El ‘Big Bang’ social

Desde el origen de la vida, hace 5.000 millones de años, la evolución no ha interrumpido su ritmo, al igual que la voluntad de poder nietzscheana, ha ido contínuamente haciéndose más compleja, para subsistir. A pesar de que, a escala microscópica, todo es átomo, idéntico, en la escala en la que se encuentran nuestros sentidos, los átomos se organizan de tal forma que recrean variedad: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono, etc. A su vez, estos elementos químicos se vuelven a recombinar -al igual que los átomos- para formar moléculas: agua, glucosa, acidos nucleicos, aminoácidos, etc. Éstas, de la misma forma, producen macromoléculas como las proteínas o el DNA, el elemento constitutivo de todo ser vivo. Todos estos elementos forman una simbiosis perfecta, constituyendo el principal ladrillo de la vida: la célula. Ésta se une conjuntamente a otras células, formando órganos y conformando la biodiversidad del planeta Tierra. «Somos una comunidad andante de células», se atreve a repetir el conspicuo Eduardo Punset.

Pero la cosa no queda ahí. Extendiendo el mismo proceso de organización de la materia, este ser vivo o «comunidad andante de células» se une, asimismo, con sus iguales, estableciendo una red de relaciones sociales, que se da en numerosas especies. Por ejemplo, las hormigas son el mejor ejemplo que podemos tomar. Más de diez billones de insectos comunicados perfectamente entre sí, poseyendo incluso hasta un «estómago social», capacitándolos para ofrecer comida regurgitada a su igual.

Este proceso encuentra su cénit en el hombre. Los ladrillos del siguiente escalafón, el hombre, se unen, estableciendo complejísimas redes e instituciones (lenguaje, derecho, etc.). Se ocasiona así el último escalón conocido en la organización de la materia: sociedad. Como dije en las primeras líneas del post, la vida ha ido aumentando su complejidad exponencialmente, extendiéndose sin límite -de momento- por el planeta Tierra. Desde que se creó el primer aminoácido hace 2.700 millones de años ahora, la vida se ha multiplicado y complicado, así como la sociedad. El número de habitantes de hoy representa el 999 por mil del que contaba el mundo en el año 1700. Y todo apunta a que ese ritmo de crecimiento acelerado siga su curso. Pero no sólo importa el número, sino la implicación que la cantidad tiene sobre la calidad. En primer lugar, el aumento sin parangón de la población origina que más personas y mentes aportarán conocimientos, trabajo, opinión, puntos de vista a la sociedad; es decir, como sabemos que cada persona es única, a más población, más sociodiversidad.

Surgen nuevas disciplinas (biotecnología, biomimética, neuroeconomía, etc.), las existentes se perfeccionan, como el derecho o la economía. Como es lógico, a más litigios, más problemas jurisprudenciales se descubren, más se perfecciona el derecho. También, el lenguaje, se enrriquece con el uso del mismo o número de hablantes. Asimismo, en economía, a más población más complejo es el cuerpo social, y surgen nuevos fenómenos (estanflación, ciclos económicos, etc.) que, de otra suerte, no se darían. Además de la revolución en el conocimiento, emana de la sociodiversidad una mejora en la cantidad y calidad de vida. La esperanza de vida tampoco ha parado de crecer, pasando de los 30 años antes de la Primera Revolución Industrial, a los casi 90 en el presente. Como consecuencia del perfeccionamiento en el conocimiento y del aporte de más trabajo, aumenta la oferta de recursos, superando incluso a la demanda de los mismos, que dicho sea de paso, tampoco para de crecer. En definitiva, la sociodiversidad permite más y mejor vida (más y mejores recursos y precios más baratos), y allana el camino a futuras revoluciones que, tarde o temprano, se producirán.

Concluyo, por tanto, que la autoperfectiva vida avanza mediante la creación de mecanismos cada vez más complejos posibilitando la extensión de la misma por lugares cada vez más vastos. Por consiguiente, la cuestión de si se producirá o no tal expansión y complejidad, tanto de la vida como de la sociedad -que es una escala de la vida-, ya está dilucidada. Ahora nos queda preguntarnos: ¿Hacia qué dirección se dirige la evolución? ¿Cuál es el siguiente escalón? ¿Cuándo se producirá?

Libertad, libertinaje y liberticidios.

