Mi visión y experiencia de la universidad española

Desde que inicié mis estudios en la universidad española hasta el día de hoy, no he dejado de acumular datos, noticias y experiencias poco halagüeñas para el que desee una sociedad formada y plenamente educada. Hace una semana mismo, el diario El Mundo publicaba que un conjunto de expertos internacionales recomendaban a los dirigentes políticos españoles que hicieran una reforma profunda del ámbito universitario, si no querían ver peligrar aún más su economía. Entre las sugerencias, se encontraba la de aumentar los lazos entre las universidades, de forma que haya más movilidad entre las mismas, y más trabajos conjuntos, aumentando así las sinergias. Lo cierto es que no me extraña nada lo que estos expertos internacionales dicen. Les cuento por qué.

Antes de entrar en la carrera, cursé el bachillerato en un instituto en el que el 100% de los que se presentaban a selectividad en junio la aprobaban. Había grandes profesores, que, lejos de incentivar el empollaje (estudiar algo de memoria el día antes, sin digerirlo, para vomitarlo en el examen), favorecían la reflexión y la introspección, acercando a los alumnos al conocimiento. Tampoco era un centro educativo excelso, como esos centros privados bilingües donde los ricos llevan allí a sus hijos, sino que era un centro, bastante aceptable si tenemos en cuenta la mediocridad reinante en el sistema educativo.

Así pues, yo, lógicamente, pensé, me hice una idea, de que la universidad sería algo más compleja, dificultosa y laboriosa que el bachillerato. Me imaginaba que en la universidad ya iba a aprender cosas de verdad, donde iba a haber mayor competencia por las buenas notas, mayor nivel de profesorado. También llegué a pensar -inocente de mí- que, aquellos que no alcanzase en el nivel exigido por los requerimientos del título al que se aspira, no iban a superar el desafío. Eso de hacer varias recuperaciones,  cada vez más fácil, al mismo alumno hasta que por fin conseguía aprobar la asignatura creía que ya se acababa en un ámbito tan cercano al profesional. En definitiva, creía que la universidad iba a ser algo serio.

Sin embargo, me llevé un chasco. Empecé a percatarme de que no hacía falta estudiar tanto como pensaba para conseguir buenas notas y que, si realmente quería aprender, mi sitio no era la universidad: podrían ser los libros. Llegaban a mis oídos frases como la siguiente, emblemática: «Pues yo no he hecho ni el huevo, y sólo me han quedado dos». No conozco en primera persona como era la universidad antes del nuevo Plan Bolonia, que reduce un año la carrera y sus horas teóricas, al mismo tiempo que obliga al alumnado a asistir a clase para poder aprobar, pero sí sé que el nuevo Plan es insoportable. Jóvenes que sólo quieren pasar el examen y no aprender antes podían obtener los apuntes, no ir a clase, estudiar la semana antes y más o menos conseguirlo; ahora, se ven aherrojados en el aula, tal como en la ESO, intentando pasar el tiempo, enviando mensajes, dando toques con el móvil al compañero de más allá, etc. Ni ellos quieres estar allí, ni el profesor quiere que estén.

La primera semana me apunté a un ciclo de conferencias que me parecían interesantes. Asistí a la primera y quedé sorprendido. El ponente se dedicó a resumir las consignas de la extrema izquierda, sin siquiera contrastar sus afirmaciones. El ponente llegó a afirmar que el libre mercado conduce al totalitarismo, e incluso recomendó el libro «Holocausto y modernidad». Yo, acostumbrado a la objetividad de mis anteriores profesores, no sabía cómo encajar aquello: un mitin político en una universidad de económicas. Pensé que sería algo pasajero, un ponente más. Con el tiempo me di cuenta que, al menos mi propia facultad, sigue una tendencia política. Profesores que espetan: «Para aprobar la asignatura hay que leerse el siguiente libro («Algo va mal»)» De nuevo, recomiendan lecturas de panfletos políticos en una clase de Ciencias Económicas. Para más inri, un profesional de la educación (y supuestamente científica) espetó: «Todo es ideología».  Bueno, y sin olvidar que no escasean los periódicos gratuitos exclusivamente de una tendencia política: de la otra ni rastro.

