¿Qué es una economía sana y una enferma?

Hay un paradigma predominante en el pensamiento económico actual que consiste en suponer que el objetivo de la economía no es otro que el de lograr aumentar la actividad económica, lograr el crecimiento económico, mejorar los índices de empleo, inflación y renta per cápita. En definitiva, desde muchos lugares, se nos inculca que hay que lograr una «expansión económica» para el bienestar de «todos». Sin embargo, como veremos, la expansión económica artificial no es “sana” para una economía y, con el tiempo, provocará el estallido de una burbuja económica con la consiguiente crisis.

Para entender lo dicho antes, conviene que tengamos dos conceptos claros. Una cosa es una economía «boyante» y otra bien distinta es una economía «sana». Efectivamente, una economía puede presentar unos índices de crecimiento económico, inflación y empleo estupendos, pero, sin embargo, estar enferma, con la simiente de una crisis financiera germinando en su interior. Ya sea porque el «boom» económico ocasiona graves perjuicios medioambientales y de consumo desmesurado de recursos no renovables, que pondrían en entredicho el desarrollo -como bien saben los ecologistas- o ya sea porque la actividad económica imperante no satisface realmente lo que los seres humanos demandan, necesitan o desean -como bien saben los economistas austriacos.

Es decir, que puede estar produciéndose gran cantidad de productos, y originándose gran cantidad de empleo, pero realmente tales productos no son demandados por la sociedad y, cuando finalmente se pongan en venta en el mercado, tales empresas quebrarán y se pondrá de manifiesto que hay una crisis económica. El ejemplo lo tenemos todos en la mente: desde el año 2000 o incluso antes, en España se estaban construyendo un número desmesurado de viviendas, que la gente realmente después, ni quería comprar tantas, ni tenía ahorros para hacerlo.

Según la Teoría Austriaca del Ciclo Económico (TACE), las crisis económicas son producidas por la intervención del Estado en la economía, con el objetivo que «estimular» la economía, a fin de expandir el crédito y el empleo, más allá de lo que el mercado considere. En el caso de la crisis financiera de 2008, los austriacos culpabilizan a los Bancos Centrales por haber mantenido los tipos de interés artificialmente bajos (incluso los tipos de interés reales llegaron a ser negativos, lo que implicaba que es preferible 100€ mañana que 100€ hoy, algo totalmente irracional), dando señales erróneas al mercado para invertir masivamente.

A parte de la intervención de los Bancos Centrales, todo el sistema financiero está sustentado en un sistema popularmente conocido como “castillo de naipes”, en el que los Estados otorgan el privilegio a los bancos de poder utilizar el dinero de los depósitos para dar créditos, con el objetivo de aumentar artificialmente el crédito, y aumentar así la actividad económica. La consecuencia es que mientras que la inversión nacional crece, el ahorro nacional cae, lo que indefectiblemente producirá una crisis económica, ya que no habrá suficientes ahorros en el futuro como para consumir la producción en la que se invirtió, y tales empresas quebrarán.

Keynes, al contrario que los austriacos, pensaba que el objetivo de un país era «mantener a todo el mundo con empleo», y dado que este objetivo era imposible lograrlo en una economía puramente libre, debería de existir un Estado que estimulara la demanda efectiva para llegar al pleno empleo. Efectivamente, Keynes sólo le daba importancia al corto plazo, y se olvidada de los efectos que tales políticas pudiesen acarrear con el paso de los años, aspecto que le diferenciaba diametralmente con los austriacos.

Por tanto, el concepto de “enfermedad” económica sería el de una economía en la que hay desequilibrios profundos entre la oferta y la demanda, aunque todavía no se hayan puesto de manifiesto. Y, generalmente, tales desequilibrios se producen cuando existe un aumento exorbitante de la actividad económica, coloquialmente conocido como ”boom”, en el cual la economía no va tan bien como se piensa, sino que se acaba de iniciar un proceso irreversible que terminará con el desencadenamiento de una crisis.

