La pobreza paradójica

«Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas»  Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976

En tiempos de crisis, la pobreza suele aflorar más que nunca. Se hace más palpable. Y nos hace recapacitar sobre ella y todo lo que le concierne. Es terrible observar que, en un país supuestamente desarrollado, más de cinco millones de personas (el 10 % de la población total) busquen trabajo y no lo encuentren. Lapidario es saber que algunos de tus conocidos tienen que vender su vivienda por no poder pagarla e irse a vivir a la calle.

Minimizar al máximo la pobreza debe ser uno de los objetivos fundamentales de todo país. Evitar la penuria debe ser el primer paso. Por ello, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es erradicar, de una vez por todas, la pobreza en el mundo. El objetivo de este artículo es, pues, una revisión al concepto de pobreza y propuesta de solución a la misma.

Ante todo, hay que tener en mente que la pobreza no es algo nuevo, traído por la modernidad, fruto de la globalización o el capitalismo. Por ejemplo, en la Edad Media, casi toda la población europea vivía en condiciones de pobreza extrema y continuada. Además, se sucedían épocas de hambruna y epidemias repetitivas que segaban a gran parte de la población en poco tiempo; en definitiva, nunca antes la población mundial ha estado tan rica. Los movimientos antiglobalización, por ejemplo, pinchan en hueso al oponerse a ella con el objeto de reducir la pobreza, puesto que es la globalización la única que lo ha logrado.

Como vemos en este gráfico, en el año 1959, casi el 22% de la población mundial vivía con menos de un dólar y medio al día. Ni que decir tiene que en épocas anteriores las condiciones eran aún más penosas. A medida que el mundo se fue globalizando e industrializando la situación iba mejorando: actualmente, un 10% de la población mundial, a lo sumo, vive en condiciones de pobreza.

De ese 10% de pobreza mundial, África participa en un 50%; es decir, la pobreza de los países industrializados representa, a duras penas, el 2% mundial. Además, podemos observar que los países recientemente industrializados (los asiáticos: Taiwán, Hong Kong, China, Corea del Sur, Japón, etc.) han reducido -también recientemente- sus índices de pobreza. Existe una gran correlación entre industrialización y mínimos índices de pobreza. La historia económica así lo demuestra, y como dice Jacque Fresco: «sin tecnología, recaeríamos en el esclavismo».

En este sentido, África se encuentra actualmente en una encrucijada. Es uno de los escasos territorios que continúan aún en el pauperismo (pobreza persistente), y todavía no se ha industrializado. Las actuales revueltas en países africanos como Libia o Egipto buscan derrocar a sus tiranos (los cuales se apropiaban de la mayoría de la riqueza del país), para lograr la libertad política y económica, un camino firme hacia la industrialización.  Podemos admitir, en consecuencia, que el camino más factible para erradicar el hambre es abrir paso al libre mercado y a la globalización.

Ahora bien, si la industrialización llega, manu militari, del Estado, el resultado es bien distinto. En primer lugar, ninguna persona humana está capacitada para saber qué empresas abrir, en qué lugares, cómo hacerlo o en qué proporción. Al no poder hacerse con la información del mercado (o la sociedad), se abrirán empresas que no serán viables (que la gente no demandará) y, así, lo único que se conseguirá es desperdiciar recursos. En segundo lugar, la fuerza que generan las acciones individuales de la sociedad supera por mucho las decisiones de un gobernante. Por este motivo, el proceso de industrialización de la extinta Unión Soviética, preconizado por Stalin, no fue precisamente gallardo: mientras se lanzó el Sputnik, casi toda la población vivía en condiciones de penuria. El Gosplan u el organismo de planificación central no reduce tampoco la pobreza. Así las cosas, la industrialización, cuánto más libre de estatismo, más efecto surtirá en la pobreza.