Pero lo que ya me dejó patidifuso fue la existencia de nepotismo en una universidad pública. Tengo conocimiento de que el decano ha colocado como docentes a dos familiares suyas (ambas hermanas entre sí), que han recibido numerosas protestas entre los estudiantes, por su apatía profesional y aún siguen en el mismo puesto (aunque cambiadas de carrera).

Con lo anteriormente expuesto, ahora entiendo los episodios bochornosos universitarios que yo veía por la tele antes de entrar en la universidad, como, por ejemplo, el linchamiento que sufrió Rosa Díez en la Complutense. Como tampoco me extrañan las previsiones del INE, que afirman que España perderá en la próxima década al 30% de sus jóvenes.

Anteriormente la universidad era un centro de excelencia, donde no se podía acceder tan fácilmente, donde los titulados tenían puestos de trabajo asegurados. Ahora, se ha convertido en un coladero, pues es vox populi el nivel tan reducido que se exigen en las pruebas de selectividad. Actualmente se puede obtener una puntuación de cero a catorce, donde el aprobado es cuatro y medio y donde la mayoría de las notas de corte rondan el cinco. Es decir, ya no se entra con la mitad de los puntos, sino con menos. Y no es sólo cuestión de cantidad, la calidad también se ha menoscabado. Todo docente sabe que el listón se ha bajado.

De ahí que la universidad esté perdiendo tanto prestigio, y lo esté ganando el posgrado. A las empresas les interesa hoy día más el máster (aunque sea de un año) que la carrera. Si una institución no satisface una necesidad, aflora otra que sí lo hace. Pura oferta y demanda.

Pienso que la atmósfera de la no exigencia, de la facilidad, de la falta de esfuerzo es lo más pernicioso que puede haber para la enseñanza (no así para la expedición de títulos). Pues, como sabe todo deportista, se progresa mediante las agujetas, el cansancio y el sudor; si en un entrenamiento no se acaba cansado, debe de aumentarse el nivel. El reducir el nivel para exonerar a los alumnos y tener mayor número de titulados no es más una medida de maquillaje, que lo que provoca es justo lo contrario de lo que persigue: que la universidad valga menos y que la educación se desprestigie.

Mucha suerte a España y a todos sus estudiantes.

El espíritu de la cheka

La universidad siempre ha sido un foco de pensamiento crítico con el poder y un impulsor del cambio social.

Sin embargo, en la actualidad se han excedido los límites y un espíritu arrogante y rencoroso se ha apoderado de ese círculo de ideas otrora prestigioso. Se trata del espíritu de la cheka y de la creencia primitiva de que se pueden imponer las ideas a base de boicots liberticidas, insultos y agresiones.

Queramos o no, la universidad española hoy se ha convertido en un núcleo de contaminación marxista que está sacando de nuestras facultades la diversidad de opinión y la libertad, los dos blancos preferidos de la flecha comunista.

Provoca la náusea que se declaren abanderados de la cultura aquellos que imponen el adoctrinamiento en las aulas y han expulsado de las mismas a gritos de «fascista» a grandes conferenciantes como Rosa Díez, Pío Moa o Albert Rivera por el terrible delito de no ajustarse a su ideología enferma.

Lo que realmente resulta preocupante no es el hecho de que las ideas colectivistas hayan arraigado tan profundamente, sino el modo de proceder de estas hordas cegadas por el odio y la ignorancia, cuando generalmente no tienen la menor idea de política, y mucho menos de marxismo.

Y es que el marxismo se ha convertido en la moda de los universitarios porque, como movimiento temporal que es, se encuentra sujeto a la tendencia que se tercie en el momento. La libertad, en cambio, es un valor intempestivo, por lo tanto, no puede ser invadido por el capricho casual que se halla tras esas palestinas, esas camisetas del Che y esas maneras de sindicalistas del siglo XIX.

