La prometedora África.

El continente esperanzador: después de décadas de lento crecimiento, África tiene una oportunidad real para seguir los pasos de Asia.

Las tiendas apilan torres de productos de varios metros; afuera, las calles están aglomeradas de clientes y vendedores exhaustos. Pero esto no es una gran calle durante la temporada de compras navideñas en el primer mundo. Es el mercado Onitsha en el sur de Nigeria, todos los días. Muchos la llaman la mayor del mundo.  Hasta tres millones de personas van allí diariamente a comprar arroz, jabón, ordenadores y material de construcción. Es un centro para los comerciantes del Golfo de Guinea. Una región plagada de corrupción, piratería, pobreza y enfermedades, pero también el hogar de millones de empresarios motivados y crecientes consumidores prósperos.

En la década pasada, seis de los diez países del mundo con crecimiento más rápido fueron africanos. En ocho de los últimos diez años, África ha crecido más rápido que el Este de Asia, incluyendo Japón. Incluso teniendo en cuenta el efecto dominó de la desaceleración del hemisferio norte, el FMI espera que África crezca un 6% este año y casi 6% en 2012, muy parecido a lo que se espera para Asia.

El boom de las materias primas es parcialmente responsable. Durante el lapso 2000-08, cerca de un cuarto del crecimiento africano provino de un aumento de los ingresos de los recursos naturales. La favorable demografía es otra causa. Con tasas de fertilidad cayendo en Asia y América Latina, la mitad del aumento de la población en los siguientes cuarenta años se producirá en África. Pero el crecimiento, además, tiene un montón que hacer con las manufacturas y las economías de servicios que los países africanos están empezando a desarrollar. La gran pregunta es si África puede seguir así si la demanda de materias primas cae.

Cobre, oro, petróleo –y una pizca de sal.

El optimismo sobre África necesita tomarse en dosis muy pequeñas, pues las cosas todavía son muy precarias en  gran parte del continente. La mayoría de los africanos viven con menos de dos dólares al día. La producción de comida por persona se ha estancado desde la independencia en los años 1960. La media de vida en algunos países está por debajo de 50 años. La sequía y el hambre persisten. El clima está empeorando, con la deforestación y la desertificación todavía en marcha.

Algunos países son elogiados por su vertiginoso crecimiento económico, como Angola y Guinea Ecuatorial son cleptocracias bañadas en petróleo. Algunos que han empezado a hacerlo bien en el desarrollo económico, como Rwanda y Etiopía, se han convertido en políticamente nocivos. Congo, ahora sometido a unas ruinosas elecciones, todavía parece escasamente gobernable y horriblemente corrupta. Zimbawe es una cicatriz en la consciencia del resto sudafricano. Sudáfrica, que solía ser un modelo para el continente, está machada con la corrupción; y dentro de la decisión del Congreso Nacional Africano se habla de la nacionalización de la tierra y las minas.

Sin embargo, en este contexto tristemente familiar, algunos números fundamentales están moviéndose en la dirección correcta. África ahora tiene una creciente clase media: de acuerdo con el Banco Mundial, sobre sesenta millones de africanos tienen un ingreso de 3.000$ al año, y serán cien millones en 2015. El ratio de inversiones extranjeras se ha multiplicado por diez en la última década.

La llegada de China ha mejorado la infraestructura africada y ha impulsado el sector manufacturero. Otros países no occidentales, desde Brasil y Turquía hasta Malasia y India, están siguiendo su ejemplo. África podría irrumpir en el mercado global por industria ligera y servicios como centros de llamadas. El comercio internacional, reprimido durante mucho tiempo por la rivalidad política, está creciendo, tanto en bajadas de los aranceles como en la eliminación de las barreras al comercio.

El entusiasmo de África por la tecnología está aumentando. Hay más de seiscientos millones de usuarios de teléfono móvil, más que América o Europa. Puesto que las carreteras son normalmente terribles, avances en las comunicaciones, con banca móvil e información telefónica agrícola, han sido una gran expansión. Cerca de una décima parte de la tierra africana está cubierta por servicios de móvil o internet –una proporción más alta que la India. La salud de muchos millones de africanos también se ha mejorado, gracias en parte a una distribución más amplia de mosquiteros y a la mejora gradual de los estragos del VIH y el SIDA. Las habilidades están mejorando: la productividad está creciendo cerca de un 3% al año, comparado con un 2,3% en América.

Todo esto está ocurriendo en parte porque África está al menos obteniendo un poco de paz y gobiernos decentes. Tres décadas después, los países africanos se deshicieron de sus cadenas coloniales, no sólo una derrota pacífica a gobiernos o presidentes en las urnas. Desde que Benín estableció la tendencia continental en 1991, estas derrotas por las urnas se sucedieron más de 30 veces –muchas más que el mundo árabe.