La libertad es un concepto profundo, filosófico, interdisciplinar y muy difícil de formalizar y entender. No obstante, se trata de un valor intempestivo: la humanidad, si se caracteriza por una sola cosa, ésa es por el deseo de libertad. En rigor, lo que diferencia la sociedad actual de la de antaño es el grado de libertad, ni más ni menos.

Al ser éste un valor tan intrincado, plantea serias dicotomías dialécticas: para unos, los conservadores, la libertad, que implica reforzar al individuo de autonomía, desembocará en el caos, ya que cada uno actuará desde su propia perspectiva, de ahí que su sistema ideal sea el actual; su lema es el de “lo que bien funciona, no lo toques”. Para otros, los progresistas, la libertad, que otorga más poder al sujeto, causará una cierta y enriquecedora diversidad, que aumentará paulatinamente el bienestar, tanto individual como general.

Pero conviene que no adelantemos acontecimientos, antes de definir claramente los conceptos, hasta el punto de discernir claramente el ámbito de la libertad. El concepto de libertad, por definición, está unido al concepto de justicia y, a su vez, estos dos conceptos son genéricos; es decir, no estamos hablando de la libertad de una persona o de un colectivo en particular, sino de la libertad de la especie humana. Todo esto significa que libertad no es si no hacer todo lo que se quiera, siempre y cuando no se perjudique, se dañe, o se inmiscuya en la libertad del prójimo. Es decir, libertad es poder hacer todo lo que a uno le plazca, sin que ello ocasione externalidades o consecuencias hacia los demás.

Dicho esto, la libertad –podemos concluir- es la virtud que se halla entre dos vicios extremos: el autoritarismo, por defecto, y el libertinaje, por exceso; ambos iguales de perniciosos.

Estatua de la libertad, símbolo de la Constitución americana

La libertad, al dejar abiertas todas las posibilidades del ser humano sin que éstas perjudiquen a sus iguales, aumenta el bienestar del hombre, pues todos podrán hacer lo que quieren, sin verse perjudicados por otra persona. Ahora bien, ¿la libertad magnifica el progreso, acelera nuestro recorrido hacia el porvenir? Depende, de las decisiones que tomen los sujetos, pues si es posible, en condiciones de libertad, fabricar la vacuna contra el SIDA, también es posible no hacer nada, no trabajar y no aumentar el crecimiento económico del país. Si nos dejan con el yugo, el tiempo permanecerá invariable, igual que siempre; empero, si nos lo quitan, la sociedad podrá caminar hacia el progreso o, por el contrario, hacia la involución.

La libertad es un arma de doble filo, sí, pero es la única arma. No se podrá jamás evolucionar sin libertad . Además, la tendencia histórica del hombre se inclina hacia el progreso y, por ello, hacia la libertad. Puede que un individuo en un caso aislado, con su libertad, no contribuya a la construcción de la humanidad, sino al contrario; pero lo habitual y lo normal no es. La tendencia del hombre, cuando bien vive, es la de hacer el bien y la de aportar su perspectiva, única, para hacer un mundo mejor. ¿Por qué, si no, entonces, en épocas dictatoriales las ciencias, artes y letras sufren un deterioro y, en épocas libertarias, ocurre lo contrario? Ni que decir tiene que el deterioro de las mismas sería idéntico en condiciones de libertinaje, como por ejemplo, en anarquía, donde poder hacer lo que se quiere –incluyendo la molestia al prójimo- es válido incurriría en la activación de las pasiones más bajas del hombre y que la historia nos muestra (matanzas, desarticulación del tejido cultural y social, etc.).

Por ejemplo, podría pensarse que la reciente ley antitabaco es un atentado contra la libertad cuando, ontológicamente, no es así, ya que la libertad es general, por lo que sería una falacia lógica hablar de libertad de los fumadores, pues de este concepto se excluye la libertad de los no-fumadores, engendrando injusticia. Además, en todo caso, se trataría de un atropello contra el libertinaje, ya que el tabaco afecta a los demás (de cada cien muertes totales, una es por ser fumador pasivo).

Con lo expuesto hasta ahora no se quiere afirmar que el libre albedrio o la voluntad individual sea perfecta o ilimitada, pues sabemos que la libertad (de nuevo, poder hacer todo excepto perjudicar al prójimo) no es absoluta. Pero la voluntad de varios millones de personas originaría un beneficio ostensiblemente mayor que el libre albedrio privilegiado de un grupúsculo. Sobre todo porque las decisiones se valorarían desde multitud de puntos de vista y no oligárquicamente, desencadenando tangibles beneficios, porque, por mucha superdotación que pueda tenerse, dos mentes hacen más que una.

