Homo religiosus

Religión deriva de la palabra latina religare, que ha dado lugar a la palabra española religar, cuya definición, proporcionada por la RAE, es la siguiente: «volver a atar; ceñir más estrechamente». Lo cual significa que, desde un punto de vista íntegro, sin anteojeras, la religión no es más que la adscripción de una persona a un determinado sentimiento, modo de proceder, forma de pensar o movimiento, de forma -quizá- no racional.

En este sentido, la religión es indispensable en el ser humano, para que éste se sienta vivo. Es decir, cualquier persona necesita estar «atada» a algo, ya sea al amor, al conocimiento, al consumismo, a la familia o a una combinación de ellos; en definitiva, una forma de generar razones para permanecer. Y es que, desde que el hombre es hombre, han existido los comportamientos religiosos, como no podía ser de otra forma. ¿Se imaginan ustedes, lectores, una vida sin sentido, sin sentirse adscrito a algo?

Lo que sí ha cambiado a lo largo de la historia es la forma en que la religión se ha manifestado. En la prehistoria, eran frecuentes las adoraciones a los muertos, dejando patente el trabazón entre los que perecieron y los que aún respiraban, y el dolor, la pérdida de una parte de sí mismos, la que los unía.

En el apogeo del cristianismo, se extendió la creencia en un Dios con inteligencia infinita que, tras la muerte, recompensaría al hombre según sus hazañas. Ya no hacía falta buscar la felicidad en este mundo, pues la dicha vendrá en el mundo ultraterreno; no merecía la pena reclamar por la justicia de uno mismo, pues pecadores serán castigados y justos serán pagados; no hacía falta intervenir, sino esperar, pues Dios cumplirá nuestros deseos.

Actualmente, el sentimiento religioso se ha trasladado a otros intersticios, donde el más representativo es el materialismo. Se trata de representar los valores espirituales en objetos. Comprar una determinada línea de ropa, para demostrar lo que soy o dejo de ser; utilizar tal o cual producto para satisfacer una necesidad efímera infinitas veces; acudir al médico, aumentando la calidad y cantidad de vida, con el objetivo de postergar la muerte un poco más.

No obstante, dado que podemos modificar la focalización de nuestra tendencia religiosa, lo más inteligente -desde mi punto de vista-, es utilizar la religión para el progreso o para nuestro beneficio. Por ejemplo, una buena forma de dar respuesta a la pregunta «¿por qué vivo?», será la de para ayudar a los demás y para aportar algo a la sociedad, mientras que, al mismo tiempo, cruzo el río de los recuerdos.

El ser humano y el concepto de perfección

La mente humana a lo largo de la historia ha concebido una serie de seres superiores a nosotros, a saber: dioses, extraterrestres, ídolos, etc. Estos dioses no tienen que corresponderse obligatoriamente con la concepcion del Dios cristiano que predomina por estos lares.

En otros artículos he argumentado por qué creo que existe la tendencia a la religión en el hombre y que esta religión no se asemeja exactamente a la visión tradicional que tenemos de ella. No se trata de creer en un dios creador, ni en una vida ultraterrena, sino simplemente mostrar fe en algo que no existe y entronizar a este ente inexistente.

Reflexionando sobre este aspecto, llegué a la conclusión de que existe un impulso inherente al ser humano para concebir un ser superior, aunque físicamente no se dé en ese preciso instante. Por ejemplo, yo podría imaginar un Daniel futuro con un coche y una mansión y sin duda este ser me parecería más perfecto.

La creencia en un ser superior tiene su base en la mentalidad de progreso que poseemos los seres humanos. Una vez consumada la concepción del «yo», inmediatamente buscamos un ser que nos supere para convertirlo en un objetivo vital; es el ser en el que aspiramos a convertirnos en el futuro. Es aquí donde encontramos la raíz del progreso y la confianza en nosotros mismos para mejorar. Esta tendencia se ha dado a través de toda la evolución, pero es ahora cuando, con ayuda de la filosofía y la neurología, hemos empezado a considerar los motivos del avance biológico.

Este ser abstraído es simplemente una meta mental, que cuando se alcanza pierde su propiedad de perfecta y es reemplazada por un nuevo ser, de nuevo perfecto. Estoy seguro de que si Dios bajara a La Tierra y se viniese a tomar unas cañas con nosotros, los creyentes se olvidarían de su perfección y buscaríamos otro ser aún mejor.

