Los torquemadas y el desprecio por el contexto

Nos guste o no, en todas las sociedades existen colectivos que, por una razón o por otra, viven con más dificultades, son excluidos social y laboralmente y tienen que cargar sobre sus hombros con terribles lacras. Con la llegada de la corrección política, en un intento de acallar las voces de la mala conciencia y de ocultar los problemas, amplios sectores de los grupos sociales imperantes han tratado de sustituir las palabras que designan a estos colectivos por otras que consideran neutrales y, por tanto, no ofenden a quienes designan. Sin embargo, resultan de este intento palabras vacías, carentes de coherencia conceptual y que hilan un discurso inabordable por lo vacuo de su significado.

Sin embargo, estas teorías acerca del lenguaje no han quedado relegadas a los círculos políticos y universitarios de donde surgieron, sino que han conseguido hacerse un hueco en el discurso de muchas personas. Tal es el caso que algunas editoriales están empezando a sustituir palabras que consideran ofensivas por otras aprobadas por la corrección política. Valga como ejemplo la conocida obra de Mark Twain Las aventuras de Huckelberry Finn. En ella, la palabra “nigger” aparece en más de 200 ocasiones. Hace dos años, la editorial Newsouth books decidió volver a publicar el libro sustituyendo “nigger” por “esclavo”.  La razón que se esgrimió fue que el término «nigger» es peyorativo y podía herir las sensibilidades de la población negra.

Sin embargo, las palabras no son las que hieren, sino el contexto en el que se pronuncian. Así, cuando los miembros del ku-klux-klan golpeaban a los negros a grito de “nigger”, podemos hablar de un contexto racista, y por tanto de un uso racista de la palabra. En cambio, cuando dos chavales negros se encuentra en el Bronx y se llaman “nigger” el uno al otro, estamos ante un contexto cordial y amistoso, por lo que la palabra pierde su connotación racista.

Lo mismo ocurre con la palabra “maricón” en español. Si un grupo de skinheads apalea a un travesti a gritos de “maricón”, se hace un uso homófobo. Pero yo he asistido a contextos en los que dos amigos homosexuales se han dicho “¿qué dices, maricón?” con una intención totalmente cariñosa, por lo tanto la palabra “maricón” no es homófoba per se.

Pese a la evidencia de estos hechos, sigue creciendo el número de personas que favorece la censura del lenguaje y toma los conceptos desde la entelequia de una generalidad que no existe. Las palabras no toman vida aisladas, sino unidas a un contexto que las hace válidas, por lo tanto es al caso concreto a lo que tenemos que atender para formarnos una idea de las cosas.

Las razones que llevan a censurar las palabras son esencialmente dos: por un lado, la existencia de ciertas realidades desagradables, como la pobreza, el racismo, la violencia, lleva a muchas personas a escudarse tras la aparente neutralidad de un término para ignorar la realidad. Sin embargo, esto sólo oculta la realidad en el aspecto psicológico, para ahuyentar los sentimientos de culpa, pero no hace desaparecer las realidades incómodas. Así, los nuevos eufemismos adquieren las cualidades negativas que en principio neutralizaban, como ocurrió con asilo de ancianos, que primero se transformó en hogares de la tercera edad y más tarde en centros de mayores.

Por otro lado, estas tendencias provienen, a mi juicio, de dar respuestas equivocadas a preguntas equivocadas. Se pregunta: ¿Qué opina usted de las drogas? ¿Es usted de izquierdas o de derechas? La trampa de estas preguntas radica en su simpleza. Cuando concebimos las palabras de manera aislada, la única información que tenemos de ellas es una imagen mental, estereotipada y centrada en la estética que produce, como toda imagen. Esta realidad incapacita al sujeto a la hora de profundizar en las cuestiones, pues su única herramienta analítica es la emoción que le induce la imagen evocada.

Ahora los torquemadas del lenguaje apuntan con el dedo a quienes utilizan un lenguaje desnudo y los acusan de racistas, homófobos y machistas, de no cubrir las partes pudendas con el ropaje de la autocensura. ¿Cambiarán la hoguera por un tachón en nuestras producciones? ¿Volverá a causar espanto la desnudez, lo natural y la realidad de las cosas?