El mayor peligro, el Estado (por Ortega y Gasset)

Nunca viene mal recordar las opiniones que los clásicos tenía sobre conceptos contemporáneos. Hoy les traigo un extracto del libro La rebelión de las masas, del genial filósofo español José Ortega y Gasset. Pertenece a la primera parte del libro y constituye el trigésimo y último capítulo de esta primera parte. Concretamente, se refiere a la nueva concepción del Estado que está surgiendo en aquéllos tiempos (recordemos que el libro data en 1950).

Rememórese lo que era el Estado a fines del siglo XVIII en todas las naciones europeas. ¡Bien poca cosa! Una nueva clase social apareció, más poderosa en número y potencia que las preexistentes: la burguesía. Sabía organizar, disciplinar, dar continuidad y articulación al esfuerzo. En medio de ella, como en un océano, navegaba azarosa la «nave del Estado». La nave del Estado es una metáfora reinventada por la burguesía, que se sentía a sí mismo oceánica, omnipotente y encinta de tormentas.

Como el Estado es una técnica -de orden público y de administración-, el «antiguo régimen» llega a los fines del siglo XVIII con un Estado debilísimo, azotado de todos lados por una ancha y revuelta sociedad. La desproporción entre el poder del Estado y el poder social es tal en ese momento, que, comparando la situación con la vigente en tiempos de Carlomagno, aparece el Estado del siglo XVIII como una degeneración.

Pero con la revolución se adueñó del poder público la burguesía y aplicó al Estado sus innegables virtudes, y en poco más de una generación creó un Estado poderoso, que acabó con las revoluciones.  Se niveló el poder público con el poder social. ¡Adios revoluciones para siempre! Ya no cabe en Europa más que lo contrario: el golpe de Estado. Y todo lo que con posterioridad pudo darse aires de revolución, no fue más que un golpe de Estado con máscara.

En nuestro tiempo, el Estado ha llegado a ser una máquina formidable que funciona prodigiosamente, de una maravillosa eficiencia por la cantidad y precisión de sus medios. Plantada en medio de la sociedad, basta con tocar un resorte para que actúen sus enormes palancas y operen fulminantes sobre cualquier trozo del cuerpo social.

El Estado contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización. Y es muy interesante, es revelador, percatarse de la actitud que ante él adopta el hombre-masa. Éste lo ve, lo admira, sabe que está ahí, asegurando su vida; pero no tiene conciencia de que es una creación humana inventada por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que hubo ayer en los hombres y que puede evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo -vulgo-, cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquiera dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontrastables medios.

Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatifícación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo -sin esfuerzo, lucha, duda, ni riesgo- sin mas que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa se dice: «El Estado soy yo», lo cual es un perfecto error. El Estado es la masa sólo en el sentido en que puede decirse de dos hombres que son idénticos, porque ninguno de los dos se llama Juan. Estado contemporáneo y masa coinciden sólo en ser anónimos. Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe; que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria.

El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la maquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina cuya existencia y mantenimiento dependen de la vitalidad circundante que la mantenga, el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético, esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina, mucho más cadavérica que la del organismo vivo.

¿Se advierte cuál es el proceso paradójico y trágico del estatismo? La sociedad, para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se sobrepone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. Pero, al fin y al cabo, el Estado se compone aún de los hombres de aquella sociedad. Mas pronto no basta con éstos para sostener el Estado y hay que llamar a extranjeros: primero, dálmatas; luego, germanos. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa.

Las naciones europeas tienen ante sí una etapa de grandes dificultades en su vida interior, problemas económicos, jurídicos y de orden público sobremanera arduos. ¿Cómo no temer que bajo el imperio de las masas se encargue el Estado de aplastar la independencia del individuo, del grupo, y agostar así definitivamente el porvenir?

Desafío al destino: pensamiento y voluntad

ADN

Hasta hace pocos años, los científicos médicos aseguraban que todo el dinamismo del hombre no era más que el reflejo de su genética. Esta visión genetista ensombrecía conceptos usados por los filósofos desde hace miles de años (alma, libre albedrío, etc.) Para estos científicos, todo era material, más concretamente, genética.