Es por esto que se dice que la perfección no existe, porque es un mero concepto humano. Por tanto, existe en nuestra mente, pero cuando se aparece en el mundo físico pierde su propiedad de perfección.

La perfección, además, está ligada a la imagen que tengamos de lo bueno y lo malo, que son dos conceptos que implican un alto grado de moralidad, es decir, de subjetividad, y varían dependiendo del individuo, de los valores en los que se halle inserto y de las experiencias por las que haya pasado en el transcurso de su vida.

La frase «no se echa de menos algo hasta que se pierde» resumiría el contenido de este artículo. Cuando perdemos algo, lo idealizamos de nuevo, como si no lo tuviéramos, y se revaloriza, volviendo a tener la cualidad de perfecto; si lo recuperamos, volverá a convertirse en una realidad física, con sus defectos consecuentes.

La realidad que subyace bajo esta teoría no es más que el mundo de las Ideas de Platón, que eran perfectas pues se encontraban exclusivamente en la mente humana.

Mi conclusión, por lo tanto, es que Dios existe, como concepto que es, en la mente de los seres humanos y de algunos otros animales por la sencilla razón de que no lo pueden ver ni tocar, pues en el mundo físico Dios no encuentra concreción alguna.

Lecturas recomendadas 2010

Queridos lectores, el presente año ha sido extraordinariamente generoso para mí en cuanto a lecturas se refiere. Aunque en el futuro la cifra se multiplicará, 25 han sido los títulos que han pasado por mis dedos y que me gustaría comentar en esta pequeña sección donde los abarcaré desde el máximo número de perspectivas posible. La sección se dividirá en varias partes con diversas obras cada una que iré presentando a lo largo de este mes de diciembre. Hoy es el turno de las tres siguientes:

1.- En primer lugar, esta fenomenal joya literaria de Federico García Lorca. Aunque se trata de una obra de teatro, tuve que acceder a ella a través del papel por motivos de localización. Está claro que la representación gana mucho color, sin embargo a base de imaginación se puede disfrutar a un nivel parecido. El tema central es el mismo que ocupa toda la obra lorquiana, es decir, la pasión y los celos tan apegados al amor. La historia se desarrolla durante una boda en la que la novia decide fugarse con su verdadero amor y el novio, despechado y dolido, corre tras ellos para salvar su honor, otro de los valores tan presentes en este tipo de obras. El desenlace estará lleno de sangre y violencia, como su título nos anticipa.

En mi opinión, pocos autores gozan del privilegio de poder retratar los sentimientos más pasionales con tal exquisitez, dominando con una precisión admirable el lenguaje del pueblo llano. En fin, Lorca.

2.- El siguiente libro nos viene de tierras lejanas, pero de un hombre cercano. El Dalai Lama nos muestra en este libro los principales dogmas del budismo, así como los mejores métodos para controlar la mente a través de la meditación. Esta obra es un claro manifiesto en favor de la vida y la naturaleza y fiel a estos principios nos envía un mensaje de tolerancia hacia el resto de religiones y mantiene que el budismo sólo es budismo cuando se practica con la máxima voluntad. Creo que mucho deberían aprender los principales líderes religiosos de este señor y del budismo en general. Sólo de esta forma se podría alcanzar un equilibrio armonioso dentro del complejo mundo de las guerras santas.

El Dalai Lama es uno de los tibetanos que mejor conoce Occidente y a menudo se ofrece como puente entre ambos mundos. Lo más importante es que para leer este libro, no es necesario ser budista, como ocurre en mi caso, sino simplemente abierto a todos los pensamientos y filosofías que vertebran el pensamiento humano.

3.- El Pergamino Negro, a pesar de ser una novela y no un tratado de teología, ha sido uno de los libros que más me ha ayudado a forjar mi visión de la religión. Benigno Morilla nos cuenta cómo a partir de una farsa puede surgir una religión y subraya la importancia de un mito común que siguen todas las religiones, pero que sin embargo los creyentes de una religión no lo conciben así en la suya, y sí en el resto.

Es uno de esos libros que te enganchan hasta el final para después desvelarte la trama en las últimas diez páginas, logrando además un buen gancho comercial. A través de una historia que se mueve entre el siglo XVI y el XXI, el autor nos conduce a una reflexión acerca de la religión y la falta de juicio que mantienen hacia ella los creyentes pasivos. En definitiva, una novela muy interesante, con continuas alusiones a mitos de Mesopotamia y Egipto que nos tendrá atentos hasta la última página.