¿De qué sirve seguir construyendo viviendas si la gente lo que quiere es vender las que ya tiene? Vale, sí, se estimula la economía, se compran materiales, los obreros mantienen su empleo. Pero, ¿no será eso un desperdicio? Efectivamente, el tiempo de esas personas se destina a una actividad inútil, no valorada por la sociedad, por lo que la actividad se convierte en un desperdicio.

Esto es lo que se conoce como “falacia de la ventana rota”. Imaginemos un panadero que ve que un chico rompe la ventana de su panadería con un balón de fútbol. Según la postura keynesiana, esto sería positivo para la economía, pues el panadero tendrá que consumir para comprar una nueva ventana, y los productores de ventanas aumentarán su producción, generándose un efecto multiplicador en cadena. Sin embargo, si no se hubiese roto la ventaba, hubiésemos ahorrado en recursos, y el panadero podría haber consumido otro tipo de bien. Este ejemplo echa por tierra la postura que defiende que el consumismo provoca bienestar, pues la realidad es la contraria: es el ahorro el que aumenta el bienestar.

¿No hubiese sido mejor no haber hecho tal inversión y ahorrar el dinero e invertirlo en otra actividad realmente útil y demandada por los ciudadanos (por ejemplo, la informática, o las telecomunicaciones, o el I+D+I)?

El capitalismo, como el propio nombre indica, consigue aumentar el progreso, gracias a que desvía una parte de lo producido del consumo. Dicho de otro modo, el capitalismo lo bueno que tiene es que no consume todo lo que produce, sino que una parte se ahorra y se utiliza para aumentar la capacidad de producción. De ahí, que, a más ahorro, a más acumulación de capital, mayor riqueza del país. Por este motivo, el incremento desmesurado del consumo (que suele producirse durante la etapa de la expansión) provocaría un retroceso en la riqueza del país.

De ahí, que los austriacos afirmen que la crisis económica no es más que el reconocimiento por parte del mercado del desajuste que existía en un principio, y que no significa más que el principio del fin de la “enfermedad”, pues el mercado empezará a coordinar los desequilibrios. Por ejemplo, cerrando empresas que no eran viables y no demandadas por los consumidores, enviando al paro a trabajadores que no eran productivos, etc. En palabras de Huerta de Soto: “Es como un cáncer. Tras extirpar el cáncer la enfermedad ha desaparecido, si bien el cuerpo ha quedado muy debilitado”.

Podemos incluir una alegoría para explicar este artículo. En esta alegoría compararemos la expansión crediticia artificial y la intervención del Estado en la economía con el ingerir alcohol. Cuando alguien ingiere alcohol, al principio, se encuentra muy bien, muy seguro de sí mismo y con gran desparpajo; no obstante, con el tiempo, el cuerpo reaccionará ante el agente extraño del alcohol e intentará devolver al organismo a la normalidad, y entonces es cuando llega la resaca.

En conclusión, el objetivo de la economía no es mejorar las estadísticas, sino que lo que se demande sea lo que se produzca, a través del equilibrio que se produce en el mercado libre. Es decir, por sí mismo no es positiva una economía con una actividad económica increíble, sino que tal actividad económica se sostenga en el equilibrio de oferta y demanda, de ahorro e inversión; es decir, que la actividad económica sea sana.

Y, desde luego, parece mentira que todavía haya economistas y Premios Nobeles que sigan defendiendo la expansión crediticia, el consumismo y el keynesianismo como forma de salir de la crisis internacional. Y que tales postulados se impartan en las universidades.

Crecimiento sin desarrollo: obsolescencia programada

Pese a que estamos acostumbrados -incluso en épocas de crisis- a que el crecimiento económico, a largo plazo, se mantendrá en el tiempo, de que el PIB siempre crecerá, de que la gráfica que muestra las cifras de la economía sea creciente; no obstante, debemos tener muy presente de que el crecimiento no implica desarrollo, son dos conceptos independientes. Pretendo, con este artículo, dejar clara esta idea.

