El poder público

Hemos visto con anterioridad artículos relacionados con el poder. Particularmente, redacté uno que estaba centralizado en la división de poderes; es decir, me dediqué al poder en el sentido oficial del término, además aquel escrito estaba muy vinculado a la realidad vigente. Ahora bien: «el poder» – en el sentido más amplio- está constituido de un gran número de poderes; «el poder» es conformado por el poder oficial (poder ejecutivo, legislativo y judicial, así como los distintos subpoderes que puedan observarse) y por el poder público, por el cotidiano. En el presente post estudiaré la naturaleza de ambos a grosso modo.

Desparejamente al poder oficial, el poder público es estudiable si, y sólo si, se historiza, se contextualiza. El poder público actual es el resultado de un gran número de años de evolución cultural y humana. Para no causar un mal entendimiento con este concepto, lo diferenciaré de los conceptos con los que más se puede confundir.

En primer lugar, poder público no equivale a Estado; haya o no haya estado, siempre habrá poder público. En otras palabras: este poder siempre se dará, se da y se ha dado desde la prehistoria; el hombre, por el mero hecho de ser hombre, tiene el poder, tiene liderazgo para someter a los demás. Por eso, el anarquismo es una forma de poder público.

En segundo lugar, hay que añadir que este poder está más cercano a la realidad que el poder oficial. El oficial, además de verse contaminado, es mucho menos progresivo. La realidad es cambiante, léase a Heráclito; de ahí que el poder más real sea el público.

Hagamos un símil empresarial. En una empresa existe la estructura formal y la estructura informal. La formal es la división de la empresa en puestos de trabajo de forma oficial y el correspondiente superior que tiene cada trabajador; digamos que la estructura formal es como el poder oficial. La informal son las relaciones de autoridad que se establecen instantáneamente entre los trabajadores, las relaciones supraoficiales que se establecen en la empresa. Por ejemplo, que un empleado tenga más liderazgo que otro y que éste someta a los demás. Esto mismo es lo que ocurre en la vida actual; hay, por un lado, unos derechos y deberes establecidos por ley y reflejados por escrito en la Constitución. Por otro lado, se dan relaciones de poder de forma instantánea en la sociedad que van evolucionando, a la par que lo hace la historia.

Dualismo del poder

Historizemos. En el antiguo régimen el poder oficial era «absoluto» y pertenecía al rey, pero, en numerosas veces, estaba sustentado en el poder público: burquesía, aristocracia, Iglesia. El poder público en el antiguo régimen estaba formado por las clases sociales afines al régimen. En la actualidad, el poder pertenece a los representantes elegidos democráticamente por el pueblo español. Pero, en realidad, el poder público pertenece a la masa; el político de turno (no solamente de turno pacífico) sustenta su conducta en la masa o, más exactamente, en el número de votos que le acarrea su decisión. En definitiva, el poder público siempre pertenecerá a la masa social (sea o no sea mediocre). Incluso en la Ilustración, la minoría selecta e intelectual que llevaba el poder se apoyaba en el «vulgo».

Hoy día, y aunque se diga en viceversa, el poder de las empresas está soportado por los cimientos de la masa. Las empresas -sobre todo las multinacionales- tienen tanto poder porque la población consume sus productos. Quizá este sea el ejemplo que más ejemplariza el poder público y del que más conclusiones pueden extraerse sin peligro de errar. Una de las conclusiones: el poder oficial, alimentado por el público, siempre estará regido por una minoría, pero el público siempre por el conjunto de las personas y, me reitero, haya o no haya Estado. Por otro lado, también puede extrapolarse del ejemplo empresarial que la minoría dirigente intenta constantemente modificar el comportamiento del poder público para  ir aumentando el poder. Por ejemplo, un instrumento de manipulación del comportamiento, en la empresa, es la publicidad. En resolución, el oficial y el público se modifican mútuamente; ocurre como en la filosofía orteguiana  con el «yo» y las «circunstancias», los dos elementos se modificaban entre sí.