Otra de las falacias, ésta ya rayando en lo cómico, es el fascismo como telón de fondo en cada una de sus críticas, ya que, al estar obsesionados con él, lo ven por todas partes. Todos sus rivales políticos han de ser necesariamente fascistas pues, aprovechando la repulsión que esta ideología produce en la gente, logran etiquetar a los enemigos y evitar que la gente los oiga y cree su pensamiento en torno a ello. ¿Por qué, entonces, si son fascistas y sus ideas son tan retrógradas, estos marxistas domados se ven en la necesidad de interrumpir sus conferencias a golpe de amenazas? ¿No será que tienen miedo de que la gente los escuche y se dé cuenta de que está de acuerdo con ellos? ¿Quién los ha legitimado para decirnos a quién debemos escuchar y a quién no?

Este carácter es el germen de la coacción política y la dictadura, las mismas acciones que llevaron a cabo en los años 30 y que acabaron con la República que tanto dicen amar.

¿Por qué padecemos una universidad con tan pésima calidad? En primer lugar, porque éste era el sistema que necesariamente había de derivarse de la LOGSE. Cuando se deja de valorar el mérito y el esfuerzo y empezamos a reducir el nivel para que los más adelantados, inteligentes y útiles se adapten a los más desinteresados y atrasados en pro de una estúpida igualdad, la educación se empobrece y entonces podemos pronosticar un fracaso progresivo, que en este caso ha desembocado en la banalización de la institución universitaria.

Otra de las razones fundamentales tiene su raíz en este primer aspecto. La concesión de becas a diestro y siniestro sin tener en cuenta el nivel académico alimenta la proliferación de estas criaturas que, imbuidas por este espíritu de la cheka se creen legitimadas a llamarse estudiantes universitarios. Eso sí, el aprobado mejor pa’l año que viene, que hoy hay manifa y después botellón.

Si persistimos en esta tendencia tan nefasta, en las próximas décadas vamos a ver cómo la educación superior se rebaja en la forma en que lo ha hecho el bachillerato. Porque ya todo el mundo puede entrar en la universidad, tengan faltas de ortografía, ignoren la constitución liberal de 1812 o no sepan quién fue Cánovas del Castillo.

Con semejante nivel de degradación no me parece extraño que la semana pasada fuese agredido el Consejero de Cultura de la Región de Murcia a manos de un fulano de extrema izquierda, con el tácito aplauso de ciertas autoridades políticas. No me sorprende la violencia como instrumento político, porque yo, queridos amigos marxistas, sí conozco la historia de España y la manera de actuar del espíritu de la cheka.

Biopolítica

La política, por suerte o por desgracia, tiene la facultad de inmiscuirse en todos y cada uno de los intersticios de la sociedad. A decir verdad, la política no es más que la sociedad; la relación entre individuos.

El problema radica cuando la política se convierte en medio hacia el poder, cuando la democracia ya no es directa; cuando los representantes solo se representan a sí mismos. Entonces la política pasa a estar controlada por los políticos, y como el poder corrompe a todo hombre, la política queda convertida en un ámbito de obstentación, poder, control, corrupción. Así, algo a priori tan maravilloso como el estudio de las relaciones humanas, se transforma en la horrendidad de los políticos, enemigos de la sociedad. Tan enemigos pueden resultar que trocan el curso del progreso y la Naturaleza, cambiando, por ejemplo, las leyes educativas para convertir la enseñanza en la pedagogía del político de turno.

Si Platón reencarnase en un país como España, con toda seguridad saldría aún más asqueado de la política de lo que lo hizo en Atenas. Y es que en Occidente la situación es aún peor: mayores injusticias (incomparables a la sufrida por Sócrates), reinado de la vulgaridad y un dualismo, seguramente alimentado por el filósofo, que ha terminado resultando gravemente pernicioso.

Sabrán ustedes que en el Occidente actual (ni en otro espacio, ni en otro tiempo) existe un afán por los dualismos (alma-cerebro, bueno-malo, etéreo-terrenal, etc.), que no son otra cosa que un exagerado simplismo, reduccionismo, con grandes dosis de tergiversación. Todo ello orquestado por los políticos.