En otro lugar, he hablado del sistema capitalista como el mejor de la historia, cuyas leyes aumenta el bienestar de la sociedad. Sin embargo, dicho esto, no significa que no sea mejorable, pues, como afirmó Daniel Soler en otro artículo, cuando algo no es mejorable, es imperfecto. El statu quo es imperfecto. El libre mercado, además de depender del Estado, tiene fallos muy concretos, como las externalidades, el poder de mercado o los bienes públicos. En este artículo, haré referencia a los dos primeros: el poder de mercado y la externalidad que produce o, dicho de otro modo, la concentración de poder que las empresas generan provocan una ineficiencia en la sociedad, desaprovechando, así, posibilidades de crecimiento.

Los acuerdos colusivos o acuerdos entre empresas, uno de los peores problemas que pueden presentarse en la economía, han originado a lo largo de la historia graves consecuencias para la sociedad. Por ejemplo, los países exportadores de petróleo se asociaron en un cártel para no hacerse competencia entre sí y, en consecuencia, poder aumentar el precio del petróleo a voluntad. La consecuencia fue un aumento generalizado de los precios en todo el mundo, y las consiguientes crisis del petróleo. Otro cártel, que todavía sigue afectando subrepticiamente en nuestra vida cotidiana, que se produjo a mediados del siglo pasado, bajo la denominación de Phoebus S.A., marcó un precedente. En este acuerdo, se asociaron los fabricantes de bombillas, para no hacerse competencia, y fabricar bombillas a voluntad. En concreto, limitaron la duración de las bombillas a 1.000 h diarias. Así, las empresas seguirían obteniendo beneficios, pues tras esas mil horas, el cliente volvería a comprar de nuevo la bombilla.

Esta idea se trasladó por todo el mundo y, hoy, es una regla en todos los productos. La impresoras, por ejemplo, tienen un número de copias de duración, que tras alcanzarlo quedan inservibles. También sucede lo mismo con los automóviles que, llegados a un cierto kilometraje, su electrónica deja de funcionar. De hecho, la URSS, en competencia con Occidente, logró producir lavadoras que perduraban más de 25 años. Se trata de la filosofía de comprar, tirar, comprar. Esta filosofía es muy peligrosa, pues reflejará un crecimiento ficticio, a saber: se siguen efectuando transacciones, pero las necesidades del consumidor no se satisfacen idóneamente y los productos no se diseñan para favorecer el desarrollo, sino el consumo y el crecimiento.

Desde 1901 encendida

Para nutrirnos más en el asunto, hemos de saber que, antes de que se generalizase esta política, se patentaron bombillas con una duración de más de 100.000 h. Además, todavía siguen estando en funcionamiento este tipo de bombillas desde 1901. Una muestra de que los acuerdos entre empresas restringen el verdadero desarrollo económico que podría generarse con libertad y competencia.

¿Es este un problema del sistema actual? ¿Es un fallo del capitalismo? ¿Es el consumismo lo que nos mantiene el crecimiento económico o el desarrollo? Como argumento a prima faccie puede sostenerse. No obstante, la situación puede revertirse a mejor, a saber: impedir la producción desleal, fomentar la competencia y prohibir los acuerdos colusivos, impedir definitivamente los escasos fallos de mercado existentes.

Apunte sobre el consumismo

Merece la pena hacer referencia a un fenómeno de gran importancia en la actualidad: el consumismo. Muchos economistas, políticos, grandes personalidades e incluso índices económicos como el PIB, sobrestiman sobremanera el efecto que el consumo tiene en la economía. Se ha demostrado que el consumo afecta a la economía tan solo un tercio, mientras que la producción, la investigación y el diseño lo hace dos tercios. Y es que solo basta con el siguiente ejemplo para comprender esta idea en su totalidad. Muchos países con índices de desarrollo reducidos pueden presentar una tasa de consumo exuberante. La diferencia entra las naciones ricas y pobres es que las primeras han diseñado, invertido y ahorrado para conseguir bienes de mayor calidad que, no obstante, han requerido mayor tiempo en la fabricación de los mismos. Por lo tanto, el consumismo, sobrevalorado enormemente (debido, en parte, por influencia keynesiana), no produce desarrollo económico alguno.