Afortunadamente, esta visión genetista se demostró falaz (o, al menos, incompleta), tras un experimentos en ratones, que demostró que el ambiente influye decisivamente en el comportamiento, aún teniendo idéntico genoma. Y, en el ser humano, todavía más. Basta con utilizar los experimentos que la historia nos brinda para comprobarlo: el cerebro de un hombre se moldea conforme a las circunstancias; por ejemplo, un hombre de la Edad Media es radicalmente diferente de un hombre actual, pese a compartir el 99,999 % de idéntico ADN. Si realizamos un clon y lo cambiamos de ambiente, al cabo de unos años se diferenciaran enormemente, incluso físicamente, si tenemos en cuenta el «efecto Miguel Angel» (hace referencia al cambio físico que se produce en las personas, en relación al ambiente donde viva, sobre todo en relación a las personas con las que interactúa. Este efecto explica porque hombre y su mujer terminan pareciéndose más entre los dos conforme pasa el tiempo).

Vale. La genética no es tan importante; el ambiente le ha ganado terreno. Pero, ¿hay algo más? ¿queda algo más por descifrar? Recentísimos hallazgos evidencian que, en la conducta humana, hablar tan sólo de ambiente -¡que ya es decir!- y genética es una visión radicalmente reduccionista. Por ejemplo, la epigenética pone de manifiesto que podemos cambiar el modo en el que los genes se expresan, mediante nuestros hábitos. En palabras del epigenetista español más importante, Manel Esteller, «todo lo que hacemos deja huellas en nuestro ADN». Parece, pues, que no sólo genética y ambiente nos influyen, sino que están inextricablemente unidos.

Lamarck no se quivocó

¿Recuerdan las teorías evolucionistas de Lamarck y Darwin? Como acontece en multitud de ocasiones en la ciencia, los dos tenían razón: podemos distinguir dos tipos de evolución: la horizontal (que se produce durante la vida) y la vertical (que se produce a lo largo de la historia). Además, otros numerosos descubrimientos ensombrecen todavía más la dicotomía nurture versus nature (ambiente versus genética). Por ejemplo, la plasticidad cerebral y la neurogénesis (creación de nuevas neuronas durante la vida) demuestran que podemos modificar, a voluntad, nuestras capacidades durante la vida. Como contraejemplo, un sentimiento de estrés genera cortisol y glutamato, produciendo muertes neuronales.

En este sentido, según el médico Mario Alonso Puig, existen dos formas de pensar: el pensamiento repetitivo (observa los fenómenos desde la misma perspectica) y el reflexivo (en el que se identifican las relaciones entre las ideas, originando nuevas visiones de los conceptos). En el primer caso, se produce envejecimiento cerebral; en el segundo, rejuvenecimiento. Y sólo basta con modificar nuestra forma de pensar: cambiar de perspectiva, utilizar el hemisferio derecho del cerebro (encargado de asociar ideas y ofrecer nuevas perspectivas).

Llegados a este punto, los interrogantes generados son numerosos. ¿Todo se rige por la famosa fórmula Genética + Ambiente = Personalidad? ¿Hay algo más que genética y ambiente? ¿Dónde quedaría entonces el libre albedrío, la voluntad o el querer modificarse a sí mismo?

En mi opinión, en la conducta humana, además de intervenir infinidad de variables (incontables genes y circunstancias ambientales), participa algo más, de enorme enjundia o importancia: la consciencia, el pensamiento, la voluntad o el libre albedrío. Porque, como sabremos, en nuestra genética llevamos intrínsecos numerosas personalidades, pero sólo una se expresará. Y la forma en que se expresa no vendrá, en mi opinión, condicionada únicamente por las circunstancias, pues el cerebro posee la capacidad de abstracción y generalización, que permite obviar las circunstancias particulares y utilizar el razocinio, aunque, obviamente, con cierto grado de influencia.

La divina perfección

Sabemos que las ideas influyen en el organismo, al contrario que en los animales. Por eso, aunque el ambiente pueda conducionar a una persona a convertirse en delincuente, y la genética también. ¿Por qué no, mediante reflexión, esfuerzo y voluntad, podrá cambiar su «destino natural»?

Por ejemplo, si mi genética me predispone a tener esquizofrenia y, además, mis circunstancias me la originan; ¿podré curarme de ella con el raciocinio y la voluntad? John Nash, matemático y Premio Nobel de Economía, lo consiguió, como refleja la película Una mente maravillosa.