La tendencia a la religión

Si hacemos un estudio de todas las civilizaciones que han habitado la Tierra a lo largo de la historia, nos topamos con una tendencia intrínseca a la invención de un mecanismo que nos otorgue una misión en la vida, además de una clara manifestación de arrogancia por parte del ser humano. Tenemos una amplia gama de religiones empezando por los cultos de Mesopotamia hasta el cristianismo o el islam pasando por el Antiguo Egipto, la mitología griega, los dioses bárbaros etc.

Con la llegada del siglo XX, además de la prosperidad económica, se produjo el auge de las ciencias, lo que provocó un descenso de la influencia religiosa en la sociedad. La idea de Dios comenzaba a abandonar la mente de los ciudadanos occidentales y en el horizonte se vislumbraba un futuro sin religión, ni movimientos basados en mitos. Nada más lejos de la realidad. En los últimos treinta años una serie de movimientos han recogido el testigo del cristianismo en Occidente y han nacido con la fuerza sectárea de antaño pero bajo una máscara simpática que impide que la gente se percate de su verdadera identidad.

Me gustaría poner como ejemplo de nueva religión al movimiento ecologista, que me parece uno de los dogmas más arrogantes y egoístas de cuantos se están expandiendo por nuestra sociedad.

Los ecologistas quieren salvar el planeta, eso dicen. Pero en realidad todo responde a un mero acto de egoísmo. Lo que temen en realidad es sufrir una catástrofe o morir de cáncer. El problema es que ser sinceros les conllevaría ser alineados con sus enemigos los capitalistas que han creado una sociedad de seres materialistas y egoístas, justo lo que es el ser humano por naturaleza. El planeta no tiene ningún tipo de problema, pues ha sobrevivido a mayores ataques que los producidos por el ser humano. Todos los ecologistas creen que el ser humano tiene una capacidad de destrucción masiva, pero los hechos indican que sólo podemos destruirnos entre nosotros. Estos comportamientos se derivan del eterno pensamiento ufano que nos coloca en el lugar más alto de la jerarquía universal.

Lo más indignante es que se autodenominen amantes de la naturaleza cuando intentar controlarla, coaccionarla y violentarla es el único fin de sus actos. Aguardo el día en el que dejemos en paz a la naturaleza confiando en su sabiduría y dejándola trabajar por sí misma.

Movimientos  como éste se instalan poco a poco en los aparatos del estado y en la correción política, así, cualquier «hereje» que ose distanciarse de la línea general será calificado de fascista, blasfemo, o, en general, de apóstata. Esta tendencia a la religión del ser humano me lleva a pensar que jamás nos podremos deshacer del yugo de la religión y seguiremos sometidos a los sistemas artificiales de los que nos valemos para dominar nuestros miedos. Llámese este sistema Dios, igualdad o ecologismo.

La certidumbre de la incertidumbre

Pirámide de Maslow

Una de las necesidades relacionadas con la supervivencia humana es la seguridad. El psicólogo Abraham Maslow la colocó en segunda posición, en la escala de necesidades humanas ordenada de más necesaria a menos, por encima incluso de las necesidades sociales. Es comprensible. El ser humano se distingue de las demás especies porque nace para aprender, sin comportamientos adquiridos. El hecho de que seamos animales culturales implica que tengamos la seguridad de que tales conocimientos son ciertos. Jamás aquiriremos voluntariamente ideas que consideremos falsos o comportamientos que consideremos erróneos.

La naturaleza humana, concretamente el cerebro, obliga, por así decirlo, al hombre a valorar constantemente sus conocimientos por su grado de certeza o, si se prefiere, seguridad. De lo contrario, la humanidad no hubiera progresado hacia el conocimiento científico y filosófico y, por ende, nos hubiéramos quedado estancados en la mitología, religión o magia. Como sabemos, el método científico se caracteriza por la falsación: una afirmación es cierta cuando presenta pruebas fehacientes para ello y, si se demuestra falaz, se rechaza. El método que más hace progresar a la ciencia, sin duda alguna, se trada de la humildad o, dicho de otro modo, la falsación. El mejor ejemplo es la teoría de la relatividad de Einstein que sustituyó al universo explicado por Newton.