La riqueza de las naciones se explica por la libertad económica, la tecnología y, por extensión, en la productividad. No obstante, los continuados esfuerzos estatistas para generar igualdad desembocan en el crecimiento de la pobreza. Por ejemplo, para aumentar el subsidio de desempleo hay que aumentar los impuestos; o sea, que los trabajadores, al menos en parte, mantienen a los desempleados. Se trata de un desincentivo al trabajo. Si bien en el mismo instante en el que se ofrecen subsidios los desfavorecidos aumentan su bienestar, la economía se va resintiendo poco a poco, pues el desempleo va creciendo, y cada vez son más los subsidios demandados, mientras que la recaudación del Estado disminuye. Así cayó el Imperio Romano. Cuando los emperadores romanos pensaron que su rico y vasto imperio era ilimitado, decidieron ofrecer la ciudadanía romana a todo habitante del imperio, con los privilegios que ello conllevaba. Panem et circences (pan y circo, gratis) era el lema del antigüo Estado del bienestar romano. Los productores de trigo decidieron cerrar sus fábricas, pues el pan era ofrecido gratuitamente. Y la población no paraba de crecer, pues los inmigrantes entraban a borbotones a beneficiarse de tal caridad. Las arcas del imperio romano quedaron exhaustas en muy poco tiempo y se inició el declive del imperio.

Según las cifras del Banco Mundial y la ONU, podemos hallar una correlación muy reducida entre libertad económica e igualdad, como puede observarse en los índices de arriba. Sin embargo, la población vive mejor, en lo que respecta a bienestar económico, con libertad económica.

Por ello, insisto, el único remedio contra la pobreza es libertad económica e industrialización. Las ayudas sociales adolecen de miopía, pues, tras los beneficios instantáneos, engendran las simientes del paro, quiebra y penuria. Dicho de otra forma: las consecuencias del Estado del bienestar son las contrarias a las buscadas por el Estado; es decir, la ayuda a la pobreza genera pobreza. Como ejemplo más actual podemos ver a España que tiene una de las protecciones al desempleo más altas (y unos índices de paro atronómicos) o EE.UU. cuya administración ha preconizado el susodicho modelo del bienestar (con el consiguiente desempleo alto y constante).

Así las cosas, el promover políticas de igualdad produce desincentivos, contrayendo la economía e igualando a todos sus miembros en la penuria; por la otra parte, favorecer la libertad implica desigualdad económica, pero al generarse incentivos, la economía crece y todos sus miembros terminan saliendo de la pobreza. No obstante, a muy largo plazo, la economía libre tiende a la equidad, como pueden observar en el siguiente gráfico.

Majestad, ¿hasta cuándo?

Actualmente, el controvertido debate república o monarquía toma con el tiempo mayor importancia. Quizá esto sea así porque la monarquía es un régimen político del pasado y que únicamente tiene razón de ser como elemento simbólico.

Antes de la industrialización, la mayoría de los países eran monárquicos. El poder era absolutamente unipersonal, que pertenecía al rey, y hereditario. Posteriormente, los beneficios sociales y la democracia surgida tras la primera industrialización europea (1870) vació al mundo de necesidad monárquica. El poder público, por definición, debía pertenecer ya al pueblo y éste no debía de ser oligárquico y, mucho menos, perteneciente a una persona.

¿Qué explica que todavía  países  como Reino Unido o España continúen con la monarquía? Quizá por respeto al pasado o como elemento simbólico, que suele aportar beneficios en las relaciones internacionales. Hasta este punto, parece que la monarquía no presenta ningún problema.

Sin embargo, este régimen político es tremendamente peligroso desde distintos puntos de vista. En una monarquía, por muy parlamentaria que sea, el poder reside en última instancia en el rey y, si éste decide adueñarse del poder público o no sancionar las leyes que el parlamento aprueba, está en su pleno derecho; así lo establece la Constitución española de 1978.

Obviamente se da por sentado que el rey es una mera figura sin competencias y que nada va a hacer, pero, como hemos visto, puede que esto no ocurra así. Además, suponiendo que el rey no intervenga en el poder, ¿por qué razón entonces es el mayor representante de la nación?

En España, la situación es aún más controvertida. Incluso se dividen los monárquicos en estrictamente monárquicos y juancarlistas, que apoyan al rey Juan Carlos por el importante papel que asumió en la transición española, tras la muerte de Franco. Ciertamente, los españoles tienen que estar muy agradecidos. Pero, ¿es esta razón suficiente para mantener un régimen político cuyas funciones son incompatibles con la política internacional del momento? La soberanía española, a la muerte del vigente rey, tendría que tomar parte en este asunto y decantarse o por las razones subjetivas (la familia real jugó un papel importante; la monarquía es un elemento consustancial a España; etc.) o por las razones objetivas (el siglo XXI exige cada vez más democracia; la elección debe ponderarse por encima de la sucesión hereditaria; el dinero público no debe destinarse a actividades insustanciales, de mera apariencia; etc.)