¿Pueden los pensamientos, esas relaciones eléctricas entre millones de neuronas, desencadenadas sumarísimamente, a voluntad, en el cerebro, modificarnos? ¿Puede el cerebro modificarse a sí mismo? ¿Es esto la consciencia? Bien, pues si esto es así, ¡perfeccionémonos!

Revolución biotecnológica

El progreso es consustancial al hombre, la función que más persiste en la naturaleza humana es la de caminar hacia el infinito, la pretensión de conseguir lo absoluto. Pero, como decía Don Quijote, el camino es mejor que la posada o, si lo prefieren, como dijo Ortega: la vida es quehacer. Así, los hijos cumplen sus sueños superando a sus padres y, a su vez, los padres se autorrealizan mediante las hazañas de sus hijos. Hoy, el más pobre de todos es más rico que el más rico de hace unos siglos.

Como bien sabe Hawking, la especie humana es curiosa. Es, a la par que egoísta, altruista: satisfaciendo los propios intereses, se benefician a los de los demás; las empresas, creando valor y riqueza para todos, se enriquecen . Los intercambios interpersonales y quehaceres de la socidad no constituyen un juego de suma cero: todos ganan. Las personas, al tener conciencia de la muerte, y, por tanto, deseo de eternidad, pretenden inmortalizarse añadiendo algo a la biografía del hombre. He aquí el motor del progreso.

Si a esto le añadimos el crecimiento exponencial de la población, tanto más acelerado será el desarrollo: más personas querrán inmortalizarse y perfeccionarse, beneficiando a los demás.

Las consecuencias de la naturaleza humana pueden divisarse a lo largo y ancho de la historia. Invención del fuego, la rueda, electricidad, máquina de vapor. Llegamos al satélite y hemos generado una nueva realidad: Internet. En cualquier estadio, los hombres coetáneos se maravillaban con los inventos (y descubrimientos), como, por ejemplo, podrían ser la rueda o el fuego. Pensarían, cada uno en su tiempo y lugar, muy probablemente, que ya poco quedaba por descubrir -e inventar-. Exactamente igual que podemos concluir a día de hoy. ¿Alguien puede imaginar un invento que provoque una revolución aún mayor de la que provocó la realidad virtual?

Sin embargo, a más inventos, más invenciones futuras, pues se construye sobre lo ya construido. Por ejemplo, hoy nos servimos de la herramienta de la computación para ser innovadores.

¿Cuál será la próxima revolución tecnológica y/o científica? Todos los expertos, actualmente, coinciden en que se tratará de la biotecnología, quizá el campo más reciente de todos (en España, lleva, a lo sumo, 5 años como carrera universitaria), que intersecciona lo natural con lo artificial. Así, se concebirían cerebros con chips informáticos que mejoren las capacidades, modificaciones en las estructuras biológicas a voluntad (por ejemplo, en el caso de las personas drogodependientes, modificación de los circuitos de recompensa para ayudarles a dejar las sustancias tan perniciosas como el alcohol).

 

 

Los productos transgénicos son una realidad biotecnológica.

 

En este caso, la libertad aumentaría (como ocurrió con Internet, con la energía nuclear, con el fuego, la rueda, …) y, en consecuencia, también el progreso. Aunque, si bien es cierto que más libertad implica más riesgo, eso sólo acontecería a corto plazo, pues, en un largo período de tiempo, la libertad se traduce, indefectiblemente, en progreso. Gracias a la biotecnología, podríamos mejorar nuestro ADN modificándolo a voluntad; nuestros pensamientos (y conocimientos) repercutirían directamente sobre nuestra genética.

Además, si el hombre adquiere visión periférica y, por tanto, la teconología tiene en cuenta la Naturaleza, el peligro de más libertad sería una nadería. Estoy haciendo, efectivamente, referencia a la biomimética, la ciencia que, partiendo de sistemas naturales, desarrolla sistemas tecnológicos, los cuales, si se quieren aplicar al cuerpo humano, serían clave en biotecnología. De esta forma el hombre se mejora incorporando en su ser lo mejor de la Naturaleza.

 

 

Mecanismo forestal similar a un arácnido, gracias a la biomimética.

 

Un ejemplo concreto. Al igual que analizando el vuelo de las aves se diseñaron mejores aviones, observando el cerebro (o cualquier otro sistema) de los elefantes y delfines podemos enaltecer nuestra materia gris, blanca y, próximamente, de color fibra de vidrio.