Racionalización de la ignorancia o exuberancia quimérica.

La ciencia de lo inseguro –vaya oxímoron– se ha convertido en la distribuidora más importante del conocimiento del siglo XXI. Hoy no hay ninguna afirmación que contenga un porcentaje de probabilidad, hablemos de física cuántica o de juegos de cartas; el azar reina: lo inseguro es lo más seguro. Pero lo más grave de todo es que toda la estadística parte de una soberbia premisa, aceptada por casi todo el mundo: el azar existe en sí. Pero, realmente, esto es incierto. Por eso, en primer lugar, hablaré, en términos teóricos, de la imposibilidad de la independencia del azar al hombre.

Propongo el siguiente ejercicio: imaginemos dos cajas de zapatos volcadas en el suelo. Una de ellas está vacía y, la otra, oculta un balón. Podría decirse que hay un 50% de posibilidades de que la caja A contenga el balón y un 50% de que la caja B contenga el balón. Pero, ¿es realmente así? ¿No sería más cierto decir que en una caja hay un 100% de que contenga la bola y, en la otra, un 0%? En sí lo cierto es lo último, pero el ser humano no conoce dónde está la bola y, por tanto, debe trabajar con lo que conoce (o, mejor dicho, con lo que desconoce). Por tanto, hay un gran error al considerar que el azar está en la Naturaleza misma cuando no es así.

"Dios no juega a los dados"

Para explicar esto con más rigor es necesario que nos adentremos en el mundo de la física cuántica. Los defensores del azar se escudan en esta ciencia, para demostrar que el azar es natural. El principio de incertidumbre de Heisenberg establece que es imposible conocer con exactitud la posición y la velocidad de una partícula subatómica. Además, que cuanto más se conozca de la velocidad, menos se conocerá de la posición y viceversa. ¿Por qué? Porque el observador, mientras estudia la partícula, esta interfiriendo y la distorsiona, con lo que su trayectoria cambia. Por eso, la probabilidad está en la física cuántica: el hombre no puede conocer con exactitud una parte de la realidad. Ahora bien, el observador es independiente al elemento observado y, por tanto, el azar se da en el hombre y no en otra cosa. Sin embargo, hay todavía personas (y periódicos) que tienen la actitud recalcitrante de intentar contradecir a Einstein.

Por consiguiente, en rigor, la probabilidad nos permite conocer, de antemano, los resultados de un experimento del cual desconocemos alguna variable. Ésta es la teoría de la variable desconocida. Resulta imposible determinar, de forma segura, resultados como el lanzamiento de una moneda, un dado, predecir la primera carta que hay en una baraja. Porque en nuestros estudios siempre nos faltarán demasiados datos como, por ejemplo, la velocidad, el peso, el efecto, la velocidad del aire, la dirección y un indescifrable etcétera. En definitiva, la estadística juega con el desconocimiento del hombre, no con la incertidumbre de la Naturaleza.  El que no crea esto, es demasiado arrogante como para considerar inferior la Naturaleza al hombre. La conclusión lógica es que el azar no existe en sí, sino en nuestro entendimiento o, si se prefiere, en nuestra intuición. Ma las probabilidad es la racionalización de la ignorancia humana.

Decía Nietzsche que todos los grandes genios son aquellos que no creen en el azar, y no le falta razón. En efecto, una gran cantidad de insignes personalidades del conocimiento han tenido sus reticencias a la hora de creerse la jerga probabilística. Si hacemos caso a sus palabras, la actual sociedad presenta una decadencia misérrima: el mundo gira –y cada vez más- en torno al azar. La estadística está in crescendo cuando debería ser, naturalmente, todo lo contrario. En realidad, las cosas –independientes a la opinión– siguen un único camino. Einstein estaba convencido de ello y por eso ha sido –y sigue siendo– muy criticado por no aceptar el azar como algo existente en la Naturaleza. Hasta el empalago ha sido repetida la frase “Dios no juega a los dados”.

