La culpa del paro es del crédito artificial y del salario mínimo

En el presente artículo realizaremos un análisis acerca de la relación entre el Salario Mínimo Interprofesional y la tasa de desempleo en España, en el lapso 1998-2011, desde la perspectiva de la Escuela Austríaca de Economía.

Como demuestra la teoría económica, la imposición de un precio máximo ceteris paribus creará escasez en el mercado, pues habrá más personas dispuestas a demandar y menos a ofrecer. Mutatis mutandis ocurrirá con la imposición de un precio máximo: se creará exceso, pues habrá más oferta que demanda. Esto es lo que, en teoría, debería ocurrir también en el mercado de trabajo: un salario mínimo creará desempleo, mientras que un salario máximo crearía falta de trabajadores.

Ahora bien, tal efecto acaecerá siempre y cuando la demanda y la oferta estén coordinadas, cosa que no ocurre en el caso de las burbujas, donde existe una especie de descoordinación intertemporal. En el caso de una burbuja, donde hay exceso de oferta, los empresarios invierten el crédito recibido, con la esperanza de que su inversión sea demandada convenientemente por la sociedad. Sin embargo, mientras que el crédito se ha expandido sobremanera, el consumo ha continuado más o menos constante.

Es decir, en una burbuja, hay tanta oferta que, aunque todos gastásemos nuestros ahorros íntegros en consumir, aún habría empresas que en el futuro cierren o reajusten su plantilla a consecuencia de no haber podido cumplir su expectativa de beneficio, por falta de consumidores. El problema de las burbujas es que sólo se descubren cuando explotan, por lo que puede estar invirtiéndose varios años en algo que la sociedad no vaya a demandar nunca, pero sólo se sabrá una vez que la empresa quiebra. La única manera de evitarlas es aboliendo la reserva fraccionaria de los depósitos bancarios.

Según las fuentes consultadas, podemos ver la siguiente evolución tanto del Salario Mínimo Interprofesional real, como de la tasa de desempleo:

En el siguiente gráfico, podemos observar que, exceptúando el período de burbuja y/o expansión crediticia, la evolución de la tasa de desempleo y del SMI real coinciden. Cuando el BCE (y la Reserva Federal en EE.UU.) decidió bajar los tipos de interés del 4,5% en 2001 hasta el 2% en 2006, la expansión crediticia llenó de expectativas a los empresarios a invertir, creándose una especie de «exuberancia irracional» o también llamado «período del dinero barato».

De ahí que, aunque aumentase el SMI real, la tasa de desempleo permaneciera igual o incluso se redujera un poco, pues aunque aumentara la restricción mímina para contratar a empleados, las empresas contratarán indistintamente a más trabajadores, ya que sus expectativas de beneficio (creadas por el crédito artificial) son muy altas. Más tarde, cuando los proyectos empresariales se descubren inviables, las empresas comienzan a reajustar su plantilla, aumentando el desempleo. Y si, encima, el SMI real continúa al alza, el desempleo aumentará todavía más.

Si calculamos el índice de correlación lineal (que explica la dependencia de dos variables) del paro junto con el SMI real, durante los años previos a la expansión crediticia (1998-2001), ¡obtendremos que ambos tienen una correlación lineal del 97,1%! Si lo hacemos durante los años posteriores a la expansión crediticia (2007-2010), ¡veremos que el SMI y el paro están correlacionados al 99,34%! Es decir, que, en una economía donde no haya expansión crediticia artificial, sin reserva fraccionaria, el SMI real y el paro serán directamente proporcionales.

En definitiva, en una economía sana, donde no se cometen errores de inversión, el desempleo depende prácticamente en su totalidad del salario mínimo. Por el contrario, en una economía enferma, donde se engendran las simientes de una recesión, el desempleo y el salario mínimo no tienen porqué estar relacionados, ya que oferta y demanda están descoordinadas.

Nuestra conclusión es -en cierta medida- lógica, ya que si no hay ningún salario mínimo, el límite de salario sólo vendría interpuesto por el trabajador y empresario; es decir, el precio lo fijaría el mercado, del mismo modo que se fija el precio de los automóviles o los ordenadores. Así, aflorarán multitud de trabajos menores cuyo precio de mercado es inferior al salario mínimo vigente, como lavaplatos o limpiadoras que sólo son satisfechos, actualmente, por la economía sumergida. Asimismo, la pobreza se reduciría enormemente, ya que muchos indigentes podrían aportar mucho más a la sociedad y, con ello, recibir mayor dinero que mendigando por la calle.

