La desilusión liberal

La historia de la libertad en España es ciertamente desilusionante, como tendremos ocasión de analizar más adelante en este texto. Esta desilusión liberal quizá explique que en España, pese a contar con una tradición liberal importante y un bagaje intelectual respecto al liberalismo que marcó precedentes en Europa, como ponen de relieve los escolásticos españoles y la Escuela de Salamanca, donde autores como el padre Juan de Mariana incluso defendieron el “tiranicidio”, actualmente no exista un estrato social favorable al liberalismo y por tanto tampoco existan partidos políticos en la España moderna proclives a políticas más liberales. ¿La temprana desventura de la libertad en España fue un desaliento al liberalismo en España?

Pese a los enormes reveses que ha sufrido el liberalismo a lo largo de la historia de España, la libertad no ha dejado de producir ininterrumpidos conatos de libertad frente al absolutismo, mostrando una resiliencia excelente. Estos dos hechos, la resiliencia y los reveses sufridos, ha dejado a la libertad en España durante buena parte de su historia en un estado de convalecencia constante: cuando parecía que acababa de recuperarse del último golpe, aparecía de nuevo otro ataque. A pesar de ello, España ha tenido un progreso hacia la libertad, aunque lento y convulso, producto de esta convalecencia de la libertad de la que hablamos.

Y es que la historia no es lineal, ni sigue un patrón de conducta, sino que depende de una pléyade de causas y casualidades (causualidad), donde pequeños sucesos revierten y modifican la correlación de fuerzas y hacen que el devenir de la historia sea muy diferente al de períodos anteriores.

Todo empezó cuando corría el año 1805, momento en que la flota británica se enfrentaba a la flota de España y Francia. El Imperio Británico contra el Imperio Español. Dos de los imperios más importantes de la historia del ser humano frente a frente. Dos modelos muy diferentes de entender el colonialismo iban a medir sus fuerzas.

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Y es que mientras que el colonialismo español se caracterizó por implantar mediante la fuerza una copia de la España peninsular al Nuevo Mundo, a través de la tortura, el adoctrinamiento, la coacción, el saqueo y el esclavismo, el colonialismo inglés en América se caracterizó por todo lo contrario: colonizar nuevos territorios, respetando los usos y costumbres de las tierras indígenas y siempre mediante el libre comercio. Inglaterra no sólo ha sido el Imperio de mayor dimensión geográfica de todos, sino que además pudo enriquecerse culturalmente de otros pueblos.

La flota británica, dirigida por el Almirante Nelson, derrotó a la flota francesa y española el 21 de octubre de 1805, en la famosa batalla de Trafalgar. Se trataba de un hecho histórico que supuso un punto de inflexión en la historia española y marcó el principio del fin del absolutismo.

Tres años más tarde, las tropas francesas se dirigían a Portugal por territorio español, amparadas por el Tratado de Fontainebleau (1807), pero inesperadamente deciden ocupar España, hecho que obligó a los reyes de España a refugiarse en el Palacio Real de Aranjuez. Esto provocó un serio descontento entre la nobleza que junto con la indignación popular causada por la derrota en la batalla de Trafalgar, la impaciencia de Fernando VII por gobernar y la incertidumbre política originada por la ocupación francesa, se produce el 17 de Marzo de 1808 el Motín de Aranjuez, donde una multitud de nobles se agolpa frente al Palacio Real, persiguiendo la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en Fernando VII, que finalmente se produjo. Fueron los primeros estertores del absolutismo.

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Poco más tarde, las tropas francesas reprimieron la insurrección y tanto Carlos IV y Fernando VII fueron a Bayona donde los dos reyes renuncian al trono y se nombra rey de España a José Bonaparte. Una gran cantidad de personas se concentran en el Palacio Real, con el objetivo de asaltarlo. Ante la expectativa de que las tropas francesas trasladen a toda la familia real, el gentío inicia el grito de “¡Que nos lo llevan!”, en referencia al infante Francisco de Paula. Las tropas napoleónicas abren fuego contra la multitud y se origina una lucha callejera, conocida como en Levantamiento del 2 de Mayo de 1808.

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Al tiempo que José Bonaparte I (1808-1813) comienza su reinado, y aunque existía una especie de división social entre los afrancesados y los patriotas, se fue fraguando cada vez un mayor resentimiento a un rey extranjero que derivó en la creación de las Juntas Provinciales y Locales, las que se autoproclaman soberanas y no reconocen a José Bonaparte. En ellas, participan personas de todos los estamentos sociales: militares, el clero, funcionarios y profesores. Estas juntas traspasan su poder a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, que desembocará en la apertura de las Cortes de Cádiz (lugar donde debatir a buen recaudo y lejos del poder de José Bonaparte) en el año 1810 que tras un período de debate se gesta definitivamente la Constitución de 1812, conocida como la Pepa, por proclamarse el día de San José.

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La primera Constitución liberal española había nacido y con aspectos tan positivos como la libertad de prensa, la defensa de la propiedad, la libertad de comercio, el fomento del liberalismo por todo el Imperio Español y la separación de poderes. Pero la Constitución también recogía las simientes de su propia destrucción: fue aprobada por sufragio censitario y establecía el unicameralismo. El primero hizo que tan sólo las clases altas pudiesen elegir a los diputados; el segundo hizo que la nobleza y el clero no contasen con su propia cámara, viendo reducir ostensiblemente su influencia y poder.

Con la llegada de Fernando VII a España, decreta desde Valencia en el año 1814 la abolición de la Constitución de 1812 y de todas las leyes que de ella derivan y reinstaura el absolutismo en España durante seis años: el Sexenio Absolutista (1814-1820). Durante este período, los liberales se refugiaron fundamentalmente en Londres donde muchos vivían en precarias condiciones y otros fueron aherrojados por Fernando VII en Melilla. Entretanto, los exiliados entran en contacto con ideas liberales en Inglaterra (Mendizábal, Enrique José O’Donell, Diego Muñoz-Torreo, Argüelles) y se crean lugares de actividad política.

En 1820, el general Rafael de Riego realiza un pronunciamiento en favor de la Constitución de 1812 que rápidamente es secundado por otros militares y que obligó Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 pronunciando las siguientes palabras: “Machemos todos, y yo el primero, por la senda de la Constitución”. Es cuanto se producen las canciones populares de “Trágala”. Se reinstaura la Constitución liberal en España y se produce el período conocido como Trienio Liberal (1820-1823) donde los liberales encarcelados y exiliados vuelven a España para constituir las Cortes o, en su caso, un nuevo gobierno.