Sin embargo, la Naturaleza, en este caso la humana, puede resultar, a veces, paradójica e ir en contra de sí misma. La incansable búsqueda de la seguridad o la verdad desemboca, a menudo, en el descubrimiento de una gran incertidumbre. Verbigracia, el paradigmático caso de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada y, sin embargo, soy el más sabio de los ciudadanos». O, por otro lado, el caso de Popper: «No solamente me percaté de cuán ignorante era, sino de la finitud de mi ignorancia»

La búsqueda de la verdad, para engendrar seguridad es una necesidad biológica, pero que puede, tanto en su exceso como en su defecto, aflorar inseguridad e incertidumbre y, a la postre, dudas hasta en la forma de comportarse. Descartes intentando descubrir una certeza radical, se topó con una incertidumbre quintaesenciada: solipsismo. Y únicamente pudo escapar de la incertidumbre recurriendo a Dios, cuya existencia, con toda probabilidad, nunca podrá demostrarse, pese a los esfuerzos de Hawking.

El número pi

Alguien podrá decir: «Mire usted, es que Descartes puso en duda lo indudable: la matemática». Para nuestro disgusto, las matemáticas fallan; la lógica también. Bertrand Rusell demostró, mediante la paradoja del barbero, que las matemáticas tienen «agujeros». Esto provocó una grave crisis matemática. Y posteriormente, se demostró que todas las ramas matemáticas presentan algunos errores. Sin embargo, a pesar de todo, no hay modo de conocimiento más exacto, aún errando, que las ciencias formales -lógica y matemática. Esto implica que el hombre jamás podrá conocerlo todo, como pretende con ansia, pues así se lo dicta su subconsciente.

Con toda seguridad, el ser humano nunca conocerá el cosmos. Pero, no solamente eso, sino que, aún conociendo un 4% del cosmos, los conocimientos están impregnados del razonamiento humano, tergiversando, inevitablemente, la realidad. Por ejemplo, cuando vamos de excursión al campo nos maravillamos de lo floreciente y colorida que es la primavera. No obstante, el color no existe en sí, tampoco el olor. Por tanto, nos maravillamos, en parte, por nuestras propias sensaciones subjetivas. Cuando vemos el color, el ojo humano detecta una determinada onda que emite el objeto y, dependiento de la frecuencia y amplitud de la onda, el cerebro genera un determinado color. La sensaciones, la mejor forma de observar la Naturaleza, nos dan datos impregnados por nuestra sensibilidad, no aportan datos reales. Además, el 96% del universo (materia y energía oscuras) es totalmente desconocido para los científicos, imperceptible para el hombre.

El principio de incertidumbre, que ya nombré en otra ocasión, de Heisenberg hace referencia también a la cuestión que nos ocupa: es imposible conocer con exactitud la posición y velocidad de una partícula subatómica. ¡Quién lo diría, la física impregnada por la estadística! A todos estos hechos, sumése el de los agujeros negros, el de la variable desconocida o la teoría de caos.

En primer lugar, los agujeros negros absorben tal cantidad de materia y energía que es imposible conocer la totalidad de su naturaleza, porque no dejan pasar la luz.

En segundo lugar, la teoría de la variable desconocida, postula que, de todas las variables que podemos observar o demostrar, sólo podemos trabajar con una fracción de ellas, pues desbordaría la capacidad humana. Por ejemplo, el lanzamiento de un dado, aunque conozcamos todas las variables que intervienen, jamás podríamos utilizarlas. Esta cuestión ya fue tratada en este artículo.

Por último, la teoría del caos está vinculada a la matemática, que hace referencia a que una pequeñísima variación en un dato implica una variación en miríadas en otra variable. Por poner un ejemplo pedestre, imaginemos que nuestro profesor nos califica con un 4,99 y nos dice que estamos suspensos. Por una centésima, no podemos superar el curso; es decir, un pequeño cambio originaría un giro en nuestra vida. Esto tiene todavía más importancia cuando hablamos de números irracionales, pues sabemos que las cifras decimales de un número irracional son infinitas y siempre acumularemos un pequeño error. Este pequeño error, por ejemplo en el número pi, desencadenaría un caos en la meteorología, sistema sensible a minúsculas variaciones. El sistema como el metereológico siempre será inexacto, ya que nunca podremos conocer la totalidad de las cifras decimales de pi o de e. De ahí que sea tan importante hallar la cifra 2 billones del número pi. Como vemos, las predictividad irá en aumento, pero se trata de una búsqueda sin término.