 

Don Juan Carlos I, rey de España.

En este debate suélese presentarse como alternativa la república, aspecto crítico en el contexto español. La gran mayoría del pueblo español considera que los excesos republicanos irrogaron la guerra civil, quizá sea esta la razón que explica que república adquiera en España una tonalidad izquierdista y monarquía derechista. Pero, insisto, si se pretende avanzar, mejorar, perfeccionar (que, por cierto, es lo que se pretende en toda nación) las anclas en el pasado no sirven, sólo debe importar la visión de futuro hasta donde el horizonte termine. De modo que, haciendo abstracción del pasado español, monarquía y república no implican en absoluto una ideología de izquierdas o de derechas. Bien sabemos que una cosa es ser autoritario o democrático y otra es serlo o de izquierdas o derechas (palabras que cuanto más se analizan más vacías de contenido están).

Tras este análisis, es evidente que aquellos que prefieran el mejoramiento (la aplastante mayoría de los integrantes de cualquier nación) deberán decantarse por la opción republicana. Pero, quizá, la población española no esté preparada todavía para un cambio que, simbólicamente, presenta un giro de 180 grados. Todavía está muy presente el guerracivilismo para una fluctuación de tal magnitud.

En definitiva, la destitución de la monarquía es necesaria para que la nación sea más autosuficiente; pero, posiblemente, de momento, la población no sepa digerir estos cambios de buena manera.

República sí, pero luego.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (VI)

Libertad, motor del progreso (I): Las fuerzas del mercado

Haciendo una breve recapitulación de todo lo que hemos visto hasta el momento, podemos afirmar que, en síntesis, el capitalismo laissez-faire es el que mejor se adapta a la naturaleza humana: no debemos olvidar que el hombre es egoísta por naturaleza (y, como puede demostrarse, es imposible despojarse del egoísmo). Adam Smith axiomatizó que ese egoísmo es bueno, muy bueno (muy superior al altruismo calcutiano). Analizamos, asimismo, que la mayoría de los problemas que se le atribuyen al sistema económico capitalista (contaminación, desigualdad, crisis económicas, …) son el resultado de un actual sistema mixto (un antitético binomio liberalismo-intervencionismo), en el que, en algunos países, la actividad estatal puede sobrepasar el 40% del PIB. En resumidas cuentas, los problemas los crea el sistema mixto, no el mercado. Y pusimos como ejemplo el sistema financiero -uno de los más intervenidos del mundo- que es el causante de las crisis periódicas que, volvemos a insistir, afloran en una economía mixta y nunca en una economía pura de mercado.

Dicho esto, la sección respuesta a las críticas puede darse por finiquitada, al menos, de momento. Por consiguiente, pasaremos a explicar por qué este sistema tiene la increíble capacidad de organizar los quehaceres de la humanidad de forma absolutamente eficiente. ¿Por qué este sistema ha generado un nivel de vida tan superior al de la Edad Media? En términos filosóficos, podemos -nuevamente- responder que es el sistema que mejor se adapta al hombre. Empero vayamos a los términos económicos.

Dirijámonos ahora mentalmente hacia una de las ciudades más desarrolladas y pobladas del mundo: Nueva York. Pensemos ahora en el mercado de comida: toda la población tiene cubiertas todo tipo de necesidades alimenticias, en función de todas las variables (modas, gustos, …). Para una población tremendamente enorme, todo está perfectamente coordinado: en ningún mercado alimenticio hay escasez de alimentos ni excedentes de los mismos. La comida llega de las fábricas mediante millares de camiones que descargan en los establecimientos. Todos contentos: los consumidores neuyorkinos satisfechos y los tenderos con su dinero en el bolsillo, que les sirve, a su vez, para satisfacer la necesidad que puedan surgirle, eso sí, en función de su aportación a la sociedad.