Entretanto, se organizaba el Congreso de Verona (1822), en la que acudió la Cuádruple Alianza, es decir, Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra. En el Congreso se decidió la reinstauración del absolutismo en España, que fue reclamada por Felipe VII, tras el pronunciamiento de Rafael del Riego. No obstante, el Congreso de Verona era reacio a intervenir en España si la Constitución de 1812 era reformada y aprobado un sistema bicameralista. Desafortunadamente, la Constitución en su artículo 375 establecía que no podría reformarse hasta que no fuese puesta en práctica por un período de al menos 8 años.

Durante el Trienio Liberal, se redujo el diezmo a la mitad, pero se obligaba a pagarlo en dinero. Esto rompió con la costumbre habitual de pagarlo en especie, hecho que dio pábulo al rechazo al gobierno liberal entre el campesinado, puesto que la España rural, rica en todo tipo de productos agrícolas y ganaderos, exhibía a menudo falta de liquidez, haciendo muy difícil sufragar las obligaciones fiscales en dinero. Frente a ello, se encontraba la conocida flexibilidad de la Iglesia a la hora de cobrar sus tributos, provocando que el Estado liberal fuese percibido entre el campesinado como un aparato exaccionador inflexible frente a una Iglesia cercana y flexible. También, la separación de poderes auspiciada por los liberales hizo que el poder ejecutivo (el rey) y el poder legislativo se convirtiesen en compartimentos estancos, incrementando el gasto y provocando una inconveniente subida de las cargas tributarias.

Aunque la Constitución de 1812 convirtió la religión católica en oficial, de facto se estaba produciendo un debilitamiento vertiginoso de la nobleza y el clero, al tiempo que crecía el descontento hacia el liberalismo entre el campesinado. Se empieza a producir la primera escisión entre lo que en un principio parecía una amalgama social muy unida en la creación de las Cortes de Cádiz en 1810. Y es que no contar con el clero en una España religiosamente católica fue quizá un elemento más que desestabilizador para el constitucionalismo liberal, elemento desestabilizador que también podemos encontrar en las siguientes repúblicas de España.

Ante este panorama, el rey Fernando VII fue visto como un defensor del catolicismo ante el nuevo orden liberal, por lo que la sociedad estaba fragmentada en dos grupos: los liberales anticlericales y los partidarios de Felipe VII católicos.

La división que se estaba engendrando en la sociedad española, también se reflejaba en el parlamento, donde existía una elevada desunión nada recomendable para un período naciente que buscase romper con el absolutismo. Existía una división entre los doceañistas (partidarios de mantener un equilibrio de poderes que diera al rey algunas funciones) y los veinteañistas (más radicales que proponían la redacción de una nueva constitución). Además existían los que pertenecían a la masonería, que dentro de ellos existía una facción más radical conocida como la Comunería. Por otro lado, estaban los que pertenecían a la Sociedad del Anillo, en donde se encontraban los más moderados de los liberales. Lo cierto es que, lejos de haber una unión entre ellos, existían luchas intestinas y ataques que no hacían más que desestabilizar el período liberal.

Si bien la falta de inclusividad y de unión fue un problema, lo cierto es que fue el período de las políticas más liberales y de voluntad política de llevarlas a cabo de la historia de España. De haberse consagrado el liberalismo, hubiese convertido a España en una de las potencias europeas más importantes y una de las más modernas. Recordemos que la Constitución de 1812 fue una de las más liberales de su tiempo: limitación de poderes del rey, separación de poderes, sufragio universal masculino indirecto, libertad de industria, libertad de imprenta, derecho de propiedad, reconocimiento de la ciudadanía para todos los nacidos en territorios americanos.

Con elevada probabilidad este nuevo aire fresco de liberalismo, hubiese aplacado el descontento que se estaba gestando en los virreinatos españoles hacia la metrópoli, puesto que los criollos pasaban a ser directamente ciudadanos españoles con todas las de la ley y se fomentaba el libre comercio libre de aranceles, que los americanos apoyaban enérgicamente. El diseño territorial español con la nueva Constitución era el de una España federal, donde existía una gran descentralización de funciones y tributos en las regiones, aspecto muy demandado por los virreinatos.

Por otra parte, se aprobó la Ley del Señorío y la Ley del Mayorazgo, donde la primera supuso la equiparación del derecho de propiedad a la del señorío donde todo señorío sería legal en caso de demostrar su certificado de propiedad y la segunda supuso que el patrimonio de las grandes familias españolas fue diluyéndose en el tiempo a medida que iban produciéndose herencias y dividiéndose éste entre el número de descendientes, haciendo cada vez menos poderosas a las susodichas familias.

Mientras tanto, se gestaba en secreto el fin del liberalismo en España, por parte del rey Fernando VII internamente y por parte de Francia externamente. Finalmente en 1823 entraron en España 95.000 soldados, financiados por Francia, al mando del Duque de Angulema, conocidos como los Cien Mil Hijos de San Luis, provocando el derrocamiento del Estado liberal y la vuelta a la reinstauración del absolutismo, iniciándose un período conocido como Década Ominosa (1823-1833).

Tras la muerte de Fernando VII en 1833, se produjo la primera guerra carlista y Maria Cristina, la viuda del rey, se vio obligada a buscar el apoyo de los liberales para mantenerse en el trono, y configuró gobiernos con los liberales Martínez de la Rosa y Mendizábal, que finalmente aprobó la archiconocida Ley de Desamortizaciones.

El período liberal de la Constitución de 1812, aunque fracasó y se encontró con enormes dificultades internacionales, errores propios, divisiones internas, lo cierto es que marcó un punto de inflexión en España que impidió que el absolutismo volviese a imperar en España y todos los regímenes posteriores tuvieron en cuenta los principios liberales (María Cristina, Baldonero Espartero, Isabel II) y desembocó en la revolución de la Gloriosa de 1868, que provocó el derrocamiento de Isabell II y la instauración del Sexenio Democrático.