«No doy crédito»

Con esta frase iniciaba el presidente del gobierno de España, José Luis Rodriguez Zapatero, la respuesta a la pregunta de si España acabará igual que Grecia. Calificó esta pregunta de «despropósito descomunal», y de «rumores intolerables».

En el momento en el que escuché que «no daba crédito» no lograba discernir la realidad de la fantasía. Pensé, por un momento, que se refería a las empresas españolas a las cuales tampoco da crédito.

Lo que sí es cierto es que, como puede observarse en el vídeo, culpó a estos rumores de ser los culpables de la caída de la bolsa española. Sr. Zapatero: ¿Cómo un «despropósito» de tal magnitud puede hacer caer la bolsa española a los 9.600 puntos? ¿Cómo se puede tachar de «absoluta locura» algo que ha sido expresado por altos responsables económicos?

Dejo para lo último lo más humillante para mí. El presidente de mi país ha afirmado que: «España presenta unos índices de solvencia fuerte». Mire usted, que lo diga alguien que no tenga responsabilidad ni tenga conocimientos puede ocurrir; pero que el presidente de un país afirme que España es solvente con 80.000 millones de euros de déficit me parece un dislate tan tremendo como de esperpéntica es la acción del gobierno. Aquel presidente que dijere que un país es solvente con una deuda per cápita superior a dos mil euros debería ser denunciado por infamia. No solamente miente y engaña, sino que incrementa el daño a su propio país al que no le cuenta la verdad, derrenga la credibilidad de España en la Comunidad Internacional y, por último, acerca a España a la situación de Grecia.

Por lo menos me queda un atisbo de tranquilidad sabiendo que el presidente no se cree lo que está diciendo, ya que al afirmar la susodicha frase irrisoria, él mismo no puede evitar escapársele una ligera sonrrisa.

Señor Presidente, yo tampoco le doy crédito y espero que los españoles tampoco se lo den.

Asociación o cómo liquidar al individuo

Uno de los problemas que tiene la libertad es que vuelve idiota a determinadas personas, generalmente manejables y tornadizas. Este hecho las lleva a la asociación, es decir, a la liquidación del individuo.

Basta con lanzar una piedra para que aparezca en televisión el Portavoz de la Asociación de Ciudadanos por la Piedra, defendiendo los derechos de las piedras, que son constantemente vulnerados por transeúntes con mala leche. Miren, yo creo que una asociación debe consistir en la agrupación de un número de personas con un interés común en el establecimiento de alguna libertad elemental que ha sido coartada, o que se encuentra en peligro. Sin embargo, parece que el término se ha tergiversado, y ahora supone la agrupación de borreguitos que se quejan porque las declaraciones de un individuo no se constriñen al marco de la idea que defienden, lo cual supone un ataque a la libertad de expresión, tan anhelada en algunos lugares.

No defiendo la desaparición de las asociaciones, pero lo que sí rechazo es la uniformidad de algunos grupos, que suprimen la identidad personal y al individuo. A los hechos me remito, en este nido de corrupción política podemos ver una serie de partidos con una opinión unánime respecto a temas que escapan de lo esencial, trabajan de forma sectaria. No surgen críticas al jefe del partido dentro del seno del mismo, lo que revela la extrema falsedad de los afiliados. Este hecho demuestra que todavía no se ha alcanzado la democracia plena. En los Estados Unidos, por ejemplo, los diputados demócratas pueden votar a favor de una propuesta republicana libremente, y viceversa. En España, además de en otros muchos países, esto no ocurre, las votaciones parlamentarias presentan un color correspondiente a un mismo partido político, así tenemos votaciones donde lo que verdaderamente importa es la decisión que tomen los cabecillas del partido, lo cual hace esfumarse al misterio que podría formarse en torno a una votación.

Estas acciones me llevan a pensar que cuando vaya a depositar mi voto en 2012 no esté votando a una tendencia, sino a un líder político, a la voluntad de una persona que probablemente no esté de acuerdo conmigo en ciertos puntos, por lo tanto, dejaría de ser mi representante en el Parlamento y, en consecuencia, el pilar básico de la democracia quedaría eliminado.