La política, o más bien, la política de los políticos suele caracterizarse, entre otras muchas, por el sectarismo, la irracionalidad, la inseriedad, la inelegancia y, por último, la incoherencia. No lo digo solamente yo: «Ideología significa idea lógica y, en política, no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica» José Luis Rodriguez Zapatero. ¿Cuántas veces oiremos las sórdidas disquisiciones entre polítiquillos? ¿Cuantas veces veremos a los políticos echarse flores y atentar contra sus adversarios? ¿Y a los periódicos -por supuesto, politizados- bailándole el agua a cada cual? Señores, no me digan que esto no es sectarismo.

Por el contrario, tenemos a la ciencia que se caracteriza por todo lo contrario: humildad, racionalidad y, en consecuencia, posibles cambios de opinión. Probablemente, Platón en esta coyuntura se hubiera decidido por las ciencias. Pero claro, la política, el poder, reina por encima de todo y somete, mancilla y usa a la ciencia. Esto no es más que un claro reflejo de la sociedad de hoy, pues la inferioridad cualitativa se antepone a la superioridad cualitativa, a saber: se confunde cantidad con cualidad y esencia con apariencia. Esta es la cuestión de que hoy nos ocupa.

La biopolítica no es más que el uso que hace la política de los aspectos biológicos, expresión usada por la filósofa Beatriz Preciado. Tiene que ver bastante con los supradichos dualismos: el dualismo hombre-mujer. No es más que la teoría del conocimiento nietzscheana, aplicada al susodicho dualismo. A los políticos les conviene sobremanera mantener intacto este dualismo. Así tienen recursos para entretener, dominar y manejar: violencia de género, matrimonios homosexuales, transexualidad, etc. Y lo vemos claramente en los espectáculos que nos brinda la señora Bibiana Aido. Algo tan diversificado como el ser humano; sin embargo, queda dualizado y disecado en dos palabras: masculino y femenino. ¡Hay más que eso! Mire usted, eso es superfluo, no conocemos nuestros genes. La importancia reside en la personalidad y no en el sexo, que somos individuos únicos e irrepetibles; lo que de verdad importa es nuestro deseo, nuestras elecciones, la subjetividad, lo que hacemos, nuestra fuerza de voluntad; para nada lo que nos viene dado. ¡Qué más da si se es hombre o mujer! Tal distinción refleja la quintaesencia de la sociedad actual: la apariencia. La esencia (ideas, gustos, personalidad) es lo que nos distingue. ¿Será tal cosa más importante que al sexo al que pertenecemos o las etiquetas que la sociedad nos cuelga!

En realidad, todo este artículo puede resumirse en la siguiente frase: no es más importante la diferencia entre hombre y mujer, sino las semejanzas: ambos son seres humanos.

Capitalismo: Un sistema a la cabeza (III)

Respuesta a las objeciones: Desigualdad

El común denominador en todos los críticos al sistema económico capitalista es el argumento que hace referencia a la desigualdad como un aspecto negativo en la sociedad, que se produce en todos los países que están adoptando este sistema económico (y digo están adoptando porque el Capitalismo en sí todavía no ha sido implantado, pues existe un fuerte intervencionismo, a saber: bancos centrales, gobiernos, impuestos, …). Me parece ético hacer una distinción entre los críticos y dividirlos, así, en dos grupos: los que de verdad creen en este argumento y a los demagogos que, aún conociendo la realidad, persisten en la crítica, pues ello les reportará beneficios personales. Además a todos los gobiernos del mundo les conviene no implantar en su totalidad el Capitalismo porque, precisamente así, su facultad de influir en la Economía quedaría anulada. Por este motivo, todos los demagogos, son representantes políticos y, generalmente, pertenecen a países atrasados como Chile, Cuba, Bolivia, China, etc.

