, en todas sus facetas, consiste en desgranar todo el conocimiento en el mayor número de ámbitos posible, especializarse en ellos y, consecutivamente, unirlos poco a poco hasta extraer conclusiones valerosísimas. Exactamente como versa el método cartesiano. Por ejemplo, la biología es un ámbito específico de conocimiento, al igual que la tecnología. Tras la división, llega la unión: biotecnología que da lugar a realidades inimaginables. Y las uniones se harán, paulatinamente, más complejas: bioteconología y biomimética pueden trabajar juntas dando resultados asombrosos.