La vida no se ve

Darío Alba era ledo, soñador y estaba lleno de vida hasta que un maldito día fuimos todos los amigos juntos  a ver la película “American Graffity” sobre el paso del tiempo, desde ese día, ya no fue el mismo, su carácter se afligió, escuchaba con profunda atención -antes apenas nos oía- y su inteligencia se había acentuado gravemente, parecía como si el tiempo lo erosionase con más rapidez que a nadie. ¿Te pasa algo, Darío? -pregunté- Pero no supo qué decir, estaba seguro que él sabía exactamente la respuesta, aunque me temía que no iba a comprender su situación. Pero ahora que he descubierto sus últimas palabras…

Desde aquel día, conocí el dolor más traicionero, la verdad. Viajaba cada vez más desaforadamente desde mi cama a los lugares más recónditos y oscuros que cada vez se hacían más dolorosos, más reales. Mi abulia se incrementaba con cada oscuridad iluminada, con cada vistazo a la mentirosa vida la que, a cambio de vivir, nos ofrecía unas suculentas mentiras.

Este periplo me despojó de lo más preciado: las viejas amistades, me distanció de los mortales y me acercó a la muerte. En uno de mis últimos viajes, toqué fondo: me vi reflejado en el agua de aquella cueva abrupta de la psique, me descubrí. Aquí fue cuando sentí la autodestrucción, el corazón me dio el vuelco más grande que logro recordar y el pánico invadió ansiosamente mis venas. Intenté salir de aquella cueva, volver al punto de partida y destruir lo que me llevó hasta allí. Pero ya era demasiado tarde…, verme realmente era como mirar a la Gorgona Medusa a los ojos: quedé petrificado, muerto en vida. Al menos, tengo la esperanza de que la conciencia me deje llevarme el secreto a la tumba…

Envidia

Envidia, cuanta envidia.

Se han percatado que en el ser humano, y más, en el ser humano español predomina la envidia. Vivimos en un país plagados de envidiosos.

Es una realidad, por desgracia, y una normalidad ver que el ignorante desprecia al intelectual. Que el pobre desprecie al rico. Que el desafortunado desprecie al afortunado. Habrán oído muchas veces: «El empollón este»; «El tonto este»

Qué pena que estas personas se definan tan rápidamente. En cuanto nos sueltan una de estas frases, ya sabemos ante quien nos encontramos sin ninguna duda.

Que lástima, que lástima de personas que son presas de la ignorancia de su propia ignorancia. Son ignorantes al cuadrado, primero porque tienen la ignorancia y segundo porque ignoran que ignoran. También si entran en la envidia, son ignorantes al cubo. Y no lo digo de broma, sino que lo digo preocupado últimamente hay cada vez más envidiosos y desde aquí quiero hacer reflexionar a todo el que llegue a leerme para que no se convierta en esclavo de sí mismo (ignorante cúbico).

Todavía recuerdo con cierta pena irónica cuando por defender tus ideas , no seguir el camino que los políticos marcan, pensar por tí mismo y dejar de ser un borrego, te tratan, con cierta envidia, como el raro, el diferente o incluso, en los más ignorantes, como el tonto. Una cita muy célebre en este tipo de personas es: «Míralo está loco de tanto estudiar»

Resumiendo un poco, todo el que se sale de la línea o mejor dicho, todo el que sobresale es despreciado además de envidiado.

Y es que la envidia humana es malísima y esta llega a su máximo exponente en España pero eso no es nuevo sino que viene desde muchísimo atrás. Os dejo fragmento de un poema de Antonio Machado que expresa muy bien esta realidad tan lástimosa.

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.