Las tendencias de la población podrían aumentar estos desarrollos prometedores. Un montón de  jóvenes mejor educados en edad de trabajar está incorporándose al mercado laboral y las tasas de natalidad están empezando a bajar. A medida que aumenta la proporción de gente en edad de trabajar, el crecimiento debería recibir un impulso. Asia disfrutó de un “beneficio demográfico” que empezó hace tres décadas y ahora está disminuyendo. En África está empezando.

Tener una gran cantidad de adultos jóvenes es bueno para cualquier país si su economía es próspera, pero si los empleos son escasos, puede conducir a la frustración y violencia. Si la demografía africana trae un beneficio o un desastre depende en gran medida de sus gobiernos.

Más comercio que ayudas.

África todavía necesita una reforma profunda. Los gobiernos deberían de facilitar la creación de empresas y reducir algunos impuestos y recoger honestamente los que hay. La tierra tiene que salir de la propiedad comunal y entregar la propiedad a los agricultores, para que puedan obtener créditos y expandirse. Y, sobre todo, los políticos necesitan mantener el hocico fuera del comedero y dejar el poder cuando sus votantes se lo digan.

Los gobiernos occidentales deben abrirse al comercio en lugar de repartir ayuda. La ley America’s African Growth and Opportunity, que redujo las barreras arancelarias para muchos bienes, fue un buen comienzo, pero es necesario que se amplíe y se extienda a otras naciones. Los inversores extranjeros deben firmar la Extractive Industries Transparency Initiative, que permitiría a los africanos ver que las empresas extranjeras pagan las licencias para explotar sus recursos naturales. Los gobiernos africanos deben insistir en la total apertura en las ofertas que realizan las empresas y gobiernos extranjeros.

La autarquía, la corrupción y la lucha no van a desaparecer de la noche al día. Pero en un momento oscuro de la economía mundial, el progreso de África es un recordatorio de la promesa de cambio en el crecimiento.


Este artículo es una traducción del artículo publicado por el semanario británico The Economist. Ver original:(http://www.economist.com/node/21541015)

Toma el dinero y corre

Recuerdo cuando en 2003 el gobierno de Aznar aprobó el envío de tropas españolas a Irak. La decisión del ejecutivo encontró una gran oposición en el mundo dizque intelectual. Músicos, cineastas, actores y escritores mostraron su amplio rechazo a la medida. Con todo su derecho a la libertad de expresión declararon a través de la prensa, de los premios Goya y demás que la única intención de la guerra era llevarse el petróleo, sin importar la vida de la población. Todos tenemos en nuestra mente las imágenes de esas grandes manifestaciones del «NO a la guerra» y de las acusaciones de fascista y terrorista a Aznar. Hasta aquí todo bien. Un grupo social se posiciona en contra de las políticas de un gobierno y utiliza su libertad para hacerse sentir.

Sin embargo, con el paso del tiempo cambian los gobiernos y actualmente nos dirige un partido de distinto signo. Ahora practiquemos la analogía que tanto le gusta hacer a los españoles. El presente gobierno, aparte de mantenernos en la guerra de Afganistán, acaba de mostrar su apoyo a la intervención militar en Libia, es decir, a la guerra. En cambio ya no vemos, ni veremos, las grandes manifestaciones contra la guerra. Esos grandes intelectuales comprometidos con la paz y la libertad del pueblo ahora se muestran taciturnos respecto a una guerra ataviada con eufemismos baratos de televisión pública.

Cuando uno observa el doble rasero y la caradura ostensible en el mundo público sólo puede reaccionar con asco y vergüenza. Pero cuando además lo hacen con el dinero de todos, cuando se venden por unas cuantas subvenciones y una imagen para los borregos, es cuando el asunto llega ya a lo moral y, a mi modo de ver, a lo criminal, esto es, al robo.

Todos los que me conocen saben que no me gusta dividir nunca las sociedades en izquierda y derecha, pues creo que el ser humano es libre y no tiene porque atarse a la obcecación y obsesión de algunos, que ven fachas o rojos por todas partes. No obstante, este país me obliga a ello, porque el español medio no es capaz de crear sus ideas en base a lo racional, sino en base a etiquetas sociales y a convenios colectivos. El origen de que la izquierda española tenga la sartén por el mango y presente tal superioridad moral se debe básicamente a que siempre está organizando manifestaciones, saliendo a la calle, haciendo ruido, con razón o no. En cambio, en España tenemos una derecha tonta, acomplejada y displicente, que es incapaz de defenderse y que así le va, venciendo por mayoría absoluta en las encuestas y manteniendo la patética estrategia electoral del centro y el complejo. Si la derecha española aprendiese de la británica o la americana, en primer lugar aprendería a deshacerse de la mano regresiva de la Iglesia Católica y, en segundo lugar, denunciaría estos hechos para que estas cigalas dejaran de aprovecharse de las hormigas, es decir, los ciudadanos. De este modo, sería voz pública que tanto en la izquierda como en la derecha se cocina corrupción e hipocresía.