A la luz de la historia, podemos ver cómo la libertad en sus numerosos conatos de establecerse ha sido asediada en numerosas ocasiones, pero la libertad ha demostrado resiliencia al renacer una y otra vez, destronando finalmente al absolutismo e incrementando lentamente las libertades de los ciudadanos. Quizá esta desilusión liberal que nos ofrece la historia de España, haya condicionado el resto de intentos republicanos y luego democráticos a dejar a un lado los principios fundamentales de los primeros políticos liberales españoles, que fueron los que realmente derrotaron al absolutismo, al totalitarismo. ¿Fue la temprana desventura de la libertad en España fue un desaliento al liberalismo en España?

Lo que los libros contienen.

Antes en piedra, en papiro, luego en papel y ahora electrónicos, han sido los mejores ayudantes del progreso, de la evolución biográfica del hombre. Esos contenedores del lenguaje, y por tanto del pensamiento, de la integridad humana, han logrado transmitir de generaciones a otras, de siglos a otros, los descubrimientos y vivencias de los hombres, permitiendo extender la vida de estos hacia nosotros, convirtiéndolos en inmortales, al tiempo que nuestra vida se agranda. A través de la literatura, la humanidad se perfecciona y se inmortaliza.

Novelas, ensayos, manuales, tratados. Los libros permiten, sin coste alguno, acceder a los pensamientos de otras personas, a otros mundos, incluso fantasías nunca imaginadas. Por así decirlo, a través de ellos, podemos, por un instante, atravesar la puerta intergaláctica, dejando de ser por un momento nosotros mismos, y vivir en primera persona, otras experiencias, lugares, sensaciones, sugeridos por otra.

Siempre de la mano de nuestra imaginación, lo que hace todavía más saciable la lectura. A través de las letras, palabras, frases y párrafos, podemos recrear caras, colores, lugares y sensaciones, en consonancia a nuestra forma de ser, que va cambiando continuamente, como si de un río, por donde corren palabras, se tratase.

A través de los libros otras personas pueden poner en común sus mundos, reales o imaginarios, y enriquecer así al resto. Se acceden a diversos puntos de vista, a diversas formas de observar la realidad y el mundo, y mundos muy diferentes, que van, holísticamente, solidificándose en nuestro ser. Las lecturas nos dan la posibilidad de humanizarnos, de convertirnos en la persona que queremos ser, y que todavía no somos.

Asimismo, permiten ampliar nuestro lenguaje y vocabulario, que no son más que herramientas del pensamiento (lo más importante en el hombre), abriéndonos los ojos e incrementando nuestras posibilidades de “arquitecturar” nuestra vida y la forma de comunicarnos.

Para mí, un rato de lectura es una especie de laboratorio vital, donde pueden ponerse a prueba diversos comportamientos, caracteres, principios, deseos e incluso formas de pensar. Algo así como un sueño, un aprendizaje vital continuo, una “hipertrofiación” de la vida.

Los escritos nos permiten sobreponernos a las circunstancias, superar las fatalidades. Si se ha nacido en un ambiente hostil, y se ha recibido una educación perjudicial, un libro puede hacernos abrir nuestros ojos de forma exponencial, y ver las diferentes alternativas que acontecen a nuestro alrededor. Si se ha nacido en un país pobre y no se es consciente de tal pobreza, porque no se conocen otros mundos, un relato de otras formas de vida, pueden hacernos una idea de dónde se vive.

Cuando uno lee La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, uno ya no es el mismo, al descubrir que el respeto ciego a la autoridad, por parte del teniente Gamboa, puede desencadenar en una de las más indeseables de las tragedias. Tras leer 1984 de Orwell, una persona descubre el gran horror de la privación de la libertad y de la individualidad, por parte de los poderes públicos. Luego de entender las ideas de Nietzsche, uno ya no ve nunca con los mismos ojos al cristianismo, uno ya no ve la “bondad” como algo sumamente positivo. Cuando uno lee ensayos como La rebelión de las masas de Ortega y Gasset, uno cae en la cuenta de que la historia puede no seguir una evolución constante, que pueden existir altibajos, que incluso podemos involucionar; que el incremento del número de personas puede acarrear una disminución de la calidad humana, y del valor del individuo.

Las buenas obras suelen tener algo en común. Tras su lectura uno tiene la sensación de que ha recibido un buen golpe en la cabeza con el mismo, de haber provocado una revolución en las ideas de la persona, y todo ello a través de nuestra propia imaginación y nuestro propio pensamiento.

Los libros solo inducen pensamientos e ideas. De ahí que los libros, al igual que la libertad, pueden convertirse en un arma de doble filo; siempre depende del lector.

Al igual que los libros, el aprendizaje de un lenguaje enriquece enormemente a la persona. En cuanto alguien comienza a entender poco a poco un lenguaje,  va descubriendo poco a poco que la escala de valores de los hablantes de una determinada lengua es diferente de la de otra. El gran número de palabras de una lengua dedicado a la naturaleza, indica cuán importante es la misma para tal cultura. Una persona, aprendiendo otras lenguas, no hace otra cosa que aprender diversos modos, de los infinitos que pueda haber, de observar, analizar e interrelacionarse con el mundo. Y qué duda cabe, que cuántas más diversas formas se conozcan, más criterio, más íntegra será la persona, y más capacidad de elección tendrá la misma.

Todo, pues, queda en los libros, testigos de la vida y de la historia. Lenguas antiguas ya desaparecidas, siguen ahí impresas. Descubrimientos científicos milenarios siguen ahí sosteniendo el castillo de la humanidad.

Ron Paul o el político que dijo la verdad

Nosotros, los jóvenes que pertenecemos a la generación de la LOGSE, el botellón, la  burbuja, la crisis, las redes sociales y los indignados, podríamos contar con los dedos de una mano los políticos que alguna vez nos han hecho humedecer los ojos. Y no es algo que se deba precisamente a la pérdida de fe.

Estamos enfadados porque hemos visto como los mismos que tiraban nuestra educación por la borda, enviaban a sus hijos a colegios privados, protegiéndolos del sistema que nos querían imponer a los demás. Y estamos enfadados porque nunca hemos oído la verdad en boca de un ministro, ni de un presidente, ni siquiera de un periodista. Estamos enfadados porque nos han tratado como al tipo de imbéciles que creían haber creado. Algunos, los más previsores, estamos también enfadados, pues sabemos que tendremos que pagar la deuda que ha generado el clientelismo de una casta política que nos desprecia.