¿No da un poco de vértigo que todo se maneje «solo»?  ¿Cómo es posible que, sin que nadie tome una decisión a modo de factótum funcione tan bien el susodicho mercado? Porque cada persona elige lo que le conviene a ella, se dirige al comercio (que, al mismo tiempo, vende lo que le conviene y al precio que le conviene; igual que el cliente) y, si las conveniencias de los dos son compatibles, se produce una transacción, tras la cual, las dos partes se benefician. Y lo que es aún más importante: en estos intercambios también circula una abudante información que ayuda a regular el mercado mas eficazmente, a saber: el vendedor analiza su demanda para adecuar su oferta y el comprador, haciendo lo propio, analiza el establecimiento para satisfacer de la mejor forma posible sus necesidades. Un oferente (fábrica, tienda, vendedor ambulante, …) que no tenga en cuenta las necesidades del consumidor cae por su propio peso.

La oferta y la demanda se equilibran al igual que esta balanza, en representación a la justicia capitalista.

 

Si estas dos personas viviesen en un sistema comunista, donde el mercado de los alimentos está regulado por el Estado, tendría que vender y comprar, no lo que ellos desean, sino lo que el mercado cree que desean, lo que el gobierno dicta. Y como, naturalmente, es imposible conocer todas y cada una de las características personales de todos y cada uno de los habitantes, el comunismo, lejos ya de ser hasta una utopía, es una distopía: de poder llevarse acabo (cosa imposible, como demostramos en la primera entrada), se producirían situaciones enormemente indeseables por cualquier ser humano, pues las necesidades de todo un país no pueden cubrirse desde una perspectiva.

Bien. En las economías mixtas, el sistema de bienes alimenticios es libre, pero ¿qué ocurre con el mercado de alquileres? ¿y con el de recursos financieros (los bancos)? ¿y con el mercado de trabajo, especialmente en España, cuyos principales puntos fueron creados por el dictador Francisco Franco? Todos estos mercados presentan un elevado grado de intervención, agravando el nivel de vida de los ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades, en función de sus deseos o circunstancias. En una economía mixta se establecen límites (máximos o mínimos) a los precios, mientras que en un comunismo se establece directamente el precio. Intervencionismo en todo caso.

Y como, a más población, más dificultosa es la intervención; a más población, en un sistema intervencionista (comunista o mixto), más dificultosa será la gobernanza y, en consecuencia, peor nivel de vida. Justo al contrario de lo que ocurriría en un mercado puramente libre. Es por esta razón por la que el estado del bienestar queda obsoleto cuando la población aumenta y, por esta misma razón también, por la que el comunismo se hace más factible a medida que la población disminuye; en el Capitalismo es a la inversa: más personas, más libertad.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (IV)

Respuesta a las objeciones: Ciclos económicos (I)

Lo más importante a la hora de entender el sistema capitalista, como ya añadí en otra ocasión, es diferenciar sistema económico y sistema político. Como veremos, el liberalismo económico es contrario al sistema político imperante, pues la mezcla de política y economía genera profundas injusticias o, lo que es lo mismo, liberticidios.

Como dijo Ortega, primero hay que definir los conceptos y, luego, debatirlos. Capitalismo es un sistema basado en factores de producción (trabajo, inmuebles, tecnología) para generar riqueza. Los pilares del capitalismo son la libertad y la justicia. Por ejemplo, si un trabajador no posee la capacidad de aportar riqueza a la sociedad, recibirá exactamente lo que se merece. Por eso, aquellas prácticas que no favorezcan la justicia o el merecimiento no son atribuibles al sistema capitalista, sino al sistema político. Mas las críticas al capitalismo atribuyen los errores del sistema político al sistema económico. En el caso de los ciclos económicos, esto es los auges y las crisis, esto se verá con suma claridad.

Todos podemos observar que el sistema económico vigente, la mezcla de capitalismo e intervencionismo, ha sufrido frecuentes crisis: podríamos hablar hasta de dos crisis petrolíferas con una tercera en el horizonte, la Gran Depresión de 1929 y la crisis actual, iniciada en el 2007. Esto obviando otras crisis menos importantes.

Los críticos pinchan en hueso cuando afirman que el responsable de tales desequilibrios es el sistema capitalista o, lo que es lo mismo, neoliberalismo, individualismo. Como veremos más tarde, las crisis económicas, características de la modernidad, son totalmente evitables y, en su mayoría, el intervencionismo es el causante.