En definitiva, la búsqueda de la verdad, como necesidad biológica, también necesita un término medio, pues indagando en exceso llegamos a una conclusión aún más escéptica que la del propio Descartes: sólo sé que no se nada. Por tanto, hay que diferenciar la búsqueda de la verdad como necesidad biológica de la búsqueda de la verdad en sí misma. Como individuos de la especie humana, necesitamos atenernos a cosas que, siendo irracionales o, en su defecto, inciertas, nos aporten la seguridad necesaria para subsistir. No obstante, si alguien pretende conocer la verdad, por muy triste que sea, está en su pleno derecho: El que pretende buscar la verdad, tiene el riesgo de encontrarla. Por otra parte, como investigadores, científicos o revolucionarios tenemos que buscar la verdad, por encima de las necesidades subjetivas.

¿Fue Nietzsche un filósofo?

A bote pronto, tal pregunta parece absurda, pues Frederich Nietzsche es considerado como un insigne filósofo que ha influido -tergiversándose o no- enormemente en la cultura occidental. Nadie lo pone en duda.

Nadie lo pone en duda, excepto Descartes. Sabemos que uno de los métodos que tiene el hombre para discernir lo verdadero de lo falso es someterlo a duda. Por añadidura, que todo el mundo considere que Nietzsche fue un filósofo no implica que lo sea, pues sabemos, gracias a Platón, que podemos vivir instalados en una habituabilidad, la que no siendo cierta, la consideramos como tal. Bien, pues sometamos Nietzsche a duda.

Evidentemente, uno abre cualquiera de sus libros y, en cuanto lee las dos primeras frases, sabe que se encuentra ante un hombre que intenta descubrir el sentido de la vida; un amante del saber. No obstante, las definiciones etimológicas suelen pecar de inexactitud y, a veces, no coinciden con la definición vigente, como bien sabía nuestro protagonista.

Según la RAE, la definición más adecuada actualmente de filosofía es la siguiente: Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano. En efecto, cuando recibimos una lección de filosofía, lo primero que aprendemos es que la filosofía se distingue de los anteriores modos de conocimiento por la racionalidad existente. Ni el mito, ni la religión, ni la magia poseen de ésta. ¿Nietzsche pretendía conocer la realidad de manera racional? Sobre esto puede debatirse hasta la disquisición, pero lo que podemos afirmar fehacientemente es que él fue un irracionalista y así lo demuestra en sus escritos: llegó a decir que la razón engaña a los sentidos.

Representación de Nietzsche

Por otro lado, sabemos también que era un -se definió así- «espíritu contradictorio». Este argumento tampoco nos permite definir con rigor a Nietzsche como un filósofo, como un buscador de la verdad, pues la verdad se define como aquello que no permite contradicción. Además una ley lógica pone de relieve que una contradicción jamás será cierta. Aristóteles, que se ajusta perfectamente a la definición de filósofo, fue el que formuló el principio de no contradicción, además de definir a la filosofía como ciencia de la verdad. Entonces, ¿por qué razón Nietzsche es un filósofo?

Por último, en una de sus obras más conocidas, El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche critica duramente a prácticamente todos los filósofos importantes: Platón, Sócrates, Kant, Descartes, entre otros. Parece que no se siente demasiado cómodo con aquellos que sí podemos -al menos por ahora- considerar como filósofos. Además, sabemos que una de las características del filósofo es que también se preocupa por la ciencia y sus problemas, por eso la ciencia y la filosofía son absolutamente compatibles: Einstein puede ser también considerado como filósofo; por raro que resulte, Newton fue más filósofo que científico; Kant estuvo bastante tiempo de su vida interesado por las ciencias naturales y Hegel, en su juventud, presentó una tesis que versaba sobre el Sistema Solar. Pero, ¿y Nietzsche? él, por el contrario, criticó muy duramente a la ciencia, no creía en las leyes naturales y tampoco en la matemática que, por cierto, suele ser venerada por los filósofos. Además, era un acérrimo defensor de la subjetividad.

¿Por qué, entonces, Nietzsche es considerado como filósofo? ¿Qué razón nos lleva a esa conclusión? Desde mi punto de vista, Nietzsche fue un pseudofilósofo o, con más rigor, un filodoxo (philos: amor, doxa: opinión); empero, que ha servido de gran ayuda para derribar muchos de los problemas originados por los excesos de la filosofía y de la cultura occidental. O, en su defecto, un pensador o filósofo demasiado extravagante, distinguiéndose en exceso de todo filósofo. Y ustedes, ¿qué opinan?