Internet se constituye como una de las pocas vías de escape ante tanta mediocridad y desdén institucional. Fue allí donde, navegando un buen día, me encontré con el video de un señor de aspecto sereno, que rondaba los 75 años y parecía tener dibujada la humildad en el rostro. Por la forma en que hablaba, pensé que debía ser un economista, un filósofo o un escritor. Hablaba de que los bancos centrales reducían artificialmente los tipos de interés, lo que provocaba que los bancos concedieran préstamos a entidades que no se lo podían permitir, originando de esta forma primero una burbuja y su posterior estallido. Después la recesión. Decía también que los bancos centrales imprimen dinero para financiar las deudas de los gobiernos, aumentando de esta forma la masa monetaria y empobreciendo a la población.

Unas semanas más tarde, me enteré de que se trataba realmente de un político. Se llamaba Ron Paul. Comencé a indagar y a obtener más información sobre él. Me enteré de que es médico y uno de los candidatos republicanos a la presidencia de los Estados Unidos. Continué buscando videos suyos debido al impacto que me había producido el primero y tras meses de intenso rastreo, puedo decir que ha sido el tiempo mejor invertido de toda mi vida.

Las tesis que defiende Ron Paul se sustentan en las teorías de la Escuela Austríaca de Economía. Paul ha sido congresista desde hace 30 años y su voto siempre se ha mantenido consistente en torno a una idea principal: la libertad. Ha votado siempre en contra de elevar los impuestos y el gasto público. Votó en contra del Patriot Act y fue uno de los pocos republicanos que se opuso a la guerra de Irak.

Asimismo, lleva alertando desde principios de los años 80 que las políticas inflacionistas de la FED acabarían desembocando en una crisis económica de enorme calado. En 2001 predijo la burbuja immobiliaria, que estallaría con el tiempo dando lugar a la crisis económica actual.


Lo cierto es que la figura de Ron Paul resulta bastante desconocida en el electorado estadounidense, en parte porque los grandes medios, representantes del mainstream americano, están haciendo todo lo posible por ignorarlo y negar su existencia. Sin embargo, su hegemonía en internet es notoria y basta mirar cualquier encuesta online para comprobar que sale victorioso en la inmensa mayoría por márgenes que suelen rondar los 40 ó 50 puntos.

Los defensores de Ron Paul son esencialmente jóvenes desencantados con la política, de naturaleza entusiasta y dispuestos a ayudar en la medida de lo posible en la causa de la libertad.

Uno de los principales escollos a los que se enfrenta el Dr. Paul es a la dicotomía izquierda-derecha que divide a los votantes, por un lado, en liberales en lo social e intervencionistas en lo económica y, por otro lado, liberales en lo económico e intervencionistas en lo social. Sus posiciones libertarias defienden la elección del individuo, porque lo social y lo económico es, en sus propias palabras, «un sólo paquete».

Ron Paul defiende una política exterior no-intervencionista, es decir, que EE.UU deje de ser la policía del mundo y cese de embarcarse en guerras que sólo hacen disparar su déficit. Paul prefiere una política exterior basada en el libre comercio. Además, está a favor de abolir la FED, esto es, el banco central de EE.UU, apoya el libre comercio, la legalización de las drogas, el matrimonio homosexual y se opone al aborto.

Tanto de un lado como de otro se lanzan alabanzas y críticas al conjunto de sus ideas y parece que conciliar a las dos partes es el mayor reto que tiene ante sí un hombre sincero, instruido y carismático que se ha convertido en el último soplo de aliento para una nación en decadencia. Adelante. ¡La libertad es popular!

Marx y el valor-trabajo.

Marx, otro filósofo de la sospecha, otro pensador obsesionado por dotar de carácter ciéntifico a sus opiniones puramente personales y, como veremos, erróneas.

La ufanía de Marx le llevó a proclamar una ley sobre el valor que la sociedad debe otorgar a todos los productos. Cualquiera diría que está ejerciendo de Dios. ¡Ya sé por qué los marxistas no son cristianos! ¡Veneran a Marx!

Bromas aparte, Marx declaró en la primera parte de su magnus opus, El Capital, que el valor de la mercancía debe estar estipulado en función del trabajo dedicado a su producción. Si en la producción de un libro se ha consumido 3 veces más de trabajo que en la producción de un automóvil, el libro debe valer 3 veces más que el automóvil.

No obstante, el trabajo no es lo único que hay en el universo. El ser humano, de forma innata, otorga el valor a los productos en función de la utilidad que le reporte (demanda) y la abundacia o escasez de los mismos (oferta). Así, si un libro, aunque se hayan dedicado muchas horas en su culminación, es despreciado por la gente (léase Main Kampf) el libro no valdrá nada. Claro, que después habrá algunos indignados (entre ellos el propio Hitler) que estén en desacuerdo con la sociedad e intenten imponer su valor propio como único al resto de la humanidad (igual que quería Marx, pero con el trabajo).

Es una mala noticia para el trabajador que el mundo no gire en torno a él; sin embargo, es una buena noticia para el mundo. Así que los obreros deben oferecer un trabajo que sea demandado por la gente. Por ejemplo, los contertulios del diario Sálvame en Telecinco cobran mucho más que cualquier persona normal, que esté trabajando todos los días en trabajos insoportables, como el de trabajador de una fábrica. ¿Dónde está la clave? En que, para la sociedad, conocer los entresijos de Belén Esteban le reporta más beneficio que el pan que haya podido hacer el panadero.

Y no culpen al capitalismo de ello, culpen a los valores de la sociedad; el capitalismo sólo se encarga de ponerlos de manifiesto y coordinarlos. ¿El comunismo? De imponer otros por la fuerza, destruyendo la libertad y la subjetividad.

Sobre el déficit, la utilidad de la política y la servidumbre voluntaria

Suelen inundarnos nuestros gobernantes  en época electoral de promesas y proyectos futuros financiados con el dinero de todos como quien habla de repartir caramelos. El canto de sirena con el que nos atrae el gasto público se conjuga con el afán de los políticos de crear una buena imagen de campaña para ganar las elecciones. ¿saben con quiénes los comparo yo? Con los malos padres. Al igual que es erróneo pensar que el mejor padre es aquel que da más regalos a sus hijos o que mejor profesor es aquel que exige menos para aprobar, es un ataque a la indepencencia del ser humano el considerar que podemos desarrollar nuestra vida con lo que a la fuerza se le arrebata a nuestros conciudadanos. Dormir con la conciencia tranquila a sabiendas de este hecho es un comportamiento sospechoso de cleptomanía. Y si encima es usted el político que se encarga de robar y repartirlo, el delito se agrava sobremanera. Los políticos tratan de hacernos creer, y lo consiguen, que son necesarios para nuestra vida cotidiana, que de sus acciones depende nuestro futuro y que las cuestiones que ponen sobre la mesa para que la sociedad discuta poseen una existencia vital. Nos dan a elegir entre A,B y C, pero no nos cuentan que las tres propuestas diferentes están montadas sobre una plataforma que ni es necesaria, ni legítima y que adolece de una dudosa utilidad.