El parecido con la realidad es coincidencia

Todo se ha contaminado de un tufillo estadístico. El INE y el CIS nutren de información, cocinada a veces, a todos los periódicos, revistas e informativos. Encuestas, estudios, inferencias. Veamos lo que permanece oculto tras una afirmación del siguiente tipo: “El 55% de la población es partidaria de la abolición de la tauromaquia”. Ante todo, hay que decir que aquí hay una peligrosa generalización: a partir de una muestra del número deseado de individuos (generalmente, en España, no suelen superar el millar) se elabora una información que se aplica el resto de la población. Ojo al dato: lo que piensan mil personas es idéntico a lo que piensan más de cuarenta y cinco millones. ¡Qué eficiencia! Ahora bien, todo esto suponiendo que esas mil personas han contestado verazmente. Porque es bien conocido que una proporción bastante notoria de los encuestados miente. Si ya estos dos hechos echan por tierra la credibilidad de la inferencia, añadamos otro hecho: el de la estacionalidad. Los estudios estadísticos sociológicos tienen como objeto –casi siempre– conocer la opinión de la población acerca de algo; pero –como sabrán los neurocientíficos– nuestro cerebro está preparado para cambiar de opinión constantemente, así que lo que hoy se piensa, mañana puede no pensarse. Por ejemplo, en las encuestas acerca de la situación económica, cuando se realizan en verano, suelen dar índices de credibilidad más altos.  No porque la situación realmente mejore, sino porque en verano aumentan los niveles de dopamina y se cobra el salario extra. Sin embargo, la inferencia estadística sigue reinando en todos los ámbitos, dándose por veraces sus afirmaciones, cuando perfectamente pueden ser contrarias a la realidad.

No solamente son inexactas e inciertas las afirmaciones estadísticas, sino que influyen en la población, cambiando la opinión de toda ella. Por ejemplo, es habitual en la publicidad oír: “El 90% de las familias recomiendan el producto”. Esto, que necesariamente es inexacto en miríadas, hace que los receptores se lo crean y –posiblemente–  compren el producto. Asimismo, sucede con las encuestas relativas a la política y no es de extrañar que más de un gobierno haya manipulado las encuestas con tal de obtener réditos electorales.

Aquí también toma partida la mercadotecnia. Siempre se busca la forma de hacer el estudio, los encuestados adecuados, la formulación a la pregunta adecuada para que el estudio salga muy parecido a lo que la empresa quiere. Además, la forma de informar sobre el estudio también influye: una empresa nunca dirá: «3 de cada 8 personas están descontentas»; «siempre dirá: 5 de cada 8 personas afirman estar muy felices con este maravilloso producto».

En resolución, aceptando que el azar es creado por el hombre para que sus predicciones sobre algo desconocido sean más exactas caben dos posturas. La primera consiste en intentar descubrir todas las variables posibles, como el principio de incertidumbre. La segunda son los estudios de la estadística inferencial que se realizan por falta de tiempo o por que, de incluirse todas las variables, el estudio sería muy costoso. No obstante, la última postura se le da una credibilidad muy superior a la que, en realidad, tiene. El conocimiento con la probabilidad ya no es lo que era: la probabilidad ha pasado de ser la racionalización de la ignorancia invencible a la racionalización de la ignorancia vencible. Y esto ha supuesto una defensa tácita de la ignorancia. Algo inexacto pasa por algo exacto, estudiado y racionalizado. Esto va desgastando poco a poco la veracidad hasta el punto de que estemos sumergidos en un mundo muy diferente al que realmente es: el mito de la caverna.

Contra las alegorías

Poco se ha hablado sobre lo perjudicial que puede resultar una corrupción lingüística; es decir, cambiar completamente el significado de las palabras, pero manteniendo la misma palabra. Esto produce que la palabra tenga múltiples significados y, tertuliando, el emisor se refiera a un significado y el receptor tome otro significado distinto; o sea, produce polisemia y confusión. Otro grave problema que ocasiona es dar un significado erróneo, añadir connotaciones negativas o irreales, tomar como significado otro distinto al que la palabra se refiere realmente. Por ejemplo, el término ‘bueno’ en la antigua Grecia significaba ‘noble’, ‘aristocrático’ o ‘fuerte’ y el término ‘malo’ significaba ‘débil de espíritu’. Es decir, algo contrario a lo que hoy significa.