Fin de la obsolescencia programada, ¿fin del crecimiento?

Ahora bien, ¿es posible, entonces, que el capitalismo siga floreciente sin la cultura del consumismo? Por supuesto. Es más, de convertir en inexistente la obsolescencia programada, el sistema económico avanzaría varios peldaños, aumentando la potencialidad vital de la sociedad en general, aprovechando los recursos y exprimiendo todas las posibilidades existentes.

Imaginemos que las bombillas, impresoras, ordenadores, automóviles y, en general, todo tipo de producto tiene una vida de varios cientos de años. La sociedad tendrá ya esas necesidades cubiertas y, por consiguiente, tendrá que dedicarse a cubrir otras necesidades más elevadas (erradicación de la pobreza, desarrollo de nuevos productos, mayores recursos destinados a la investigación, etc). Por ejemplo, y como analogía, la necesidad de oxígeno, al tenerla cubierta, no necesitamos una empresa que nos lo proporcione y, por tanto, ese trabajo que podría dedicarse a producir oxígeno se dedica a otros ámbitos (producción de comida, automóviles, etcétera).

Las empresas que ahora utilizan la obsolescencia programada dejarán de obtener los beneficios actuales, convirtiéndose en empresas de pequeñas dimensiones, pero que, como ya he dicho anteriormente, este proceso, logrará una liberación de recursos que podrían destinarse a otras actividades. Por eso es un fallo de mercado, una externalidad, ya que el beneficio individual, en este caso, no coincide con el social. Se trata, en definitiva, de que en lugar de producir siempre lo mismo (porque tendrá que reponerse), se produzca otro tipo de bienes deseados por la sociedad. Entonces, los factores que se dedican a la producción de bienes con obsolescencia programada, al quedar libres, se redistribuirán a otras actividades, por ejemplo, en el sector servicios o implementar el bienestar en África.

Por tanto, la obsolescencia programada a la que nos hemos referido constituye un círculo vicioso, donde el dinero circula, y que genera crecimiento económico; pero que no produce desarrollo, ni aumenta los niveles de bienestar. Y, por tanto, la prohibición del mismo no producirá desempleo, descenso en la producción o decrecimiento económico, sino una redistribución de los recursos que se dirigirán a lugares en donde su trabajo generará un rendimiento de mayor valor.

Destinemos todos los esfuerzos a producir y desarrollar lo que no hay, en lugar de lo que ya está producido

Keynes, bastión del consumismo

Y es que no se trata de colocar a la mano de obra o de iniciar un trabajo, por el mero hecho de crear un puesto de trabajo o abrir una empresa. El desarrollo económico consiste en transformar la naturaleza, dándole mayor valor a la misma; incrementar la cantidad y calidad de conocimiento de la sociedad; incrementar el grado de libertad de la misma; mejorar las condiciones higiénico-sanitarias, aumentando, en consecuencia, la esperanza de vida y el crecimiento natural de la población. Nada que ver con el aumento del consumo, o con el movimiento circular del dinero, como Keynes quería.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (V)

Respuesta a las objeciones: Ciclos económicos (II)

En el fascículo anterior  explicamos que las crisis económicas son tan incompatibles con el capitalismo laissez-faire como lo son el agua y el aceite. Además, que éstas se deben al intervencionismo que se inmiscuye en el mercado y que, mientras siga vigente el socialismo, las crisis serán periódicas.

Hace menos de una semana que, en el parlamento de Inglaterra, loa conservadores han presentado una propuesta para que la economía se atenga a los principios generales del derecho: un coeficiente de reserva fraccionaria del 100%, es decir, que los propietarios del dinero tengan a su disposición la totalidad del dinero, sin ningún tipo de condición. De aceptarse esta propuesta –como sabrán– los ciclos económicos cesarían y la función de crecimiento de la economía sería creciente hasta el infinito. Se trata, pues, de una medida anticíclica.