Para ilustrar el párrafo anterior voy a sacar a la palestra un tema que sigue siendo objeto de debate si bien no tanto en España como en otros países europeos. Se trata del matrimonio homosexual. Tanto partidarios como detractores nos hacen creer que éste es un verdadero problema y que el Estado tiene el deber de aprobarlo o prohibirlo. Pero la realidad es que ambas opciones parten de una necesidad inventada. Esta necesidad es la de que el Estado debe regular el matrimonio, que debe decir quién puede casarse y quién no. Los matrimonios son un asunto religioso y el Estado no tiene derecho alguno a regular la situación entre dos personas a no ser que una persona esté coartando la libertad de la otra. Mientras tanto cada uno puede casarse con su novio, su novia, su peluche o su almohada si así lo desea. Además, tiene el derecho de llamarlo como quiera. Este es sólo un ejemplo de todas las trampas que nos ponen los políticos para que creamos que tienen alguna utilidad.

Asimismo, la ciencia económica nos ha demostrado que la labor que teóricamente desempeñan los políticos la pueden realizar los empresarios, de manera más eficiente y beneficiándose por ello las dos partes. Los empresarios detectan las carencias de las sociedad y las eliminan ofreciendo un producto que la sociedad reclama, beneficiándose ellos mismos, arriesgando su dinero y no el de los demás, como hacen los políticos. No hay nada en el terreno económico que el Estado pueda hacer y cada vez que se interrumpe el curso natural de la libertad humana, se generan los problemas que nos encierran en un discurso limitado a lo que se oferte en el mundo político.

El intervencionismo, sobre todo el económico, trata de controlar la vida de los ciudadanos a larga distancia. Esto hace que no se conozcan con precisión las carencias y apetencias de la sociedad. Es por esto que a mayor intervencionismo estatal, mayor falta de previsión y más posibilidades de caer en el déficit. Los keynesianistas a menudo le han quitado hierro al asunto, pero a continuación les voy a explicar por qué el déficit y la consecuente deuda lleva a la esclavización de la sociedad.

En primer lugar, porque a las familias se les exige que no gasten más de lo que reciben y el Estado debe estar sujeto a los mismos criterios. Cuando los estados se endeudan, lo que potencialmente estamos haciendo es vender nuestra soberanía a los países compradores de deuda y en el futuro nos preguntaremos por qué tal o cual país nos domina desde el punto de vista financiero. Este es el caso de los EE.UU. Durante finales del siglo XIX y el siglo XX los países europeos se embarcaron en decenas de guerras, provocando un enorme déficit. Los Estados Unidos se convirtieron en el banco de todos estos países ofreciendo préstamos y comprando deuda. Es habitual encontrar ciudadanos indignados porque nuestra política económica la dictan los presidentes de Estados Unidos. Ahí tenemos la respuesta. En el siglo XXI la situación ha dado un vuelco y ahora es China quien se está haciendo con nuestra deuda, mientras los EE.UU entran en guerras que están minando las arcas públicas del Estado. Cuando dentro de varias décadas, China dicte nuestra política económica, tendremos que oír las lamentaciones por la invasión extranjera. Espero que entonces, si no ya, hagamos una importante reflexión sobre lo que significa gastar más de lo ingresado.

Por último lugar, tenemos un problema de egoísmo moral cuando ya no sólo pedimos, sino que además exigimos que las próximas generaciones paguen los platos rotos de las primeras. Al igual que los ecologistas afirman apuntándonos con el dedo que no le podemos dejar un mundo tan sucio y contaminado a nuestros hijos, ¿por qué no se alzan también voces en contra del déficit, de la esclavitud económica y del latrocinio estatal? Creo que no podemos separar la libertad social de la libertad económica, pues ambas forman parte de un todo, esto es, el libre albedrío.

Estado versus ciudadano: Déficit

El Estado es el único garante (al menos hasta hoy) de los derechos del individuo. Ahora bien, ésta no es una buena razón para convertirnos en estatólatras. De hecho, en lo que concierne a economía, la función del Estado es prácticamente innecesaria, ya que esas necesidades están cubiertas casi en su totalidad por el libre mercado competitivo. Además, en numerosas ocasiones ocurre la paradoja de que los intereses del individuo -que en teoría deben ser favorecidos por el Estado- son contrapuestos a los del Estado. Veamos hoy un caso particular: el Déficit.

La actividad económica del Estado consiste básicamente en recaudar unos ingresos públicos y financiar con ellos un gasto público que debería utilizarse para asegurar el «bien común». No obstante, los gastos siempre tienden a ser mayores que los ingresos (rara vez se verá un superávit público); así, año tras año, el déficit aumenta produciéndose un efecto «bola de nieve».

Es natural que tal cosa suceda en la mayoría de los países, pues los Estados tienen un gran acicate para agrandar sus volúmenes deficitarios, en un sistema monetario como el actual. Veamos porqué.

El sistema monetario actual está diseñado de forma que siempre haya una inflación subyacente; de hecho, el objetivo del BCE es situar la inflación en torno al 2% (actualmente España está en el 3,6%). Y la inflación, al reducir la capacidad adquisitiva del dinero, reduce el valor tanto de las deudas como de los ahorros. Por eso se dice que la inflación crea desigualdad: beneficia a deudores, perjudicando a ahorradores.

Así las cosas, el Estado, que es el mayor deudor y el que asimismo prorroga por más tiempo su deuda, se convierte así en el gran beneficiado por la inflación: el valor de su deuda generalmente se hará cada vez más pequeño; dicho de otro modo, la inflación irá contrarrestando el efecto «bola de nieve» del déficit. Entretanto, los ahorradores (generalmente las economías domésticas) reducen su riqueza por la inicua inflación.

Además, el aumento del gasto público provoca, a su vez, un crecimiento de la inflación (feed-back), pues al aumentar la demanda los precios tiran al alza.

