El derecho espurio

El ámbito que tiene más repercusión de todos, en cualesquiera intersticios, de la sociedad ése es sin duda el derecho. El derecho permite la la fructífera relación entre todos los individuos de la sociedad (e incluso de la humanidad). Así como en un juego de mesa sin las reglas del juego no podríamos divertirnos, la sociedad sin derecho correría un grave peligro de extinción. ¿Qué sería de nosotros si matar a un conciudadano no acarreara ningún castigo? ¿En qué derivaría la especie humana si pudieramos apropiarnos indebidamente de los bienes ajenos?

El derecho, por tanto, es una institución. Es una institución en el sentido de que es inherente al ser humano y que se va perfeccionando con el paso del tiempo; es decir, todo ser humano ayuda, con el uso de las normas, derechos y leyes, a la evolución del derecho; generación tras generación va haciéndose más adecuado a la especie humana. El lenguaje, por ejemplo, es otra institución, la cual, va evolucionando a medida que se va usando o aumenta el número de hablantes.

Por este motivo, las leyes prístinas eran poco adecuadas. Por ejemplo, la ley del «ojo por ojo y diente por diente» estuvo en vigor durante un tiempo. Obviamente, la experiencia demostró la injusticia de la Ley del Talión y esta experiencia servirá a toda la posteridad.

Este campo trata, por consiguiente, de adecuar las normas de la sociedad de la mejor forma posible a la naturaleza humana, para extraer el máximo provecho de la relación interindividual. La tecnología por ejemplo, al igual que el derecho, se va construyendo sobre lo ya construído; o sea, que, partiendo de un ordenador con una dimensión de varias habitaciones y de poca capacidad, se llega a un ordenador portátil o un iPad. Y éste iPad satisface mejor las necesidades intrínsecas del ser humano, que el primero, del mismo modo que dentro de unos años el próximo dispositivo lo hará en mayor medida.

Así las cosas, podemos concluir que el derecho no está fundamentado en una convención entre individuos (mediante nomos) o, incluso no es consuetudinario (no lo es porque pueden estar en vigor leyes mucho tiempo, que no estén al servicio de la humanidad). Entonces, podemos hablar de ius naturalism; es decir, del derecho natural, en virtud del cual, las leyes son innatas en el ser humano y éste trata de descubrirlas. Y, para ello, nada mejor que la neurología o cualesquiera ciencias médicas, que traten de la naturaleza humana.

No obstante, es recurrente que los gobernantes utilicen la legislación, que no es una institución, decidida por libre albedrío por un conjunto de personas aisladas en un parlamento. Así el elegido democráticamente genocida alemán, Adolf Hitler, implementó la «ley» de que el único punto de vista válido sobre las obras de arte era el suyo propio. Esta «norma» no está al servicio de la humanidad. Cuando una serie de personas imponen el derecho de la sociedad, se está produciendo la misma aberración que si la RAE impusiera las normas del lenguaje español. Podemos corroborar esta tesis, con el caso particular de la última «ley» aprobada por el Consejo de Ministros que reduce el límite de velocidad, para ahorrar gasolina.

En definitiva, el derecho, surgido de las aportaciones históricas de todas las generaciones, suele ser corrompido por los legisladores que deciden ah hoc normas concretas (y no generales, como, por ejemplo, no matar o no robar) de comportamiento. En realidad, podemos resumir todo esto en la siguiente frase: un mandato no debería formar parte del derecho.

Separados y revueltos en el campo

Hay semillas que terminan en malas hierbas, pudiendo ocasionar una cosecha insatisfactoria. Todo buen jardinero debe saber qué hacer para que sólo germinen las buenas semillas: regar éstas e impedir que germinen las otras. Y en caso de descuido, arrancar de raíz las malas hierbas. Ahora bien: no es un descuido que las malas yerbas terminen creciendo frondosamente por el campo y que terminen separando las huertas del maíz forrajero (típico del Norte) con la de los girasoles (típico del Sur). En este campo no se puede decir que haya un buen jardinero, ni siquiera un jardinero.

Análogamente, esta es la fisonomía de España. El jardinero representa a los políticos que han regado y cuidado meticulosamente el germen,  precedido por la guerra civil, de la bifurcación española. Mas este problema ha estado muy presente en las características históricas de España: la antedicha guerra civil, las guerras carlistas… Creíase, en la transición democrática, que esta enfermedad endémica ya estaba superada, pero la simiente seguía ahí latente. El origen del actual problema gira, como en la teoría de la gravitación, en torno a la asimetría de la política autonómica: privilegios para determinados reinos de España y alejamiento en los estatutos autonómicos de la Constitución. Las malas yerbas están ya demasiado creciditas. ¿Cómo puede una persona, en función del territorio donde viva, tener más influencia en el voto? ¿Cómo puede haber estado un Estatuto inconstitucional vigente, cuando casi todos los legisladores son licenciados en Derecho? ¿Cómo puede recibir una comunidad autónoma pobre menos dinero que otra rica? ¿Por qué se multa a los que hablen en español? ¿Por qué se tiene miedo en lugares de España?

Vivimos en un tiempo de masas. Esto no sólo ocurre en España -como podrán comprobar gracias al mundial-, sino en todo el mundo y viene gestándose desde hace casi cien años. La ley de Lynch nació en América.  El grueso de la población no tiene opinión, pero la opinión pública es necesaria para que el Estado siga vivo. Por eso, desde el Estado, se impone una opinión a diestro y siniestro. En el caso actual, los políticos han creado meticulosamente un sistema para poder manipular a la población. Esto trae como resultado que los dirigentes «encienden la mecha» y, seguidamente, explota.  Estoy convencido que todos los manifestantes de hoy están manipulados y, lo que es peor, educados para hacer lo que dicta «su» opción política.

Hoy, hay una clara dicotomía que hace estremecer a cualquier vaticinador: manifestaciones y contramanifestaciones en un mismo momento. Los partidos ‘catalanistas’ han salido a la calle para manifestar su desaprobación a un poder ecuánime e independiente a él. Pero, por otro lado, se ha convocado en acto en defensa del orden constitucional. ¡Vaya, dos opciones contrarias manifestadas en la calle! Lo peor es que es una manifestación de hombres-masa, que son manejados por el político de turno, en contra de la justicia. Únicamente no se desmorona el Estado, ni la Nación, sino el poder público también.

Mas, lo que es un agravante, todo esto se produce cuando España tiene la única posibilidad de su historia de conseguir un mundial. Sí, es un agravante, teniendo en cuenta que el fútbol es un instrumento que mueve a las masas en estampida y, en este caso, debería de unirlas. Aun así, se están separando. ¿Puede más la política que el fútbol? Que nos conteste Paul…