Este fenómeno de ‘corrupción lingüística’ también sucede en la actualidad. Por ejemplo, el término ‘Capitalismo’ se entiende con connotaciones negativas; sin embargo, el término ‘Economía de Mercado’ está bien visto. Pero lo que no se sabe es que los dos términos se refieren a la misma realidad y, créanme, el término ‘Capitalismo’ o la realidad a la que se refiere tiene denotaciones positivas. Esto es lo mismo que ocurre con la palabra religión (se cree que ser religioso es creer en dioses, cuando no es exactamente así), el termino revolución (muy utilizado por los golpistas comunistas para atenuar su golpe), el termino soberbio (soberbio significó originariamente algo magnifico; por ejemplo, aquel es un estudiante soberbio).

Esto es muy negativo en numerosos campos y, al entorpecer la comunicación, sirve como arma de manipulación. El significado, en muchas ocasiones, no coincide con el significante. Mi opinión es que debería crearse otra institución, parecida a la Real Academia Española (RAE), que controlase esta forma de corrupción; aunque esto es complejo de realizarse.

Por otro lado, también existen otros modos de corrupción como los ejemplos o las alegorías. Sucede exactamente lo mismo que la corrupción lingüística, pero aplicado a otros campos. Me estoy refiriendo a los ejemplos, analogías o, mejor dicho, a las alegorías. Es habitual recrear una situación imaginaria para explicar otra; pero que no tienen por qué tener una  relación. La gente está muy confiada en este método y, al explicarlo, el oyente se queda totalmente satisfecho; pero tal analogía puede ser errónea y por lo tanto, se trata de una manipulación. Me gustaría denominar esta realidad a la que me refiero como ‘Criterio del Ejemplo’, pues al igual que existe el ‘Criterio de Autoridad’, en el que otorgamos más importancia a la persona que afirma algo que a su afirmación, también damos por válido un razonamiento cuando se utiliza una analogía.

Aunque la mayoría de estas analogías sirven más para manipular que para informal, es verdad que existen analogías muy buenas y con una gran relación con la realidad que quiere explicar; una de ellas sería el mito de la caverna. Pero, como digo, la mayoría no son lo útiles o reales que nosotros pensamos. Pondré ahora unas dos alegorías en las que se muestra claramente que se intenta convencer de algo falso mediante este método.

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo.  La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega  ¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra».

Como vemos esta es una de las muchas alegorías o parábolas que utilizaba Jesús para manipular a la población y ¡vaya que si le sirvió! Concretamente, en la Biblia se encuentran 54 parábolas como estas y es que está claro que cuando se quiere mentir no se puede utilizar la realidad y hay que recurrir a método manipuladores como este. Aunque he de reconocer que estos métodos son demasiado sutiles y por ende, manipuladores.

Otra de las analogías que reflejan perfectamente lo que yo afirmo:

«El nacismo es como un cáncer, como una enfermedad, como una podredura de una manzana. Cuando una manzana está podrida, hay que eliminar la zona mala; lo mismo sucede con el cáncer; las células muertas hay que extirparlas; hay que eliminar enfermedades. Hay que matar a los defensores de tal movimiento, pues este es una enfermedad».

Claramente o de entrada, a cualquiera le parecerían algunos aspectos de esta analogía respetables, pero no es así. Primero, como vemos, el nacismo no es un cáncer, ya que tal ideología puede eliminarse incluso haciéndole el menor caso posible; además puede resolverse mediante educación. Por otro lado, no creo que los pequeñísimos grupos neofascistas sean un peligro para la humanidad. Segundo, no es comparable (como sucede en la mayoría de las alegorías) personas con células o manzanas, pues matar células no es lo mismo que matar a personas.

Sorprendentemente, escribiendo este artículo he buscado información en Internet sobre las parábolas de Jesús y me he encontrado con la decisión que Calderón de la Barca realizo de las alegorías:

La alegoría no es más

que un espejo que traslada

lo que es con lo que no es,

y está toda su elegancia

en que salga parecida

tanto la copia en la tabla,

que el que está mirando a una

piense que está viendo a entrambas.