En resumidas cuentas, en esta situación se produce un conflicto de intereses entre el Estado (que quiere más inflación para reducir el valor de su deuda) y el ciudadano (que detesta la subida general de los precios, pues pierde inicuamente nivel de vida).

Esto, en conjunto, perjudica gravemente al mercado. En primer lugar: dado que existen incentivos a la deuda y al consumo, el ahorro se estanca, lo que a su vez hace que el desarrollo tecnológico y la innovación se desacelere (porque las empresas más alejadas del consumo -desarrollo, investigación, industria, minería, etc.- tendrán menores beneficios relativos que las más próximas al consumo -tiendas, mayoristas, almacenes, etc.-).

La pobreza paradójica

«Una sociedad que priorice la igualdad sobre la libertad no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad sobre la igualdad obtendrá un alto grado de ambas»  Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976

En tiempos de crisis, la pobreza suele aflorar más que nunca. Se hace más palpable. Y nos hace recapacitar sobre ella y todo lo que le concierne. Es terrible observar que, en un país supuestamente desarrollado, más de cinco millones de personas (el 10 % de la población total) busquen trabajo y no lo encuentren. Lapidario es saber que algunos de tus conocidos tienen que vender su vivienda por no poder pagarla e irse a vivir a la calle.

Minimizar al máximo la pobreza debe ser uno de los objetivos fundamentales de todo país. Evitar la penuria debe ser el primer paso. Por ello, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) es erradicar, de una vez por todas, la pobreza en el mundo. El objetivo de este artículo es, pues, una revisión al concepto de pobreza y propuesta de solución a la misma.

Ante todo, hay que tener en mente que la pobreza no es algo nuevo, traído por la modernidad, fruto de la globalización o el capitalismo. Por ejemplo, en la Edad Media, casi toda la población europea vivía en condiciones de pobreza extrema y continuada. Además, se sucedían épocas de hambruna y epidemias repetitivas que segaban a gran parte de la población en poco tiempo; en definitiva, nunca antes la población mundial ha estado tan rica. Los movimientos antiglobalización, por ejemplo, pinchan en hueso al oponerse a ella con el objeto de reducir la pobreza, puesto que es la globalización la única que lo ha logrado.

Como vemos en este gráfico, en el año 1959, casi el 22% de la población mundial vivía con menos de un dólar y medio al día. Ni que decir tiene que en épocas anteriores las condiciones eran aún más penosas. A medida que el mundo se fue globalizando e industrializando la situación iba mejorando: actualmente, un 10% de la población mundial, a lo sumo, vive en condiciones de pobreza.

De ese 10% de pobreza mundial, África participa en un 50%; es decir, la pobreza de los países industrializados representa, a duras penas, el 2% mundial. Además, podemos observar que los países recientemente industrializados (los asiáticos: Taiwán, Hong Kong, China, Corea del Sur, Japón, etc.) han reducido -también recientemente- sus índices de pobreza. Existe una gran correlación entre industrialización y mínimos índices de pobreza. La historia económica así lo demuestra, y como dice Jacque Fresco: «sin tecnología, recaeríamos en el esclavismo».

En este sentido, África se encuentra actualmente en una encrucijada. Es uno de los escasos territorios que continúan aún en el pauperismo (pobreza persistente), y todavía no se ha industrializado. Las actuales revueltas en países africanos como Libia o Egipto buscan derrocar a sus tiranos (los cuales se apropiaban de la mayoría de la riqueza del país), para lograr la libertad política y económica, un camino firme hacia la industrialización.  Podemos admitir, en consecuencia, que el camino más factible para erradicar el hambre es abrir paso al libre mercado y a la globalización.

Ahora bien, si la industrialización llega, manu militari, del Estado, el resultado es bien distinto. En primer lugar, ninguna persona humana está capacitada para saber qué empresas abrir, en qué lugares, cómo hacerlo o en qué proporción. Al no poder hacerse con la información del mercado (o la sociedad), se abrirán empresas que no serán viables (que la gente no demandará) y, así, lo único que se conseguirá es desperdiciar recursos. En segundo lugar, la fuerza que generan las acciones individuales de la sociedad supera por mucho las decisiones de un gobernante. Por este motivo, el proceso de industrialización de la extinta Unión Soviética, preconizado por Stalin, no fue precisamente gallardo: mientras se lanzó el Sputnik, casi toda la población vivía en condiciones de penuria. El Gosplan u el organismo de planificación central no reduce tampoco la pobreza. Así las cosas, la industrialización, cuánto más libre de estatismo, más efecto surtirá en la pobreza.

La riqueza de las naciones se explica por la libertad económica, la tecnología y, por extensión, en la productividad. No obstante, los continuados esfuerzos estatistas para generar igualdad desembocan en el crecimiento de la pobreza. Por ejemplo, para aumentar el subsidio de desempleo hay que aumentar los impuestos; o sea, que los trabajadores, al menos en parte, mantienen a los desempleados. Se trata de un desincentivo al trabajo. Si bien en el mismo instante en el que se ofrecen subsidios los desfavorecidos aumentan su bienestar, la economía se va resintiendo poco a poco, pues el desempleo va creciendo, y cada vez son más los subsidios demandados, mientras que la recaudación del Estado disminuye. Así cayó el Imperio Romano. Cuando los emperadores romanos pensaron que su rico y vasto imperio era ilimitado, decidieron ofrecer la ciudadanía romana a todo habitante del imperio, con los privilegios que ello conllevaba. Panem et circences (pan y circo, gratis) era el lema del antigüo Estado del bienestar romano. Los productores de trigo decidieron cerrar sus fábricas, pues el pan era ofrecido gratuitamente. Y la población no paraba de crecer, pues los inmigrantes entraban a borbotones a beneficiarse de tal caridad. Las arcas del imperio romano quedaron exhaustas en muy poco tiempo y se inició el declive del imperio.

Según las cifras del Banco Mundial y la ONU, podemos hallar una correlación muy reducida entre libertad económica e igualdad, como puede observarse en los índices de arriba. Sin embargo, la población vive mejor, en lo que respecta a bienestar económico, con libertad económica.