Considerando que no hay diferencia entre unas crisis y otras, que todas son iguales o que tienen los mismo efectos, podemos tomar dos posturas:

  1. La que defiende que las crisis son perjudiciales para el planeta, pues genera unas altas tasas de desempleo, dejando así a muchas familias desfavorecidas. Considera pernicioso que la economía marche mal, que las empresas cierren y el flujo circular de la renta se ralentice.
  2. La otra postura es la defendida por el que va camino de convertirse en el padre de la economía del S.XXI, Joseph Schumpeter. Defiende que las crisis económicas, lejos de ser un problema, ayudan al progreso de la humanidad, pues las empresas menos fuertes y peor preparadas terminarán desplomándose, dejando paso a otras empresas más pétreas. Igual que ocurre con las empresas, sucede con los países: las tradicionales primeras potencias dejan paso a otros países. Por ejemplo, en el caso de la crisis actual, EE. UU. está perdiendo paulatinamente el liderazgo económico, mientras que países como Inglaterra, Alemania y los emergentes BRIC’s aumentan puestos en el ranking económico a un ritmo vertiginoso. Schumpeter se refería a las crisis económicas con la expresión destrucción creativa. En pocas palabras: para esta postura, los ciclos económicos constituyen el darwinismo económico.

Sean perjudiciales o beneficiosas, los desequilibrios son característicos de la naturaleza humana. Es normal que, tras un período bonancible, aparezca la relajación, unida a la creencia de que todo seguirá yendo bien. En un lapso de auge, las personas suelen creer que pertenecen a la era de las expectativas ilimitadas, entonces surgen las burbujas y la euforia colectiva. Luego, como es lógico, todo cae por su propio peso y la era de las expectativas ilimitadas se convierte en la era de las expectativas desbordadas. La historia nos enseña que la humanidad ha pendido del auge a la crisis, no sólo en el sentido económico. En la biología humana, se encuentran los biorritmos: los ciclos emocionales, físicos e intelectuales que presentan momentos de auge, seguidos por momentos de crisis que, a su vez, precede a un nuevo auge.

En todo caso, cuando una economía entra en recesión, desvela que algo no funciona; devuelve el mercado a la realidad y hace que se tomen medidas para que no vuelvan a repetirse. En este sentido, la crisis en sí misma será preferible a mantenerse en un estado de incertidumbre. Por tanto, el problema no son las crisis, sino las causas de la misma.

Llegados a este punto, es importante hacer una distinción entre las distintas clases de recesiones económicas, pues sería una visión demasiado reduccionista considerar que todas las crisis son idénticas. Existen dos tipos naturaleza crítica. Las crisis crediticias, que se repiten periódicamente, componen los ciclos económicos, característicos del antitético binomio capitalismo-intervencionismo. Por otra parte, tenemos el segundo tipo de crisis, que no son características de ningín tipo de sistema en concreto, sino que pueden producirse en cualesquiera condiciones. Por ejemplo, a este tipo pertenecen las crisis que se producen de forma impredecible, como los desastres naturales o las crisis del petróleo. Es decir, no están derivadas de la estructura económica.

Ahora bien, el desarrollo de la economía, la nueva creación favorecida por la destrucción en un momento de crisis, es quizá el aspecto más injusto de la economía. La gran mayoría de la población ni se dedica a la inversión, ni posee un banco, ni especula. No forma parte ni de Wall Street, ni del la Bolsa de Madrid. Sin embargo, las consecuencias que estas instituciones desencadenan a toda la sociedad son desastrosas. Los principales afectados por la crisis suelen ser, injustamente, los que no han tomado parte en su creación. Así, aunque las crisis ayuden a la evolución de la sociedad, lo hacen a costa de los desfavorecidos, de forma injusta. En este sentido, las crisis económicas evitables deben evitarse.

Obviamente las crisis espontáneas o «naturales» son inevitables, aunque generalmente estas se producen con muy poca frecuencia y, cuando lo hacen, suelen afectar a todos por igual: cuando se acabe el petróleo, por ejemplo, tanto los consumidores como los oferentes entrarán crisis. Además, no son atribuibles al sistema capitalista, pues da igual el sistema económico vigente que tales crisis seguirán siendo ineluctables: cuando se produce una guerra, afecta a todo y a todos. El otro tipo de crisis, las características del actual sistema, las periódicas, suelen denominarse crisis crediticias, pues el origen de estas recesiones radica, por una causa u otra, en el sistema bancario. Las burbujas, la euforia colectiva y la irracionalidad del mercado provienen únicamente del sistema bancario. Para entender esto con minuciosidad es necesario que profundicemos un poco.