Básicamente en este texto está diciendo lo que yo he dicho, lo que yo pienso; una alegoría es transformar sutilmente la realidad, hacerlo con elegancia para que nadie lo descubra. En palabras del propio poeta: «Alegoría: espejo que traslada lo que es con lo que no es». ¡Qué razón tiene nuestro refrán al decir que las comparaciones son odiosas… !


Objetivo del lenguaje.

En este artículo trataré la siguiente cuestión: cuál debe ser la finalidad del lenguaje. Para empezar, diferenciaré dos tipos de lenguaje: el informativo o comunicativo y el literario.

Dicho lo cual, considero que el objetivo primordial de nuestras estructuras sintácticas (lenguaje) es comunicar una información. Los primeros homínidos lo hacían, algunos animales utilizan un lenguaje (aunque no sintáctico) también para intercambiar información. Los recién nacidos utilizan el llanto, más tarde las primeras palabras; con eso ya comunican suficiente información. En resumen, el lenguaje tiene como finalidad primera la transmisión de contenidos, de información.

Por tanto, ¿qué lenguaje es más importate, el literario o el informativo? ¿qué es más importante, la forma o el contenido? El lenguaje informativo es taxativamente más importante. El contenido refleja el pensamieto, los conceptos, las ideas; es objetivo. La forma (el continente) refleja belleza o hermosura, la musicalidad, el ritmo; es subjetivo.

Me gustaría asimismo hacer referencia a determinadas corrientes lingüisticas como el modernismo o el parnasianismo. Su frase emblemática era: «el arte por el arte«, es decir, crear únicamente belleza obviando el contenido. Esto es empezar la casa por el tejado. Lo primero y lo más importante (contenido) debe cuidarse antes, más y mejor que la forma. En definitiva, el contenido es necesario y la forma es supérflua. Dicho de otro modo: el contenido es esencia y la forma es apariencia. Y muchas veces, las apariencias engañan.

Una vez que ya he dejado claro el objetivo primero que debe perseguir el lenguaje, voy resaltar  los aspectos específicos de los que se debe ocupar el lenguaje informativo.

Primero: intentar utilizar el menor número de recursos expresivos.

Segundo: utilizar en abundancia los sustantivos en detrimento de los adjetivos; llegar al contenido en sí, a lo objetivo, a la esencia de las cosas. Igual que pretendió Juan Ramón Jiménez.  Esto puede tener como consecuencia un lenguaje algo más complejo intelectualmente, pero que podrá hacerse sencillo más tarde.

Tercero: ser consiso, claro y natural. Intentar utilizar las palabras de la forma menos retórica posible; que pueda entenderlo el mayor número de personas. Un estilo periodístico, pues lo primordial es comunicar un contenido al mayor número de personas.

Cuarto: Los adverbios quedarían en segundo lugar, pues en muchas ocasiones son necesarios para entender el mensaje.

Quinto: asimismo los adjetivos tampoco pueden eliminarse al máximo, pero podrían obviarse todo aquel adjetivo que sea mínimamente subjetivo o supérfluo. Los adjetivos sustantivados, por ejemplo, son los que deberían mantenerse. También es preferible una proposición subordinada adjetiva que un adjetivo.

Sexto: Ilustrar el mensaje con ejemplos e iconografía. Además, explicar lo mismo de otra forma en algunas ocasiones, ya que así habrá más personas que accedan al concepto del que se quiere informar.

Por último, me gustaría dejar una apreciación subjetiva. Considero que un lenguaje tan sencillo como el que he planteado aquí, con un contenido posiblemente complejo resulta difícil de crear, pues se tiene que explicar algo difícil de forma fácil. Por eso es por lo que se necesitaría más tiempo en crear un mensaje asequible, conciso y breve (lo bueno si breve, dos veces bueno) que el  dedicado a un mensaje difícil y largo.

«El sustantivo es la virtud; el adjetivo, el vicio. Como el vicio, el adjetivo nos atrae, sensual, chocante, femenino. ¡Y caemos en él tan a gusto, tan a gusto, tan a gusto! Toda la obra está llena de adjetivos como la vida de caídas. Frente a la aurora, uno se propone no caer, pero ¡quién puede liberarse de las redes de la siesta, del ocaso, de la noche! El sustantivo es la verdad propia. El adjetivo es lo otro, los otros, otro todo, todo, todo.»