Esta ley no es nueva. En 1844, los economistas se percataron del mismo problema y se intentó eliminar la reserva fraccionaria. Sin embargo, esta ley, conocida como ley de Peel, conminó a los bancos guardaran (y no prestaran) el dinero de sus clientes. Sin embargo, se produjo un lapsus, a saber: el sistema bancario seguía disfrutando de la posibilidad de crear dinero ficticio en las cuentas corrientes. En la época se pensaba que las cuentas corrientes no provocarían problema alguno, pero no fue así. El despiste permitió que los bancos continuasen ocasionando el problema y, tal despiste, inició dos siglos de un sistema bancario indecente, que permanece incólume, al presentarse como víctima cuando, en verdad, se trata del causante.

Si, finalmente, se ratificara esta ley en el Reino Unido, su economía dejará de presentar ciclos y, en consecuencia, no habrá auges, ni burbujas, ni crisis. Evidentemente, el crecimiento económico será muy pobre; pero, a medio y largo plazo, la sociedad inglesa llegará a un nivel cada vez más alto, pues se ahorrará la destrucción que provoca una crisis. Por consiguiente, la ley cobrará fama internacional, extendiéndose al resto de países que, con toda probabilidad, no tardarían en percatarse de los beneficios ocasionados. La abolición de la esclavitud fue un gran paso que la humanidad inició hacia la justicia; éste paso que está a punto de iniciarse, supondrá un gran avance por la senda hacia la justicia, hacia el fin del socialismo.

Claramente, el que achaca los problemas ocasionados por los ciclos económicos al sistema económico capitalista, se da de bruces con la realidad. Y el sociata que critique esta cuestión, se criticará a sí mismo. Aunque, hay que decirlo, ningún político critica los ciclos económicos y se jactan de sus medidas procíclicas: el baluarte de los políticos, en lo que a economía respecta, suele ser el señor Keynes.

En el presente fascículo terminaré de desgranar la fisonomía de los ciclos económicos: las consecuencias que se desencadenarían al abolir el coeficiente de reserva fraccionaria. Si bien en la entrada anterior traté, principalmente, de los ciclos económicos, en esta hablaremos del papel que protagonizan los bancos centrales en el panorama económico mundial y, como no podía ser de otra manera, del patrón oro.

Los bancos centrales

Ante todo, hay que decir que el sistema bancario es el más intervenido del planeta. La banca, a día de hoy, es la fusión de política y economía, estableciendo una aleación ciertamente inestable. Esta es una de las razones que explican la confusión entre sistema político y económico. Como ejemplo, en España tenemos el mejor de ellos: el esperpento de las cajas de ahorros. Un escándalo de tal magnitud que la dirección de las cajas se reparte entre los políticos, como si de caramelos se tratase.

Dejando a España a un lado, actualmente, la economía se rige principalmente por los bancos centrales. En Europa, por ejemplo, la política monetaria es controlada por el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC). Con anterioridad era controlado por el gobierno de cada país y, ahora, por el SEBC; en términos teóricos el mismo perro con distinto collar, pues el nivel de intervencionismo es el mismo.

Y es que los bancos centrales son las instituciones de control económico por antonomasia. Como dicen los teóricos, se dedican a atacar los síntomas de las crisis, pero no la enfermedad, a saber, las políticas procíclicas. Por ejemplo, varían, principalmente, la oferta monetaria, los tipos de interés y la inflacción. Esta es la tarea fundamental del Banco Europeo, la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el de Japón. Este control repercute en nuestra vida diaria constantemente, por ejemplo, el paradigma de las hipotecas.