Mucha gente trata de justificar las subvenciones a la cultura porque las consideran vitales para crear una sociedad culta e instruida. En primer lugar huelga decir que con Belén Esteban en prime time se demuestra que esto no se ha logrado. En segundo lugar, todo tipo de subvención origina monopolios. Me explico. En una sociedad intervenida, inexorablemente la subvención va a recaer sobre unos pocos, los cuales parten con ventaja respecto al resto, es decir, en pro de la igualdad se fomenta la desigualdad. ¿Qué hace que Almodóvar reciba subvenciones para hacer una película y yo no? Está claro, la pertenencia a la secta de la Zeja. Un buen cineasta se ha de hacer respetar por sus buenas películas y por tener un público que vaya a ver sus películas. Ocurre lo mismo con las empresas al fin y al cabo. Si una empresa no es lo suficientemente buena como para atraer al público quiebra, a menos que el Estado la subvencione, lo que estará postergando la vida de una empresa inútil. Luego no es de extrañar que nuestra mayor joya cinematográfica sea Torrente.

Por último y para dejar las cosas claras, habrá gente que alegue que la guerra de Irak se hizo sin consentimiento de la ONU y la de Libia sí lo tiene. Pero yo pregunto ¿qué autoridad moral le puede otorgar la ONU a una guerra? Es un organismo que con el derecho a veto de unos pocos países privilegiados elimina cualquier resquicio de democracia que pueda haber en él. Otro dato es que Libia, al igual que Irak, es un país con grandes reservas de petróleo. ¿Por qué si lo hacemos por el pueblo entonces no atacamos a otros líderes que también atacan a sus pueblos?

Sobre la situación en Libia

Desde que comenzaron las revueltas árabes se ha abierto un debate sobre si los países extranjeros deberían intervenir o no en el conflicto. Los partidarios de la intervención alegan que la masacre que está produciendo Gadaffi merece ser castigada y que el pueblo libio debe ser liberado por fuerzas militares como la OTAN; desde el otro bando, países como Venezuela, concretamente Hugo Chávez, han manifestado su intención de apoyar al régimen de Gadaffi de los ataques rebeldes.

Yo, como liberal, trato de mantener coherencia en mis ideas. Creo que actualmente tenemos un estado demasiado grande y su tamaño es inversamente proporcional a la libertad de los ciudadanos que viven bajo su influencia. Asimismo, opino que la política exterior de un país debe basarse en la diplomacia, el establecimiento de intereses comerciales y el respeto hacia la libertad y soberanía de los demás pueblos. La intervención del gobierno en el exterior únicamente está legitimada por razones defensivas, y nunca debe estar regida por la arrogancia respecto a la forma de actuar de otros países, ni mucho menos por petróleo o armas.

Esto no quiere decir que yo apoye a Gadaffi. Pienso que es un tirano y representa la quintaesencia del totalitarismo, que coarta la libertad a un nivel exacerbado y sin  duda si gobernara mi país, sería el primero en echarme a la calle a protestar, pero un país jamás podrá entender los conflictos internos de otro.

Además, es bien sabido que quien ataca a un país suele recibir venganza; esta es la razón que comenzó el conflicto con los terroristas islamistas. Nosotros los atacamos y ellos responden con el 11-s, con el secuestro de turistas de nuestros países, etc. Nuestro objetivo tiene que basarse en mantener la libertad en nuestro país y así ser respetados por los demás.

Una buena parte de nuestros problemas económicos corresponden al intervencionismo en el exterior. Gastamos millones de euros en atacar a otros países con la excusa de la «paz» y encima nos cuesta la vida de nuestros nacionales; es completamente absurdo.

Los países son como los individuos. Tienen sus conflictos internos, sus maneras de pensar, se encuentran sumergidos en otro contexto y el país vecino no es quién para imponerles un modo de vida concreto, simplemente porque no están acostumbrados a él y acabarán repudiándolo. Si el pueblo de Libia alcanza lo que llamamos civilización, ellos mismos se darán cuenta de que la libertad es el único medio para alcanzar la paz; si por el contrario un ejército extranjero les ataca, se unirán para hacerle frente al invasor, es decir, habrá más guerra.

