¿Y por qué no dejamos hablar a los que saben?

En los últimos días se ha reanudado la polémica sobre el matrimonio homosexual a raíz de unas declaraciones en las que Mariano Rajoy expresaba su intención de derogar la ley en cuanto llegase al poder, algo inminente.

En primer lugar, me gustaría dejar clara mi posición respecto a las parejas del mismo sexo. Nos cuentan la historia y la biología general que el amor, es decir, el deseo de unión con otro ser, surgió antes que la división sexual, lo cual revela hasta qué punto cualquier tipo de amor es natural. Es verdad que, una vez producida la división de sexos, el amor entre iguales resulta infructuoso para la reproducción, pero ese es un tema que queda fuera del contenido de este artículo.

Sin embargo, también me gustaría mostrar mi desacuerdo con el nombre que se le da a la unión entre personas del mismo sexo: matrimonio. Y para ello me voy a remitir a la etimología. La palabra matrimonio se deriva del derecho romano y está compuesta de las palabras «mater», que significa madre, y  «munium», que significa función. El matrimonio es, pues, la concesión a la madre de su derecho a serlo. Por lo tanto, en un matrimonio entre dos hombres ¿dónde encuentran ustedes a la madre? ¿vamos a estigmatizar a uno de los miembros de la pareja para que ejerza su rol de madre? ¿o vamos a apelar al sentido común y a dejar al lenguaje en paz? En una unión entre lesbianas sí es verdad que las dos pueden ejercer en calidad de madre, pero no así en una unión entre hombres. Así que yo creo que el nombre más óptimo para hacer mención a lo que se llama «matrimonio gay» es «unión civil». Puede que parezca un mero término eufemístico o un formalismo, pero me parece necesario respetar nuestra lengua, cosa a la que los políticos nos tienen muy poco acostumbrados.

En español, tenemos otros frentes de batalla iniciados por políticos ignorantes sumidos en su arrogancia. Verbigracia, la incapacidad para diferenciar «sexo» de «género». Los lingüistas están ya cansados de repetirlo: sexo para las personas y género para las palabras. Aun así, seguimos viendo pancartas en manifestaciones donde podemos ver «igualdad de género», o leyes sobre una expresión tan ridícula como «violencia de género».

Todos estos dislates tienen su base en la prepotencia del político. Él cree saberlo todo, ser el más culto y tener potestad sobre toda la masa de ciudadanos inferiores, por lo tanto, él es quien organiza la sociedad y quien dicta lo que es bueno o malo. Ocurre lo mismo en economía, el progre cree ser el poseedor de la verdad y de toda la información y quiere ser él quien se encargue de repartir el dinero entre los pobres. Todo esto, por supuesto, con resultados desastrosos.

Biopolítica

La política, por suerte o por desgracia, tiene la facultad de inmiscuirse en todos y cada uno de los intersticios de la sociedad. A decir verdad, la política no es más que la sociedad; la relación entre individuos.

El problema radica cuando la política se convierte en medio hacia el poder, cuando la democracia ya no es directa; cuando los representantes solo se representan a sí mismos. Entonces la política pasa a estar controlada por los políticos, y como el poder corrompe a todo hombre, la política queda convertida en un ámbito de obstentación, poder, control, corrupción. Así, algo a priori tan maravilloso como el estudio de las relaciones humanas, se transforma en la horrendidad de los políticos, enemigos de la sociedad. Tan enemigos pueden resultar que trocan el curso del progreso y la Naturaleza, cambiando, por ejemplo, las leyes educativas para convertir la enseñanza en la pedagogía del político de turno.

Si Platón reencarnase en un país como España, con toda seguridad saldría aún más asqueado de la política de lo que lo hizo en Atenas. Y es que en Occidente la situación es aún peor: mayores injusticias (incomparables a la sufrida por Sócrates), reinado de la vulgaridad y un dualismo, seguramente alimentado por el filósofo, que ha terminado resultando gravemente pernicioso.