Crisis crediticias

Crisis

El sistema bancario mundial característico de los países desarrollados, está compuesto por el sistema de reserva fraccionaria. Esto significa que, cuando una persona acude a su banco a depositar, por ejemplo, 1000 €; el banco, de media, guardará un 3%; en este caso, 30€. El resto del dinero se destina, principalmente, a conceder crédito a los empresarios. Este procedimiento se conoce como creación de dinero bancario. Realmente, así, hay más dinero «pensado» que dinero real. Cuando esta persona ve en su cuenta corriente un ahorro de 1000 €, está pensando que posee 1000 €; pero, en realidad, el banco solo puede devolverle 30€; el resto está en manos de los empresarios. Esto produce una descompensación entre ahorro e inversión. Los empresarios tienen todo el crédito que desean y esto desencadena una serie de inversiones innecesarias, iniciando, así, una burbuja de cualquier tipo. Cuando el mercado se da cuenta de que hay menos dinero real del que se piensa, es cuando se inicia una crisis crediticia. En consecuencia, los bancos van disminuyendo progresivamente sus activos y se produce el riesgo bancario, el miedo de que la gente acuda en masa a retirar su dinero. Si esto ocurriese, la economía actual caería por su propio peso. Este tipo de crisis, las más famosas, son las únicas que generan injusticia, ya que los bancos prestan el dinero de sus clientes y, en último término, el dinero es de los trabajadores que han ingresado su dinero. No es muy descabellado pensar que al grueso de la población se le roba el dinero.

Este injusto proceso es totalmente evitable. Solamente basta con aplicar los principios generales del derecho al sistema bancario; es decir, que, en lugar de que los bancos tengan una reserva fraccionaria del 3%, apliquen una reserva del 100%. En otras palabras, el dinero es exclusivamente del cliente; el banco solo tiene la potestad de vigilarlo, nunca de prestarlo. Consiguientemente, esto eliminaría de raíz las burbujas inmobiliarias, la irracionalidad del mercado, las crisis crediticias y los innecesarios y caprichosos proyectos empresariales, realizados por la cegadora luz del dinero pensado. Para ilustrar esto, en España hemos sufrido una burbuja inmobiliaria sin precedentes. Los inversores obtenían crédito a borbotones, que utilizaban para invertir comprando casas y más casas. Un empresario podía llegar a tener casi una urbanización entera esperando a que subiera el precio para venderla. Como vemos, tanto el volumen de inversión como los precios de la vivienda, irrisorios, estaban apoyados en el sistema bancario de reserva fraccionaria.

¿Cómo pueden producirse en el S.XXI semejantes aberraciones? Es evidente que todo este sistema bancario está orquestado por el intervencionismo: los políticos y los bancos centrales. Además, ellos son los que imponen a los bancos las cifras del reserva fraccionaria, los tipos de interés y la inflación.

Al contrario de lo que puede parecer, esto no es compatible con un puro capitalismo, pues la esencia misma del capitalismo es la defensa de la libertad, la propiedad privada y la justicia por encima de todo. Y lo que este modelo bancario provoca es el asalto a la propiedad privada (el dinero se presta sin el consentimiento del propietario), el liberticidio (libertinaje: la libertad de unos ensombrece a la libertad de otros) e injusticia por doquier.

En conclusión: las crisis económicas son necesarias para que se produzca una evolución, siempre y cuando no se sobrepasen los derechos de la libertad individual. Las únicas crisis que favorecen esto son las crisis naturales. Por el contrario, los políticos y los bancos centrales, enemigos de la civilización, provocan las burbujas, generando una profunda injusticia. Gracias al mercado, se produce una recesión y devuelve la sociedad, poco a poco, a la normalidad. Aunque, los políticos contumaces, como se está viendo, persisten en el sistema de reserva fraccionaria engendrando las simientes de una nueva crisis. Por eso este tipo de crisis es el resultado de la convivencia de dos sistemas contrapuestos: liberalismo e intervencionismo.