Biopolítica

La política, por suerte o por desgracia, tiene la facultad de inmiscuirse en todos y cada uno de los intersticios de la sociedad. A decir verdad, la política no es más que la sociedad; la relación entre individuos.

El problema radica cuando la política se convierte en medio hacia el poder, cuando la democracia ya no es directa; cuando los representantes solo se representan a sí mismos. Entonces la política pasa a estar controlada por los políticos, y como el poder corrompe a todo hombre, la política queda convertida en un ámbito de obstentación, poder, control, corrupción. Así, algo a priori tan maravilloso como el estudio de las relaciones humanas, se transforma en la horrendidad de los políticos, enemigos de la sociedad. Tan enemigos pueden resultar que trocan el curso del progreso y la Naturaleza, cambiando, por ejemplo, las leyes educativas para convertir la enseñanza en la pedagogía del político de turno.

Si Platón reencarnase en un país como España, con toda seguridad saldría aún más asqueado de la política de lo que lo hizo en Atenas. Y es que en Occidente la situación es aún peor: mayores injusticias (incomparables a la sufrida por Sócrates), reinado de la vulgaridad y un dualismo, seguramente alimentado por el filósofo, que ha terminado resultando gravemente pernicioso.

Sabrán ustedes que en el Occidente actual (ni en otro espacio, ni en otro tiempo) existe un afán por los dualismos (alma-cerebro, bueno-malo, etéreo-terrenal, etc.), que no son otra cosa que un exagerado simplismo, reduccionismo, con grandes dosis de tergiversación. Todo ello orquestado por los políticos.

La política, o más bien, la política de los políticos suele caracterizarse, entre otras muchas, por el sectarismo, la irracionalidad, la inseriedad, la inelegancia y, por último, la incoherencia. No lo digo solamente yo: «Ideología significa idea lógica y, en política, no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica» José Luis Rodriguez Zapatero. ¿Cuántas veces oiremos las sórdidas disquisiciones entre polítiquillos? ¿Cuantas veces veremos a los políticos echarse flores y atentar contra sus adversarios? ¿Y a los periódicos -por supuesto, politizados- bailándole el agua a cada cual? Señores, no me digan que esto no es sectarismo.

Por el contrario, tenemos a la ciencia que se caracteriza por todo lo contrario: humildad, racionalidad y, en consecuencia, posibles cambios de opinión. Probablemente, Platón en esta coyuntura se hubiera decidido por las ciencias. Pero claro, la política, el poder, reina por encima de todo y somete, mancilla y usa a la ciencia. Esto no es más que un claro reflejo de la sociedad de hoy, pues la inferioridad cualitativa se antepone a la superioridad cualitativa, a saber: se confunde cantidad con cualidad y esencia con apariencia. Esta es la cuestión de que hoy nos ocupa.

La biopolítica no es más que el uso que hace la política de los aspectos biológicos, expresión usada por la filósofa Beatriz Preciado. Tiene que ver bastante con los supradichos dualismos: el dualismo hombre-mujer. No es más que la teoría del conocimiento nietzscheana, aplicada al susodicho dualismo. A los políticos les conviene sobremanera mantener intacto este dualismo. Así tienen recursos para entretener, dominar y manejar: violencia de género, matrimonios homosexuales, transexualidad, etc. Y lo vemos claramente en los espectáculos que nos brinda la señora Bibiana Aido. Algo tan diversificado como el ser humano; sin embargo, queda dualizado y disecado en dos palabras: masculino y femenino. ¡Hay más que eso! Mire usted, eso es superfluo, no conocemos nuestros genes. La importancia reside en la personalidad y no en el sexo, que somos individuos únicos e irrepetibles; lo que de verdad importa es nuestro deseo, nuestras elecciones, la subjetividad, lo que hacemos, nuestra fuerza de voluntad; para nada lo que nos viene dado. ¡Qué más da si se es hombre o mujer! Tal distinción refleja la quintaesencia de la sociedad actual: la apariencia. La esencia (ideas, gustos, personalidad) es lo que nos distingue. ¿Será tal cosa más importante que al sexo al que pertenecemos o las etiquetas que la sociedad nos cuelga!

En realidad, todo este artículo puede resumirse en la siguiente frase: no es más importante la diferencia entre hombre y mujer, sino las semejanzas: ambos son seres humanos.

El comunismo: La historia de un sueño (I)

Para una mayor comprensión de mi pensamiento. Explicaré en primera instancia el título que remata el membrete de esta publicación.