El progreso, en todas sus facetas, consiste en desgranar todo el conocimiento en el mayor número de ámbitos posible, especializarse en ellos y, consecutivamente, unirlos poco a poco hasta extraer conclusiones valerosísimas. Exactamente como versa el método cartesiano. Por ejemplo, la biología es un ámbito específico de conocimiento, al igual que la tecnología. Tras la división, llega la unión: biotecnología que da lugar a realidades inimaginables. Y las uniones se harán, paulatinamente, más complejas: bioteconología y biomimética pueden trabajar juntas dando resultados asombrosos.

Limitaciones inconscientes

No sé si les sonará este acertijo; pero, si no es así, no se preocupen: hablaremos de él, pues me ayuda sobremanera a ejemplificar lo que hoy quiero trasladar.

El acertijo en cuestión consiste en unir todos los puntos negros que se observan en la imagen superior únicamente con cuatro líneas rectas. Nota: todos los puntos deben estar unidos entre sí, haciéndolo sin levantar el lápiz del papel. Aquellos que no lo hayan intentado nunca, les invito a que lo hagan en una hoja y que lo intenten en multitud de ocasiones. Para comprobar la solución visiten el siguiente enlace: hacer clic aquí

Normalmente la aplastante mayoría de la población, no tanto de nuestros lectores, errarán en el supradicho acertijo, pese a la cantidad de intentos.  Tanto el que lo ha intentado por primera vez, como aquel que ya lo hizo con anterioridad, saben lo que acabo de decir. El ejercicio, a bote pronto simple, es complejo para la mente humana. Y, además, como habrán comprobado, la solución es -una vez que se conoce- muy sencilla. Por eso, cuando el que permanecía absorto intentando hallar la solución, cuando se percata de ella se sorprende: «¿Cómo no se me había ocurrido antes!»

Con este acertijo, les acabo de demostrar que, por naturaleza, damos por cierto algo que es falso. La mente funciona realizando constantes prejuicios para poder, así, instalarnos en una seguridad, imaginada. Por ejemplo, en este caso, cuando nos piden que unamos los nueve puntos con cuatro líneas, inconscientemente la mente prejuzga, creyendo que las líneas no pueden sobrepasar los puntos. Sin embargo, en realidad, nada ni nadie nos debería hacer llegar a esa conclusión: la mente, por sí misma, la elabora.

Es una técnica mental que, igual que sucede en acertijos cono éste, aflora en todos los pensamientos. Por ejemplo, cuando se produce un debate acerca de un concepto mal definido, ocurre exactamente lo mismo que con el acertijo: cada contertulio tiene, intrínsecamente, una definición distinta sobre el concepto a debatir y, aunque crean discutir sobre el mismo concepto, lo hacen sobre diferentes, surgiendo disidencias exageradas. Antes de debatir, hay que definir los conceptos.

Los prejuicios inconscientes a los que nos referimos son multitud y sólo son soslayados por los grandes genios del pensamiento. Por ejemplo, hasta hace poco era un prejuicio inconsciente que el tiempo fuese absoluto, que todas las agujas de todos los relojes estuvieran perfectamente sincronizadas en todos los lugares del universo. No obstante, Einstein destruyó el prejuicio demostrando que el tiempo era relativo.

En este sentido, tienen una enorme razón escritores como Nietzsche o Machado, dando gran importancia a los sueños, a la imaginación, a la niñez. Pues sólo pueden soslayarse las normas mediante la imaginación, una imaginación en demasía. Por ejemplo, para solucionar este acertijo -y despojarnos de prejuicios inconscientes- hubiera bastado con una buena dosis de imaginación. La mente humana -para bien y para mal- está programada para impregnarse de todos los conocimientos vigentes. Por este motivo, los niños contarían con más un mayor grado de acierto en pruebas como esta, que los senescentes.

Todos, sin ninguna excepción, tenemos ideas que jamás hemos sometido a duda, sometemos o someteremos. Vivimos insertos en una realidad que, de cuestionarla, llegaríamos a la autodestrucción; muy cerca estuvo Descartes. En este sentido, el grado de genialidad debería de medirse en función del número de ideas sometidas a duda. Y, así, sin ninguna duda -valga la redundancia, no soy un genio- el mayor de ellos es Sócrates: «Sólo sé que no sé nada».