En conclusión, sólo existe un poder real, el público. Las otras clases de poderes son intentos de racionalizar a éste, pero que, sin embargo, las características, entre otras más complejas, irracionales del ser humano impiden la correcta aplicación del poder oficial.  Este dualismo del poder siempre estará vigente en la historia; hay que contar con él y, haciéndo eso, se llega a la conclusión más práctica:  para que exista un poder oficial idóneo es necesario modificar con anterioridad el poder público y, para esto, es necesario que se den los siguientes aspectos que funcionan a modo efecto dominó:

La ética política. La frase que mejor resuma esto sea, todo para el pueblo sin el pueblo. Esta claro que los dirigentes son representantes, no son el pueblo mismo, asi que lo ideal es que se actuara en beneficio de la sociedad. La etica política tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

La educación. Debe ser promovida por los que se encuentran -haciendo un símil platónico- en la dialéctica descendente. O sea, que han adquirido los conocimientos y están dispuestos a enseñarlos. Estos, sin duda son, las minorías dirigentes que, insisto, pueden o no ser mediocres. Ésta tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

Espíritu crítico y consciencia de la población. Siempre que no se ha dado este aspecto, ha habido un abuso de poder. En un gran número de años en el antiguo régimen, las clases obreras -que eran mayoría- no eran conscientes de que, siendo mayoría, tenían el poder real, el público. Al percatarse de esto y del abuso de poder de los reyes, se iniciaron las primeras revueltas obreras, ocasionando una mejor adecuación del poder oficial al público.

Aversión al pensamiento

«No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre mis fundamentos, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas».

Descartes

«Vosotros, atenienses, no fuisteis capaces de soportar mis conversaciones y argumentaciones, sino que os han resultado pesadas y odiosas hasta el extremo de tratar ahora de libraros de ellas».

Sócrates

«¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes? Yo no he escrito para vosotros, sino para quien pueda comprenderme. Para mí, uno vale por cien mil, y nada la multitud».

Heráclito

«Apenas reflexionamos un poco […] Las minorías son individuos o grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no especialmente cualificadas.»

Ortega y Gasset

Y una vez, al salir una mañana de una posada, se encontró a un anciano mendigo que estaba sentado sobre un tronco de árbol, a la puerta, y le dijo: «Maquetas, ¿qué sentido tienen las cosas?» Y aquel Maquetas le respondió, encogiéndose de hombros: «¿Y a mí qué me importa? […] ¡Déjame en paz y quédate con Dios!» Y el anciano mendigo frunció el ceño y sonrrió tristemente, mirando al suelo.

Miguel de Unamuno

Los insignes pensadores de la historia, aquellos que han dicho la verdad, los que han cambiado la historia son los mismo que, en su época, fueron vistos como charlatanes, elucubradores o, en un lenguaje más moderno (cani para muchos), gente que se «raya la cabeza». ¿Por qué ha estado siempre tan mal visto el pensamiento? ¿Por qué la gran mayoría de los ignorantes desprecian al sabio?

Ahora bien, esta aversión al pensamiento no tiene ninguna razón de ser, ya que el pensamiento es algo natural del ser humano; pensar es lo más natural que hay, no tiene ningunas connotaciones negativas, no tiene ninguna consecuencia negativa. Pensar siempre es positivo, siempre.

Ya apuntó algunas claves Ortega para poder responder a esta cuestión que hoy nos ocupa. Siempre ha existido una mayoría mediocre que, en palabras del propio filósofo, «abunda en todos los lugares» y una minoría intelectual. Lo que ocurre actualmente es que la mayoría se ha unido, ella tiene el poder. La masa o muchedumbre tiene el suficiente poder como para desplazar a la minoría intelectual y espiritual. Por eso es por lo que podemos observar que determinadas personas que, en un principio, pueden ser encuadradas como intelectuales, luego pueden verse influidos y sometidos al poder de la masa.

Dicho de una forma más rudimentaria: el gran poder de la masa social mediocre puede atraer a algunos intelectuales minoritarios, puede atontarlos. De ahí que sea tan importante actualmente tener  personalidad. En palabras de mi profesora Puri: «no hay que dejarse llevar por el qué dirán, hay que ser fiel a nuestra propia opinión».

Todo está lleno de mediocres: botellones, centros comerciales, manifestaciones, campos de fútbol, plazas de toros… ¿Y las bibliotecas? ¿Y los salones de estudio? ¿Y las reflexiones? ¿Y la sabiduría? Como digo, la minoría está más en crisis que nunca; a menudo se ve desplazada de la sociedad por ser más reflexiva, ya que esto para las masas resulta  realmente tedioso.

Me uno a los citados filósofos al principio de esta pequeña entrada: espero que mis palabras no os hayan resultado desagradables ni tediosas, deseo que cualquier reflexión derivada de la lectura del presente post sea profunda, lo cual no es sinónimo de pesada ni de especulación abstrusa.