Cuando decidí nombrar esta entrada El comunismo: La historia de un sueño no lo hice de forma aleatoria, sino que fue resultado de un conjunto de deducciones a las cuales llegé gracias a la síntesis de varios elementos históricos.

Si hablo de la historia de un sueño, no pretendo que se comprenda por ello el sueño de un individuo particular o un colectivo determinado. Con esto, quiero referirme al sueño histórico de la humanidad, que no es otro que la igualdad entre todos los seres humanos. Quiero enfatizar la palabra historia ya que cuenta con un significado de suma importancia para el entendimiento de mis posteriores publicaciones.

El comunismo al que me atrevo a bautizar como sueño histórico no encuentra su raigambre en los personajes conocidos popularmente como comunistas o socialistas: François Babeuf, Karl Marx o Federico Engels. El nacimiento histórico de esta ideología comunista, encuentra su cuna en el libro del Génesis; primer libro de la Biblia. En él se nos muestra sin lugar a dudas al primer comunista de la historia que no es otro que Dios.

Justo en el momento en el que Dios crea al hombre, con la finalidad de que se reproduzca así multiplicándose sobre la faz de la tierra, se dirige hacia Adam con estas palabras.

Yo os doy toda planta sementífera que hay sobre la superficie de la tierra y todo árbol que da fruto conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida. A todos los animales del campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser viviente, yo doy para comida todo el herbaje verde

¿Acaso no encontramos en este enunciado de Dios rasgos similares a la propiedad común? Ofrece todos los animales, todas las plantas, en definitiva toda la tierra aquel que será padre de todos los hombres vivientes.

Un segundo pensamiento comunista lo encontramos ipso facto crea a la mujer. Las dos únicas criaturas supuestamente «dominantes» que habitan la tierra se encuentran en igualdad de condiciones: desnudos, sometidos a la misma ley propuesta desde un ente superior.

Tras este galimatías histórico/religioso que acabo de describir. He de decir, que aunque no crea, ni mucho menos, en la existencia de Dios o ser divino. Puede verse de forma cristalina el deseo de hombre, desde sus primeros relatos en tiempos remotos su deseo de igualdad, sin distinción alguna.

¿Hemos de considerar entonces el comunismo como sueño histórico…? Opinen ustedes mismos.

El retraso español I

Decía un filósofo español, a mediados del S. XIX, que uno de los vicios de los españoles era pensar y decir cosas sin haber definido los conceptos previamente, o sea, que los españo- les hablaban sin saber. Personalmente, he comprobado que esto es cierto. Además, he encontrado una variante de este vicio: los españoles definen equivocadamente un concepto que terminan por creerse, esto último ocasiona que haya trastornos en la escala de valores de estas personas.

Os pondré el ejemplo que me hizo llegar a esta conclusión.  Muchos días me encuentro con personas que desean entrar a la universidad, pero no por llegar a un gran nivel de sabiduría ni de conseguir un buen empleo, sino que desean con ansias estar en el mundo universitario para alejarse de los padres, hacer fiestas –muchas de ellas con alcohol, una bebida incom-patible con el esfuerzo neuronal– y, en general, hacer de todo menos lo que se presu- pone que tienen que hacer: estudiar para aprobar. ¡Chico si quieres divertirte así, no vayas a la universidad!

Daré algunas cifras: el 50% de los jóvenes de la universidad ni siquiera se dignan a presen- tarse al examen, imaginemos el porcentaje de alumnos que asisten a clase. Lo que es peor: 20 de cada 100 alumnos aprueba en la universidad. Las universidades de España presen- tan unos índices muy superiores de alumnos que utilizan la universidad como tapadera de la “diversión”.

En mi opinión, esta actitud debería, al menos, intentar ser atenuada, puesto que  la aplas- tante mayoría de los alumnos que desperdician el tiempo por felicidad pasajera, cuando lle- gan, aproximadamente, a los treinta años se arrepienten del tiempo desperdiciado. Está claro que tomar medidas para corregir esto es ayudar al ciudadano. ¿Cómo se mejora esta situación? Pues por ejemplo imponiendo como norma que aquel alumno que no se haya presentado a más de tres exámenes consecutivos y su porcentaje de asistencia a clase sea menor del 20 % sea expulsado de la universidad. Estoy seguro que esta medida ocasionaría muchos más beneficios que perjuicios.

