Moscardón de a kilo.

Después de una semana movidita, tras ver realizarse dos de mis grandes sueños:

Me he quedado con ganas de más, todavía me quedan toneladas de adrenalina en el cuerpo por derrochar, y por esta misma razón en este momento; me dispongo a regalaros parte de ella.

El moscardón, el rancio. Es es tema sobre el que hoy, por motivos varios, me apetece escribir un poco antes de ir a soñar con los angelitos.

La cuestión es que siempre odié a los rancios ultracorrectos. ¿Sabe de quienes le hablo no? Exacto esos que siempre están detrás suya con unos modales, eso sí exquisitos, dispuestos a darle la tabarra en cualquier momento del año. Si ahora los odio más que nunca es porque siempre hay uno, bien gordo o cabezón, que aparece y desaparece en cada instante de mi vida. Hable de lo que hable hay está la criaturita, creyéndose por encima del bien y del mal (Já), dispuesta a rebatirme con argumentos totalmente fuera de lugar, eso sí, con una palabrería impresionante que por su utilización dudo que sepa el correcto significado de sus términos.

Si me lee, observe la cortesía de llamarle de usted, déjeme vivir en paz con mis pensamientos. La verdad, no es por usted sólo, es porque existen infinidad de personas igualitas idénticas a su persona que están a cada instante oscureciendo mi existencia. Métase en sus asuntos y si tiene ganas de poner la contraria un rato, póngasela a su abuela o hable con los geranios de su madre que dicen que el hablar con las plantas, las embellece.

Academia exquisita

Academia exquisita: dícese (según yo claro esta) de los modales políticamente correcto.

A partir de esta definición quiero exponer algunos puntos.
Odio el sistema de enseñanza sobre el que actualmente se asienta nuestra sociedad del siglo XXI.Y lo odio por varias razones: las clases, los horarios ordenados, las tardes de estudio… me descojono con todo esto.  Y ¿por qué? pues muy simple, porque hay lugares donde se aprende más que en un simple instituto, porque se puede aprender cosas en los autobuses de viaje, en los bares de copas, en el callejón de mala muerte, en el infierno.

Y no hablo sin conocimento de causa, sino que se muy bien lo que digo, porque por suerte extraigo ese conocimiento de la calle que muchos no lo califican como tal. Un ejemplo muy claro fue hace dos semanas, me encontraba en un bar con un amigo que ama igual que lo la poesía y entre copas estuvimos recitando hasta las tantas de la madrugada y aprendí, aunque parezca mentira como en 10 años en un instituto de literatura.

¿Sabéis lo que he aprendido durante toda mi estancia en centros de «aprendizaje»? Nada, todo ideas efímeras que vuelan tras los examenes. He aprendido lo que el sistema quiera que aprenda, horarios ordenados (detestables por cierto), superar pruebas desagradables tipo examenes y un sin fin de cosas de este estilo que no sirve nada mas que para enmarcar un título en la pared.

Pero claro, el conocimiento de la calle, este conocimiento exelente,nadie lo reconoce y parece que no existe. Pero hay se encuentra la base de la genialidad del mundo, de los grandes hechos del ser humano. Ningún genio se mató estudiando en universidades exquisitas de la calle, todos y cada uno de ellos se nutrieron de la mejor que existe pero nadie reconoce, la universidad de la calle.

Es por esto por lo que detesto a los personajillos exquisitos de academia que se creen poseedores del intelecto del mundo y jamás han probado el néctar del intelecto callejero.