¿Y quién es usted?

A continuación les dejo el relato que ha conseguido el tercero premio en un pequeño concurso de microrrelatos que se ha organizado en el intituto Pedro Espinosa:

Siempre me han llamado la atención los semáforos, tan silenciosos, tan discretos, y a la vez tan esenciales, tan copiosos, tan humanos. Sólo hay que echarle un vistazo a la colocación de los semáforos para darnos cuenta de que los hemos convertido en algo sagrado, ¿o acaso no se asemeja su posición a la de las ermitas de la virgen María que se colocan en las encrucijadas?  El caso es que cuando ayer bajé por la calle Esparteros y llegué al cruce de la calle Misterio, me percaté de que había algo que escondía aquel semáforo centelleante. Aquel muñeco rojo permanecía allí parado, sin dar muestras de vida, como indeciso, parecía desorientado, como si estuviera buscando una respuesta en mí. Vi en él un espejismo, el fulgor de sus luces parecía llamarme utilizando una preciosa lengua que no lograba identificar, pero si a interpretar ¿era griego quizás?

–         ¿Quién eres? – me preguntó.

Yo estaba desconcertado, no sabía qué responderle. Aquel día había bebido un poco y quizás estaba alucinando, pero ¡parecía tan real! El tiempo pasaba con una lentitud infinita, no sólo porque los semáforos tardan en ponerse en verde una eternidad, sino también porque había algo mágico instalado en el ambiente. Los coches seguían pasando, sin embargo ninguno de los transeúntes se paraba en mi mismo semáforo.

De repente todo cambió. El misterio que imperaba en la atmósfera se disipó, la calle estaba desierta, sólo estaba yo mirando a ese muñeco rojo que se reflejaba en el semáforo, era yo, vestido con mi anorak rojo, reflectado en aquel semáforo roto de un barrio abandonado, el de los sueños.

La vida no se ve

Darío Alba era ledo, soñador y estaba lleno de vida hasta que un maldito día fuimos todos los amigos juntos  a ver la película “American Graffity” sobre el paso del tiempo, desde ese día, ya no fue el mismo, su carácter se afligió, escuchaba con profunda atención -antes apenas nos oía- y su inteligencia se había acentuado gravemente, parecía como si el tiempo lo erosionase con más rapidez que a nadie. ¿Te pasa algo, Darío? -pregunté- Pero no supo qué decir, estaba seguro que él sabía exactamente la respuesta, aunque me temía que no iba a comprender su situación. Pero ahora que he descubierto sus últimas palabras…

Desde aquel día, conocí el dolor más traicionero, la verdad. Viajaba cada vez más desaforadamente desde mi cama a los lugares más recónditos y oscuros que cada vez se hacían más dolorosos, más reales. Mi abulia se incrementaba con cada oscuridad iluminada, con cada vistazo a la mentirosa vida la que, a cambio de vivir, nos ofrecía unas suculentas mentiras.

Este periplo me despojó de lo más preciado: las viejas amistades, me distanció de los mortales y me acercó a la muerte. En uno de mis últimos viajes, toqué fondo: me vi reflejado en el agua de aquella cueva abrupta de la psique, me descubrí. Aquí fue cuando sentí la autodestrucción, el corazón me dio el vuelco más grande que logro recordar y el pánico invadió ansiosamente mis venas. Intenté salir de aquella cueva, volver al punto de partida y destruir lo que me llevó hasta allí. Pero ya era demasiado tarde…, verme realmente era como mirar a la Gorgona Medusa a los ojos: quedé petrificado, muerto en vida. Al menos, tengo la esperanza de que la conciencia me deje llevarme el secreto a la tumba…