 

Separados y revueltos en el campo

Hay semillas que terminan en malas hierbas, pudiendo ocasionar una cosecha insatisfactoria. Todo buen jardinero debe saber qué hacer para que sólo germinen las buenas semillas: regar éstas e impedir que germinen las otras. Y en caso de descuido, arrancar de raíz las malas hierbas. Ahora bien: no es un descuido que las malas yerbas terminen creciendo frondosamente por el campo y que terminen separando las huertas del maíz forrajero (típico del Norte) con la de los girasoles (típico del Sur). En este campo no se puede decir que haya un buen jardinero, ni siquiera un jardinero.

Análogamente, esta es la fisonomía de España. El jardinero representa a los políticos que han regado y cuidado meticulosamente el germen,  precedido por la guerra civil, de la bifurcación española. Mas este problema ha estado muy presente en las características históricas de España: la antedicha guerra civil, las guerras carlistas… Creíase, en la transición democrática, que esta enfermedad endémica ya estaba superada, pero la simiente seguía ahí latente. El origen del actual problema gira, como en la teoría de la gravitación, en torno a la asimetría de la política autonómica: privilegios para determinados reinos de España y alejamiento en los estatutos autonómicos de la Constitución. Las malas yerbas están ya demasiado creciditas. ¿Cómo puede una persona, en función del territorio donde viva, tener más influencia en el voto? ¿Cómo puede haber estado un Estatuto inconstitucional vigente, cuando casi todos los legisladores son licenciados en Derecho? ¿Cómo puede recibir una comunidad autónoma pobre menos dinero que otra rica? ¿Por qué se multa a los que hablen en español? ¿Por qué se tiene miedo en lugares de España?

Vivimos en un tiempo de masas. Esto no sólo ocurre en España -como podrán comprobar gracias al mundial-, sino en todo el mundo y viene gestándose desde hace casi cien años. La ley de Lynch nació en América.  El grueso de la población no tiene opinión, pero la opinión pública es necesaria para que el Estado siga vivo. Por eso, desde el Estado, se impone una opinión a diestro y siniestro. En el caso actual, los políticos han creado meticulosamente un sistema para poder manipular a la población. Esto trae como resultado que los dirigentes «encienden la mecha» y, seguidamente, explota.  Estoy convencido que todos los manifestantes de hoy están manipulados y, lo que es peor, educados para hacer lo que dicta «su» opción política.

Hoy, hay una clara dicotomía que hace estremecer a cualquier vaticinador: manifestaciones y contramanifestaciones en un mismo momento. Los partidos ‘catalanistas’ han salido a la calle para manifestar su desaprobación a un poder ecuánime e independiente a él. Pero, por otro lado, se ha convocado en acto en defensa del orden constitucional. ¡Vaya, dos opciones contrarias manifestadas en la calle! Lo peor es que es una manifestación de hombres-masa, que son manejados por el político de turno, en contra de la justicia. Únicamente no se desmorona el Estado, ni la Nación, sino el poder público también.

Mas, lo que es un agravante, todo esto se produce cuando España tiene la única posibilidad de su historia de conseguir un mundial. Sí, es un agravante, teniendo en cuenta que el fútbol es un instrumento que mueve a las masas en estampida y, en este caso, debería de unirlas. Aun así, se están separando. ¿Puede más la política que el fútbol? Que nos conteste Paul…

El poder público

Hemos visto con anterioridad artículos relacionados con el poder. Particularmente, redacté uno que estaba centralizado en la división de poderes; es decir, me dediqué al poder en el sentido oficial del término, además aquel escrito estaba muy vinculado a la realidad vigente. Ahora bien: «el poder» – en el sentido más amplio- está constituido de un gran número de poderes; «el poder» es conformado por el poder oficial (poder ejecutivo, legislativo y judicial, así como los distintos subpoderes que puedan observarse) y por el poder público, por el cotidiano. En el presente post estudiaré la naturaleza de ambos a grosso modo.

Desparejamente al poder oficial, el poder público es estudiable si, y sólo si, se historiza, se contextualiza. El poder público actual es el resultado de un gran número de años de evolución cultural y humana. Para no causar un mal entendimiento con este concepto, lo diferenciaré de los conceptos con los que más se puede confundir.

En primer lugar, poder público no equivale a Estado; haya o no haya estado, siempre habrá poder público. En otras palabras: este poder siempre se dará, se da y se ha dado desde la prehistoria; el hombre, por el mero hecho de ser hombre, tiene el poder, tiene liderazgo para someter a los demás. Por eso, el anarquismo es una forma de poder público.