Respecto al primer grupo, los teóricos económicos deben tener una cierta conmiseración con ellos, pues todos responden al perfil de una persona no muy ilustrada en la Economía moderna. Además, la Economía es una de las ciencias más complejas que existen, a saber: estudia fenómenos a gran escala en el ser humano, ni más ni menos que la sociedad. Por ejemplo, la Física podría ser considerada como la ciencia menos compleja, pues estudia procesos como el movimiento; trabaja en una escala humana más reducida. Esta ausencia de complejidad permite sistematizar y especializar mucho más el conocimiento. Luego, de menor a mayor complejidad, nos encontramos a la Química, la Biología, la Psicología, la Economía y, por último, la Filosofía. Es esta complejidad la que puede llevar a argumentos equívocos como el de que la desigualdad es perjudicial.

En este fascículo, evidentemente, no voy a negar que la desigualdad existe en los países que avanzan hacia el Capitalismo. Ésta es objetivable y se puede medir gracias a la curva de Lorenz y al coeficiente de Gini, que nos dice cuán igualitario es un país. Ahora bien, igualdad es un concepto bien distinto al de justicia. Por ejemplo, se dice que  un país con más ricos que pobres es desigualitario y que en un país donde todo el mundo tiene la misma cantidad de dinero es igualitario. Sin ser sectario, por esta regla de tres, también debería añadirse que un país con un gran número de presos es desigualitario, ya que existe una brecha: entre presos y libres; en el mismo sentido, hay desigualdad. No obstante, tanto en el país que tiene una desigualdad entre ricos y pobres como en el que la tiene entre libres y presos, existe una profunda libertad y justicia. Como dijo el destacado Nobel de Economía, Milton Friedman: “La sociedad que pone la igualdad por delante de la libertad termina sin ninguna. La sociedad que pone la libertad por delante de la igualdad, termina con una mayor cantidad de ambas.”

Cuando una sociedad se dedica a redistribuir la riqueza para eliminar la desigualdad, desestabiliza la creación de riqueza y, a medio y largo plazo, crea pobreza: «La ayuda a la pobreza genera pobreza». Esto se explica porque ya en el sistema capitalista cada uno tiene lo que se merece. Entonces, un empresario con gran capacidad de creación de riqueza y de producción de bienes y servicios que satisfacen las ilimitadas necesidades humanas, verá reducidos sus ingresos con lo que no podrá seguir creando riqueza en la misma proporción. Esta parte de los ingresos se trasladará a los más necesitados, que no aportan nada al sistema productivo y, por ende, reciben un dinero que no les pertenece. Por decirlo en términos pedestres, el dinero va hacia donde no tiene que ir. Es imposible concebir como justo que a un trabajador, como acaece en España, se le retire el 60 % de su sueldo para cubrir el gasto público: financiar subvenciones, armamento (en algunos países, nuclear), sanidad, educación; mientras que a un parado se le aporte el 100% de sus ingresos sin ningún trabajo. Es decir, a fin de cuentas es más rentable permanecer en el desempleo que trabajar.

Es así como cayó el Imperio Romano, a saber: declarando la ciudadanía, con todos los privilegios, a todos los habitantes del imperio. Además se promovió la política de panem et circenses (pan y circo) lo que originó que los productores de trigo dejaran da producir, ya que era gratuito. Y, al fin, que cayese todo el imperio poco a poco. El socialismo provocó la caída de Roma.

La igualdad económica debida por el intervencionismo del Estado, por un atentado contra la libertad, es profundamente injusta y, a la postre, genera una pobreza. De modo que en teoría económica se plantea la siguiente disyuntiva: o desigualdad o pobreza. La justicia, en Economía, recibe el nombre de equidad y podría definirse como cada uno tiene lo que se merece. Así, en los países desigualitarios, existe una profunda equidad, mientras que en los igualitarios, como los que abogan por la propiedad común, la equidad es prácticamente nula. Llegados a este punto, hay que hacer una clara diferencia entre un sistema económico (capitalismo, comunismo, …) y un sistema político (demarquía, democracia, …), ya que claramente estos dos tipos de sistemas son dicotómicos, aunque, generalmente, sulen irradiarse entre sí, a saber: tras el capitalismo, suele llegar una democracia, por ejemplo. De modo que algunos críticos erran al culpar al sistema capitalista de errores producidos por el sistema político. Por ejemplo, las crisis económicas son producidas por el sistema político que es contrario al sistema capitalista; pero esta cuestión será analizada en el próximo fascículo. Además, el sistema político, para que la economía capitalista funcione plenamente, debería de olvidarse por completo del sistema económico.