Analizando más profundamente, pienso que, en general, este tipo de acciones junto con otras muchas similares, son una consecuencia de la educación negativa que recibe la po- blación. También, creo que el principal factor que acentúa la educación negativa en España es la descultura o cultura perjudicial que conforman la idiosincrasia española. Por ejemplo, el régimen franquista impuso en España una serie de valores desculturales como por ejem- plo, la unión de Estado e Iglesia, la infravaloración de la mujer o el movimiento antinteli-gencia terminaron completando el proceso de desculturalización de la sociedad española.

Por otro lado, la situación geográfica de España poco ayuda a que ésta se convierta en una superpotencia económica en el siglo XXI. El clima soleado de España, perjudica las actividades intelectuales, ya que el Sol genera una vitamina emparentada con el buen humor y las ganas de diversión. Todos los países situados al norte del globo terráqueo superan económicamente a los países situados en el sur. En el interior de España, sucede lo mismo: Andalucía es la Comunidad Autónoma más retrasada y Cataluña y el País Vasco son las Comunidades Autónomas que destacan sobre las diecisiete que conforman el territorio español.

Por último, los medios de comunicación españoles, en mayor medida las televisiones, destacando Telecinco, intentan inculcar con ahínco todos aquellos valores que favorezcan la envidia, la pereza, la vulgaridad. Esta “educación para la ciudadanía de los mass media, vergüenza para el ser humano, es permitida por el poder legítimo y, mucho peor, aceptada y solicitada por los ciudadanos. Los ciudadanos solicitan este tipo de información porque así se les ha inculcado.

En resolución, la geografía, la historia, el sistema educativo y los medios de comunicación favorecen el retraso de España tanto en economía como en valores. La élite española debería de manifestarse y pedir un cambio en aquellos aspectos perjudiciales que puedan cambiarse.

Las cosas como son

La prohibición de llevar el «hiyab» a una chica marroquí en un colegio de Pozuelo de Alarcón ha levantado polémica, generalmente gracias a cierto sector del colectivo islamista y a la progresía más desvergonzada. El caso es que el colegio tiene una ley interna que prohíbe a los alumnos llevar la cabeza cubierta con cualquier prenda y no se le permitirá entrar de nuevo hasta que lo haga sin «hiyab».

Se habla de islamofobia y discriminación, de ataque a la religión islámica, pero lo que acaba de ocurrir en Madrid me parece, cuanto menos, un gran ejercicio de integración entre culturas. Me explico. Estamos en España y la ley debe ser la misma para todos. El día en el que dentro del mismo marco estatal existan leyes que varíen dependiendo de la cultura, se producirá una segregación cultural, algo que frenará en seco la integración de los grupos minoritarios. La ley del colegio es la misma para todos, por lo tanto la han de respetar todos los alumnos sea cual sea su cultura. La normativa prohíbe llevar cubierta la cabeza, así que si un alumno español lleva una gorra, por ejemplo, también se le prohibirá la entrada.

Las chicas llevan esta prenda de manera totalmente voluntaria. Según algunos musulmanes el «hiyab» es para ellas una seña de identidad, es decir, no obedece a la voluntad de sus padres. Esta declaración no hace más que hablar más a mi favor, porque hay españoles que pueden llevar una gorra porque les proporciona identidad.

Este tipo de cosas nos ocurren porque no hemos sabido dar a tiempo un golpe sobre la mesa, como ya han hecho países como Francia. Esto es España y se deben, por tanto, respetar las normas comunes, ya que, como establece nuestra constitución, somos iguales ante la ley, en derechos y en deberes, no sólo para nuestros intereses.

Además, han pedido tolerancia religiosa para las prendas de vestir que utilizan las mujeres musulmanas. Mi tolerancia consiste en que respeto su vestimenta incluso cuando me consta que algunas de sus prendas significan sumisión al varón, y eso es algo que en Occidente dejamos atrás hace tiempo. Por cierto, la tan feminista Bibiana Aído rara vez se ha pronunciado sobre el tema de la discriminación que sufren las mujeres musulmanas. La pregunta que yo tengo para los que piden respeto para el Islam es ¿respetarían ellos en sus respectivos países a una mujer occidental que llevase una minifalda? Seguro que la mayoría no lo haría, la mujer en cuestión correría el riesgo de ser apaleada o detenida por las autoridades locales.

Por supuesto, esto no debe ser una excusa para que los imbéciles de la extrema-derecha coloquen pegatinas en la puerta del colegio atacando a los musulmanes, ésos que defienden la misma idea que los islamistas más radicales pero traducida a su cultura.