En segundo lugar, hay que añadir que este poder está más cercano a la realidad que el poder oficial. El oficial, además de verse contaminado, es mucho menos progresivo. La realidad es cambiante, léase a Heráclito; de ahí que el poder más real sea el público.

Hagamos un símil empresarial. En una empresa existe la estructura formal y la estructura informal. La formal es la división de la empresa en puestos de trabajo de forma oficial y el correspondiente superior que tiene cada trabajador; digamos que la estructura formal es como el poder oficial. La informal son las relaciones de autoridad que se establecen instantáneamente entre los trabajadores, las relaciones supraoficiales que se establecen en la empresa. Por ejemplo, que un empleado tenga más liderazgo que otro y que éste someta a los demás. Esto mismo es lo que ocurre en la vida actual; hay, por un lado, unos derechos y deberes establecidos por ley y reflejados por escrito en la Constitución. Por otro lado, se dan relaciones de poder de forma instantánea en la sociedad que van evolucionando, a la par que lo hace la historia.

Dualismo del poder

Historizemos. En el antiguo régimen el poder oficial era «absoluto» y pertenecía al rey, pero, en numerosas veces, estaba sustentado en el poder público: burquesía, aristocracia, Iglesia. El poder público en el antiguo régimen estaba formado por las clases sociales afines al régimen. En la actualidad, el poder pertenece a los representantes elegidos democráticamente por el pueblo español. Pero, en realidad, el poder público pertenece a la masa; el político de turno (no solamente de turno pacífico) sustenta su conducta en la masa o, más exactamente, en el número de votos que le acarrea su decisión. En definitiva, el poder público siempre pertenecerá a la masa social (sea o no sea mediocre). Incluso en la Ilustración, la minoría selecta e intelectual que llevaba el poder se apoyaba en el «vulgo».

Hoy día, y aunque se diga en viceversa, el poder de las empresas está soportado por los cimientos de la masa. Las empresas -sobre todo las multinacionales- tienen tanto poder porque la población consume sus productos. Quizá este sea el ejemplo que más ejemplariza el poder público y del que más conclusiones pueden extraerse sin peligro de errar. Una de las conclusiones: el poder oficial, alimentado por el público, siempre estará regido por una minoría, pero el público siempre por el conjunto de las personas y, me reitero, haya o no haya Estado. Por otro lado, también puede extrapolarse del ejemplo empresarial que la minoría dirigente intenta constantemente modificar el comportamiento del poder público para  ir aumentando el poder. Por ejemplo, un instrumento de manipulación del comportamiento, en la empresa, es la publicidad. En resolución, el oficial y el público se modifican mútuamente; ocurre como en la filosofía orteguiana  con el «yo» y las «circunstancias», los dos elementos se modificaban entre sí.

En conclusión, sólo existe un poder real, el público. Las otras clases de poderes son intentos de racionalizar a éste, pero que, sin embargo, las características, entre otras más complejas, irracionales del ser humano impiden la correcta aplicación del poder oficial.  Este dualismo del poder siempre estará vigente en la historia; hay que contar con él y, haciéndo eso, se llega a la conclusión más práctica:  para que exista un poder oficial idóneo es necesario modificar con anterioridad el poder público y, para esto, es necesario que se den los siguientes aspectos que funcionan a modo efecto dominó:

La ética política. La frase que mejor resuma esto sea, todo para el pueblo sin el pueblo. Esta claro que los dirigentes son representantes, no son el pueblo mismo, asi que lo ideal es que se actuara en beneficio de la sociedad. La etica política tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

La educación. Debe ser promovida por los que se encuentran -haciendo un símil platónico- en la dialéctica descendente. O sea, que han adquirido los conocimientos y están dispuestos a enseñarlos. Estos, sin duda son, las minorías dirigentes que, insisto, pueden o no ser mediocres. Ésta tiene como consecuencia el siguiente aspecto.

Espíritu crítico y consciencia de la población. Siempre que no se ha dado este aspecto, ha habido un abuso de poder. En un gran número de años en el antiguo régimen, las clases obreras -que eran mayoría- no eran conscientes de que, siendo mayoría, tenían el poder real, el público. Al percatarse de esto y del abuso de poder de los reyes, se iniciaron las primeras revueltas obreras, ocasionando una mejor adecuación del poder oficial al público.