Como los lectores habrán podido observar, he utilizado un lenguaje cuasi apodíctico  al afirmar que intentar generar igualdad mediante la violación de la libertad termina provocando pobreza e injusticia. Pero, en este caso, esta afirmación es inconcusa y, por ello, la demostraremos.

Normalmente, en divulgación económica, toda afirmación debe ir acompañada de una demostración. En este caso, dejaré la demostración de la mano del laureado catedrático de Economía Jesús Huerta de Soto de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Demostrará como, en el capitalismo, no existe la plusvalía; que cada individuo será recompensado exactamente con la misma cantidad que ha aportado al proceso productivo: la quintaesencia de la justicia social. Y que por mucho que la empresa se empestiñe en pagar muy poco al trabajador en relación a lo que produce (o mucho, ya que la actividad empresarial se desarrolla en un ámbito de incertidumbre), los precios y los salarios se verán modificados hasta el punto de que el trabajador cobra exactamente lo mismo que aporta. Aunque, luego, de ese salario se le descontará un porcentaje altísimo destinado al Estado.

Demostración de la siguiente ley económica: A cada uno se le paga por lo que aporta en el proceso productivo.


Apuntes de psicología

Aún en verano, nuestro blog sigue sin descanso; esta vez traemos apuntes de psicología para todo aquel que quiera informarse sobre esta ciencia tan interesante, intrigante y compleja. También para posteriores años en los que los estudiantes necesiten apuntes. Una de las variables más difíciles de estudiar es el propio ser humano. Que lo disfruten, un saludo.

Psicología

El retraso español I

Decía un filósofo español, a mediados del S. XIX, que uno de los vicios de los españoles era pensar y decir cosas sin haber definido los conceptos previamente, o sea, que los españo- les hablaban sin saber. Personalmente, he comprobado que esto es cierto. Además, he encontrado una variante de este vicio: los españoles definen equivocadamente un concepto que terminan por creerse, esto último ocasiona que haya trastornos en la escala de valores de estas personas.

Os pondré el ejemplo que me hizo llegar a esta conclusión.  Muchos días me encuentro con personas que desean entrar a la universidad, pero no por llegar a un gran nivel de sabiduría ni de conseguir un buen empleo, sino que desean con ansias estar en el mundo universitario para alejarse de los padres, hacer fiestas –muchas de ellas con alcohol, una bebida incom-patible con el esfuerzo neuronal– y, en general, hacer de todo menos lo que se presu- pone que tienen que hacer: estudiar para aprobar. ¡Chico si quieres divertirte así, no vayas a la universidad!

Daré algunas cifras: el 50% de los jóvenes de la universidad ni siquiera se dignan a presen- tarse al examen, imaginemos el porcentaje de alumnos que asisten a clase. Lo que es peor: 20 de cada 100 alumnos aprueba en la universidad. Las universidades de España presen- tan unos índices muy superiores de alumnos que utilizan la universidad como tapadera de la “diversión”.

En mi opinión, esta actitud debería, al menos, intentar ser atenuada, puesto que  la aplas- tante mayoría de los alumnos que desperdician el tiempo por felicidad pasajera, cuando lle- gan, aproximadamente, a los treinta años se arrepienten del tiempo desperdiciado. Está claro que tomar medidas para corregir esto es ayudar al ciudadano. ¿Cómo se mejora esta situación? Pues por ejemplo imponiendo como norma que aquel alumno que no se haya presentado a más de tres exámenes consecutivos y su porcentaje de asistencia a clase sea menor del 20 % sea expulsado de la universidad. Estoy seguro que esta medida ocasionaría muchos más beneficios que perjuicios.