Además, existe un contubernio entre los bancos centrales y los políticos, al compartir intereses: las dos instituciones animan las burbujas, engendrando las simientes de una crisis futura. A los Estados les conviene que la inflacción se mantenga a unos niveles altos, ya que grava el ahorro y favorece el gasto, dogma keynesiano. Con altas tasas de inflacción, el dinero pierde valor: lo que hoy vale 20 €, mañana valdrá 40€. De este modo, el valor de la deuda pública estatal se reduce con el tiempo, por arte de magia. Así, los Estados no les importa el despilfarro y la emisión de deuda pública -como hemos visto en España, hasta hace unos meses-, mientras el aumento de los precios se mantenga constante. Las economías cíclicas -como las de ahora- son adictas a la inflacción.

Los bancos centrales también asumen otro papel: el de salvavidas. Cuando se desencadena una catástrofe económica, los bancos centrales acuden, para ayudar a todo el sistema bancario a resistir la tempestad. Adquieren dinero, para, luego, en un momento crítico, inundar el mercado de recursos pecuniarios. Pero lo curioso es la manera de recaudar el dinero: lo fabrican. O sea, que no solamente el sistema bancario crea dinero ficticio, provocando una crisis crediticia, sino que los bancos centrales, para salir de la crisis, crean dinero de la nada, enciendiendo la máquina de hacer billetes. Así funciona la macroeconomía del siglo XXI.  Los bancos centrales en un momento de depresión elevan la oferta monetaria, aumentando la inflacción y repartiendo injusticia por doquier.

Inyección del dinero

La inyección de dinero en el mercado por parte de los bancos centrales desentraña, como veremos, una tremenda injusticia, como la mayoría de las acciones intervencionismas, que no favorecen el libre mercado. Este proceso no se produce como el grueso de la población cree: la intuición nos dice que, cuando un determinado organismo decide aumentar el dinero que hay en circulación, producirá más billetes y los repartirá por el mercado; ya está. Pero, tras esta visión intuitiva, se esconde la verdadera injusticia.

Si el nuevo dinero fabricado se reparte equitativamente a todos los agentes del mercado, los efectos de la inyección son nulos. Si a todos los individuos se les entrega un millón de euros, su capacidad aquisitiva será exactamente la misma, el único efecto producido serña la caída del valor del dinero (interés) o variación el los precios (casi siempre, inflacción). Por esto, para que en la inyección se produzcan los efectos perseguidos, necesariamente se tiene que producir una situación injusta: el dinero nuevo se reparte a unos pocos, que están en una situación de ventaja con respecto a los demás. Con el nuevo dinero en mano, éstos invierten y, así, el dinero producido se expande, paulatinamente, por la sociedad, al tiempo que, poco a poco, la divisa va disminuyendo su valor.

La oferta monetaria está relacionada con la inflacción y el consumo. Lo que los bancos centrales quieren es, conjungando las distintas variables, modificar, a su modo de ver, los comportamientos de los consumidores.

Patrón oro

Cámaras de oro

El culmen del conjunto de reformas para acabar con los ciclos económicos, se poducirá al instaurar el patrón oro en la economía. El patrón oro, el respaldo de los billetes en determinada cantidad de oro, lo que pretende es regular la oferta monetaria, impidiendo procesos dinerarios tan perniciosos para el capitalismo como la inyección de dinero o la creación de dinero bancario.

Al estar todo el dinero respaldado por oro, en las cámaras acorazadas de los bancos, los procesos injustos, desestabilizadores y perniciosos, tanto para el mercado como para la sociedad, serán irralizables. Es decir, para aumentar el dinero en circulación, debe aumentar el oro en las cámaras acorazadas. Como todos sabemos, el oro es un producto muy estable, que crece entorno al 1% al año. Y, como vimos en anteriores fascículos, las crisis económicas se producían por la mezcolanza entre liberalismo e intervencionismo. El patón oro imposibilitaría  el intervencionismo, dejando un capitalismo puro, sin crisis económicas, sin injusticias.

Esta medida pondrá el broche de oro, nunca mejor dicho, al capitalismo, haciendo una sociedad más justa y menos irracional. Al menos, en el Reino Unido, se ha dado el primer paso.

Para más información: 100% + patrón oro; http://www.libertaddigital.com/opinion/autores-invitados/ayer-fue-un-dia-historico-56262/