Sabrán ustedes que en el Occidente actual (ni en otro espacio, ni en otro tiempo) existe un afán por los dualismos (alma-cerebro, bueno-malo, etéreo-terrenal, etc.), que no son otra cosa que un exagerado simplismo, reduccionismo, con grandes dosis de tergiversación. Todo ello orquestado por los políticos.

La política, o más bien, la política de los políticos suele caracterizarse, entre otras muchas, por el sectarismo, la irracionalidad, la inseriedad, la inelegancia y, por último, la incoherencia. No lo digo solamente yo: «Ideología significa idea lógica y, en política, no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica» José Luis Rodriguez Zapatero. ¿Cuántas veces oiremos las sórdidas disquisiciones entre polítiquillos? ¿Cuantas veces veremos a los políticos echarse flores y atentar contra sus adversarios? ¿Y a los periódicos -por supuesto, politizados- bailándole el agua a cada cual? Señores, no me digan que esto no es sectarismo.

Por el contrario, tenemos a la ciencia que se caracteriza por todo lo contrario: humildad, racionalidad y, en consecuencia, posibles cambios de opinión. Probablemente, Platón en esta coyuntura se hubiera decidido por las ciencias. Pero claro, la política, el poder, reina por encima de todo y somete, mancilla y usa a la ciencia. Esto no es más que un claro reflejo de la sociedad de hoy, pues la inferioridad cualitativa se antepone a la superioridad cualitativa, a saber: se confunde cantidad con cualidad y esencia con apariencia. Esta es la cuestión de que hoy nos ocupa.

La biopolítica no es más que el uso que hace la política de los aspectos biológicos, expresión usada por la filósofa Beatriz Preciado. Tiene que ver bastante con los supradichos dualismos: el dualismo hombre-mujer. No es más que la teoría del conocimiento nietzscheana, aplicada al susodicho dualismo. A los políticos les conviene sobremanera mantener intacto este dualismo. Así tienen recursos para entretener, dominar y manejar: violencia de género, matrimonios homosexuales, transexualidad, etc. Y lo vemos claramente en los espectáculos que nos brinda la señora Bibiana Aido. Algo tan diversificado como el ser humano; sin embargo, queda dualizado y disecado en dos palabras: masculino y femenino. ¡Hay más que eso! Mire usted, eso es superfluo, no conocemos nuestros genes. La importancia reside en la personalidad y no en el sexo, que somos individuos únicos e irrepetibles; lo que de verdad importa es nuestro deseo, nuestras elecciones, la subjetividad, lo que hacemos, nuestra fuerza de voluntad; para nada lo que nos viene dado. ¡Qué más da si se es hombre o mujer! Tal distinción refleja la quintaesencia de la sociedad actual: la apariencia. La esencia (ideas, gustos, personalidad) es lo que nos distingue. ¿Será tal cosa más importante que al sexo al que pertenecemos o las etiquetas que la sociedad nos cuelga!

En realidad, todo este artículo puede resumirse en la siguiente frase: no es más importante la diferencia entre hombre y mujer, sino las semejanzas: ambos son seres humanos.

Adiós

http://www.cadenaser.com/sociedad/articulo/television-podra-emitir-abierto-contenidos-pornograficos-violentos/csrcsrpor/20100107csrcsrsoc_8/Tes

De piedra, es tal y como me he quedado cuando he leido este artículo. De manera que a partir de ahora no podrán dar películas porno ni anuncios de contactos incluso después de horario infantil, solo se podrá hacer mediante control parental y de forma codificada. Hasta hay podría entender a lo que dedican sus horas (pagadas por todos nosotros) los políticos de este país.

Pero… ¿no deberían censurar programas como Gran Hermano, Sálvame, Donde estás corazón…? teniendo en cuenta que en estos programas follan mas que en cualquier pelicula porno digo yo que si.

Además que los niños vean porno no creo yo que sea nada malo, peor es que vean informativos donde salen cada instante personas REALES muertas por las calles con las tripas en el suelo o programas basura viendo como se tiran de los pelos dos señoras (o como se les deba de llamar), por lo menos el porno…es natural.