Por ello, insisto, el único remedio contra la pobreza es libertad económica e industrialización. Las ayudas sociales adolecen de miopía, pues, tras los beneficios instantáneos, engendran las simientes del paro, quiebra y penuria. Dicho de otra forma: las consecuencias del Estado del bienestar son las contrarias a las buscadas por el Estado; es decir, la ayuda a la pobreza genera pobreza. Como ejemplo más actual podemos ver a España que tiene una de las protecciones al desempleo más altas (y unos índices de paro atronómicos) o EE.UU. cuya administración ha preconizado el susodicho modelo del bienestar (con el consiguiente desempleo alto y constante).

Así las cosas, el promover políticas de igualdad produce desincentivos, contrayendo la economía e igualando a todos sus miembros en la penuria; por la otra parte, favorecer la libertad implica desigualdad económica, pero al generarse incentivos, la economía crece y todos sus miembros terminan saliendo de la pobreza. No obstante, a muy largo plazo, la economía libre tiende a la equidad, como pueden observar en el siguiente gráfico.

El derecho espurio

El ámbito que tiene más repercusión de todos, en cualesquiera intersticios, de la sociedad ése es sin duda el derecho. El derecho permite la la fructífera relación entre todos los individuos de la sociedad (e incluso de la humanidad). Así como en un juego de mesa sin las reglas del juego no podríamos divertirnos, la sociedad sin derecho correría un grave peligro de extinción. ¿Qué sería de nosotros si matar a un conciudadano no acarreara ningún castigo? ¿En qué derivaría la especie humana si pudieramos apropiarnos indebidamente de los bienes ajenos?

El derecho, por tanto, es una institución. Es una institución en el sentido de que es inherente al ser humano y que se va perfeccionando con el paso del tiempo; es decir, todo ser humano ayuda, con el uso de las normas, derechos y leyes, a la evolución del derecho; generación tras generación va haciéndose más adecuado a la especie humana. El lenguaje, por ejemplo, es otra institución, la cual, va evolucionando a medida que se va usando o aumenta el número de hablantes.

Por este motivo, las leyes prístinas eran poco adecuadas. Por ejemplo, la ley del «ojo por ojo y diente por diente» estuvo en vigor durante un tiempo. Obviamente, la experiencia demostró la injusticia de la Ley del Talión y esta experiencia servirá a toda la posteridad.

Este campo trata, por consiguiente, de adecuar las normas de la sociedad de la mejor forma posible a la naturaleza humana, para extraer el máximo provecho de la relación interindividual. La tecnología por ejemplo, al igual que el derecho, se va construyendo sobre lo ya construído; o sea, que, partiendo de un ordenador con una dimensión de varias habitaciones y de poca capacidad, se llega a un ordenador portátil o un iPad. Y éste iPad satisface mejor las necesidades intrínsecas del ser humano, que el primero, del mismo modo que dentro de unos años el próximo dispositivo lo hará en mayor medida.

Así las cosas, podemos concluir que el derecho no está fundamentado en una convención entre individuos (mediante nomos) o, incluso no es consuetudinario (no lo es porque pueden estar en vigor leyes mucho tiempo, que no estén al servicio de la humanidad). Entonces, podemos hablar de ius naturalism; es decir, del derecho natural, en virtud del cual, las leyes son innatas en el ser humano y éste trata de descubrirlas. Y, para ello, nada mejor que la neurología o cualesquiera ciencias médicas, que traten de la naturaleza humana.

No obstante, es recurrente que los gobernantes utilicen la legislación, que no es una institución, decidida por libre albedrío por un conjunto de personas aisladas en un parlamento. Así el elegido democráticamente genocida alemán, Adolf Hitler, implementó la «ley» de que el único punto de vista válido sobre las obras de arte era el suyo propio. Esta «norma» no está al servicio de la humanidad. Cuando una serie de personas imponen el derecho de la sociedad, se está produciendo la misma aberración que si la RAE impusiera las normas del lenguaje español. Podemos corroborar esta tesis, con el caso particular de la última «ley» aprobada por el Consejo de Ministros que reduce el límite de velocidad, para ahorrar gasolina.

En definitiva, el derecho, surgido de las aportaciones históricas de todas las generaciones, suele ser corrompido por los legisladores que deciden ah hoc normas concretas (y no generales, como, por ejemplo, no matar o no robar) de comportamiento. En realidad, podemos resumir todo esto en la siguiente frase: un mandato no debería formar parte del derecho.

Libertad emergente: ‘matrimonio’ gay

Desde que en 2001 Holanda se convirtiera en el primer país en aprobar el matrimonio homosexual, esta decidida apuesta por la libertad individual se ha extendido por el mundo vertiginosamente y son ya más de once países los que han seguido los pasos de Holanda (entre ellos, Bélgica, Reino Unido, Alemania, Canadá, España, en la mayor parte de México, Argentina, etcétera). En lo que respecta a EEUU, se está produciendo también un avance imparable en la materia, pues cada vez más Estados se suman a la iniciativa.

Cuando hablo de matrimonio, me refiero igualmente a la unión civil, pues la realidad a la que me refiero es la misma; aunque, unión civil sea, etimológicamente, el término más apropiado.

Pese a que, en España, fuese aprobada por un gobierno socialista, hay que decir que se trata de una medida liberal y democrática, nada tiene de socialista. Recordemos que tanto Fidel Castro, como la República Popular China eran favorables al exterminio de la homosexualidad, una realidad natural.

Sin embargo, todavía siguen existiendo colectivos que rechazan este tipo de libertades (como, por ejemplo, el Tea Party), arguyendo, entre otras cosas, que supondrá un ataque a la familia. El argumendo se desvanece por sí mismo. Como bien se pregunta Mario Vargas Llosa: «¿No podrán seguir casándose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo?»

Si bien resultaba paradójico el caso de PSOE, no menos resulta el del Tea Party, que pese a declararse un partido defensor acérrimo de la libertad individual, luego muestra lo contrario en temas como este. En el caso de la Iglesia, la problemática no presenta enjundia, pues es la misma de siempre: fervor reaccionario por desfavorecer el progreso y el mejoramiento. Es la actitud idéntica a la que tuvo cuando negó, en la Edad Media, el modelo heliocéntrico, solo que nos encontramos en el siglo XXI y los temas a debatir son los propios de nuestro tiempo.

Aprobar el matrimonio homosexual no es más que atender unas necesidades insatisfechas de una fracción de la población; es decir, no perjudica, sino que beneficia y aumenta la libertad.