Huelga decir que en mi país, España, hubo una terrible guerra civil en los años 30 y una posterior dictadura sangrienta y ninguna democracia intervino para salvarnos. Durante la guerra civil sólo las dictaduras mandaron soldados y equipamiento y lo único queprovocó fue el alargamiento del conflicto. Así que, ¿qué clase de país liberal violaría la libertad de las demás naciones de gobernarse bajo su propia voluntad? Algunos libios se están levantando contra un tirano y éste está respondiendo con violencia bruta y una masacre espantosa, pero todo es parte del destino del pueblo libio, y ni la OTAN, ni Hugo Chávez, ni nuestra habitual empatía tiene el derecho de cambiarlo.

 

La globalización es inevitable

Desde el siglo XIX se ha producido un fenómeno sin precedentes en la humanidad. Por primera vez, gran cantidad de pueblos distintos empiezan a conformar una amalgama social. La causa de este fenómeno es, sin duda, la revolución tecnológica que posibilita una comunicación instantánea y barata con cualquier parte del mundo. Además, las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial preconizaron el abandono del nacionalismo económico que, inevitablemente, inducía hecatombes. Y así nació el multilateralismo. Por eso, no hay método más eficaz contra la guerra que la difusión de la industrialización, el aumento de las libertades y la globalización. Podemos observar que la integración mundial se ha desarrollado, hasta ahora, en cuatro fases.

Se inició hacia el 1700 en Gran Bretaña con la Primera Revolución Industrial, que introdujo como principal innovación el ferrocarril. En ese momento, la floreciente industria logró aumentar la productividad del trabajador que, indefectiblemente, desencadenaba en un aumento de salarios lo que, a su vez, incentivaba la mecanización de la industria (pues despedir a trabajadores con salarios altos e implementar maquinaria aumentaba el beneficio), que, en definitiva, enriquecía el país. La mejora tecnológica erradicó las épocas de crisis de subsistencia. La implicación última de todo este proceso es el aumento de la libertad y del tiempo libre para disfrutarla (ya no hacía falta pasar jornadas inhumanas en el campo cosechando para comer, pues podía comprarse, gracias a la industria, a precios relativamente bajos). Por primera vez, las condiciones de trabajo, tan duras como las del campo, se ablandaron, mientras los salarios ascendían. A partir de este momento, ya no hace falta dedicarse a cubrir necesidades básicas, quedando tiempo libre para ser.

Continuó extendiéndose, en una segunda etapa, al resto de Europa y Norteamérica, produciéndose en la Revolución francesa y la Independencia estadounidense. Parte de la tecnología británica se transfirió gracias al comercio internacional a Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Italia, Suecia y, sobre todo, Estados Unidos. De nuevo, en todos estos países, aumentó la productividad; por consiguiente, los salarios; y, por tanto, se incentivó la mecanización que, en última instancia, lograba abaratar los precios y aumentar el tiempo de ocio. En España, con más dificultades de absorción tecnológica, la Libertad no llegó hasta el 1868 con la revolución conocida como La Gloriosa, iniciando el Sexenio Democrático.

Bolsa de Tokio

Posteriormente, la bonancible época del capitalismo (1950-1973) permitió que la globalización entrase en América Latina y, poco más tarde, en los países asiáticos (Japón, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur, China, etc.). Se produjo en ese momento una relocalización progresiva con destino asiático, donde las empresas buscaban mano de obra barata. En consecuencia, Asia se industrializó. Y, de nuevo, se produjo el mismo mecanismo que en la Gran Bretaña protoindustrial: mejora de la productividad, mejora de los salarios, sustitución de trabajadores por maquinaria, reducción de precios y aumento del tiempo libre y las libertades.

En China, la libertad todavía está por culminar. Así como fue necesaria en Europa el Año de las Revoluciones (1848) para allanar el terreno a la libertad, la próxima etapa en China deberá consistir en una revolución contra el opresor gobierno chino, que permitirá expandir en China toda la prosperidad económica acumulada, con el consiguiente aumento de las libertades. Esperemos que Gao Xingjian tenga suerte.

Asimismo, podemos admitir una cuarta etapa en la integración mundial, pues, tras las últimas revoluciones vividas en los países árabes es obvio que la globalización ha decidido impregnar uno de los resquicios aún no penetrados por la Libertad: Arabia. Egipto se encuentra en proceso de democratización, mientras Túnez, Yemen, Argelia, Libia y Baherin se encuentra en una dolorosa -pero, esperemos que útil- revolución liberal.

Al igual que la mejora del comercio británico en el S. XVIII extendió la libertad individual a América y Europa, los movimientos de personas y mercancías junto con el poderoso internet están logrando difundir en Arabia los mismos valores democráticos.

Déjeme matizar que, cuando un pueblo pide libertad, ha salido de su minoría de edad. Por ese motivo, no hay ningún peligro, por ejemplo, en la democratización de Egipto. Al contrario: cuando un pueblo acepta el sometimiento de un dictador, revela la mentalidad peligrosa del mismo.