Analizando más profundamente, pienso que, en general, este tipo de acciones junto con otras muchas similares, son una consecuencia de la educación negativa que recibe la po- blación. También, creo que el principal factor que acentúa la educación negativa en España es la descultura o cultura perjudicial que conforman la idiosincrasia española. Por ejemplo, el régimen franquista impuso en España una serie de valores desculturales como por ejem- plo, la unión de Estado e Iglesia, la infravaloración de la mujer o el movimiento antinteli-gencia terminaron completando el proceso de desculturalización de la sociedad española.

Por otro lado, la situación geográfica de España poco ayuda a que ésta se convierta en una superpotencia económica en el siglo XXI. El clima soleado de España, perjudica las actividades intelectuales, ya que el Sol genera una vitamina emparentada con el buen humor y las ganas de diversión. Todos los países situados al norte del globo terráqueo superan económicamente a los países situados en el sur. En el interior de España, sucede lo mismo: Andalucía es la Comunidad Autónoma más retrasada y Cataluña y el País Vasco son las Comunidades Autónomas que destacan sobre las diecisiete que conforman el territorio español.

Por último, los medios de comunicación españoles, en mayor medida las televisiones, destacando Telecinco, intentan inculcar con ahínco todos aquellos valores que favorezcan la envidia, la pereza, la vulgaridad. Esta “educación para la ciudadanía de los mass media, vergüenza para el ser humano, es permitida por el poder legítimo y, mucho peor, aceptada y solicitada por los ciudadanos. Los ciudadanos solicitan este tipo de información porque así se les ha inculcado.

En resolución, la geografía, la historia, el sistema educativo y los medios de comunicación favorecen el retraso de España tanto en economía como en valores. La élite española debería de manifestarse y pedir un cambio en aquellos aspectos perjudiciales que puedan cambiarse.

Apuntes de historia: Guerra Civil Española 1936-1939.

 

Apuntes a mano (FGC)

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Apuntes a ordenador (AVG)

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Academia exquisita

Academia exquisita: dícese (según yo claro esta) de los modales políticamente correcto.

A partir de esta definición quiero exponer algunos puntos.
Odio el sistema de enseñanza sobre el que actualmente se asienta nuestra sociedad del siglo XXI.Y lo odio por varias razones: las clases, los horarios ordenados, las tardes de estudio… me descojono con todo esto.  Y ¿por qué? pues muy simple, porque hay lugares donde se aprende más que en un simple instituto, porque se puede aprender cosas en los autobuses de viaje, en los bares de copas, en el callejón de mala muerte, en el infierno.

Y no hablo sin conocimento de causa, sino que se muy bien lo que digo, porque por suerte extraigo ese conocimiento de la calle que muchos no lo califican como tal. Un ejemplo muy claro fue hace dos semanas, me encontraba en un bar con un amigo que ama igual que lo la poesía y entre copas estuvimos recitando hasta las tantas de la madrugada y aprendí, aunque parezca mentira como en 10 años en un instituto de literatura.

¿Sabéis lo que he aprendido durante toda mi estancia en centros de «aprendizaje»? Nada, todo ideas efímeras que vuelan tras los examenes. He aprendido lo que el sistema quiera que aprenda, horarios ordenados (detestables por cierto), superar pruebas desagradables tipo examenes y un sin fin de cosas de este estilo que no sirve nada mas que para enmarcar un título en la pared.

Pero claro, el conocimiento de la calle, este conocimiento exelente,nadie lo reconoce y parece que no existe. Pero hay se encuentra la base de la genialidad del mundo, de los grandes hechos del ser humano. Ningún genio se mató estudiando en universidades exquisitas de la calle, todos y cada uno de ellos se nutrieron de la mejor que existe pero nadie reconoce, la universidad de la calle.

Es por esto por lo que detesto a los personajillos exquisitos de academia que se creen poseedores del intelecto del mundo y jamás han probado el néctar del intelecto callejero.