También hay otros argumentos que se oponen a la reforma, como los que afirman que la homosexualidad es una patología y, como tal, hay que desfavorecerla. Por los siguientes motivos, el argumento es falaz:

1. Suponiendo que se trate de una patología (que no lo es), ese no es motivo para prohibirla. Pues, si así fuese, el mismo razonamiento obligaría a prohibir (o denigrar) la obesidad, o el cáncer, cosa sobremanera oligofrénica.

2. La efermedad (o patología) se define como una alteración en la salud que causa graves perjuicios. Por lo tanto, como la homosexualidad ni es una alteración en la salud, ni causa graves perjuicios, no se trata de una enfermedad. Y así lo ha aclarado la Organización Mundial de la Salud, así como toda la comunidad científica: «desde el punto de vista médico, no existe ninguna diferencia entre una persona heterosexual y homosexual», asegura Fernando Chacón, decano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

3. La historia -como también dice Vargas Llosa- nos muestra que la homosexualidad se ha dado desde siempre e incluso ha sido muy aceptada en la antigüedad; Grecia y Roma son un referente. Además las enfermedades tienden a desaparecer en el tiempo (y a mutar), por evolución; no son intempestivas.

Siendo analíticos, el tema que nos ocupa, en realidad, es una obviedad, pues se trata de una preferencia, en definitiva un gusto. Igual que si hablamos de gustos musicales, literarios o deportivos. Se conforma en la subjetividad del individuo que, por definición, no es objetivable. Podrá haber, sí, gustos (o colores) mayoritarios, pero esa no es razón ni para convertirlos en únicos, ni para denigrar a los otros («decir más gordo a alguien, no te hace más delgado»).

Una nota sobre la adopción

El tema adquiere aún más controversia si nos planteamos la posibilidad de adopción de un hijo, por parte de una pareja homosexual, pues, a bote pronto, aunque la libertad (o satisfacción) de los padres aumente, la del hijo podrá verse ensombrecida.

Bien. Pero los hijos no eligen a sus padres, vienen dados. Por lo que se trata del mismo dilema, tanto en parejas heterosexuales como homosexuales. Algunas opiniones insisten en que la adopción implicaría una formación deficiente y anómala, pues lo «normal» es tener un padre y una madre, no dos madres ni dos padres. Sin embargo, estas afirmaciones carecen de fundamento científico y, según afirma Edurne Uriarte, un niño necesita amor, no abstracciones.

El espíritu de la cheka

La universidad siempre ha sido un foco de pensamiento crítico con el poder y un impulsor del cambio social.

Sin embargo, en la actualidad se han excedido los límites y un espíritu arrogante y rencoroso se ha apoderado de ese círculo de ideas otrora prestigioso. Se trata del espíritu de la cheka y de la creencia primitiva de que se pueden imponer las ideas a base de boicots liberticidas, insultos y agresiones.

Queramos o no, la universidad española hoy se ha convertido en un núcleo de contaminación marxista que está sacando de nuestras facultades la diversidad de opinión y la libertad, los dos blancos preferidos de la flecha comunista.

Provoca la náusea que se declaren abanderados de la cultura aquellos que imponen el adoctrinamiento en las aulas y han expulsado de las mismas a gritos de «fascista» a grandes conferenciantes como Rosa Díez, Pío Moa o Albert Rivera por el terrible delito de no ajustarse a su ideología enferma.

Lo que realmente resulta preocupante no es el hecho de que las ideas colectivistas hayan arraigado tan profundamente, sino el modo de proceder de estas hordas cegadas por el odio y la ignorancia, cuando generalmente no tienen la menor idea de política, y mucho menos de marxismo.

Y es que el marxismo se ha convertido en la moda de los universitarios porque, como movimiento temporal que es, se encuentra sujeto a la tendencia que se tercie en el momento. La libertad, en cambio, es un valor intempestivo, por lo tanto, no puede ser invadido por el capricho casual que se halla tras esas palestinas, esas camisetas del Che y esas maneras de sindicalistas del siglo XIX.

Otra de las falacias, ésta ya rayando en lo cómico, es el fascismo como telón de fondo en cada una de sus críticas, ya que, al estar obsesionados con él, lo ven por todas partes. Todos sus rivales políticos han de ser necesariamente fascistas pues, aprovechando la repulsión que esta ideología produce en la gente, logran etiquetar a los enemigos y evitar que la gente los oiga y cree su pensamiento en torno a ello. ¿Por qué, entonces, si son fascistas y sus ideas son tan retrógradas, estos marxistas domados se ven en la necesidad de interrumpir sus conferencias a golpe de amenazas? ¿No será que tienen miedo de que la gente los escuche y se dé cuenta de que está de acuerdo con ellos? ¿Quién los ha legitimado para decirnos a quién debemos escuchar y a quién no?

Este carácter es el germen de la coacción política y la dictadura, las mismas acciones que llevaron a cabo en los años 30 y que acabaron con la República que tanto dicen amar.

¿Por qué padecemos una universidad con tan pésima calidad? En primer lugar, porque éste era el sistema que necesariamente había de derivarse de la LOGSE. Cuando se deja de valorar el mérito y el esfuerzo y empezamos a reducir el nivel para que los más adelantados, inteligentes y útiles se adapten a los más desinteresados y atrasados en pro de una estúpida igualdad, la educación se empobrece y entonces podemos pronosticar un fracaso progresivo, que en este caso ha desembocado en la banalización de la institución universitaria.

Otra de las razones fundamentales tiene su raíz en este primer aspecto. La concesión de becas a diestro y siniestro sin tener en cuenta el nivel académico alimenta la proliferación de estas criaturas que, imbuidas por este espíritu de la cheka se creen legitimadas a llamarse estudiantes universitarios. Eso sí, el aprobado mejor pa’l año que viene, que hoy hay manifa y después botellón.

Si persistimos en esta tendencia tan nefasta, en las próximas décadas vamos a ver cómo la educación superior se rebaja en la forma en que lo ha hecho el bachillerato. Porque ya todo el mundo puede entrar en la universidad, tengan faltas de ortografía, ignoren la constitución liberal de 1812 o no sepan quién fue Cánovas del Castillo.

Con semejante nivel de degradación no me parece extraño que la semana pasada fuese agredido el Consejero de Cultura de la Región de Murcia a manos de un fulano de extrema izquierda, con el tácito aplauso de ciertas autoridades políticas. No me sorprende la violencia como instrumento político, porque yo, queridos amigos marxistas, sí conozco la historia de España y la manera de actuar del espíritu de la cheka.