Juan Ramón Jiménez (España, 1881-1958), Premio Nobel de Literatura en 1956.

¡Hay que hablar bien por uebos!

No se asusten ustedes; tranquilícense, que el título de esta entrada no atenta ni contra la ortografía académica oficial, ni contra las formas o costumbres bienhablantes al uso. Concluirán una vez más que «no hay palabra mal dicha si no es mal interpretada»

Hace muy pocos años, los medios de comunicación divulgaron una curiosísima noticia. Un juez se querelló por desacato contra un abogado porque éste le había espetado algo así como que la sentencia que acababa de dictar debía ser revocada «por huevos»; o al menos eso es lo que entendió el susodicho juez, ya que el abogado negó cualquier actitud irrespetuosa y, amparándose en el DRAE, puntualizó que lo que él había dicho era que la sentencia en cuestión debía ser revocada «por uebos», así, sin hache y con be.

Efectivamente, el DRAE recoge el vocablo uebos y lo define como «necesidad, cosa necesaria» Se trata de un arcaísmo cuyo origen etimológico se encuentra en la palabra latina opus, que con el verbo esse y un dativo adquiría en la lengua de Horacio el valor semántico de ‘necesidad’. En esta misma estructura, calcada del latín, lo encontramos en el castellano antiguo en frases como «uebos me es» (literalmente, ‘es necesidad para mí’, es decir, ‘necesito’): nunqua lis era uebos buscar otra mengía (‘nunca necesitaban buscar otra medicina’), escribe Berceo en la Vida de San Millán. De ahí pasó a usarse, con el mismo valor, en cualquier otra construcción sintáctica: Nos huebos avemos en todo de ganar algo (‘nosotros necesitamos tener ganancias en todo’), leemos en el Poema de Mio Cid; posibilidad que ya tenía opus en los textos latinos o semirromanceados de la Edad Media: per ad opus de illo señor (‘para las necesidades del señor’) se redacta en el Fuero de Logroño, de 1095.

Como se ve, en los textos medievales nuestra palabra aparece escrita sin hache y con ella. Por eso el DRAE la admite de las dos formas, si bien prefiere uebos por ser la grafía más antigua y, sobre todo, por marcar más claramente las diferencias con huevos.

En conclusión: cuando tenga usted ganas de desahogarse sin quedar mal, suelte un «uebos» fuerte y sonoro. Se sentirá mejor. Pero ¡ojo!: especifique que se escribe sin hache y, sobre todo, con be. Así, sus oyentes no tendrán más remedio que considerarlo como persona culta y bienhablada. Y es que hay que hablar bien por necesidad, o sea, por uebos.

La comunicación

     En todo el reino animal está presente la comunicación que puede ser de cualquier tipo. Según argumenta el científico Kinght la educación surge del juego, cuando un gatito comienza a jugar con otro gatito aunque no lo  crean se están interrelacionando, se están comunicando, están pensando en el otro gatito. Por eso, es tan importante jugar con con los bebés recién nacidos. Existe una gran diferencia entre la comunicación animal y la humana, los seres humanos podemos fingir y mentir pero, en cambio, los animales no pueden hacerlo. Cuando sienten hambre emiten siempre el mismo sonido, los gatos cuando están agusto siempre ronronean pero nosotros podemos fingir. En otras palabras, que los animales no saben mentir pero los humanos sí, de ahí que nos confundamos a menudo. Prueba de ello son los políticos.

    Científicamente, se ha demostrado que la comunicación humana no son todo palabras. Las palabras solo transmiten el 7% del mensaje, el todo de voz entre el 20 y el 30, y el resto de nuestro cuerpo, especialmente el rostro, entre el 60 y el 80. La conclusión es que el 93 por ciento del mensaje se transmite por comunicación no verbal.  Resulta, por tanto, lógico que los seres humanos piensen que todo puedan comunicarlo sin dejarse nada en el tintero pero, a veces, por mucho que se intente no podemos comunicar todos y cada uno de nuestro sentimientos. Estos tan difíciles de expresarlos, se expresan de forma abstracta que, a mi modo de ver, es la forma que mejor transmite. Como puede ser un poema metafórico, un cuadro abstracto o una música sin canción. Evidentemente, también es importante el interprete del mensaje ya que gracias a nuestros intérpretes o receptores de nuestro mensaje podemos comunicarnos. En muchas ocasiones, si existe una buena persona intérprete, una mirada dice muchísimo más que, por ejemplo, un poema y esto no es ni mucho menos que un tópico. De no existir leyes comunicativas ni receptores la comunicación no sería viable. Me viene a la mente una de las clases de Lengua y Literatura en la que Virginia, la mejor profesora de la susodicha materia que he tenido, explicaba que realizó un teatro con una sola palabra y todo el mundo comprendió el mensaje perfectamente.

    Científicos como Kinght y Eduardo Punset afirman que las palabras transmiten un mensaje pero no son demasiado importantes. Ellos dicen que hablando la gente no se entiende la mayoría de las veces sino que se confunde. Pero hay que hacer una distinción, la comunicación mediante palabras es importantísima para comunicarnos con el pasado ya que sin las palabras no existirían los libros y sin ellos sabríamos muchísimo menos de nuestros antepasados. Por tanto, todo está en los libros.

Políticamente correcto, gramáticalmente bárbaro

A lo largo de la última década, y sobre todo desde la era Zapatero, se ha venido haciendo un mal uso del castellano en los medios de comunicación. Varios son los motivos que han impulsado esta catástrofe lingüística:

El primero de ellos es la consecuencia del sistema educativo más deficiente del mundo desarrollado, que ha hecho de los estudiantes una panda de borregos, por supuesto con sus excepciones. En las últimas leyes educativas los gobernantes se han olvidado de que cuanto más dura es la educación, se produce una mayor mejora. Esto está empíricamente demostrado. Los colegios más prestigiosos son los de más difícil acceso, y no aquellos que ostentan el mayor número de aprobados. Si se endureciera la educación, es verdad que al principio aumentaría el fracaso escolar, pero a la larga lograríamos reforzar la base de una sociedad futura que tendrá que enfrentarse a los avances próximos del siglo XXI.

Otro de ellos surgió del teatrillo progre para crear nuevas bolsas de electores, me refiero a la ley de «miembros y miembras» que lleva ya varios años contaminando nuestro idioma. Somos supervivientes de la LOGSE, por lo tanto, partamos desde el principio. Según estos individuos, cuando utilizan el plural, usan también el femenino, supuestamente con el fin de que las mujeres no se sientan discriminadas. Bien, hasta aquí estaría de acuerdo, pero es que están totalmente equivocados. El español viene del latín y el griego, y en estas lenguas podemos encontrar palabras masculinas, femeninas y neutras. Por influencia de estas lenguas clásicas, el masculino español abarca tanto al masculino como al femenino, así que no hay necesidad de gastar saliva y recurrir también al femenino, básicamente porque ya está incluido, es más, y creo que toda la gente medianamente culta se habrá dado cuenta, esto resulta ridículo y estúpido. El problema es que a nadie le han explicado estos detalles y podemos ver a políticos ignorantes con la típica frase recurrente de «ciudadanos y ciudadanas, españoles y españolas», quizás desconozca que este hecho le resta credibilidad.

Generalmente, se suele criticar al latín y al griego desde sectores feminazis y de políticos calzonazos y demagogos. Según cuentan estas activistas de pacotilla, que no hacen más que perjudicar a la mujer, el latín es una lengua muerta y machista, y debemos renunciar a ella. Esta actitud es merecedora de destierro tanto del país como de la lengua. Piden la introducción en la RAE de ciertas palabras que sólo utilizan ellos, ignorando que la RAE recoge lo que se habla, y no lo que se impone, aunque preveo que tarde o temprano se apoderarán de la RAE las hordas ignorantes.

Yo, por mi parte, seguiré hablando esta gran lengua defendiendo sus raíces latinas.

Zapatinglish

Aquí vemos una nueva muestra de los problemas que tiene ZP para comunicarse con los demás países.